Esa noche y la siguiente no pude dormir por más de unos minutos, mi mente divagaba con posibles hipótesis una más descabellada que la otra. Esa carta no había sido casualidad, estaba segura que no habían muchas Aanisa Brais en Pangea pertenecientes a la misma clase social que yo pero la razón por la cual había llegado a mi puerta se me escapaba de los dedos cual arena.
Unos minutos más tardes de leerla, mi padre había entrado a mi habitación cargando en su mano una caja verde y un sobre.
—Es de tus abuelos –me informó.
En la caja había un hermoso vestido de verano color blanco con tirantes finos y suelto, tenía una pequeña abertura en forma de lágrima en la espalda y era de mi talle. Era obra de la abuela.
La carta, a diferencia de la que carecía de remitente, contenía dos hojas en la que mi abuelo relataba los sucesos que acontecían su vida y me adjuntaba algunas frases de sus autores literarios favoritos, algunas resonaban en mi mente más de lo debido como si mi abuelo supiera lo que ocurría y había enviado pensamientos de grandes autores en consecuencia.
"Incluso en el mejor de mis tiempos me sentía como en el peor de ellos, la sabiduría que aseguraban llegaba con la madurez se había evaporado dejando en su lugar insensatez. Mis creencias habían sido reemplazadas por incredulidad, mi luz por oscuridad y mis esperanzas por desesperación".
"Crees que tus posibilidades son finitas, escasas y poco adecuadas pero un segundo de vacilación puede crear muchas oportunidades más".
"La eternidad depende de las decisiones de hoy".
Esperé todo el sábado en casa, sin salir, el arribo de una nueva carta que nunca llegó. Mis uñas estaban a punto de desaparecer debido a mi ansiedad y estaba segura que mis ojos estaban adornados con unas profundas ojeras que de ser examinadas por un médico se vería en obligación reportarme. Nunca antes me había sentido a punto de colapsar, ni siquiera cuando tenía un examen importante o cuando perdía el tren y llegaba tarde a clases.
El domingo llegó a paso lento y del mismo modo transcurrió, di lo máximo de mí para concentrarme en mis labores ya que otra queja del jefe sobre mi conducta infantil no era lo que necesitaba, pero mi mente volvía nuevamente al mismo lugar una y otra vez.
Prepárate.
Que rara manera de asustar a una persona.
—Deberíamos ir por un helado –aconsejó papá a la hora del almuerzo, intentando animarme. El helado era mi postre favorito cuando niña y pese a haber cambiado de opinión con el pasar de los años, disfrutaba comer uno con mi padre de vez en cuando dado que me hacía sentir pequeña otra vez.
Él sabía que algo me ocurría pues su instinto paterno se lo decía y encendía luces rojas al estar cerca de mí pero prefería esperar a que se lo contara cuando la necesidad llamara a mi puerta y no intentaba forzarme, en cambio sugería planes para distraerme y me contaba chistes dignos de ser tirados a la basura. Era una de mis cosas favoritas de papá.
—Estamos en invierno, pa –señalé con una pequeña sonrisa- no venden helados en esta época.
—Un café, entonces.
Asentí con la cabeza y en nuestro descanso de las tres de la tarde hicimos una escapada por un café y una tarta de manzanas, la cual compartimos mientras hablábamos del trabajo y de mamá. Papá me contó que quería comprarle algo lindo pues pronto cumplían veinticinco años de casados y era una fecha muy especial, escuchó mis consejos y también se quedó callado en determinados momentos esperando que le comentara lo que me distraía.
No estaba dispuesta a contarle a papá sobre la carta y cual nerviosa me había puesto pese a confiar ciegamente en él; tanto él como mamá eran un poco temerosos y estaba segura que la llevarían al Centro de Seguridad para someterla a un análisis y encontrar a los culpables. No quería perderla de vista y mucho menos preocupar a mis padres, por ello y para mantener un poco de cordura intenté actuar normal el resto del día.
Al llegar a casa comimos escuchando a mamá hablar de su día y escuchamos un mensaje que Timothy me había enviado por intermedio del microordenador de mamá. En él me exigía ir a visitarlo pues afirmaba que lo había dejado de lado por unos papeles sucios. Esas habían sido sus palabras.
Viejo loco.
Los domingos eran días de pastas Pangea –a menos que pudieras pagar algo distinto- por lo que esa noche por el tubo de alimentación habían llegado tres platos de espaguetis al pesto, un pequeño pan, una botella grande de agua y tres alfajores como postre, lo que me resultó completamente extraño pues la Oficina de Alimentación afirmaba que era mejor comer una fruta como postre e ir a dormir liviano.
En el año cien de la nueva era, el Gobierno había decidido que era una pérdida de espacio, tiempo y recursos que cada familia se cocinara en su propio hogar, por ello instalaron ductos en todos los edificios que conducían a la Oficina de Alimentación por donde algunos chefs nos enviaban alimentos una vez al día en días laborales y tres veces los sábados. En los cumpleaños solían enviar un pequeño muffin y en los aniversarios una barra de chocolate.
Si la idea era comer algo distinto se debía insertar el pedido en la pantalla plana conectada al tubo y el número de cuenta bancaria para realizar la correspondiente extracción. En casa nunca solíamos comprar comida distinta a la del día pues nos parecía una pérdida de dinero, en cambio, solíamos gastarla en días libres o en libros digitales.
