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4. Aquí dentro huele a queso

Despierto desorientado, sin tener muy claro cuánto tiempo ha pasado desde que me dormí. O me durmieron. Lo que sea. No sé si pusimos el despertador, pero lo que está claro es que no ha sonado a su hora y ahora marca las diez y dos minutos de la mañana. En la cama de al lado, mi tío sigue roncando como un poseso, como si nada hubiera sucedido. Sin embargo, está claro que algo ha cambiado. Intento hacer memoria y recuerdo el humo morado, el pecho peludo de un señor mayor y la fuerza del tío Oskar sujetando mis brazos. No sé hasta qué punto eso fue real, pero lo que sí que tengo claro es que ya no estamos en la casa familiar.

Me encuentro en una estancia claustrofóbica que cuenta con tan solo dos camas, un armario robusto y una estantería a rebosar de libros. Las paredes están pintadas de blanco y un haz de luz natural ilumina toda la habitación, lo cual es un poco extraño teniendo en cuenta que no hay ventanas. Ni puertas. Me levanto de la cama con el ceño fruncido y examino todo a mi alrededor. Miro debajo de la alfombra estampada antes de darme cuenta de la extraña forma del techo, similar a una cúpula con la que mi cabeza no para de rozar, y de la trampilla que hay sobre la cama. Suspiro. Con mi apenas metro setenta de estatura, no tengo muy claro cómo llegar hasta ahí.

Antes de que pueda pensar nada más, escucho a mi tío bostezar y me dirijo hacia él. Soy testigo de su completo cambio de actitud. Primero se incorpora con parsimonia, después, al igual que yo, examina la habitación y, por último, se lleva las manos a la cabeza y empieza a sollozar.

—¿Tío...?

—¡Loco! ¿En qué lío nos has metido?

Es una muy buena pregunta, la verdad. Me gustaría poder responderla.

—¿Y ese olor? —continúa mi tío—. ¿De dónde narices sale ese olor?

Arrugo la nariz. Eso es algo de lo que no me podría dar cuenta aunque quisiera.

—Eh... —vacilo—. Soy anósmico, tío. No sé de qué me estás hablando.

Nada más escuchar mis palabras, mi tío agarra la almohada y empieza a pegarse cabezazos contra ella mientras berrea:

—De todos los miembros de esta familia, tenía que tocarme el que no puede oler. ¡Nos vamos a morir todos!

Acto seguido, se echa a llorar como un niño mientras yo me quedo quieto, observándolo. El hombre que tengo delante choca con la imagen idealizada que tenía de él. Si hace dos semanas me hubieran dicho que tendría al tío Oskar, el que nunca se tomaba nada en serio, llorando delante de mí, no me lo habría creído. Y lo peor es que no tengo ni idea de cómo consolarlo.

—No creo que sea tanto como para eso, hombre. Seguro...

Mi tío me lanza la almohada, que me da de lleno en la cara, para después sujetarme del brazo y obligarme a tomar asiento a su lado.

—¿Qué deseo pediste? —Me agarra de los hombros con fuerza y empieza a sacudirme—. ¿Qué le dijiste al genio?

Asumir que lo que sucedió anoche fue real es más sencillo que rememorar los detalles. Y más cuando el recuerdo repentino de Yago hace que me desinfle. Tartamudeo un poco antes de responder.

—Pedí... pedí comprender mejor a Yago.

—No, eso no puede ser. ¿Cuáles fueron las palabras exactas?

Me esfuerzo por hacer memoria.

—Dije que quería vivir en sus zapatos. Pero...

Mi tío me suelta con un empujón. Acto seguido, se pone en pie de un salto y empieza removerlo todo.

—¿Dónde están mis cosas? ¿Dónde está la lámpara? Tenemos que deshacer el deseo lo antes posible. Si no me presento en Luxemburgo dentro de tres días todo habrá sido para nada.

—Tío, ¿de qué estás hablando?

Me encojo sobre mí mismo cuando mi tío vuelca la estantería, aplastando la mayor parte de los libros.

—Debo dinero. Bastante dinero. Tengo que entregarlo dentro de tres días para cumplir mi objetivo.

—¿De cuánto dinero estamos hablando?

—Mucho dinero. Millones.

—¿De dónde has sacado millones de euros?

