Capítulo 9
—¡Funcionó, viniste a mi cumpleaños! —es lo que la pequeña Ella exclama al llegar al campo de fútbol aquella tarde, abrazando con fuerza las piernas de su entrenadora.— Mamá está más contenta ahora.
—Y yo también —Lisa dice acariciando su mejilla con dulzura—, ¿te gustó tu regalo?
—¡Me encantó!
El regalo de Lisa se había basado en una pelota de fútbol y un pijama de pequeños patos, ya que Ella le mencionó una vez que eran su animal favorito. Y se puede decir que la pequeña lo llevó puesto el resto del cumpleaños.
—Luego me cuentas, ¿vale? Ahora vamos a calentar. —Ella asiente emocionada, dejando su mochila en el suelo y corriendo hasta el grupo de niños.
Mientras estos empiezan a calentar, Lisa solo puede pensar en el fin de semana, en cómo Jennie había sonreído tímidamente cada vez que se miraban, en cómo Jennie era una madre increíble y en cómo sus ojos brillaban al mirar a su hija. Siendo totalmente honesta, a Lisa nunca se le había pasado por la cabeza estar con alguien que tuviera un hijo, pero por alguna razón, con Jennie se sentía bien, diferente. Le encantaba la idea de que con Jennie también viniera Ella, le encantaba la idea de tenerlas a las dos.
Se muerde el labio mientras los niños terminan de calentar, intentando apartar sus pensamientos y centrarse en el entrenamiento del día.
Y aunque no podía esperar a ver a Jennie aparecer con su cabello recogido y su sonrisa nerviosa, y después de tantos días, volver a tener ese pequeño tiempo para ellas, para hablar en mitad del campo de fútbol mientras el sol se pone, se dice a sí misma que tan solo tenía que esperar un poco más.
[•••]
Jennie había estado tan sumergida en su trabajo aquella tarde, que no se dió cuenta de la hora que era. Y cuando finalmente sale de casa, ya va diez minutos tarde.
Por suerte solo le toma diez minutos más llegar hasta allí, y cuando lo hace, siente que finalmente puede respirar.
—¡Mami! —Ella grita mientras corre hasta ella con la mayor sonrisa en su rostro— Estás llena de harina, mami.
Puede escuchar la risa de Lisa ante las palabras de su hija, y siente un calor agradable en su pecho. Había salido tan rápido de casa que ni siquiera se detuvo a verse en el espejo.
Seguramente estaba hecha un desastre, y un poco de vergüenza recorre su cuerpo.
—Siento llegar tarde. —es todo lo que dice, dirigiendo su mirada a la pelinegra.
Ella toma la mano de su madre y sonríe, mirando a las dos adultas con curiosidad.
—No importa, Jennie —Lisa le dice con aquella sonrisa en sus labios que hace que todo se sienta bien, como si llegar veinte minutos tarde no fuera nada.—. ¿Mucho trabajo?
Jennie aprieta los labios y asiente, acariciando con algo de nerviosismo la pequeña mano de su hija.
—Tengo que hacer doscientos cupcakes para mañana, y no llevo ni la mitad —suspira—. Seguramente me pasaré la noche entera preparándolos.
—Suena estresante. —es todo lo que Lisa dice, cruzándose de brazos.
—Lo es.
Caen en silencio en el que Jennie se permite por primera vez desde que ha llegado analizar a Lisa. Viste sus pantalones deportivos y una camiseta de manga corta de Adidas, mientras que un silbato amarillo cuelga de su cuello y una bolsa repleta de pelotas de fútbol se encuentra a su lado.
Mentiría si dijera, que no habla echado de menos verla así. Encontrarla en mitad del campo riendo y hablando con la persona que más quería en el mundo, y sentir que la había dejado en buenas manos.
—Mami —la pequeña que hasta ahora había estado en silencio observando como las dos adultas hablaban y se miraban, ahora estira la mano de su madre en busca de atención.—, la entrenadora Lili me ha dicho que su película favorita es...
—Grease. —Lisa le ayuda cuando ve a la pequeña fruncir el ceño.
—¡Grease! —exclama— Y le he dicho que el otro día vimos los Minions, ¿te acuerdas? —Jennie sonríe dulcemente y asiente.— Entonces también me ha dicho que nunca ha visto las películas de los Minions y he pensado que podía venir a casa a verlas con nosotras.
La simple idea de tener a Lisa sentada en el sofá de su hogar mientras ven una película junto a su hija hace que su corazón se acelere levemente. Y quizás es una señal para que se niegue, se invente una excusa y cambie de conversación.
