Capítulo 07
Cuando el reloj marcaba las diez de la mañana, la nave Nar despegó de la Capital con destino a la estación espacial. Junto a mí se encontraba Zeta, Adeline, el señor del hotel y una docena de personas más a las que nunca había visto pero habían permanecido en Pangea más de la cuenta para asistirme.
Nar era como cualquier otra nave espacial del Gobierno: transparente para poder observar el espacio, creado de diamante para soportar el viaje y con forma oval. Poseía propulsores alrededor de todo su perímetro y contaba con veinte asientos reclinables color blanco formando dos filas de diez, las mismas enfrentadas. Era dirigida por la estación por lo cual no necesitaba piloto y aseguraba un viaje sumamente rápido y sin complicaciones.
Sentí mi cuerpo vibrar en su totalidad en los doce minutos que la nave tardó en traspasar la atmósfera y llegar a la estación donde finalmente se detuvo en un recinto cerrado. Contuve el aliento un millar de veces, observando el espacio abierto que me rodeaba y que envolvía a la nave con un manto de oscuridad. Tan pacífico y peligroso a la vez que se robaba todas las miradas.
La estadía en el Centro espacial no difirió mucho de mi parada en la Capital, fui sometida a múltiples pruebas tanto físicas como psicológicas, pasando todas con éxito para sorpresa de los científicos astronautas pues ningún trabajador de ojos azules y grises podía imaginar que una mujer que no fuera de la nobleza contara de una excelente salud.
Muchas pruebas consistían en resolver problemas, mayormente matemáticos, después y mientras era sometida a estímulos tales como ruidos molestos, movimientos bruscos e imágenes de mis padres y Ayman. Debí realizar rompecabezas y sudokus, responder preguntas y dibujar según las consignas que me daba una enfermera. Finalmente, tuve que correr en una cinta mientras el oxígeno de la habitación y la gravedad cambiaban hasta que mis pulmones y músculos ardieron por el esfuerzo.
En los minutos libres entre exámenes puede disfrutar de la soledad y de la vista en primera plana del espacio echando un pequeño vistazo a la inmensidad que me engullía.
Más aún pude descubrir aspectos de la nobleza que iban a ayudarme en la adaptación tanto en B-shop como el resto de mi estadía en la estación espacial. Intenté anotarlos en mi cuaderno pero el mismo me había sido arrebatado y dudaba en recuperarlo, por ello los enumeré y repetí en mi mente una y otra vez para familiarizarme con lo que había aprendido.
1. Procurar no soltar comentarios indiscretos (sumamente difícil dada las condiciones)
2. Agradecer con un leve asentimiento (sólo cuando la situación lo ameritaba)
3. No agradecer en exceso
4. Caminar con los hombros rectos y la frente en alto
5. Colocar ambas manos en la mesa de manera relajada al comer
6. No hablar de política (al menos en público)
7. Saludar a los monarcas con una leve reverencia
Adeline desapareció de mi vista desde el momento en que arribamos y estaba segura que ambas nos sentíamos sumamente a gusto sin la presencia de la otra. Era una relación forzada que afortunadamente había llegado a su fin.
La comida fue estupenda y me recordó en cada bocado a casa. Al igual que en Pangea, los martes eran día de vegetales asados, y la comida llegaba a las habitaciones a través de un pequeño ducto. La carne, al igual que en el planeta, era sumamente cara por lo cual nunca formaba parte del menú, a menos que se pagara o fueras la invitada de los reyes en un costoso hotel.
Las habitaciones eran completamente diferentes a lo que había visto dado que todos los muebles estaban empotrados al suelo y a las paredes para evitar que se volcaran, eran de un material similar al aluminio que seguramente había sido conseguido en otro planeta; contaba con amplias ventanas permitiendo observar el espacio y con luces tenues que recorrían como molduras las paredes.
