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Capítulo 31

Caminé entre los juegos de azar, con una copa que contenía un líquido burbujeante colgando de mis dedos. Me obligué a no beberlo pese a su exquisito olor, Demetria afirmó que nublaría mis sentidos y era lo que menos necesitaba en ese momento.

Con pasos torpes, tal como me había exigido ensayar Perseo, acorté la distancia que me separaba de la ruleta. Un tonto juego donde sus participantes se divertían apostando sumas astronómicas de dinero. Quería parecer fuera de mis cabales, boba y un poco intoxicada por el alcohol.

Con un último paso, tropecé con la falda de mi vestido y arrojé el contenido de mi copa a una muchacha que se encontraba junto al capitán Marshall Queen, quién era esa noche su acompañante. Mi estómago se descompuso al percatarme que era más joven que yo, simplemente un adolescente.

ꟷLo siento mucho, querida –solté una risa tonta atrayendo la mirada de los presentes.

Observé los ojos café de la chica llenarse de lágrimas y poco después salió de la habitación casi a toda velocidad invadida por la vergüenza. Quise correr tras de ella pero mi propia cordura me detuvo, no podía arruinar la misión cuando estaba tan cerca de terminar.

ꟷ¿Arruiné su cita, capitán?

Los ojos grises del hombre se posaron en mi rostro y poco después en mi escote. El cuarentón no tenía escrúpulos y unas ganas inmensas de golpear su rostro me invadieron pese a que toda mi vida había sido una persona pacífica, esa vida que aún recuerdo con cariño sin naves ni realeza.

ꟷCreo que puedo estar mejor acompañado.

Me obligué a sonreír, intentando esbozar un gesto coqueto que acompañé con un pestañeo largo y seductor. Acto seguido, acomodé mi mano en su hombro y le di un ligero apretón, dándole la confianza para llevar nuestra coquetería a una dimensión física.

Tomé todos mis pensamientos y miramientos así como los consejos de Timothy y los arrojé a un tacho imaginario de basura, hice lo mismo con la sensación de nauseas que se había instalado en la boca de mi estómago y me obligué a parecer serena. Sabía que estaba desilusionando a mis padres con mi comportamiento, ellos intentaron inculcarme que para escalar al éxito no se necesitan favores o aplastar a los demás, tan sólo mis conocimientos.

Esa noche había enviado por la borda mis valores con el único fin de escapar. Había ultrajado a una muchacha que tenía como única oportunidad de supervivencia ser la muñeca de un capitán machista que ni siquiera sabía conducir una bicicleta para luego utilizar mi cuerpo para obtener una simple llave.

ꟷAcompáñame, siento que me brindarás suerte.

No fue una pregunta y mucho menos una invitación, se trató de una orden disfrazada de gentileza. Era la clase de situación a la que estaba acostumbrado y lo odié aún más por ello.

ꟷMe sentiría honrada, señor.

Tomé asiento junto a él, en el taburete que minutos antes ocupaba su joven cita. Crucé mis piernas a la altura de mis muslos y doblé mi cuerpo, utilizando mis codos para apoyarme sobre la mesa.

ꟷ¿Qué número me recomiendas, muñeca?

Su mano se posó en mi espalda baja y sentí mi cuerpo entero estremecerse de aversión, acto que él interpretó de manera totalmente distinta dado que comenzó a acariciar la tela de mi vestido.

ꟷCreo que el siete es un gran número, señor.

ꟷEl siete será, en ese caso.

Me removí sobre mi silla, intentando poner distancia entre su cuerpo bañado por el aroma del alcohol y el mío. No obstante, su mano se deslizó hasta mi cintura y con brusquedad me mantuvo en mi lugar.

Sentí mis ojos arder y mi garganta cerrarse, no disfrutaba el contacto físico tal como el resto de los humanos sobre todo cuando el mismo no era cien por ciento consensuado. Busqué con la mirada a Demetria, quien me observaba desde la zona reservada junto a su padre. Pronto pondría sus cartas sobre la mesa en un vago intento de distraer a los presentes.