Cuando el reloj digital marcó las nueve de la noche, las luces de casa se apagaron por completo dejándonos sumidos en una densa oscuridad. En mis veintiún años de vida nunca había experimentado algo similar.
—Tranquilos –dije sin moverme de mi lugar- debe haber una explicación.
Dos minutos después una tenue luz azul se encendió en la pantalla plana de la sala, indicándonos que debíamos acercarnos. Me moví tan rápido como mi cuerpo me lo permitió, impulsada por la curiosidad que caracterizaba a los historiadores. En la pantalla resaltaba en letras blancas una sencilla indicación seleccione su estado.
Presioné la frase con mi dedo índice y automáticamente la imagen cambió a un mapa de Pangea. Seleccioné el Estado de Ayman y luego mi ciudad, tal como lo indicaban las instrucciones que eran recitadas por una voz monótona.
—Me pide que coloquemos nuestra dirección –informé a mis padres, extrañada.
—Debe ser para el sorteo.
Mamá tenía razón, las únicas veces que la pantalla se había encendido sin nuestro consentimiento esa semana había sido por el bendito sorteo.
Coloqué nuestra dirección y esperé a que el sistema procesara nuestros datos. En este hogar habitan: Levi Brais, 50 años-Historiador. Kirvi Brais, 48 años-Enfermera. Aanisa Brais, 21 años-Historiadora. Si la información es correcta seleccione OK, de lo contrario seleccione MODIFICAR.
Tal como lo indicaba la pantalla, seleccioné OK. Por favor, aguarde unos instantes.
Las luces volvieron a encenderse, como si nada hubiese sucedido, pero el mensaje en la pantalla continuaba resplandeciendo sin modificarse. Miré a mis padres, quienes esperaban pacientes sentados en el sofá de tres cuerpos. Sus rostros expresaban confusión al igual que el mío y sus ojos gritaban intranquilidad pero sus labios permanecieron sellados.
Papá me hizo una seña para que los acompañara y, sin dudarlo, me senté junto a mamá a esperar. Por fortuna habíamos terminado de comer o nuestros alimentos estarían fríos cual hielo.
Nada sucedió en los siguientes cinco minutos y empezaba a impacientarme, odiaba que nos hicieran esperar tanto por un sorteo cuya posibilidad de salir ganador eran una en siete mil millones. Muy esperanzador diría el ministro con cinismo.
Estaba segura, de todas maneras, que una de las razones de la espera era que todos los habitantes debían ingresar sus datos y muchos de ellos no estaban acostumbrados a usar la tecnología de recreación de manera regular. Más aún, lograr que siete mil millones de personas ingresaran sus datos con rapidez debería ser considerado un milagro si llegaba a suceder.
La imagen finalmente cambió y se transformó en el escudo de los Wang, el escudo de Pangea. El mismo fue acompañado por el himno y al finalizar, mostró la imagen holográfica de los reyes y sus dos hijos en ropa de gala, sentados al trono. Junto a ellos había un señor, el secretario del rey, quien tenía en sus manos una pantalla plana pequeña.
Era de público conocimiento que los reyes habían adoptado a un niño de clase obrera hace muchos años, pero en la imagen no había nadie más que ellos. Supuse que querían que su identidad quedara en el anonimato para protegerlo.
—Buenas noches, queridos pangeanos –comenzó el rey, sin pararse de su asiento y con una pequeña sonrisa adornado su rostro-. Nos encontramos con ustedes por este medio, luego de esta larga espera para informarles los resultados del sorteo tal como se había prometido. Como sabrán, todos ustedes debieron ingresar su información en la pantalla de sus casas, la razón reside en que consideramos justo que todos y cada uno de ustedes tuvieran idéntica posibilidad de participar y la esperanza de ganar.
Sí, como no.
—B-shop 3046 partirá con destino a Terra Nova en dos días, el ganador será conducido inmediatamente luego del anuncio a la Capital de Pangea a fin de someterse a un estudio médico y psicológico–explicó la reina, con una sonrisa que intentaba parecer cálida y bondadosa pero que resultaba burlona mientras expresaba cómo nos iban a abandonar- luego viajará a la estación espacial Wang para que pueda acostumbrarse al cambio. Finalmente, el día martes será trasladado a su habitación de B-shop para comenzar este grandioso viaje.
A pesar de lo que suponía el anuncio, ni un músculo de mi cuerpo se movió y mi mirada permaneció fija en el holograma de la realeza a quienes empezaba a despreciar lentamente.
—El ganador del concurso es, entonces –dijo el rey, mientras recibía la pantalla pequeña sin siquiera dedicarle una mirada a su secretario. Colocó su dedo pulgar sobre la misma para poder desbloquearla con su información biométrica, recorrió con su vista el nombre y luego miró nuevamente a la cámara para anunciar al pobre ser humano que debería abandonar para siempre a su familia- Aanisa Brais del Estado de Ayman.
-------
Espero que la historia esté siendo de su agrado. Si no lo han notado, ¡tenemos nueva portada!
¿Cómo creen que reaccionará Aanisa? ¿Su abuelo estaba enterado de que ella ganaría el sorteo?
Gracias por leer =)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro