Capítulo 11
Demetria se comportó diferente durante el resto de la semana. Me dedicaba sonrisas cómplices y me arrastraba por toda la nave a habitaciones que siempre estaban vacías, entonces esbozaba una mueca de decepción y se retiraba cabizbaja, pronto volvía a la parte de las sonrisas y las etapas se repetían una y otra vez. Era un círculo que estaba agotándome.
No era una erudita en relaciones ni amistades pero algo dentro de mí decía que buscaba a alguien que no deseaba ser encontrado quizás un novio, un amigo o alguien a quien yo desconocía. Si algo había aprendido a lo largo de los años era a no preguntar mucho: te mantenía fuera de líos y evitaba que escucharas información indeseada. La vida era mejor si las personas preferían contarte sus intimidades y no se sentían presionados a hacerlo de manera tal que las conversaciones se desarrollaban de manera más fluida.
No obstante, no devané mis sesos buscando respuesta al comportamiento inusual de la princesa dado que mi mente y mi cuerpo se encontraban tan agotados que pocas energías me restaban para realizar cualquier actividad. La razón residía en que los entrenamientos se habían tornado cada vez más y más exigentes llevando a mis músculos a implorar por una pausa, pese a ello de a poco iba encontrando el ritmo que Francisco esperaba de cada uno de nosotros. Dem me superaba por mucho pero siempre se mantenía cerca de mí para venir a mi ayuda en caso de necesitarla o simplemente para brindarme apoyo con su presencia.
Las cenas no variaron mucho en el tiempo transcurrido desde mi llegada, afortunadamente mi única amiga se sentaba junto a mí y la conversación pocas veces se dirigía a los sucesos que habían acontecido en mi vida; en esos momentos con elegancia me deshacía de ella y la arrojaba a algún ministro, ellos siempre se encontraban gustosos de hablar y ser el centro de las miradas de la monarquía. Eran pavos reales zarandeando sus plumas en busca de un poco de atención.
Por las tardes leía un poco, acompañaba a Demetria al cine –un gran recinto donde reproducían películas de manera gratuita, con una pantalla enorme y sillones realmente cómodos- y pasaba por la nave, explorando sus rincones intentando encontrar lugares vacíos y de interés para mis planes. Cada día descubría lugares nuevos y cuando quería volver a encontrarlos me era imposible debido al sinnúmero de habitaciones y salones que recorrían la embarcación. Mi mente, más aún, era una nebulosa a causa del cansancio y esa nave un gran laberinto.
—Tengo que enseñarte algo –comentó Dem, una noche mientras volvíamos del comedor luego de un almuerzo formal donde tuvimos que escuchar más conversaciones de ministros presumidos.
—¿Qué cosa?
—Mi mascota.
Sus ojos adquirieron un brillo emocionado y me arrastró hasta su habitación sin darme tiempo a preguntar. Las mascotas reales habían sido prohibidas hace miles de años y ni todo el dinero del mundo podía quitar esa prohibición dado que las especies que eran utilizadas como animales domésticos se habían extinto.
Sin embargo, dentro de su habitación, más precisamente junto a su cama –que parecía sacada de la mitad de un bosque- se encontraba un pequeño animal, sentado sobre sus patas traseras y comiendo de una diminuta bandeja de plata.
—Padroj, ven pequeño...
—¿Es un canino?
Mi voz estaba cargada de confusión lo que pareció no molestar a mi amiga.
El animalito separó su hocico de la comida y meneó su peluda cola con alegría. Era, sin lugar a dudas, la cosa más adorable que había visto a lo largo de mi vida. No era ninguna especie que apareciera en los libros de historia por lo que supuse que era un perro mestizo.
Demetria asintió, orgullosa.
—Soy la primera poseedora de uno en miles de años.
El pequeño animal se acercó a Dem, se paró sobre sus patas traseras y emitió un leve ladrido llamando su atención. Sus orejas se encontraban paradas y su cola no dejaba de menarse de lado a lado mostrando la alegría que le producía encontrarse junto a su compañera.
—¿No estaban extintos?
—Lo estaban –comentó con tristeza- pero en el año quince de la nueva era encontraron un laboratorio ruso con cigotos de miles de especies animales. El gobierno los tomó y hasta el anterior año estaban congelados, olvidados –recitaba las palabras como si se tratara de una conferencia y no de una conversación entre amigas, era reconfortante saber que no era la única un poco peculiar en la nave-. Fue idea mía traerlos nuevamente a la vida.
—¿Cómo lo lograron?
—¿Transformar un cigoto en un animal?
Asentí.
—Con las cápsulas de reproducción. Se modificaron para que el período de gestación fuera de sesenta y cinco días, y no nueve meses.
—Sorprendente.
—Lo sé, no podía creer cuando finalmente obtuve al primer canino de la nueva era.
—¿Tú lo creaste?
Sonrió, emocionada. Dando a entender que así había sido.
Demetria se encontraba en el proceso de formación para volverse bióloga, tan sólo le quedaban seis meses de clases y finalmente obtendría un trabajo formal. A mi pesar debía admitir que nunca sospeché que una princesa quisiera ejercer una ciencia como tal dado que en los estereotipos que había formado siempre estudiaban protocolo y relaciones. No obstante ello, Dem pese a su corta edad tenía a su cargo múltiples experimentos hasta ese entonces, siendo el de los animales el más importante. Padroj era el primer canino en nacer y sería el único hasta llegar a Terra Nova. Los meses de viaje serían su prueba, si lograba sobrevivir, más de su especie nacerían así como también de otras especies. Era una especie de Adán cachorro.
