Capítulo 1
La madera crujía al alimentar el fuego de la chimenea. Mientras las llamas luchaban con su baile contra las sombras perdiendo y ganando terreno continuamente, el repiqueteo metálico, producido por un deteriorado reloj de pie con las agujas oxidadas, anunciaba la media noche.
Por encima de la chimenea había una Ouija enmarcada en la pared. Sobre el tablero una moneda rayada se movía y creaba una y otra vez la palabra "Dhagmarkal". Al lado, en un cuadro, el retrato de un aristócrata victoriano sonreía de forma lasciva.
Woklan, tumbado en el sofá, abrió los ojos y recorrió el lugar con la mirada.
«¿Dónde?» preguntó desorientado.
Burbujas compuestas por un líquido espeso rebotaban en el techo, descendían un metro y volvían a chocar. Eran de color marrón oscuro y se aplastaban contra la madera podrida y húmeda. Algunas casi parecían estar a punto de estallar, pero después del impacto recuperaban la forma esférica y caían de nuevo.
En una esquina de la habitación había un hombre sentado en una silla recubierta de espinas de metal. Apenas tenía carne, era pellejo y hueso. Se tapaba la cara con las manos y mecía el tronco. De los labios le surgían palabras que se repetían en una secuencia sin fin:
—Mamá, ayúdame. No quiero hacerlo.
Woklan apretó los párpados y tensó la mandíbula. Aunque tendría que haber sido presa del pánico se encontraba muy tranquilo. En cierto modo, el entorno que lo rodeaba lo sentía distante, alejado de él y casi irreal.
Elevó las manos y las miró. Las rayas que cruzaban la piel cambiaron su posición y crearon letras.
—D... h... a... g... m... a... r... k... a... l... —deletreó lo que vio en las palmas—. ¿Dhagmarkal? —preguntó, bajando los brazos.
Escuchó el llanto de un bebé, se giró y lo vio gateando por la pared. El cráneo del recién nacido estaba cubierto por piel arrugada; no tenía pelo ni nariz ni oídos ni boca ni ojos. Mientras lo contemplaba, la cabeza del bebé rotó hacia la nuca, dio una vuelta y volvió a la posición normal.
—¿Qué demonios?
—Cariño, a comer —la voz provenía de la cocina.
—¿Qué? —susurró.
Escuchó ladrar a un perro, se sentó en el sofá y vio cómo un joven pastor alemán entraba en la habitación. El animal ladeó la cabeza y dejó que la lengua le cayera de la boca.
—¿Qué es este sitio? —preguntó, recorriendo la habitación con la mirada.
—Cariño, vamos, ven —volvió a escuchar cómo lo llamaban.
Se levantó, dio dos pasos, se sintió mareado y tuvo que apoyarse en una mesa.
—Cariño... —El tono cambió y adquirió un efecto espectral—. Cariño, es la hora de comer. —Oyó el eco de una macabra risa—. Es la hora de comer tu alma.
Una corriente de aire frío lo golpeó e hizo que se le erizara el vello. Escuchó el ruido que producía un cuchillo al arañar el cristal. Se giró y centró la visión en la ventana. Por la parte de fuera, había una mujer de dedos huesudos con un camisón blanco haciendo marcas en el vidrio. Mantenía la cabeza agachada y la larga melena morena le cubría la cara.
—¿Quién eres? —Caminó hacia ella, pero el pastor alemán, con los ojos brillando con un rojo vivo, se puso delante y empezó a ladrar.
A su espalda oyó risas de niños. Se volteó, aunque no vio a ninguno.
«No entiendo».
Una niebla oscura se desplazó con rapidez por el suelo y dio forma a un hombre con un traje a medida y una máscara negra.
—¿No entiendes? —preguntó el aparecido.
Woklan buscó el origen de la voz y, cuando lo encontró, soltó confundido:
—¿Quién eres?
—Estás dormido —contestó, acercándose al perro.
—¿Dormido?
—¿Qué recuerdas de antes de despertarte? —Se agachó y acarició al pastor alemán.
