Capítulo 12
Desperté con el sonido de la alarma, no pudiendo creer que finalmente mi cuerpo hubiese arrojado por la ventana la rutina para sumergirse en el profundo mundo de la inconsciencia. Estiré mis músculos con pereza y finalmente me puse de pie de camino a la ducha.
La noche anterior había llegado a la habitación verdaderamente tarde, después del horario de dormir. Los reyes habían quedado gratamente sorprendidos al ver a su hijo desaparecido sentarse voluntariamente en su mesa. El resto de los comensales tuvo una actitud similar, excepto por el príncipe Malvoro. No lo conocía pero sus gestos me habían bastado para predecir sus emociones; estaba ofuscado, había perdido el foco de atención y no le agradaba en lo absoluto sentirse desplazado.
Era la luz que solo podía brillar apagando la de los demás.
Perseo resultó ser buena compañía pese a que se retiró en tanto la cena llegó a su fin. Sin embargo, gracias a su presencia, los monarcas se encontraban de increíble humor permitiéndonos a todos los pasajeros alargar nuestra jornada. Como consecuencia, Demetria y yo nos dirigimos al cine siendo éste el único escape a la rutina que poseíamos por entonces.
Me enfundé en mi ropa de entrenamiento luego de ducharme y caminé al comedor con un libro en las manos. Por la hora estaba segura que Dem ya se había retirado, le gustaba desayunar temprano puesto que se sentía descompuesta entrenando minutos después de haber finalizado de comer, más aun evitaba la atención que le proporcionaba un salón lleno. Por suerte no tenía el mismo problema que ella y podía demorarme un poco más disfrutando de la primera comida del día.
La comida más importante, solía decir mamá cuando me rehusaba a desayunar antes de asistir a la educación inicial.
Pedí mi desayuno vegetariano y me senté en una de las mesas vacías. Frente a mí, unas mesas más alejadas se encontraba Perseo, leyendo en su microordenador. Evité observarlo por mucho tiempo pero fracasé. Al levantar su mirada, sus ojos me encontraron espiándolo y sentí mis mejillas enrojecer a causa de la vergüenza. Alejé la mirada rápidamente y me concentré en mi labor: desayunar y leer.
El libro del día se titulaba El Diario de Ana Frank.
Arribé al salón de entrenamiento junto al instructor quien me dedicó una mirada que era todo menos amigable. Caminé rápidamente hasta donde estaba Dem, quien se encontraba hablando con una muchacha de su edad. No se la veía feliz, sin duda era una noble buscando aceptación real.
—Buen día.
Los ojos de Dem se posaron en mí y una sonrisa genuina se instaló en su rostro.
—Karim, te presento a mi amiga Aanisa. Nisa, la hija del Ministro Valderramo, Karim.
Asentí con la cabeza en forma de saludo, obteniendo como respuesta simplemente una mirada de desprecio.
—¡Atención!
La voz de Francisco se interpuso sobre todas las conversaciones dándoles fin inmediatamente. Cual soldados, nos colocamos en una fila, hombro con hombro, atentos a sus indicaciones.
—La parte fácil de su entrenamiento ha concluido, por lo cual si se creen débiles es su momento para renunciar. Una nave los estará esperando con destino a Pangea. Los que se consideren lo suficientemente fuertes para soportar estos dos meses de viaje, espero que lo sean.
Sus ojos escanearon la habitación, buscando a alguien lo suficientemente cobarde para rendirse. Se posaron sobre mí por un momento y con un valor cuyo origen me era desconocido, le sostuve la mirada casi retándolo.
Quizás debería haber declinado, era un boleto gratis a casa pero una parte de mí se rehusaba a quedar como una cobarde. Escaparía, sí, pero en el momento indicado y a mí manera. Rendirme no formaba parte de ella.
—No admitiré queja alguna. Lágrimas y sudor es todo lo que quiero ver. La única manera de salir de mi recinto, insisto, es con un hueso roto.
Tragué saliva, con fuerza. Esperando lo peor.
—Esta parte del entrenamiento se realizará en pareja, las mismas fueron seleccionadas por sorteo y no habrá modificación alguna –soltaba las palabras a medida que caminaba de lado a lado por el recinto, retándonos más que observándonos, buscando al débil de la cadena-. Espero que se hagan buenos amigos porque de su pareja dependerá su supervivencia. Más aún, serán compañeros por el resto del viaje.
Creí escuchar el rechinar de los dientes de la mayoría de los presentes, la idea era atroz, no había forma alguna de que fuera una buena idea. No podía imaginarme siendo pareja de algún noble estirado, sólo podría soportar el entrenamiento con Demetria. Las posibilidades, lamentablemente, de que fuéramos pareja eran absolutamente remotas.
