INTERMEDIO | La carta
*
—¿Cordialmente? —dice Fox con una risotada—. ¿Qué de todo ha sido cordial?
Estira el cuello frente al espejo. Quita otra sección de espuma y barba con la navaja. Revisa el resultado con las yemas de los dedos, pero no satisfecho, sigue tallando mientras el fuego de la chimenea saca destellos al metal.
—Suena como una hermana mayor que quiere proteger a la más pequeña —murmuro.
—Pero su pequeña se ha cruzado en nuestro camino por voluntad propia, así que se jode. —Limpia la navaja y examina su perfil no muy convencido. Puedo ver lo mal que ha quedado—. No estarás pensando en tomarte en serio esa carta. La has cagado dos veces y no solo la cagaste, la embarraste. No dejaré que lo hagas una vez más.
Releo la carta. La letra es firme y angulosa; la tinta sanguinolenta. El punto que clausura la D parece haber sido escrito con un puñal.
—Deja eso y concéntrate en las preguntas. —La carta vuela de mi mano y se incrusta en la pared. Fox ha lanzado la navaja—. ¡Qué te concentres, cabrón! A ver, dame la libreta.
Se la arrojo en la cara y resopla. Pasa las hojas apresurado hasta dar con las preguntas de Andrada.
—Vas a comenzar con esta. —Me golpea el hombro emocionado—. Tienes que comenzar fuerte.
—¿Estás loco? —Leo la pregunta que señala y es la peor que pudo haber escogido para empezar—. ¿Te cortaste una arteria invisible que bombea sentido común a tu cerebro? Huirá en cuanto le cuestione eso, pensará que soy un pervertido y eso es lo de menos, porque esa Lady D nos cortará el banco de esperma cuando se entere.
—Si no se lo preguntas tú, lo haré yo —dice, encogiéndose de hombros y tirándose en el catre con la libreta en alto—. Ya va siendo hora que restaure la reputación que has tirado por los suelos. Te domó Ciruela, luego Ktlean y ahora pretendes que esta chica lo haga también. Comienzo a dudar que aún poseas ese banco de esperma del que tanto alardeas.
—Esta Lady D habla en serio. No quiero que terminemos mal...
Podrías terminar con nuestra sangre regada en la nieve. La carta tiene como sello unos huargos gemelos. Fox no sabe del sueño, pero sé que es una señal.
—Cuando aceptan la entrevista acceden a que les preguntemos cualquier cosa —suelta testarudo—. Nosotros prometemos que la suerte decidirá las preguntas. Es un trato justo. Y tienen comodines, que no chinguen...
Alguien golpea la puerta y aparece Edd el Penas en el lumbral.
—El desayuno está servido —anuncia dubitativo—. Os esperan abajo.
Bajamos a la cripta que usan como comedor los Hermanos Juramentados de la Guardia de la Noche. Si no has leído Canción de Hielo y Fuego o si ni siquiera has visto Juego de Tronos, permíteme cortarte la cabeza, ponerla en una pica e iluminarte con un poco de información. Si eres un friki de Martin, salta el siguiente párrafo con toda confianza.
Los Hermanos Juramentados son una orden "religiosa" cuya misión es defender a los Siete Reinos de lo que hay más allá del Muro. Esta muralla de hielo mide 250 metros de alto y casi 500 kilómetros de largo y te puede dejar ciego y acalambrado si miras la cima por mucho rato. Como faltan oculistas y quiroprácticos por aquí, te recomiendo no intentarlo. Cuando Fox la vio bostezó y me preguntó si creía que Trump nos había construir una igual.
A los pies del Muro se encuentra el Castillo Negro, un conjunto de torreones a medio caerse donde los Hermanos Juramentados pasan sus días en un celibato forzado. (A veces se escapan al pueblo y visitan a las chicas de cierta taberna, pero no nos centremos en eso). Nos han instalado en uno de los torreones a medio caer. No pregunten cómo llegamos ni cuánto nos costó el boleto, porque las Aerolíneas Martin son caras y llenas de magia, pero recen para que no hayamos gastado en vano, pues la muchacha a la que vamos a entrevistar no aparece por ningún lado.