—Los robé. Y todavía no tengo suficiente, eso es lo que quería hablar anoche con tu abuela. —Se cruza de brazos—. ¿Alguna preguntita más?

Balbuceo un par de palabras inconexas, momento que mi tío aprovecha para regresar a las camas y empezar a sacarles las sábanas hasta que yo consigo salir de mi estupor.

—¿Y por qué...? ¿Para qué demonios necesitas ese dinero, si puede saberse?

—Para pagar el rescate de mi niña.

Se me reseca la boca. Cuando Rose desapareció, escuché más de una vez a mi tío defender esa tesis en las discusiones con su exmujer. Sin embargo, los informes e investigaciones llegaron a la conclusión de que lo más probable es que mi prima muriera a lo largo de los primeros meses desde su desaparición.

—Tío Oskar...

El aludido ignora mi reproche. Salta de la cama y regresa a la estantería caída.

—Está claro que la lámpara no está aquí. Ayúdame a mover esto para que podamos alcanzar la trampilla.

Sacudo la cabeza, pero, ante su mirada de desesperación, termino por hacerle caso. Agarramos la estantería vacía y conseguimos ponerla en pie para usarla como escalera. Nada más asomar la cabeza, sé que algo no va bien.

Nuestra casa está dentro de una habitación, y esto es posible porque la habitación es de tamaño gigante. Lo único que alcanzo a ver desde mi posición son las patas de la cama, que deben de medir tres o cuatro veces mi altura. Mi tío se asoma a mi lado y suelta un suspiro.

—Así que por eso olía a queso.

Sigo la dirección de su mirada hasta por fin entender dónde nos hemos despertado: estamos dentro de una Converse roja y desgastada por el uso. A nuestro lado se encuentra la otra zapatilla, que también tiene una trampilla en el agujero por donde debería entrar el pie.

Un escalofrío me recorre la espalda. Conozco demasiado bien estas zapatillas. Un segundo vistazo a la habitación me permite percatarme de dónde nos encontramos en realidad. No me vendría mal recuperar mi bote de helado ahora mismo.

—No, no, no. No puede ser.

Mi tío me mira con desesperación, pero no le da tiempo a preguntarme nada. El estruendo de la puerta de la habitación al abrirse hace que ambos giremos la cabeza de golpe, solo para encontrarnos a Yago, con sus rizos rubios mojados y tan solo una toalla cubriendo su cuerpo. Mi tío grita una palabrota y Yago agacha la cabeza, alarmado. En cuanto se da cuenta de nuestra presencia, pega un respingo y la toalla se resbala hasta el suelo. Me pongo colorado al instante, pero el impacto de tenerlo delante puede más que la vergüenza y no puedo apartar la mirada de él. Y de ciertas partes de su cuerpo.

Yago practica artes marciales, y yo había olvidado lo espectaculares que se ven sus músculos debido a eso.

Mi exnovio parece encontrarse en la misma situación que yo. Sus mejillas están arreboladas, pero se mantiene quieto, con sus ojos clavados en las dos figurillas que hay encaramadas a sus zapatillas favoritas. Mi tío es el primero en decidirse y salta fuera de la trampilla para después bajar al suelo ayudándose de los cordones. Eso es suficiente para que Yago dé un paso atrás. Daría lo que fuera por saber qué está pensando en este momento.

Pero eso es lo que nos ha traído a esta situación en primer lugar, ¿verdad?

Sigo los pasos de mi tío e intento bajar de lo alto de la zapatilla. Yago al fin reacciona y recoge la toalla del suelo para taparse sus partes íntimas. Una pena.

—Hola —saludo, pero no sé si desde aquí abajo se me escucha.

Yago suspira y empieza a pellizcarse el puente de la nariz. En todos los supuestos en los que fantaseé con nuestro reencuentro, él se veía así, hastiado por mi presencia.

—Espero que haya una muy buena explicación para esto —declara mi exnovio.

Y yo espero que él esté dispuesto a escucharla.

***

Palabras totales: 1308

¡Hola otra vez! He tardado mil años en publicar, pero aquí estoy otra vez. Esta capítulo va dedicado a RM_Brown porque fue a ella a la que se le ocurrió la idea para el título, que como veis es muy acertada.

¿Cómo habríais reaccionado vosotros si estuvierais en el lugar de Yago? Os leo.

¡Hasta el próximo capítulo! :)

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