—¿Antes de despertar...? Yo...
—Te resulta extraño este lugar, lo encuentras macabro, pero no tienes miedo. ¿No quieres saber por qué?
—Yo... —Hizo un esfuerzo y buscó las respuestas en la memoria—. Estaba...
—Estabas en una nave de La Corporación —aseguró el hombre a la vez que le partía el cuello al perro; Woklan, paralizado, no pudo articular palabra—. Este sitio tendría que resultarte familiar —dijo, poniéndose de pie.
—¿Quién eres? —Aunque todavía le embargaba una sensación que le impedía sentir miedo, reculó un par de pasos.
—Yo, como el resto de lo que ves, soy una parte de ti. —Se quitó la máscara. La cara era calcada a la de Woklan, aunque la piel había sufrido quemaduras y en algunos puntos estaba repleta de ampollas. Aparte, en el momento que dejó a la vista el rostro, un fuerte hedor se propagó por la estancia.
Woklan se cubrió la nariz con el antebrazo.
—¿Eres...? —La confusión le impidió terminar la pregunta.
—Estamos en tu mente y soy un reflejo de ti. —Caminó hacia una estantería, cogió un libro viejo, sopló sobre la tapa y una película de polvo se esparció por el aire—. Aquí está escrita tu vida.
El crononauta bajó el brazo y preguntó:
—¿Mi vida?
—Tu vida y tu muerte.
—No entiendo... —Sintió cómo le tiraban del pantalón.
La mujer del camisón blanco estaba arrodillada, tenía el brazo estirado y la mano sujetaba la tela del pantalón de Woklan. Él intentó verle la cara, pero no pudo más que observar cómo el cabello sucio se la cubría.
—¿Quién eres? —susurró, sin apartar la mirada de la mujer.
—Es un recuerdo doloroso de tu vida —intervino el doble del traje a medida.
—Esto es muy extraño.
—Esto es tu infierno, a cada segundo que pasa cobra forma y crece. Tienes que despertar y escapar de las garras de él. —Señaló la ventana; en el horizonte se apreciaban unos ojos gigantes de fuego—. Si no lo haces, morirás y vagarás eternamente por este lugar. Pero no como un espectador sin temor. Si mueres, serás la víctima de tus miedos, de tus malas obras, de tus pecados, de tu angustia y de tus demonios.
Unos niños empezaron a cantar, Woklan giró la cabeza para verlos y, en ese momento, aun siendo incapaz de sentir miedo, un escalofrío le recorrió el cuerpo.
—Imagínate cuando seas tú la víctima —dijo su reflejo deformado.
El crononauta, petrificado, sin habla, contempló cómo los niños abrían y cerraban las bocas entonando la canción. Los pequeños estaban colgados en el aire, miles de filamentos incrustados en los cuerpos los mantenían elevados. Mientras cantaban se podía ver el movimiento de las cuerdas vocales, en la parte frontal del cuello no había carne que las ocultara.
—Dios mío... —susurró.
—Dios no tiene nada que ver en esto. —Puso la mano en el hombro de Woklan y concluyó—: Has caído en las garras de alguien olvidado, de algo enterrado en el limbo de la corriente temporal. Cuando Dios tiene pesadillas sueña con Dhagmarkal.
Los niños movieron las cabezas, lo miraron y dijeron al unísono:
—Dhagmarkal.
La mujer del camisón blanco también se sumó y repitió:
—Dhagmarkal.
—Tienes poco tiempo, despierta y huye. —Como si fuera de cera y estuviera al lado del fuego, la piel de la cara del doble empezó a derretirse.
Mientras contemplaba cómo el rostro se deshacía, parte de la pared se vino abajo. Por el agujero, con rapidez, una procesión de hombres ataviados con túnicas negras, portando cirios oscuros con llamas que resaltaban las sonrisas de dientes amarillos, lo señalaron y exclamaron:
—¡Dhagmarkal!
La barrera que le impedía sentir miedo se rompió y antes de escapar de ese siniestro mundo emergió de sus entrañas un intenso alarido.
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