Malgastamos el resto de la tarde hablando de sus experimentos mientras paseábamos a Padroj por los corredores principales con una llamativa correa roja y un collar con cascabel. Los nobles y los sirvientes se quedaban atónitos al ver a la pequeña bestia, se apartaban rápidamente o bien se quedaban inmóviles cuan estatuas en su lugar seguramente pensando que si no se movían no iban a ser sus presas.
Al llegar la noche, Demetria y yo nos dirigimos al comedor luego de haber dejado al pequeño animal en su habitación. La princesa le había comprado una pequeña cama que había logrado que diseñaran exclusivamente para el animal y la había colocado al lado de la suya. Padroj animadamente la aceptó y se quedó durmiendo sin preocuparse por su dueña y mucho menos por la inmensidad que lo rodeaba.
Al igual que todas las noches, éramos las primeras en llegar a nuestra mesa y debíamos esperar hasta que el último comensal arribara al salón para poder finalmente probar bocado. La tarea era sumamente dificultosa pues en todo el comedor habitaba un aroma delicioso que se colaba por las paredes. Utilizábamos, entonces, los minutos de soledad en analizar a los nobles de las mesas cercanas a medida que los mismos iban tomando asiento. Pese a la creencia popular de que los gobernantes debían conocer a todos sus súbditos, la realidad era que ninguna persona podría memorizar billones de caras y nombres.
La mayoría de los nobles eran, por consecuencia, desconocidos para la princesa y mucho más para mí.
—El hombre obeso de la esquina, el de pañuelo rojo y monóculo.
Mire al hombre y reí. No era difícil adivinar su profesión, nadie utilizaba lentes ni mucho menos monóculos pues la visión de todos los pangeanos era perfecta desde nacimiento consecuencia de la manipulación genética.
—Artista.
—Yo también lo creo.
—La señora de vestido amarillo limón, sentada junto al anciano de saco dorado.
—Es obvio que quieren llamar la atención de lo contrario no usarían colores tan llamativos pero sigue siendo difícil.
Sonreí, complacida. Tampoco podía adivinar su profesión a primera vista y eran esa clase de personas las que le proporcionaban un toque de suspenso a nuestro juego.
—No lo es.
Volteamos a la misma vez hacia la voz que había interrumpido nuestro juego, con la misión de fulminar al responsable con la mirada hasta que se alejara o al menos dejara de entrometerse. Parado frente a nuestra mesa se encontraba el joven misterioso al que Demetria había señalado como su hermano. Vestía con unos simples vaqueros oscuros, una camisa color celeste y zapatos de vestir negros. Su cabello estaba revuelto y se veía como un pez que había sido arrastrado fuera del agua.
Efectivamente y comprobando lo que Dem me había mencionado, pude distinguir el peculiar color de sus irises: uno de sus ojos era violeta mientras que el otro de un profundo color café.
—Perseo...
—No me llames así, Demetria.
Su rostro adquirió una mueca de enfado que duró tan solo unos minutos para luego ablandarse pero manteniendo su semblante serio. Tomó asiento frente a su hermana y levantó un trozo de pan el cual partió para luego llevarlo a su boca. Sus movimientos eran seguros y agraciados pese a no tener idea de lo que estaba haciendo, sus ojos lo delataban.
—¿Entonces?
Elevé mis cejas y lo observé, esperando una respuesta que valiera la pena la interrupción.
—¿A qué te refieres?
—¿Quién es la señora?
Me dedicó una leve mirada de asombro debido a que mis palabras no titubearon ni un segundo, mirada que duro un nanosegundo pese que para mí fue toda una eternidad. Finalmente, echó un vistazo a la mujer de amarillo y dijo su respuesta sin más, como si la conociera de toda la vida.
—Es psicóloga.
—Es imposible que sepas eso con sólo verla.
No entendía qué era lo que me impulsaba a actuar de esa manera con él, con tanta confianza como si lo conociera de toda la vida. Pero algo dentro de sus ojos, algo en su actitud me decía que no era como los demás. Él era como Demetria, incluso una rareza mayor.
—Estoy de acuerdo con Nisa. Debe ser arquitecta.
Demetria observó a su hermano y éste a su vez la miró, sumergiéndose en una duelo de miradas que duró unos largos segundos hasta que la princesa finalmente parpadeó.
—Podrías defender tus ideas.
Perseo sonrió, una pequeña sonrisa dedicada a su hermana que demostraba cuanto la quería realmente pese a tratarse de manera tan distante entre ellos. No sabía lo que era tener un hermano, la mayoría de los pangeanos no lo sabíamos pero estaba segura que si en algún momento existía la remota posibilidad de poder contar con uno, deseaba una relación como esa.
—La manera que mira a las personas dice a gritos que las está analizando. Se regodea con saber sus secretos ocultos, lo que impulsa a sus acciones.
Lo observé, atónita. ¿Qué había comido este muchacho?
—Eso y que fue la encargada de mi prueba.
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Hello!!! ¿Qué tal su semana? ¿Primeras opiniones sobre Perseo? ¡Ay, ya quiero que lean los próximos capítulos!
Pregunta de la semana: si pudieran elegir un color de ojos y formar parte de la sociedad de Pangea, ¿cuál elegirían?
Gracias por leer, votar y comentar. ¡Hasta el próximo Domingo!
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