Ninguno de estos esperaba formar parte del famoso equipo de los Paw Patrol, pero ahí estaban, sentados en una banca del Parque, charlando de su suerte e imaginando un posible futuro. Chase, asignado como policía, miraba su placa con orgullo inmedible. Marshall, designado como bombero, no paraba de decir que el rojo le iba bien. Y Zuma no paraba de parlotear acerca de las aventuras que los esperaban. 

Se habían conocido en un puerto, muy pequeños, pero muy inteligentes. 

Las dudas, con el paso del tiempo, desaparecieron y forjaron una intensa hermandad que muchos envidiarían. Los 3 confiaban los unos en otros, sabiendo que pese a todo se ayudarían. Chase había llegado al puerto porque se había escapado de su casa. Mientras que Marshall fue abandonado allí mismo. Zuma, el cual llevaba ya unos días en el puerto, los recibió como sus hermanos. Pasado los años, quedaron en la calle, sobreviviendo y aprendiendo a compartir de todo. Su mayor sueño era estar allí, en la base de los Paw Patrol, para rescatar a la gente. Se habían entrenado mucho, y habían caminado tanto que cuando llegaron a la Base Paw Patrol, fue una decepción enterarse que el primer equipo se había dividido y abandonado el trabajo. Su jefe Ryder, estaba tan triste que consideró vender el cuartel hasta que tocó a su puerta la pata del dalmata de manchas de humo negro. Cuando vio el inesperado pedido de los 3 cachorros, aceptó y su ánimo mejoró. Los nombró según lo que les gustaba. Marshall quería ser médico y bombero. Chase un policía y un detective. Zuma quería ser un buceador o un navegante. Ryder les dio sus placas y los adiestro para conducir sus vehículos. Llegó la tarde de la octava semana, y Ryder les dio libre si no ocurría ninguna emergencia,  hasta el atardecer para jugar. Llevaban una larga lista de rescates que los ciudadanos regalaban comida si era necesario a los Paw Patrol. Aunque a veces Ryder insistía en comprar, no era una opción para el pueblo.