Conciliar el sueño fue lo más sencillo que había hecho ese día y me sentí plenamente feliz de poder descansar sin interrupciones. Al día siguiente iba a ser la última en ser trasladada a B-shop por lo que podía disfrutar del almuerzo y de la soledad en ese magnífico lugar que quedaría en desuso para siempre.
Comí mi porción de tarta de verduras en el comedor desierto, sintiéndome como la única persona en el mundo. Leí un pequeño libro que encontré en la biblioteca y finalmente me embarcaron en una nave similar a Nar pero de dimensiones reducidas. Canté una canción de cuna todo el camino, intentando mantener mis nervios a raya.
Al llegar a B-shop al menos diez minutos después un chico de mi edad de cabello oscuro esperaba por mí, vestía un traje azul con el logo Wang por lo que pude deducir que era del servicio de la nave. Me saludó con un gesto de cabeza y me indicó seguir las luces verdes hacia mi dormitorio.
—Mi nombre es Ethan –murmuró, procurando que las cámaras no lo escucharan.
Lucía nervioso, casi como si temiera que lo acusara por haber revelado su nombre a la ganadora del concurso como si el hecho de que mi nombre hubiera sido anunciado al aire significaba que era superior a él. Sus manos se encontraban en forma de puño y su rostro manchado con una leve cicatriz violeta era un claro ejemplo del agotamiento de la clase obrera.
—Mucho gusto. Soy Nisa –contesté en el mismo tono que él esbozando una pequeña sonrisa.
Ethan al igual que yo no pertenecía a B-shop, sus movimientos eran forzados y su sonrisa pese a ser amable, un poco fingida. Sus ojos eran de un intenso color marrón y eso fue lo último que necesite para que me agradara.
Las luces me condujeron por siete pasillos distintos todos de color blanco, con pisos de madera brillante y caminos de luces en las paredes. Las mismas me hicieron subir a un ascensor completamente de cristal y marcar el número doscientos, me señalaron descender del mismo y caminar por otro largo pasillo de apariencia similar con la diferencia que del techo pendían lámparas de cristal y las paredes habían olvidado su color blancuzco. Finalmente las luces se detuvieron en una enorme puerta doble de madera con un camino de luces en el centro que poco a poco se apagaron sin dejar rastros de su existencia.
—Favor de colocar su pulgar en el lector de huellas.
Seguí las instrucciones de la voz robótica y esperé sin estar segura de lo que debía hacer a continuación. Las puertas se abrieron para mí, mostrando su maravillo interior y dejándome anonadada por la belleza de las decoraciones de las cuales había sido privada por años.
—Bienvenida, Aanisa.
—Gracias... supongo.
Recorrí con mis ojos cada rincón, quedando alucinada al instante. Mi habitación era lo que se llamaba un penthouse o algo bastante similar a ello, ocupaba el último piso de la nave y a su vez, contaba con dos niveles. En la planta baja se encontraban la sala de estar y un comedor formal, el cual carecía de funcionalidad pues las comidas eran servidas en el comedor de la nave. En un rincón, bajo las escaleras había una enorme biblioteca con libros reales, de papel, y un enorme sofá que lucía verdaderamente cómodo. Junto a la biblioteca descansaba un pequeño escritorio blanco cuyas patas estaban arduamente trabajadas para lograr que las mismas lucieran como una enredadera de flores. La decoración era de un precioso color gris, combinado con blanco, verde agua y rosa claro.
En la planta superior, se encontraba la habitación con un enorme vestidor repleto de prendas –Zeta las había elegido para mí y tal como había asegurado, había mudas para cada posible ocasión- y un baño extremadamente lujoso. No solo había una ducha sino también una bañera con hidromasajes, aunque ni siquiera sabía su significado. La voz robótica se encargó de enseñarme el funcionamiento y el objetivo de todo lo que me rodeaba y, por un pequeño momento, pensé que quizás no era una mala idea viajar a un nuevo planeta.