En el comedor, nos hacen espacio en una mesa restregada. Edd nos sirve jarras de agua helada y pan duro. Comenta, en voz baja, que si Stannis y sus hombres no se marchan pronto, el pan duro se convertirá en un manjar olvidado al término de dos meses.
—Buscamos a una dama —digo sin rodeos—. Su nombre es Lady Moisa. Viaja con un arquero llamado Kaadel.
El intercambio de miradas sombrías no augura nada bueno.
—Estuvo aquí —murmura Petirrojo Saltarín—. Se marchó hace cuatro días.
—¡Esa maldita chiquilla! Con lo que nos costó venir —escupe Fox, impaciente—. ¿Alguien sabe a dónde fue?
Niegan con la cabeza gacha.
—Tal vez Jon lo sepa —dice Edd—. ¿Por qué la buscan?
—Su padre nos ha pedido que la escoltemos —miento—. Cree que un arquero no es suficiente para cuidarla.
Grenn prorrumpe en risas, los otros dejan escapar una mueca burlona y miran a Pyp de reojo.
—¿Y por qué creería eso? —cuestiona el último—. La muchacha se sabe cuidar muy bien, con arquero o sin él. —Señala lo que queda de su oreja izquierda.
—¡Ay cabrón! —dice Fox lanzando una risotada—. ¡No me digas que eso te lo hizo ella!
—Lo hicieron sus bestias —dice Pyp y no comparte el buen humor—. Dos huargos la protegen día y noche. Los controla mejor que Jon a Fantasma. Bastó una palabra para que me arrancaran la oreja. Me hubieran arrancado la cabeza, pero ella los contuvo.
—¿Qué razón tenían para atacar? —pregunto desconfiado.
—Pyp se pasó de cariñoso con Lady Moisa —se burla Grenn—. Quiso besarla, pero terminó besando a los lobos.
Pyp resopla.
—¡Pero si es muy joven! —digo a manera de reproche.
—Ya me dirás si eso te ronda la cabeza cuando la veas —acota Pyp y suena a disculpa—. No fui el único al que Lady Moisa le dejó un mal recuerdo.
Paseo la vista por el comedor y me pregunto cuántas orejas fueron arrancadas.
—La culpa no es solo de Pyp —interviene Petirrojo Saltarín—. Lady Moisa tiene un encanto difícil de ignorar. Ella es... es...
—Un demonio —completa una voz femenina.
Tiene los ojos rojos, viste de escarlata y nunca sale sin su gargantilla de oro decorada con un rubí. Es Melisandre de Ashai, la sacerdotisa. Todos bajan la mirada ante ella. A esta mujer no le importó quemar a un hombre para que su rey, Stannis, tuviera vientos favorables en su camino al norte. Ha cometido incontables barbaries en nombre de su dios, el Señor de la Luz, así que más nos vale tratarla con pinzas.
—¿Un demonio? —repito con tranquilidad. La conozco lo suficiente para desconfiar de sus palabras—. ¿Por qué afirma eso, mi señora?
—Lo he visto en las llamas —dice y me rodea, se agacha y me habla al oído—. Es la hija del Dios de la Noche y el Terror —murmura—. Pronto lo comprobaréis, Lord Rothfuss.
Pasea los dedos por el cuello de mi capa y se marcha.
—La sacerdotisa quiere que la sigamos —dice Fox más tarde, cuando salimos del comedor. No hemos saciado ni el hambre ni la curiosidad—. Quiere hablarnos de Andrada, lo presiento.
—Dudo que su información sea confiable. Edd dijo que Jon sabe algo, vamos con él.
—Hagamos algo mejor. —Me pasa la mano por el hombro y me habla al oído con voz profética—. Tú ve con Jon y yo buscaré a Melisandre.
Lo aparto de un empujón y se echa a reír. Nos separamos.
Jon está en los patios, entrenando a los reclutas más torpes de la Guardia. Lo observo dirigir golpes y corregir posturas. Parece mayor, pero es solo un muchacho de rostro alargado y mirada triste.
Cuando termina el entrenamiento, me acerco con dificultad por la nieve lodosa.
—¿Qué queréis de ella, mi lord? —pregunta cuando pronuncio el nombre de Andrada.
—Puedes tutearme —concedo. Jon me mira desconfiado—. Lord Moisa me ha enviado por su hija. Hace meses que la muchacha huyó en compañía de un arquero y la quieren de vuelta.
