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Capítulo 05

Me quedé estática, conteniendo la respiración y con la mirada fija en la pantalla. Ahí estaba mi nombre, en grandes letras acompañado de una fotografía en primera plana de mi rostro, la misma que me tomaron en mi primer día como historiadora en la Sede Central. Lucía feliz, mis ojos resplandecían y mi piel se veía sumamente sana, a pesar de la contaminación. Sonreía, mostrando mis dientes. Sin duda ese día había sido feliz, pero se sentía tan lejano a pesar de su proximidad.

Observé a mis padres, quienes estaban a mi derecha y sus rostros tenían una expresión similar a la mía. Mamá, además, lloraba desconsolada vertiendo lágrimas en silencio y con una de sus delicadas manos apoyada sobre su boca.

No, no, no, no. ¡NO! Esto no debía pasarme a mí.

Las palabras se repitieron sin cesar en mi mente como una canción de pocas estrofas fácil de recordar. No podía apartar mis ojos de la imagen holográfica que poco a poco se desvanecía olvidándome de escuchar como finalizaba el anuncio. Mis padres hablaban pero tampoco era capaz de entender sus palabras dado que las mismas llegaban a mis oídos como balbuceos.

Yo amaba Pangea, cada lugar, cada persona. Amaba mi trabajo y todo lo que me rodeaba. Pero sobre todo amaba a mis padres y los necesitaba junto a mí. No podía imaginar la vida junto a nadie más que a ellos, nunca había tenido buenos amigos y tampoco un noviazgo, no tenía idea lo que era no estar junto a ellos.

Solté un sollozo y rompí en lágrimas que bajaron con rapidez por mi rostro siendo empujadas por las siguientes. Esto no podía pasarme a mí. ¡Yo ni siquiera aprobaba la maldita nave!

—Tranquila bebé –susurró mi padre, mientras me abraza y acariciaba mi cabello con esa ternura que lo caracterizaba pero que en ese momento sólo conseguía molestarme a sabiendas de todo lo que se me estaba negando-. Todo está bien.

Negué con la cabeza. No, nada de eso estaba bien.

Nada nunca había estado bien.

—Esta es una oportunidad única, cielo –comentó mi madre intentando sonar optimista aunque su rostro lleno de lágrimas profesaba todo lo contrario-. Terra Nova ha ganado una excelente persona y una historiadora de lujo.

—No quiero dejarlos –susurré, disfrutando finalmente el abrazo apretado que ambos me daban. Me sentía protegida, encerrada en sus brazos y la idea de partir a años luces de ellos rompía mi corazón por completo-. Mi lugar es aquí, con ustedes.

—Eso no lo sabes –dijo papá, con una sonrisa forzada- nunca has ido a ningún lugar sola. Puede ser la oportunidad que cambie tu vida, y la de muchos. No la desperdicies.

Asentí, muy poco convencida y sequé las lágrimas de mi rostro con el último rastro de cordura que me quedaba. No quería que la última imagen que tuvieran de mí fuera la de una niña débil que se rendía ante las circunstancias que le presentaba la vida. No, ellos debían recordarme como siempre fui. Como su hija Nisa, entusiasta y siempre dispuesta a probar cosas nuevas.

—Quiero escribirle a los abuelos –anuncié, deshaciéndome con pocas ganas de su abrazo.

Si lo que decían era cierto, pronto vendría alguien a buscarme para llevarme a la Capital y quería despedirme debidamente de todos ellos. No podía soportar la idea de irme del planeta sin decir las palabras correctas. Más aún, a pesar de que la advertencia no había sido pronunciada la escuchaba en mis oídos como un murmullo del más allá: si no cooperaba y viajaba a Terra Nova como se me había ordenado tácitamente, sería el último día en que respiraría.