Tomé un largo baño en la rara tina al terminar de escuchar todo lo que la voz tenía para decirme, explorando todas sus funciones mientras leía un libro titulado El Principito. Mamá amaría tener un baño así, descansar recostada en el agua luego de un largo día. Papá, en cambio, estaría encantado con la biblioteca. Se sentía realmente injusto estar allí, disfrutando de todo eso cuando mis padres estaban trabajando y no conmigo pese a haber lugar de sobra.
Salí de la bañera cuando la piel de mis dedos adquirió la apariencia de una pasa, me coloqué las cremas que Zeta me había recomendado y me quedé diez minutos de pie esperando que las mismas secaran. Quizás no debía aplicarlas todas juntas.
Me vestí con unos sencillos pantalones de jean, camisa blanca, sweater negro y zapatos bajos. Zeta se hubiera infartado al ver mi ordinario atuendo siendo que había elegido prendas de todos los colores. Sólo si fuera obligada y mi vida dependiera de ello, utilizaría los zapatos-zancos y ropa que llamara la atención. Se sentía raro desperdiciar tanto tiempo en mi apariencia, toda mi adolescencia había carecido de tiempo de ocio por lo cual siempre lucía sencilla y cómoda. Agradecí, mientras me vestía, la buena decisión de los antepasados Wang de dejar de invertir en moda y recrear la que se utilizaba en el siglo XXI, pues se había determinado que era la indumentaria más agradable, rápida de colocar y favorecedora.
Salí de mi habitación con parsimonia, cargado la guía de actividades y lugares; estaba dispuesta a recorrerlos todos para no sentirme como pez fuera del agua cuando me cruzara con alguien, más aún necesitaba encontrar personas con quien hablar para poder llevar mi plan a cabo.
La nave contaba con gimnasio, piscina, spa –el significado de dicho lugar se escapaba de mis conocimientos-, sala de proyecciones, tiendas de ropa y calzado, enfermería y un centenar de lugares más enumerados en una lista que ocupaba tres páginas. Decidí comenzar con el comedor pues mi estómago rugía con fuerzas y necesitaba alimento para pensar correctamente.
Debí subir al ascensor y bajar ciento noventa pisos para finalmente llegar. ¿Existía necesidad de mantenerme tan alejada de la comida?
—¿Aanisa Blair?
Giré hacia la voz que pronunciaba mi nombre erróneamente, encontrándome con una chica rubia cuya edad rondaba los quince años, parada en el centro de uno de los ascensores.
—Es Aanisa Brais –corregí, observándola.
La rubia caminó hacia mí los diez metros que nos separaban, emocionada, y al llegar a mí me abrazó con una fuerza asombrosa para su delgado cuerpo. Actuaba como si nos conociéramos de toda la vida excepto que era la primera vez que la veía en mi vida.
—¡Que suerte la mía! ¡Te encontré en tu primer día! –exclamó, zarandeándome un poco.
¿Todos los nobles de su edad eran tan entusiastas o sólo había tenido la desgracia de cruzarme con una?
—¿Disculpa?
La chica me soltó lentamente, luciendo un poco avergonzada por sus acciones. Bajó su cabeza, escondiendo su rostro en con una capa de perfecto cabello rubio, como si la hubiese regañado su propia madre.
—Lo siento. Estaba emocionada por conocerte.
La observé cuidadosamente, evaluando su aspecto y su actitud. Medía alrededor de metro setenta, su piel era color durazno casi como un bello bronceado, su cabello caía en hermosas ondas y vestía un sencillo vestido floreado que le llegaba a la altura de las rodillas. Al igual que yo, llevaba zapatos bajos.
—Descuida –coloqué mi mano sobre su hombro, intentando que mis movimientos parecieran naturales- me tomaste por sorpresa. Soy Nisa, ¿tú eres?
—Me llamo Demetria.
Levantó su rostro, con una expresión animada. Sus labios lucían una enorme sonrisa y sus ojos... eran violetas.
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¡Buenas! ¿Aanisa acaba de cruzarse con la realeza? ¿Qué creen que sucederá?
Gracias por leer y votar =)
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