01: Actuando con sensatez
―Realmente no va hacer la pregunta ―dijo el último miembro que fuese entrevistado. Se mantenía sentado en ese excéntrico sillón, rodeado por sombrillas reflectoras y trípodes con pantallas de iluminación inactivas.
La muchacha interrumpió su acción de estar guardando su material y alzó la vista.
― ¿Disculpe? ―respondió sosegadamente, aunque hace solo unos segundos su rostro había palidecido― ¿No comprendo a que pregunta se refiere? He hecho todas las que se me indicaron ―Su voz se hoyó más firme que antes.
―En toda mi trayectoria como idol, y posteriormente como artista internacional, he interactuado con toda clase de reporteros. Aprendí a leer sus verdaderas intenciones detrás de la más sencilla e inocente pregunta ―La mirada del hombre que había estado divagando aleatoriamente entre ornamentos que decoraban el espacio, se volvió a la muchacha que se presentara como Man Di―. Sin embargo, usted ha hecho dos cosas que no esperaba.
―No sé qué he hecho. Pero si le ha molestado pido mis sinceras disculpas ―Man Di agacho la cabeza dos veces.
―Tus intenciones ―aclaró el hombre.
Man Di no se sintió aliviada. Sus manos que descansaban sobre su bolso, apretaron la base de este, al mismo tiempo que se mordía el labio en un tic nervioso.
Cuando el interés del hombre en el lenguaje corporal de la muchacha hubo terminado, descruzo las piernas y se paró para dirigirse al mueble donde estaba la cafetera junto a un juego de tazas blancas. Viendo que la puesta de sol comenzaba su declive, optó por preparar café instantáneo.
Man Di que se mantenía en su postura taciturna, se percató al alzar la vista como la pequeña y pálida mano del hombre dejaba una taza humeante de café frente a ella. Rápidamente su atención fue eclipsada por una fina banda de oro incrustada de pequeños diamantes. Antes que pudiera recordar la superficial historia que conocía sobre el objeto, el hombre se retiró de su campo de visión.
―La editora Choi tenía razón. Eres confiable, pero algo retraída ―hablo él tranquilamente desde el sillón. Sus piernas volvían a estar cruzadas. La taza era rodeada por sus manos, y la argolla relucía imponente.
Ahora Man Di estaba confundida.
―Pese a estar en desgracia por no poder conseguir una buena nota para destacarse, fue profesional en todo momento. Como dijo, no se salió del guion. Ni conmigo o mis compañeros. En su lugar, y aprovechando la fecha, cualquier otro habría intentado sacarme, aunque sea un pedacito de la historia por la que muchos sienten curiosidad ―El hombre guardó silencio por un intervalo y prosiguió―. Te lo agradezco sinceramente. Tu gesto me da la seguridad de que haré lo correcto.
―Dispénseme usted, pero sigo sin entender mucho que tiene que ver la editora Choi en todo esto. Y ¿cuál es esa pregunta que realmente no he hecho?
―También es despistada ―agregó el hombre a modo de comentario. Su sonrisa cordial fue remplazada por una serena.
A Man Di le pareció la más sincera que le viera en esas tres horas que llevaba en la lujosa sala privada de aquel hotel en Haeundae.
― ¿Quiere conocer como es la vida amorosa de un idol? ―le sugirió. Su característica voz de contratenor se tiño de un ligero misticismo tentador.
Man Di tragó saliva. Que responder a semejante pregunta ¿La estaba poniendo a prueba?
― ¿Puede volver a sacar su portátil? ―pidió él amablemente con un ademan de mano―. Le daré la primicia de su vida, solo que en su moralidad y ética dejaré el modo en que la expondrá al público.
La muchacha siguió muda, pero hizo caso. Se acomodó en el sofá donde estaba y colocó el portátil en su regazó, lista para teclear.
―No. Grabé lo que hablaremos. Me temó que esta entrevista será la más larga que haya realizado. Sus muñecas no resistirán escribir tanto y sin descanso ―se explicó― Además, con este método se dará más genuinamente y podrá seleccionar los fragmentos pertinentes ―Acerco la taza a sus labios para tomar un tragó, y tras una breve pausa le dijo: ―Cuando guste podemos empezar.
La novel reportera aceptó y mientras le daba unos pequeños sorbos a su bebida se dispuso a configurar el programa a usar. Cuando hubo terminado de acomodar el foco de la cámara de su portátil, se dirigió al hombre. Antes de iniciar quería resolver una duda que tenía, así que preguntó:
―Me va hablar de ella ¿cierto? ―No necesito respuesta, los rasgados ojos oscuros se iluminaron―. Haré una nota digna de ustedes.
Dicha aquella promesa, Man Di alzó su diminuto control inalámbrico en dirección al portátil y apretó un botón rojo.
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