En mi habitación, tomé mi cuaderno de cartas y escribí uno a cada uno de los que amaba, inclusive a mi vecina Pía con la intención de que en su tiempo libre que cuidara a mi familia pese a no saber si cumpliría. Las guardé en sus respectivos sobres y les coloqué el nombre con una caligrafía casi perfecta que había estudiado por años.

Cada una, con excepción de la de Pía, finalizaba con una promesa que procuraba cumplir aunque mi vida terminara en el intento.

Voy a volver.

Una hora más tarde un oficial de seguridad se presentó ante nuestra puerta, vistiendo su usual uniforme verde pasto hecho con un material sumamente duro para protegerlo: septum. Septum era un mineral que habían encontrado en el planeta Marte astronautas de la vieja era sumamente maleable, permitiendo que se utilice para múltiples fines, y extremadamente resistente. En su momento era utilizado para la guerra, ahora tenían un uso similar: las fuerzas de seguridad.

Las expresiones de sus maduros rostros eran de puro profesionalismo y seriedad pero estaba segura que ellos no querían estar allí, con la niña que había ganado el sorteo y a la que debían custodiar para asegurarse de que cumpliera con su parte del trato.

Me despedí de mis padres con un fuerte abrazo y un te amo susurrado en sus oídos. Les había indicado que debían enviarle las cartas a los abuelos y a Pía, y las suyas debían leerlas en su aniversario. Santa naturaleza, los iba a extrañar con cada célula de mi cuerpo.

Mi único equipaje era mi cuaderno y la caja verde que me habían enviado mis abuelos, esperaba poder usar el hermoso vestido en alguna ocasión. Caminé con parsimonia hasta el camión de los oficiales y me senté en el asiento trasero, sintiéndome como un pez fuera del agua.

Yo no pertenecía a la nobleza y mucho menos a la monarquía pero estaba dispuesta a ganarme un lugar entre ellos para poder volver a mi tierra natal. Los convencería de hacer lo correcto, necesitaba convencerlos.

Me mantuve serena durante todo el camino, por fuera si bien aparentaba tranquilidad por dentro esperaba el momento en que me encontrara finalmente sola pues necesitaba llorar cuan bebé y llamar a mis padres. El camino en camión no duró mucho, diez minutos quizás. Bajamos en la estación de trenes y me indicaron subir a uno que lucía muy distinto a los normales no sólo por su forma aerodinámica sino por el brillo que desprendía incluso a la luz de los faroles, sin duda era de la dinastía Wang. Era de un color plata precioso como el de una perla, con forma de bala y grande ventanas a los lados cuyos cristales no me permitían ver su interior. La puerta estaba abierta y de ella se desprendían unas escaleras de metal.

Subí tras los guardias y observé el lugar. Por dentro todo era de un suave color maíz, los asientos no eran los usuales de plástico desgastados por los años de usos, en su lugar se hallaban sillones y cada uno contaba con su propia pantalla. Había también una pequeña heladera y algo similar a una cocina pero de dimensiones reducidas que nunca antes hubiera imaginado ver en persona. Poseía una mesa de madera oscura, con sillones más pequeños enfrentados, adornándola y brindándole un torpe intento de privacidad. Del techo, colgaban lámparas de araña y las ventanas tenían cortinas que podrían valer un millón de tianes, de un profundo color rojo.

Todo era tan costoso que no podía siquiera imaginar cuantos hogares podrían ser alimentados con una pequeña porción de esa máquina que servía recordatorio sobre el excesivo poder que manejaba la monarquía frente a una sociedad desigual.

—Tome asiento, señorita –me indicó un guardia-. En breve llegaremos a la Capital, un asesor vendrá a verla en minutos.

Asentí y me encaminé a uno de los sillones de manera casi robótica, me senté con cuidado temiendo romperlos y observé a los guardias con disimulo. Los mismos se retiraron por una puerta de hierro hacia lo que parecía ser la sala de control.