—En sus microordenadores pueden verificar sus parejas. Insisto, no hay cambio alguno.
Mi microordenador se encendió con una luz verde y toqué la pantalla para extinguirla. Era mejor conocer mi desgracia de inmediato y no alargar la espera.
Seleccioné la opción Conocer compañero de la notificación y un circulo a medio hacer se instaló en la pantalla. Miré a los presentes a medida que verifican sus microordenadores. Muy pocos lucían felices.
Me sentía exactamente igual.
Finalmente el círculo se completó y un nombre en letras negras se hizo visible.
Perseo Wang
Miré a mí alrededor, buscándolo. Estaba segura que había un error, él no era parte de mi grupo. Lo más probable era que formara parte del recinto uno, junto a sus padres y a los nobles importantes. Donde pertenecía y donde debería estar Demetria.
Otro error.
Me acerqué a Francisco, quien se encontraba frente a las ventanas sin prestarnos atención.
—Disculpa.
—No hay cambios.
Blanqueé los ojos, lamentándolo inmediatamente. Si por alguna razón hubiese visto mi gesto me hubiese costado una hora extra de entrenamiento.
—Debe haber un error, mi compañero no está en el recinto.
Mis palabras captaron su atención y se giró hacia mí. Le enseñé mi microordenador e instantáneamente su ceño se frunció, surcado por la confusión. Tomó mi brazo a fin de observar de cerca, como si al hacerlo el nombre pudiese cambiar y la confusión ya no existiera.
—Espera aquí un momento.
Francisco se retiró rápidamente del salón, quitándome la oportunidad de hablar.
—¿Sucede algo?
Era Demetria, se encontraba sola aunque algunos metros atrás se hallaba una mujer, esperándola como una sombra. Imaginé que era su compañera o bien alguna admiradora.
—Ha habido un error con la asignación de mi pareja.
Frunció el ceño. No lo podía creer, los errores eran casi nulos. Los especialistas en computación y sistemas eran, justamente, especialistas. Nunca cometían un desliz. Lamentablemente para los Wang, había descubierto dos errores y muy probablemente de buscarlos encontraría un sinfín más.
—¿A quién te asignaron?
La princesa miró sobre su hombro y sonrió, no lucía molesta.
—A mi estilista –le dedicó una sonrisa y luego volvió a mirarme-. Es estupenda.
—Qué suerte tienes.
Su sonrisa desapareció y tomó mi brazo con la finalidad de leer el nombre de mi pareja.
—Ese mentiroso...
Sus palabras fueron solo un susurro pero estaba completamente segura de haberlas oído. ¿Ese mentiroso? ¿No eran, acaso, los mejores hermanos de la galaxia?
Francisco volvió poco después, tras él caminaba mi compañero con paso descuidado. Sus manos se encontraban en los bolsillos de sus pantalones y su cabello revuelto como si acabara de salir de la cama. Seguramente era muy consciente del efecto que tenía en los presentes, sobre todo en las mujeres, que volteaban a verlo como si fuera un trozo de carne. Si lo notaba, no demostraba un ápice de emoción.
—¿Aanisa?
Me acerqué al instructor, entendiendo que era eso lo que esperaba de mí. Llevaba en sus manos un papel, con el escudo Wang impreso en él. Una carta del rey.
Asentí en señal de saludo a Perseo, quien respondió de la misma forma, educadamente como había sido instruido por años. No lucía molesto, me percaté, por lo que pude imaginar que cambiar de recinto le sentaba como anillo al dedo, incluso si su pareja era yo. Estaba cerca de su hermana, seguramente era lo que él quería.
—No ha habido error alguno con la asignación de parejas –comentó Francisco- sino con la asignación de recinto. Efectivamente Perseo es tu compañero.
Miré al príncipe, buscando alguna señal en su rostro que pudiese demostrar emoción alguna. No había ninguna, ni un rastro de sonrisa o de ceño fruncido. Le daba exactamente lo mismo estar emparejado conmigo y de alguna forma, por una razón escondida en lo más recóndito de mi inconsciente, su indiferencia me molestaba.
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Ciao! Quizás se habrán dado cuenta que demoré en subir capítulo y pido disculpas por ello. Si no lo notaron, antes de este capítulo subí un pequeño fragmento del diario de Elián Bishop, les recomiendo que lo lean =)
Espero que tengan una bella semana y que les haya gustado el capítulo.
Preguntas de la semana:
¿Cuándo es su cumpleaños? Yo cumplo 21 mañana (OMG)
¿Creen que fue un error la asignación de pareja de Aanisa?
¡Los leo!
Hasta la próxima.
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