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Capítulo 4

—¡Ella! —Jennie le llama desde la cocina— ¿Puedes venir un momento?

—¿Qué pasa, mami? —la niña pregunta mientras corre hasta donde su madre se encuentra.

La castaña sonríe cuando la ve aparecer con un tutú rosado en su cintura y una corona encima de su cabellera castaña, la toma en brazos y seguidamente la deja encima de la encimera.

—¿Recuerdas que la entrenadora nos ayudó el otro día a llegar a casa? —pregunta sonriente.

—Sip. —dice asintiendo.

—Estaba pensado que quizás podríamos hacer algo para darle las gracias.

Ella frunce el ceño.

—Pero ya le dimos las gracias.

—Sí, pero quizás podemos hacer algo especial para ella, por habernos ayudado. Igual que cuando por ejemplo le hicimos un pastel a la tía Nay por ayudarnos a arreglar la calefacción.

Los ojos de Ella se iluminan con la idea de prepararle algo a su entrenadora y enseguida se encuentra asistiendo varias veces con la cabeza.

—¡Sí! ¡Regalo para la entrenadora Lili!

Jennie sonríe y seguidamente deja un beso en la frente de la pequeña.

—¿Qué te parecen unas galletas?

Ella sonríe ampliamente ante la sugerencia, asintiendo con entusiasmo.

—¡Galletas de chocolate para la entrenadora Lili!

[•••]

—¿Cómo en las películas? —Soobin pregunta, con sus ojos grises brillantes y una sonrisa que expresa pura emoción.

Se encuentran calentando un tanto apartados de los demás, hablando entre ellos sin realmente prestar mucha atención a lo que deberían estar haciendo.

—Mhmm —Ella coloca su mano en su barbilla y se encoge de hombros—. No estoy segura, pero mi mamá se pone muy nerviosa, como cuando la tía Nay va a esa tienda de tatuajes y ve a la señora que le gusta.

Soobin frunce el ceño pero asiente.

—¿Tú crees que tu mamá y la entrenadora se van a casar?

—No lo sé, pero espero que sí porque la entrenadora Lili me cae muy bien —sonríe—. Y tiene un coche muy bonito.

El niño de cabello rubio sonríe.

—Si se casan, ¿puedo ir a la boda?

—Puedes, pero para eso primero tenemos que hacer que se enamoren.

—¿Y cómo hacemos eso? —Ella aprieta los labios, procesando la pregunta y buscando una respuesta.

—No lo sé.

Se quedan en silencio, cada uno pensando la manera perfecta en la que conseguir que su pequeño plan funcione.

—¡Ya sé! —Ella exclama pero no demasiado fuerte para no ser regañada en mitad del calentamiento— Tengo que hablar con mi tía Nayeon.

[•••]

—Hola, Jennie. —Lisa la saluda con una pequeña sonrisa cuando este se detiene frente a ella.

En el campo tan solo se encuentran ellas, porque quizás Jennie se retrasa un tanto a propósito para tener unos cortos segundos a solas con Lisa. No por nada en especial, tan solo porque la pelinegra es agradable (o al menos eso se dice a sí misma).

—Hola. —sonríe.

—¡Mamá! —Ella corre hasta ella al verla y Jennie se agacha para abrazarla.

—Hola, bebé. —dice apoyando su barbilla en el hombro de su hija.

Ella se aparta con el ceño fruncido y una sonrisa divertida en su rostro, mirando a su madre con algo de sorpresa.

—Mamá, ¿no hueles mucho a perfume?

El rostro de Jennie se enrojece, pero intenta ocultarlo con una sonrisa fingida.

—No me he puesto perfume, amor. —Jennie suelta una pequeña risa nerviosa.

Ella levanta ambas cejas, sonriendo porque sabe perfectamente que su madre le estaba mintiendo. La pequeña sabía perfectamente que aquello que olía era el perfume favorito de su madre, ya que quizás varias veces lo había tomado prestado y lo había usado sobre sus peluches favoritos.

—Mamá tengo casi siete años, no tres.

Jennie la fulmina con la mirada, y Lisa se muerde el labio para no sonreír. Genial, estaba siendo delatada por su propia hija.

Cuando Jennie dirige su mirada a la pelinegra, sabe que no hay persona en el mundo que se vea tan bien en una camiseta negra ceñida a su cuerpo, unos pantalones grises de deporte y un silbato amarillo colgado de su cuello. Sin embargo, ella se veía tan bien, que Jennie casi quiere rodar los ojos ante la injusticia. ¿No le podía haber tocado una entrenadora de cincuenta años, con esposo y tres hijos a Ella?

La respuesta es obviamente no, porque entonces el mundo entero no podía reírse de ella y de su caótica vida amorosa.

Espera, ¿Lisa tendrá esposo?