Tomé una respiración profunda y volví mis ojos hacia mi desagradable acompañante, quien observaba al resto de los participantes con vanidad. Sus poros expulsaban egoísmo y a nadie parecía importarle, y de hacerlo se mordían la lengua para no ofenderlo.

ꟷNúmero ganador: siete –anunció el crupier y un aplauso ruidoso se hizo presente en la mesa.

ꟷBien hecho, muñeca.

Se inclinó en mi dirección, acortando la escasa distancia que nos separaba. Bajé mi mirada, intentando que mis facciones no demostraran el sentimiento de repulsión que producía en mí y observé su pecho intentando hallar la llave que me salvaría de convivir el resto de mi vida con los pasajeros de la embarcación.

ꟷGracias, señor.

ꟷ¿Buscas algo, muñeca?

Elevé mi mirada y le dediqué una sonrisa, para luego acomodar mi cabello tras la oreja.

ꟷEstaba admirando su chaleco, señor –solté la primera escusa que atravesó mi mente-. Su sastre ha hecho un trabajo maravilloso.

Sus ojos se achicaron en mi dirección y luego soltó una sonora carcajada, llamando la atención del resto de los jugadores. Debo admitir que lo subestimé, no era tan torpe y no estaba tan borracho como imaginé para tragarse lo primero que mi cerebro soltara a través de mis labios.

ꟷYa sé lo que intentas.

Sentí mi sangre helarse y ahogué un grito en un vago intento de no delatarme a mí misma.

ꟷ¿Si?

ꟷPor supuesto, no eres la primera que lo intenta –susurró en mi dirección-. Te propongo un trato, juguemos media hora más y luego podemos ir a tu habitación, muñeca.

Lo cierto era que no me había equivocado sobre lo oportunista y adicto al contacto físico que era. Era mucho peor de lo que los rumores decían y tenían la desgracia de confirmarlo por mi propia cuenta.

ꟷ¿Y su cita, señor?

Las palabras se sentían como fuego puro en mi garganta. Sabía que el papel que me tocaba en el plan de Samuel me iba a poner en una situación incómoda, pero no creí que iba a poder pasar los límites de la cortesía humana. El hombre era un cerdo y lo estaba comprobando con asco.

ꟷElla estará bien.

Asentí, sin poder articular palabra alguna. Quería soltar un grito e irme corriendo, quería derribarlo de la silla y golpear sus genitales por el simple hecho de insinuárseme. Alguien debería enseñarle modales y estaba ansiosa de ser la afortunada.

ꟷSostenme la chaqueta, dulzura.

Se quitó la parte superior de su traje con soltura como si hubiese practicado el movimiento un centenar de veces frente al espejo para llamar la atención del ojo femenino. Incluso del ojo masculino, según tenía entendido.

Era un hombre que disfrutaba de los placeres carnales, indistintamente del sexo que pudiera proporcionárselo. Zeta era el claro ejemplo de ello.

Tomé su chaqueta y la coloqué sobre mi regazo, tanteándola con delicadeza en busca de algún bulto que se asemejare a una llave. No obstante, no había ningún tipo de bolsillo oculto o pertenencia en su interior.

ꟷ¿Qué número recomiendas ahora?

ꟷVeinticinco, señor.

Asintió y utilizando sus codos se impulsó unos centímetros hacia adelante, para colocar sus fichas en el tablero. Un objeto brillante llamó mi atención por efecto de las luces. Una llave dorada se asomaba desde el bolsillo de su pantalón y lamenté mentalmente el lugar donde se encontraba.

Demetria y Samuel me iban a tener que pedir perdón por una eternidad e incluso después de eso.

Le dediqué una última mirada al artefacto que podría asegurarme la vuelta a casa y con un descaro que no conocía, me apretujé contra el capitán y susurré en su oído:

ꟷEspero ansiosa nuestra reunión.

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¡Hola! ¿Qué opinan del plan de estos tres? Un poco improvisado, ¿no?

Gracias por leer =)


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