Diez muertes por día.
Las palabras no emitidas por mi padre me rondaban como un fantasma, era lo primero que mi mente traía a colación al despertar y lo último que atravesaba mis pensamientos por la noche.
Tal como lo había prometido, Perseo sometió a los sistemas a una ardua investigación y, peor aún, a mí a interminables sesiones de ejercicio para fortalecerme y brindarme la posibilidad de defenderme por mis propios medios. Con suerte podía permanecer despierta durante los entrenamientos con Francisco y en las comidas, estaba agotada de todas las formas posibles. Mi mente no dejaba de jugarme malas pasadas y mi cuerpo clamaba por un descanso, por el momento no le podía brindar a ninguna de las dos el respiro que necesitaban.
No estaba acostumbrada a dos sesiones de ejercicios al día y, sin embargo, podía empezar a ver los resultados. Debido a mi alimentación y al poco tiempo de ocio del que dispuse la mayor parte de mi vida, había adquirido un cuerpo delgado, no lo suficiente para presentar signos de inanición o mala alimentación pero sí para encontrarme bajo el promedio en lo referido a la relación peso-altura. A pesar de ello, había ganado peso en las últimas semanas y más aún músculos. Sentía mis piernas y brazos duros, lo mismo con mi abdomen.
Quisiera poder decir que había logrado algo desde el último mensaje de mis padres en mi misión por salvarlos pero no sería más que una absurda mentira. Me encontraba estancada y odiaba cada momento de ello.
ꟷ¿Quieres tomar un descanso?
Asentí en respuesta a la pregunta de Perseo, quien me miraba desde arriba con una leve sonrisa formada en su rostro.
Llevábamos hora y media entrenando combate y me había derribado más veces de las que podía contar con las manos. No obstante, había progresado desde nuestra primera sesión dado que al menos había tenido la oportunidad de propiciarle algunos buenos golpes que lo dejaron jadeando.
ꟷ¿Has descubierto algo sobre mis padres?
ꟷSí.
Me senté rápidamente provocando un leve mareo que decidí ignorar. No esperaba una respuesta afirmativa ya que había formulado la misma pregunta por días y no habían obtenido un resultado satisfactorio.
ꟷ¿Y no pensabas decírmelo?
ꟷCuando terminara el entrenamiento o de lo contrario no ibas a concentrarte.
Fruncí el ceño aunque no me atreví a discutir. Él tenía razón, como la mayoría de las veces en las que teníamos algún debate o discusión. Era una persona en extremo racional, en oposición con mi persona que no dejaba de demostrar lo sentimental que me había vuelto con el pasar de los días.
ꟷBien, que bueno que ha acabado.
ꟷNo lo hemos hecho, Aanisa.
ꟷCréeme que sí.
Bufó como consecuencia pero de todas maneras extendió una mano en mi dirección para ayudarme a incorporar. La tomé gustosa y de un salto me puse de pie lista para escuchar lo que tenía para decirme.
Habíamos adquirido una rara relación a pesar de que nos conocíamos desde hace poco sin embargo éramos cómplices en todos los sentidos. Si alguien lograba enterarse de lo que estábamos haciendo, estaríamos fritos. Por supuesto, los reyes serían indulgentes con su hijo pero no gozaba de los mismos privilegios que él y estaba bastante segura que su intervención a mi favor no tendría el efecto deseado.
A pesar del peligro que corríamos, una leve amistad se presentó entre nuestros encuentros a escondidas que se habían vuelto cada vez más recurrentes. Perseo sabía cómo llamar mi atención y hacer que me concentrara sólo en los entrenamientos y en la información que me brindaba. Por otro lado, yo me había vuelto una experta en sacarlo de quicio y de su zona de confort.
Llevaba siempre un ceño fruncido pero las sonrisas se habían vuelto más habituales así como las sutiles bromas entre nosotros.
ꟷAanisa –murmuró en tono acusatorio mientras me dirigía hacia las puertas.
ꟷSamuel...
Una sonrisa en todo el sentido de la palabra se apoderó de sus labios al percatarse del tono de burla al pronunciar su nombre.
Samuel.