Pero sin embargo, asiente. Porque la idea es demasiado tentadora como para negarse.
—Claro, porque no. —dice con la mayor sonrisa que tenía.
—¡Sí! —Ella exclama dando pequeños saltos— ¿Una cita?
Los ojos de Jennie se abren en sorpresa tras aquellas dos palabras que salen de la boca de su hija, mientras su rostro explota en colores carmesí, Y Lisa por su parte suelta una pequeña risa mientras niega levemente.
—Que cosas dices —la castaña dice con nerviosismo, intentando quitarle importancia mientras sonríe.—. Anda, ve por tus cosas que tenemos muchas cosas que hacer.
—Es una cita. —dice la pequeña antes de salir corriendo hasta donde había dejado sus cosas.
Jennie suspira mientras la ve marcharse, y espera que Lisa no note el calor que siente en sus mejillas.
—No sé de donde ha salido tan descarada.
—Es adorable. —responde la pelinegra con una sonrisa honesta.
Jennie asiente y esconde sus manos detrás de su espalda. Y espera no verse muy ridícula con aquel suéter morado y sus pantalones deportivos llenos de harina.
—¿Nunca has visto los Minions? —pregunta entonces con una pequeña sonrisa.
—Mi mejor amiga, Jeongyeon, está obsesionada con esas películas —rueda los ojos—. Pero no, no las he visto.
—Bueno, pues lo decía en serio. Estás invitada a verla —dice jugando con las mangas de su suéter—. Los viernes son noche de películas, si te apetece...
—Me encantaría. —responde rápidamente.
Y con una sonrisa y dos palabras, Lisa es capaz de liberar a miles de mariposas en el estómago de la castaña.
[•••]
Llega la medianoche, y con ella, una fuerte tormenta. Jennie agradece que su hija tenga el sueño pesado, porque si no, ahora tendría a la pequeña felizmente observando por la ventana como las gotas de lluvia golpean los cristales, y de ese modo jamás terminaría aquellos malditos cupcakes.
Está agradecida de tener tanto trabajo, porque gracias a eso puede pagar la gran casa en la que viven, pero a veces es agotador. Su hogar no es la gran cosa, pero tiene una cocina enorme que enamoró a la castaña la primera vez que la vió. Fue amor a primera vista, y aquella casa se convirtió rápidamente en el hogar perfecto para ella y su bebé, que para entonces apenas tenía unos meses.
La lluvia comienza a golpear con fuerza los cristales de las ventanas de la cocina, y la castaña sonríe con cansancio mientras desea poder darse un cálido baño e irse a dormir.
Pero entonces, el sonido de unos leves golpes en la puerta le hacen fruncir el ceño. Deja de lado la manga pastelera con la que estaba decorando algunos cupcakes, y camina hasta la puerta principal esperando encontrarse a Nayeon detrás de la puerta.
Pero para su completa sorpresa, es Lisa quien se encuentra allí.
—¿Lisa? —pregunta con el ceño fruncido y la sorpresa clara en su voz.
La pelinegra se encuentra con una sudadera azul de Adidas y los mismos pantalones que llevaba aquella tarde, con una sonrisa nerviosa, un paraguas entre sus manos y el cabello levemente mojado.
—Hola, Jennie. —murmura, y casi parece tímida.
La imágen frente a Jennie derrite su corazón.
—¿Qué haces aquí?
—Bueno, he pensado que quizás necesitabas algo de ayuda con todos esos cupcakes. —dice escondiendo sus manos tras su espalda y una sonrisa nerviosa se dibuja en sus labios—. Pero, quizás molesto y si es así puedo marcharme y dejarte trabajar tranquila.
Jennie sonríe, una sonrisa amplia de gomita. No puede creerse que Lisa haya ido hasta allí, en mitad de la lluvia, tan solo para ayudarla.
—De hecho, un poco de ayuda me vendría genial.
Entonces Lisa se siente mucho más segura, y con una sonrisa sincera entra en la casa de Jennie.
—¿Has venido hasta aquí en mitad de esta tormenta solo para ayudarme? —pregunta mientras caminan hasta la cocina.
—No podía dejar de pensar en ti —se sincera, mordiéndose el labio inferior cuando se da cuenta de que quizás estaba siendo demasiado sincera—. Supongo que verte unos minutos al final de los entrenamientos no es suficiente.
Jennie quiere correr a su habitación, subirse a la cama y dar saltos de emoción mientras grita como una adolescente enamorada. Quiere salir a la calle y bailar bajo la lluvia, porque Lisa realmente acababa de decir eso.