—Entrenadora Lili, mi mamá y yo tenemos una sorpresa. —dice sacando a Jennie de sus pensamientos.

Lisa levanta las cejas debido a la curiosidad que le causan esas palabras y sonríe levemente.

—¿Una sorpresa? ¿Para mí?

—Si. —Jennie dice y se acerca un poco más a la pelinegra.

Saca de la bolsa de tela que había traído con ella una pequeña caja de cartón blanca donde habían guardado las galletas de mantequilla y chocolate. Le dedica una sonrisa mientras se la entregaba.

—Queríamos darte las gracias, por la ayuda del otro día —Jennie explica, y puede que sus mejillas hayan empezado a calentarse una vez más.—. Fue muy amable de tu parte.

—¡Gracias entrenadora Lili! —Ella exclama y corre a abrazarla.

Jennie no puede evitar que una sonrisa de gomita se dibuje en su rostro ante la imágen. Lisa abraza a la pequeña con una enorme y sincera sonrisa mientras le da las gracias y Ella le explica todo los pasos que habían seguido para hacer las galletas. Y por alguna razón Jennie no siente celos de que alguien más sea tan cercano con su hija.

Par primera vez, se siente bien. Y es algo realmente tan extraño, pero por algún motivo se siente tan correcto. y natural, que simplemente sólo se limita a disfrutar de aquello.

—Iré a por mis cosas, ahora vuelvo. —dice la pequeña al separarse de su entrenadora y echar a correr por el campo.

—Gracias, no era necesario. —dice la pelinegra mientras se levanta.

Jennie aprieta los labios en una sonrisa antes de encogerse de hombros.

—Tampoco que nos llevaras a casa y aun así lo hiciste.

—No fue nada.

—Esto tampoco.

Lisa sonríe y asiente.

—Te diré que me han parecido el próximo día que nos veamos.

El corazón de Jennie se acelera con las palabras. Realmente no debería gustarle tanto la forma en la que verla varias veces a la semana se había convertido en rutina, lo mucho que le gustaba llegar un poco más tarde para estar solas en mitad de aquel campo de fútbol y poder hablar por tan solo unos minutos.

No debería sentirse tan bien, pero lo hace.

—Te van a encantar. —Jennie dice sonriente, colocando sus manos detrás de su espalda.

La sonrisa divertida que se dibuja en los labios de Lisa es casi peligrosa, porque Jennie de repente se siente débil.

—¿Si? Te veo muy segura de ello.

—Lo estoy, a todo el mundo le gustan mis galletas —responde orgullosa—. Y estas son especiales porque cuentan con la ayuda de una increíble repostera llamada Ella Kim.

Lisa se ríe echando su cabeza para atrás como una niña pequeña y seguidamente asiente. Y Jennie puede jurar que su corazón crece un poco ante el gesto.

—Solo por eso ya van a gustarme. —dice, mirándola a los ojos como si fueran los más bonitos del mundo.

Jennie aprieta los labios en una sonrisa y aparta la mirada cuando se da cuenta de que se han quedado en silencio observándose la una a la otra por varios segundos.

Es entonces cuando Lisa se mueve para quedar más cerca de la castaña, sus vans negras quedan justo delante de las botas de Jennie en la mitad del campo de fútbol.

—Jennie. —susurra tomando el mentón de la castaña para obligar a mirarla a los ojos.

El corazón de Jennie late acelerado con el gesto, sintiendo que el mundo entero ha dejado de girar ahora que la mano de Lisa se encontraba tocándola.

—¿Si? —sus ojos verdes se abren con cierto brillo y curiosidad ante la repentina cercanía.

Lisa sonríe, como si supiera lo que aquel gesto, aquella cercanía, estaba causando en la castaña.

—Tu hija tiene razón, te has pasado con el perfume. —susurra, y están tan cerca que con tan solo un movimiento sus labios podrían rozarse.

Intenta no aparentar el nerviosismo y la vergüenza que siente al mantener sus mirada en los ojos azules de la pelinegra, pero el brillo carmesí en sus mejillas realmente le delatan.

¿Y qué si se había puesto más perfume de lo normal? Quizás si Lisa no fuera tan bonita, encantadora y amable Jennie no sentiría esa necesidad de acercarse a ella.

—Bueno si te molesta no deberías acercarte tanto. —susurra también negándose a bajar su mirada a los labios de la pelinegra.

Porque si lo hacía, no habría vuelta atrás.

—No he dicho que lo haga.

El silencio que se forma entre ellas es rápidamente interrumpido, y Jennie no sabe muy bien si sentirse aliviada o decepcionada.

—¡Ya estoy! —Ella grita a lo lejos mientras corre hasta ellas.

Y en apenas un parpadeo, las dos se apartan como si nada hubiera sucedido.

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