A pesar de que lo llamaba así como mayor frecuencia no podía acostumbrarme a la sensación que su nombre real producía en mis labios y pecho. Más señales de que lo que estaba experimentando por el hacker no eran tonterías de niños.
Pese a las quejas de mi aliado, nos dirigimos a su habitación antes del horario normal. Perseo caminaba a mi lado, lo cual era raro dado que siempre tomaba la delantera para guardar las apariencias a pesar de que los guardias en raras ocasiones vagaban por los pasillos destinados al proletariado. Más aun no podía culparlo, a pesar de mi altura él seguía siendo más alto que yo y recorría largas distancias en poco tiempo con sólo dar un par de zancadas.
ꟷTendrás que ducharte.
ꟷ¿Disculpa?
¿Acababa de llamarme sucia?
ꟷEs hora de que le envíes el mensaje a tu padre.
Tragué con fuerza por efecto de sus palabras y el buen humor que cargaba empezó a desvanecerse. Sabía lo que significaba y no me agradaba en lo absoluto. Mi padre y su grupo rebelde seguía haciendo de las suyas y, muy probablemente, las fuerzas de seguridad estaban castigando al resto de la población por su causa. No iba a significar una ardua tarea reprenderlo por su comportamiento y explicarle que incluso a la distancia sus acciones me afectaban.
ꟷBien.
La palabra me quemó los labios como carbón caliente.
La mano del príncipe se posó en mi muñeca antes de poder dar otro paso y me detuvo en seco, sin ejercer fuerza alguna. Lo observé con curiosidad, asombrada por completo por su actitud. Si bien el contacto físico durante los entrenamientos era normal, una vez que nos encontrábamos fuera del recinto la distancia entre nuestros cuerpos se incrementaba.
ꟷ¿Sucede algo?
ꟷDemetria se encuentra en mi habitación.
Tomé su muñeca derecha rápidamente y observé el mensaje que acababa de llegar a su microordenador.
¿Dónde estás? Estoy en tu habitación y está desierta. Te necesito.
Demetria.
La extrañaba muchísimo más de lo que creí. Pese a estar ocupada la mayor parte del tiempo siguiendo a Samuel por la nave y ayudándolo dentro de mis capacidades con su trabajo, una parte de mi memoria siempre traía a colación al miembro menor de la monarquía.
Y odiaba eso.
Odiaba a Malvoro por alejarme de ella.
Odiaba a mi padre por sus actos rebeldes.
Odiaba a Francisco por castigar a los pangeanos.
Y me odiaba a mí por no poder hacer nada al respecto.
ꟷ¿Quieres que te acompañe a tu habitación?
La mano de Samuel seguía sobre mi muñeca y sus ojos me observaban preocupados. No obstante, lo que más me inquietaba no era Demetria ni mi padre en ese momento sino las leves caricias que el príncipe mestizo realizaba en mi muñeca de manera casi inconsciente.
ꟷCreo que estoy lista para enfrentarla.
Asintió en respuesta y con un leve tirón me acercó a su cuerpo, para luego rodear mi delgada figura con sus brazos en un gesto protector y amistoso fundiéndonos en un abrazo apretado.
Él sabía por lo que había pasado los últimos días para mantenerme alejada de su hermana, y por carecer de mi única amiga y de un consuelo a la tortura a la que mi mente me sometía cada momento del día por no poder predecir el siguiente movimiento de los marcados y sus consecuencias en el resto de la población de Pangea.
Recosté mi cabeza en su pecho, asombrada por su actuar pero lo suficiente débil para aceptar su muestra de afecto. No debía tener un doctorado en psicología para entender que Perseo estaba tan asombrado como yo por la muestra de afecto, después de todo no era una persona abierta ni mucho menos cariñosa.
Sin embargo, aprecié cada pequeño segundo que duró como si de un tesoro se tratara mientras escuchaba el latir de su corazón.
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¡Buen día/tarde/noche! Espero que les haya gustado el capítulo y el desarrollo de la historia.
Levante la manito quien shippea a Perseo y Aanisa
Espero que tengan una buena semana y gracias por el apoyo. ¡Hasta la semana próxima!
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