Pero en vez de eso se sonroja y sonríe.
—Suerte para ti, tenemos una cita el viernes. —dice divertida, causando que Lisa alce las cejas.
—¿Al final si es una cita?
—Como para decirle a Ella que no, lleva diciéndolo toda la tarde y regañándome cada vez que la corregía. —rueda los ojos.
Lisa suelta una pequeña risa, y Jennie jura que es el sonido más bonito que ha escuchado nunca.
—Tendré que darle las gracias entonces, por conseguirme una cita con su bonita madre.
Una vez más, la emoción explota en su pecho y quiere ponerse a gritar. Quiere lanzarse sobre la pelinegra y besarla de nuevo, pero esta vez no salir corriendo y quedarse para besarla una y otra vez más.
Pero se contiene.
A pesar de la emoción y los latidos acelerados de su corazón, las señales en colores neón iluminar la parte más profunda de la mente de la castaña.
Porque Lisa era increíble, era amable, dulce, divertida, preciosa y había venido a ayudarla en mitad de una jodida tormenta. Porque Lisa es la mujer con la que había soñado toda su vida, y ahora que la había encontrado, no sabía qué hacer al respecto.
Así que se muerde el labio mientras la mira y analiza cada pequeña parte de ella.
Es tan bonita.
Y yo estoy tan jodida.
—Bueno, no es una cita realmente —dice nerviosa, bajando la mirada al suelo de madera—. Va sabes, porque Ella estará allí también.
Lisa frunce levemente el ceño
—Es una cita —Lisa afirma—. Probablemente la mejor cita del mundo.
A Jennie le sorprende la manera en la que Lisa lo dice, tan segura, con aquella sonrisa tan clara, tan sincera. Jennie sabe, que tener una hija hace las cosas un tanto más complicadas para encontrar a alguien, porque no todo el mundo quiere o está preparado para el compromiso que eso conlleva. Pero Lisa era la primera persona que parecía no importarle en lo absoluto. O más, la única persona que parecía encantada de que con Jennie también viniera Ella. Y eso es tan nuevo para la castaña, tan abrumador, que no sabe qué decir ni cómo sentirse al respecto.
—¿Has hecho cupcakes alguna vez? —es lo que decide decir, en un intento de retener las mariposas que habían prendido vuelo en su interior.
Lisa sonríe y niega.— Una vez hice tortitas, pero las quemé.
La castaña suelta una pequeña risa y asiente, tomando de nuevo la manga pastelera entre sus manos.
—Bien, bueno, por suerte esto será más fácil.
Lisa asiente, pero antes de que Jennie pueda comenzar a explicarle lo que debe hacer, coloca su mano sobre la suya.
—Si crees que acabarás más rápido sin mí aquí puedo irme, no quiero estorbar.
Jennie mira la mano de Lisa sobre la suya, y su rostro de confusión enseguida se suaviza y una enorme sonrisa se dibuja a lo largo de sus labios.
—No, me alegra que estés aquí. —Lisa asiente repetidas veces mientras aparta la mano.
—Bien, pues empecemos con esto.
[•••]
Resulta que la ayuda de Lisa fue más útil de lo que ambas imaginaban. Y dos horas más tarde, después de anécdotas, risas y mucho merengue de fresa, los doscientos cupcakes están hechos.
—Bien, finalmente hemos terminado. —anuncia Jennie con una sonrisa, cerrando la puerta de la nevera.
—He sido más útil de lo que pensaba.
—Has sido un angel, sin ti probablemente aún tendría demasiado trabajo por hacer.
Lisa sonríe y se cruza de brazos mientras observa cómo la castaña termina de limpiar la enorme encimera.
—Entonces me alegra haber venido.
—A mí también, no sé cómo agradecertelo.
—Bueno, una cita el viernes por la noche viendo una película para niños con Ella me basta. —responde con una sonrisa divertida.
Jennie termina de limpiar, y camina hasta quedar frente a la pelinegra, con una sonrisa cansada en su rostro.
—¿No te importa? —Lisa frunce levemente el ceño ante la pregunta.
—¿El qué?
—Que sea una cita y Ella esté con nosotras.
—No, claro que no —sonríe.—. De hecho, me encanta, Ella es maravillosa.
Eso es todo lo que Jennie necesitaba escuchar, confirmar que Lisa estaba bien con ello. Porque lo más importante para Jennie siempre sería Ella, siempre iría antes que nada, y necesitaba que Lisa fuera consciente de eso.
