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Lluvia de Estrellas (Premio Primer lugar de ~Emisarios~)

Lluvia de estrellas by Endoriel


Habían pasado años, algunas décadas y a pesar de ello; de las incontables hazañas, de la gloria, el honor y el dolor; para él todo aquello formaba parte de un mero suspiro en su eterna existencia.

Con el paso de los días el temor y la certeza del final se hacían más evidente. No solo en la caída de las hojas o en la trasformación del bosque.

Él, tiempo atrás, rezagado y bien oculto en las cuevas de Thranduil, nunca fue verdaderamente consiente del paso de los años. El bosque cambiaba día con día, los lagos se secaban y las personas envejecían.

Sus largos años de vida solo lo habían llevado a tener una idea tan equivocada del paso del tiempo; para él era una palabra carente de significado, un día, una semana e incluso un siglo no tenían el mayor impacto en su forma de ser.

Sin embargo y debido a su enorme cercanía con todas las razas mortales, poco a poco el sentido de soledad era más fuerte. La llamada al mar no hacía más que aumentar cada vez más sus deseos de abandonar todo y simplemente olvidarse de la existencia de todo aquel que no fuera inmortal.

¡No! Él no sería capaz de olvidar ni un solo momento en compañía de sus más grandes amigos.

Si se iba ahora, sabía que perdería por completo la noción de existencia y un buen día cuando quisiera regresar encontraría menos que escombros de lo que una vez fue su vida. Simplemente todo se ira volando con el viento y la tierra comería el último de sus recuerdos por pequeños que estos fueran.

Los años cada vez eran más evidentes en las arrugas del rey de Gondor, el paso de los días pesaba en las viejas rodillas del señor de las cavernas centellantes y el pasado cada vez queda tan atrás sepultado bajo tierra.

Suspiro en un intento de alejar de su cabeza todos aquellos pensamientos tan lúgubres que le embargaban sin piedad.

Mordió ligeramente su labio inferior intentando reprimir sus lágrimas; el simple hecho de imaginarse a él en el lecho del que era su mejor amigo le resultaba sumamente doloroso... imaginarse el hacha del enano oxidada y en el olvido, era una idea tan inconcebible en semejante compañero.

¿Quién le diaria después como continuar?, sin Aragorn y Gimli la vida se le antojaba algo menos que vacía, sin sentido. Sus dos más grandes amigos habían dado a su alma una razón de existencia y perseverancia.

Sin ellos, él simplemente seria reducido a cenizas.

Cerro con fuerza sus parpados, dejando que un diminuto cristal se escapara desvaneciendo al instante en el viento. Fijo sus azules ojos al piso tratando de encontrar un punto de distracción. Pronto su vista capto a unas pequeñas flores silvestres color blanco, prácticamente oculta de todos.

Tomo entre sus elegantes dedos un pétalo blanco desprendido a capricho. Acaricio su contorno como temiendo herirlo con el viento, sin poder evitarlo se dejó perder en la suavidad de aquel pétalo, en su perfume casi extinto y en la inevitable soledad que los acompañaba a los dos.

Se había convertido ya en un habito vespertino, recorrer al crepúsculo los mágicos Bosques de Ithilien cual sombra; perderse en la brisa de los últimos rayos del día, o simplemente el quedarse completamente estático en medio de a nada, donde nadie pudiera observarlo.

El último de los rayos del sol acaricio las montañas, dando paso a la Luna. Guardo con delicadeza aquel pequeño pétalo y continúo caminando disfrutando del susurro del Bosque...

Una nota y luego un ligero canto llamaron por completo su atención.

Comenzó a correr, no sabía porque ni con que destino; solo corrió. Corrió hasta que sus piernas dejaron por fin de obedecerle, corrió hasta que sus fuerzas le permitieron, corrió hasta que su corazón le ordenó detenerse.

Recargo una mano sobre la corteza de un árbol intentado recobrar el aliento; eran realmente pocas las ocasiones en las cuales el príncipe elfico se había visto en semejante situación. Pero ahora algo oprima su corazón, algo no le dejaba respirar.

Vio a su alrededor tratando de ubicarse; estaba seguro que jamás había estado en ese rincón de Ithilien, los arboles de un verde aún más brillante y el sonido de un riachuelo. Sabía perfectamente que el rio estaba a bastantes metros de su ubicación.

Su carácter eternamente curioso, lo obligo a caminar hasta el sonido del agua y entonces... el canto que había escuchado se hizo más intenso, una extraña aura de calidez lo envolvió y pronto las estrellas comenzaron a brillar con mayor intensidad.

Oculto tras el grueso tronco de un árbol, quedo complemente congelado el elfo. Sus magníficos ojos jamás se habían deleitado tanto como esa noche cuando con la simple silueta de espaldas de una doncella lo dejaron completamente prendado. Le fue imposible no quitar la vista de cada uno de los movimientos de la doncella.

No era capaz de distinguir algo más que la silueta de una fémina, envuelta como estaba en una capa gris, brillando como si le hubiera robado la luz a Ithil; no dejaban más opción al príncipe que pensar que una estrella había descendido del manto de Elbereth solo para que él pudiera encontrarla.

Sin pensarlo, poco a poco se fue acercando. