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Capítulo 14

Las gotas de líquido viscoso de color rojizo resbalaban por las ramas del árbol seco e impactaban en la superficie del lago. En medio del gran terreno cubierto por esa sustancia pegajosa, en medio de esa acumulación carmesí, la única construcción sólida era la pequeña isla de apenas seis metros cuadrados en la que se incrustaba las raíces de un tronco marchito.

Las burbujas emergían desde lo más profundo del lago y dejaban escapar a la atmósfera gases que ayudaban a teñirla de un color azulado. En ese mundo yermo, de rocas rojas, cubierto por una densa capa de nubes amarillas que apenas permitía que los rayos de las enanas marrones la traspasaran, donde la mayoría del tiempo descendía una lluvia anaranjada, aterrizó la nave del hombre de la katana.

El planeta, con el doble de densidad y tamaño que La Tierra, era una anomalía a la que por fin tenía acceso. El sistema solar al que pertenecía, ya de por sí singular por la composición de las estrellas y mundos, por algún motivo que ni él ni la inteligencia artificial de la nave podían darle explicación, era capaz de moverse entre distintos universos. Cuando una realidad se colapsaba, antes de que la destrucción llegara y arrasara los planetas y soles, estos desaparecían para reaparecer en un lugar a salvo del cataclismo cósmico.

Dentro de la cabina, el hombre de la katana se quedó unos minutos en silencio, observando el páramo a través de los escáneres. La cara inexpresiva no reflejaba el mar de sentimientos que lo turbaban. Un cúmulo de emociones lo habían llevado a recorrer infinidad de líneas temporales, universos y realidades.

Despacio, posó la mano en un panel y un haz la escaneó. Sin apartar la mirada de la imagen de ese mundo yermo, sin dejar de recordar las razones que lo habían llevado hasta allí, pronunció lentamente:

—Activa la secuencia de autodestrucción. —Manifestada con la apariencia de una niña de nueve años la inteligencia artificial se materializó a su lado—. Prográmala para que la reacción en cadena comience dentro de dos horas. —Ladeó un poco la cabeza y la miró—. Si no vuelvo, si muero y no puedo desactivarla, al menos nos llevaremos lo que sea que se esconde en este sistema.

Aunque no fue más que por una milésima de segundo, la cara de la representación holográfica pareció expresar un tenue dolor. Tras ese pequeño lapso de tiempo, la inteligencia artificial observó la imagen de la superficie del mundo y dijo:

Hemos aterrizado a dos kilómetros de la zona muerta.

—¿Zona muerta? Bonita forma de bautizar una parte del planeta de la que no sabemos nada. —Se levantó y caminó hacia un extremo de la cabina—. Aún no me explico cómo es posible que no podamos obtener ni imágenes ni lecturas de ese lugar. —Tecleó una combinación en un pequeño panel, las placas metálicas de la pared se abrieron y quedaron a la vista varias estanterías—. No hay ninguna fuerza conocida capaz de ocultarse a la tecnología de esta nave. —Cogió la katana y la envainó en una funda en la espalda—. Pudimos escanear el planetoide donde comenzó todo. Un lugar en continua descomposición, un sitio que destroza la realidad y hace añicos las leyes físicas. —Se tocó el casco y un vidrio oscuro le ocultó el rostro—. Pudimos obtener datos de ese páramo desértico, viendo más allá de la paradoja, pero no somos capaces de saber qué demonios hay en esa "zona muerta".

Negó con la cabeza, se puso unos guantes oscuros, se ciñó la armadura y salió de la cabina. Tras un par de minutos, mientras se acercaba por un corredor a la compuerta de acceso exterior, la inteligencia artificial se materializó delante de él y dijo:

Espera. —El hombre, extrañado, se detuvo—. Cárgame en los sistemas del traje, quiero ir contigo.

—No —contestó con sequedad—. No vas a venir conmigo. —Caminó y traspasó el holograma—. Te quedas aquí. —Hizo una pausa y susurró en un tono inaudible—: Ya te perdí una vez...

La niña se materializó delante de la compuerta y exigió:

Llévame. Debo completar la misión.

El hombre guardó silencio unos segundos.

—Tu misión es quedarte aquí y asegurarte de que ninguna fuerza hostil se apodera de la Ethopskos. No podemos permitir que esos seres interdimensionales se manifiesten y absorban la energía Gaónica. —La representación de la consciencia de la nave estuvo a punto de insistir, pero el hombre le ordenó—: Aparta.

Aunque la inteligencia artificial se iba a resistir a obedecer, le fue imposible. No solo era que su programación le impedía no acatar las órdenes del hombre, sino que bajo las innumerables capas de datos e información que le daban forma se hallaba un profundo sentimiento por él.

Está bien, me quedaré aquí, pero debes regresar. No permitas que nada te lo impida. Debemos seguir buscando al Woklan originario.

—No te quepa duda de que si hace falta estrangularé al mismísimo diablo si quiere retenerme... —Se calló un instante—. Nadie me impedirá que le arranque la tráquea al Woklan originario.

Apretando los dientes, con la ira poseyéndolo, traspasó el holograma, pasó la mano por un escáner y salió al exterior.

Antes de que la compuerta se cerrara y de que el metal bloqueara la vista a su forma holográfica, la representación de la inteligencia artificial se quedó mirando cómo se alejaba y susurró:

Padre, madre no murió por tu culpa, dio la vida por nosotros...

El hombre de la katana, al mismo tiempo que se alejaba de la nave, a la vez que el traje acorazado mediante gravitones regulaba la gravedad del planeta para que el impacto dentro de la armadura fuese similar al de La Tierra, acarició un botón táctil a la altura del oído y reprodujo una grabación:

Hemos encontrado las coordenadas... —Se escucharon explosiones en la reproducción—. Te las estamos enviando. —Se oyeron gritos y sonidos guturales—. Amigo, eres la última esperanza de revertir lo sucedido... Si no encuentras al Woklan originario ni la línea temporal donde se inició todo, ves a esa anomalía, a ese sistema solar y... —Antes de que se cortara la grabación, se escuchó el grito del hombre que la había enviado.

Pocas veces permitía que sus sentimientos emergieran de lo más profundo de su ser, pero en ese instante dejó que una lágrima, oculta bajo el vidrio oscuro del casco, le recorriera la mejilla.

«Te vengaré. —Inspiró despacio para mantenerse calmado—. Os vengaré».

En silencio, reviviendo la angustia por la pérdida y la culpa por no haberla podido impedir, quemándose con las llamas producidas por el tormento más profundo, sintiendo cómo el alma se desgarraba con el dolor, caminó acercándose a la zona muerta.

Se había convertido en un hombre torturado que sabía que jamás podría recuperar aquello que más le importaba. El ser consciente de que era imposible revertir el proceso, de que no era posible retroceder antes del suceso originario, le impedía siquiera recordar el significado de la palabra paz. Su vida se había trasformado en una continua lucha, en un viaje por distintas realidades intentando en vano poner freno a la enfermedad cósmica que engullía los mundos, las estrellas, las galaxias y los universos.

Se había visto obligado a ser el último soldado de su planeta, de su línea temporal, de su realidad. Era el último hombre de un mundo olvidado; de un mundo que, a causa de la absurda lógica de la destrucción cuántica, jamás había existido. Era un padre, un marido, un soldado y a su vez una anomalía.

En ese instante, mientras pensaba en que algo considerado imposible inició una cadena de acontecimientos que aniquilaron su pasado; en ese momento, en el que pisaba las rocas de un planeta perdido en los confines del cosmos, se había convertido en algo difícil de explicar tanto para él como para la ciencia.

A la vez que se hallaba sumergido en un sinfín de pensamientos de culpabilidad, el sistema de comunicación del traje se activó y sonó un intenso ruido de fondo. Extrañado, acarició el botón táctil cerca del oído y lo desactivó.

Recorrió el entorno con la mirada y observo cómo el paraje desértico permanecía inmutable. Tras unos segundos, en los que se fijó en cómo los débiles rayos de las enanas marrones impactaban contra algo invisible, creando en los contornos de ese objeto una pequeña distorsión óptica, preguntó:

—¿Me he adentrado del todo? ¿O aún puedes percibir la señal?

La respuesta tardó un par de segundos en llegar:

Aunque débil, el contacto todavía no se ha roto.

—Bien. —Examinó el espacio que ocupaba aquello que le era imposible ver—. Quiero que dispares una carga débil de energía Gaónica.

La inteligencia artificial dudó.

Se podría iniciar una reacción en cadena.

El hombre dio un paso, extendió el brazo y posó la palma sobre una barrera invisible.

—Lo dudo. —Apretó con más fuerza y pequeños rayos amarillos le bordearon los dedos—. No hemos podido obtener lecturas de este lugar porque se encuentra más allá del espacio-tiempo.

¿Más allá del espacio-tiempo? —En una milésima de segundo la inteligencia artificial consultó su banco de datos—. ¿La teoría del profesor Ragbert sobre el entrelazamiento de la energía Gaónica? ¿Crees que nos hallamos en el lugar donde se enlazan las realidades y líneas temporales?

—Quizá. —Hizo una breve pausa—. ¿Recibes las coordenadas de la energía que se está filtrando alrededor del guante?

Sí.

—Dirige los cañones a este punto y espera mi señal. —Bajó el brazo, retrocedió una decena de pasos, desenvainó la katana, convirtió la hoja en energía y la clavó en la tierra—. Dispara —al mismo tiempo que daba la orden, la espada extendía un campo alrededor de él.

Opacó el visor del casco y esperó el impacto. Una multitud de imágenes se le pasaron por la cabeza en los dos segundos que tardó el haz en ser arrojado contra la barrera.

—Os vengaré —susurró justo en el momento en que la energía Gaónica golpeaba el muro invisible.