—¿Tienes con qué comprobar tu encomienda? —cuestiona.
Le muestro la carta de Lady D. Jon examina el sello de los huargos gemelos y le hago pensar que es el emblema de la Casa Moisa. El muchacho no conoce el idioma en el que está escrita, pero encuentra el nombre de Andrada y le cambia la expresión.
—Siempre pensé que alguien vendría por ella —dice—. Llegas justo a tiempo.
—¿A tiempo para qué?
—Para ayudarla. ¿Conoces a Melisandre? Cree que Lady Moisa es un demonio y ha jurado acabar con ella.
—¿También lo crees?
—No podría asegurarlo. Es diferente y los hombres le temen a lo diferente. Los ponía nerviosos.
—Cualquier chica pondría nerviosos a los hombres de por aquí.
—No los ponía nerviosos de la manera habitual —acota y suena preocupado. Su mirada se pierde en la nieve—. Llegó una noche de tormenta en compañía del arquero y un par de huargos. Sam insistió en darles alojamiento y accedí mientras pasaba la tormenta, pero al día siguiente, cuando Lady Moisa apareció en el comedor, nadie se atrevió a pedirle que se marchara. Ni siquiera yo. —Me mira preocupado—. Nunca presencié un silencio como el de aquella mañana, cuando Lady Moisa caminó entre las mesas y tomó asiento.
—Pero es muy joven —digo incrédulo.
—Tiene mi edad, así que no la subestimes —me advierte muy serio—. Les dije a mis hombres que un arquero experimentado nos vendría bien en el Muro, y eso los mantuvo tranquilos, pero era claro que Lady Moisa los incomodaba.
—¿Y entonces tuvo que irse?
—No fue tan sencillo. —Jon baja la voz—. Mis exploradores encontraron cadáveres de aldeanos con heridas en el cuello. —Se señala la yugular—. Pensamos que se trataba de una bestia, pero nadie supo de qué clase.
—¿Por qué?
—No conocemos a una bestia que mate dejando sin sangre a sus víctimas.
—¿Cómo eran las heridas? —pregunto con cautela.
—Dos puntos no más gruesos que la punta de mi meñique. Si al día siguiente no hubiéramos encontramos otros cadáveres con las mismas marcas, lo hubiéramos dejado pasar. Pero aquellos muertos eran caballeros, soldados de Stannis.
—Un vampiro —murmuro sin querer.
—¿Un qué? —pregunta Jon.
—No sabes nada, Jon Nieve. —Me mira molesto, pero solo he dicho la verdad. Jon no sabe de vampiros, nadie en este mundo creado por Martin sabe de vampiros.
—¿Qué pasó después? —pregunto.
—Stannis exigió encontrar a los culpables. —Jon hace un movimiento negativo con la cabeza como si aún luchara contra esa encomienda—. Los caballeros señalaron a Lady Moisa y Stannis mandó apresarla, pero Sam ya la había enviado en secreto a Fuerte de la Noche. Stannis juró buscarla y enjuiciarla, Melisandre la llamó demonio. Un grupo de búsqueda salió tras ella, pero un señuelo los llevó al sur.
—Pero que tontería. Stannis está luchando por el Trono de Hierro. ¿Por qué fijar su atención en una muchacha?
—Melisandre ejerce un gran poder sobre él —contesta en voz baja—. Más de la mitad de los soldados sienten una fervorosa devoción por ella y ese dios al que venera. Si Melisandre cree que Lady Moisa es un demonio, la sacrificará para aumentar su poder.
—¿Eso quiere decir que tenemos poco tiempo?
—Temo que sí. Envié un cuervo para advertir a Lady Moisa, pero tal vez solo le haya dado una pista a Melisandre sobre su paradero.
—Haremos lo posible para alejarla de la sacerdotisa —prometo.
—Por los Antiguos Dioses que así sea —dice, sombrío—. He visto hombres arder en las llamas. Lady Moisa no merece tal destino.
*
Se acerca una de las entrevistas más épicas que he realizado. ¿Están preparados?
Y si se preguntaban quién realizó el detallado trabajo de la carta, fue mi Maestra Jedi, BeatriceLebrun. Soy su humilde padawan.
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