—Entonces, supongo que puede ser una cita. —susurra.
—Genial —Lisa sonríe, acercándose para acariciar una de las mejillas rosadas de la castaña—. Ahora deberías descansar, bonita.
Jennie siente como las mariposas que lleva toda la noche intentando retener, rompen sus jaulas para volar libremente. Hace mucho tiempo que no siente algo así, que no es tratada de aquella forma. Como si fuera algo que realmente valiera la pena, como si realmente fuera apreciada.
—¿Tanto se nota que estoy cansada? —susurra cerrando los ojos, gustosa ante el toque.
—Un poco, pero es normal. Es muy tarde —Jennie no abre los ojos, pero si lo hiciera, podría ver el brillo en los ojos azules de la pelinegra, la forma en la que sus ojos desprendían cariño.—. Yo debería irme también.
—Sigue lloviendo. —dice entonces, abriendo los ojos y apartándose un poco de la mayor para mirar por la ventana.
—Prometo tener mucho cuidado, mi apartamento no está lejos de aquí de todas formas. —Jennie asiente y después de dedicarle una pequeña sonrisa camina hasta la puerta principal.
Una vez allí, con las luces suaves que venían de la sala, el olor a cupcakes en el aire y el sonido de la fuerte lluvia afuera, Jennie siente que está en un sueño. Que no es real que la entrenadora de su hija haya decidido pasar la noche de un miércoles ayudándola a hornear doscientos cupcakes. Que en cualquier momento despertará y todo habrá sido un bonito sueño.
Pero era real, y ahí estaban.
Y aunque todo aquello le daba vértigo, también era todo lo que había deseado desde hace mucho tiempo.
Quizás desde la primera vez que la vió sentada en mitad de un campo fútbol enseñándole los pocos tatuajes que había en uno de sus brazos a su pequeña hija.
—Mucho cuidado, por favor. —le dice cuando se encuentran justo delante de la puerta.
Lisa sonríe, como si la preocupación de Jennie hacia ella fuera la cosa más adorable del mundo.
—Lo prometo, no es tan fácil librarse de mí.
—Eso espero, tienes una cita con los Minions en dos días. —Jennie sonríe, y Lisa suelta una pequeña risa haciendo que el cuerpo entero de Jennie vibre.
—No me la perdería por nada.
—Más te vale, Manoban.
Ambas se miran con ojos brillantes y sonrisas nerviosas.
—Buenas noches, Jen.
—Buenas noches, Liz.
Lisa abre la puerta principal, toma el paraguas que había dejado sobre la pequeña mesa de la entrada y sale del hogar de Jennie. La castaña la ve marcharse, mordiéndose el interior de su mejilla, y entonces, en apenas cuestión de segundos, Jennie sale de casa y corre hasta ella.
Sin importarle la lluvia o el frío. Sin importarle nada en lo absoluto.
—¿Jennie, qué haces? —Lisa intenta preguntar cuando Jennie se encuentra de repente bajo su paraguas.
Pero no la deja terminar, sus brazos se envuelven en su cuello y sus labios finalmente se juntan. Se besan por segunda vez bajo la lluvia, en mitad de la noche, debajo del paraguas negro de la pelinegra. Y aunque Lisa parece sorprendida al principio, rápidamente le sigue el beso a la vez que una de sus manos encuentran su cintura.
Esta vez, Jennie se permite disfrutar del beso, sin pensar en nada más que no sea en Lisa, en lo bien que se siente besarla, en el dulce sabor en sus labios a merengue de fresa, en las mariposas que finalmente se prenden fuego en su interior. En mover sus labios con calma y decir a través de ellos todo lo que no es capaz de decir con palabras.
Y cuando finalmente se separan, ambas sonríen mientras sus respiraciones se juntan.
—Estás descalza. —es lo primero que la pelinegra dice con la mayor sonrisa en sus labios.
—Lo sé. —Jennie también sonríe, mientras siente como todo su cuerpo enloquece al estar en los brazos de Lisa.
En los brazos de la entrenadora de su hija.
—Estás loca. —Lisa ríe.
—También lo sé. —se muerde el labio en un intento de ocultar su sonrisa.
—Y me estás volviendo loca a mí.
—Ambas podemos estar locas juntas.
Lisa suelta una pequeña risa mientras niega, y esta vez, Jennie la vuelve a besar.
Aquella noche, la besa y la besa hasta que Lisa le dice que debe entrar a ponerse ropa seca antes de enfermarse. Y cuando vuelve a estar en la calidad de su hogar, Jennie sabe que ya no hay marcha atrás.
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