Me mantuve quieta, observando por la ventana a medida que el tren avanzaba a velocidades vertiginosas. Llegado un momento, lo único que veía eran colores difusos en contraposición con la oscuridad de fondo. Odiaba la rapidez con la que se movían los vehículos, a pesar de conducirnos al fin del mundo en horas, prefería ir lento para poder observar los paisajes nuevos.

—Buenas noches, señorita.

Dirigí mi mirada velozmente hacia la persona que había pronunciado dichas palabras. Allí, parada en el umbral de la puerta por donde se habían retirado los centinelas, se encontraba una mujer que rondaba la edad de mi madre. Vestía un costoso traje rojo con una camisa blanca impoluta, sus pies llevaban unos extraños zapatos que tenían una varilla adherida a la suela, en la parte de atrás como si de zancos se tratara. Se veían innecesariamente incómodos.

Su cabello era corto y rizado perfectamente peinado hacia atrás, su piel blanca como la nieve, sus ojos puramente azules –denotando su nobleza- y su cuello largo llevaba un collar de perlas.

—Buenas noches –respondí, con voz ronca.

—Imagino que esta fue una sorpresa para ti –sonrió, sus palabras parecían estudiadas incluso cuando intentaba hablar con naturalidad- entre tantas personas fuiste tú. Eso es lo que llamo destino.

La miré en silencio, sin saber cómo responder a eso. Estaba segura que decirle que para mí se llamaba infierno no era una buena forma de empezar una relación y mucho menos de ganarme su confianza.

Recuerda el plan, Nisa.

—Ven, acompáñame –me pidió, señalando la mesa.

Seguí sus pasos hasta el lugar y me senté frente a ella, desde ese lugar podía observar todos sus gestos.

—Verás, esta es una oportunidad única pero para que puedas ir a B-shop primero debes someterte a estudios médicos, como sabes no todos los miembros de las clases inferiores cuentan con buena salud. Es para prevenir problemas en el futuro.

Fruncí el ceño molesta. Clases inferiores. Estúpida mujer.

—Luego de los estudios, en los que estarás dormida para tu comodidad, te enviaremos con un asesor de imagen. El mismo arreglará tu cabello, piel, uñas... ¿No es estupendo? ¡Y todo gratis!

—Genial...

—Él también elegirá tu ropa, la que enviarán a tu habitación y le debes contar tus gustos así puede elegir la decoración para tu nueva habitación y posteriormente tu residencia en Terra Nova. Sabemos que eres historiadora pero por el momento nadie va a necesitar tus labores... considera esto unas vacaciones.

¿Acaso había hablado de mi profesión despectivamente? Al menos yo tenía valores, señora.

—Luego de eso, iremos a la estación espacial donde estaremos un día y científicos evaluarán nuestra reacción al cambio de ambiente. No te preocupes, la gravedad es la misma y el aire es puro. Nada puede salir mal, tranquila.

Por supuesto, señora. ¡Nadie nos enviaría a una estación espacial a morir! Hay lugares más cercanos para asesinarnos, como por ejemplo, una fábrica siendo obligados a trabajar en condiciones espantosas.

—En B-shop tendrás tu propia habitación, acceso exclusivo a todas las comodidades, comida ilimitada, libros y todo lo que desees hacer dentro de los límites establecidos y aceptados para los pasajeros. Pero, como Terra Nova tiene una gravedad un poco distinta a la nuestra, debes ejercitarte a diario para estar en condiciones de soportar el cambio. ¿Entendido?

—Entendido.

—Una última cosa; tus padres podrán comunicarse cada semana contigo pero tú solo una vez hasta llegar a destino. Intenta utilizarla bien.

Asentí.

—Bien, estamos llegando. Prepárate, todo Pangea espera por ti.

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¿Emocionados por el nuevo viaje de Nisa? ¿Qué creen que pasará?

Gracias por leer la historia, comentar y votar es la única manera en la que Entropía puede llegar a más personas. Si les gustó el capítulo, no se olviden de recomendarla =)


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