Mientras intensos colores recorrían la superficie de la inmensa cúpula que hasta unos instantes se había mantenido oculta a la vista, cogió la katana, la envainó, caminó y dijo:

—No permitas que nadie se adueñe de la Ethopskos. Si ves tu banco de datos o la integridad de la nave comprometida, acelera la autodestrucción.

Antes de que se cortara la comunicación, la inteligencia artificial respondió:

Sí, eso haré...

El hombre de la katana traspasó la barrera de la cúpula gracias a que el impacto de haz de energía Gaónica la había debilitado. Una vez dentro, el sistema del traje dejó de funcionar y sintió el tiempo y el espacio expandirse sin fin.

Experimentó la concentración de la esencia que da forma a lo que existe atravesándolo con fuerza. Notó cómo le azotaban los hilos que se entrelazan y construyen la realidad. Impotente, envuelto en una intensa negrura, se echó las manos al casco, gritó y sucumbió a la tormenta de dolor.

A su alrededor, compuestas por una niebla blanquecina, se fueron materializando las visiones de momentos de su pasado. Los recuerdos poco a poco dieron paso a escenas que no le eran familiares. Hombres, mujeres, niños y ancianos se movían a su alrededor y se descomponían. Soles, mundos, asteroides y satélites tomaban forma ocupando el inmenso vacío que lo rodeaba para desvanecerse rápidamente. Criaturas extrañas, monstruos, alienígenas grotescos y demonios eran recreados por la niebla blanquecina, se desplazaban cerca de él y desaparecían.

Cuando estaba a punto de rendirse del todo, cuando empezaba a notar que el cuerpo estaba a punto de desintegrarse, cuando la consciencia se iba apagando y los pensamientos estaban a punto de morir, escuchó una voz que se propagó por el vacío:

—Aún no. Todavía no ha llegado tu hora.

La presión que lo oprimía se desvaneció, el traje volvió a activarse y la intensa negrura retrocedió. El entorno fue moldeándose hasta adquirir la forma de una sala con grandes arcos que sostenían la estructura. Aunque apenas la oteó un segundo, la arquitectura, cargada de tonos marrones, le recordó a las construcciones de la Europa medieval.

Sin fuerzas, extenuado, cayó contra la superficie de losas de piedra y luchó por recuperar el aliento. Tras unos minutos, en los que apenas pudo parpadear y tragar saliva sin que le doliera, empezó a sentirse mejor y a notar cómo quedaba atrás el intenso dolor de cabeza que lo había paralizado y lo había llevado a las puertas de la muerte.

—¿Dónde...? —balbuceó.

Pasaron aún varios minutos más hasta que por fin tuvo la suficiente fuerza para levantarse. Aun costándole, luchó para no seguir tambaleándose y lo logró apoyándose en una columna.

Intentó centrarse y no dejarse llevar por los pinchazos que le atravesaban el cráneo. Aunque se había debilitado, aún perduraba parte del dolor de cabeza. Pasó un rato aferrado al pilar, moviendo los ojos lentamente de un lado a otro, preguntándose qué era ese lugar y qué hacía ahí.

Cuando por fin se sintió lo suficiente fuerte para andar, se separó de la columna. Al ver que no perdía el equilibrio, caminó despacio por la sala.

—¿Qué es este lugar...? —soltó con la voz ahogada.

Los bloques marrones que daban forma a las paredes, al techo y a las columnas temblaron levemente. Un poco de polvo descendió despacio y se detuvo en el aire.

—¿Qué sucede? —preguntó, moviendo la mano, cogiendo algunos granos.

La película de polvo estalló con un intenso fulgor que traspasó la opacidad del casco y lo cegó.

«¡¿Qué demonios está pasando?!».

Parpadeó, meneó la cabeza y fue aclarándosele la visión. Como si lo que le había perturbado al entrar en la cúpula ya no pudiera afectarle, cuando pudo observar de nuevo la estancia con claridad, empezó a recordar y a ser consciente de lo que sucedía.

Recorrió el entorno con la mirada y dijo:

—Un lugar más allá del espacio y el tiempo. —Recuperando la fuerza necesaria para seguir adelante, añadió con decisión—: Es hora de acabar con la enfermedad cósmica.

Las paredes se abrieron generando un gran estruendo y dejaron a la vista unas escaleras de piedras húmedas que descendían perdiéndose en la oscuridad. Las observó, recordó una vez más por qué estaba ahí y susurró:

—Un lugar más allá del espacio y el tiempo.

Caminó hacía los escalones, pero, antes de poder empezar a descenderlos, escuchó a su espalda una voz familiar:

—Wharget, no dejes que te venza. No dejes que juegue contigo.

Se giró, buscó a quien había hablado, aunque lo único que vio fue la inmensa sala vacía.

«¿Eras tú...?».

Escuchó unos gritos desgarradores que emergían de las entrañas de la construcción, apretó los dientes, desenvainó la katana y descendió los escalones con una sola cosa en mente: destruir la enfermedad cósmica y a su creador.


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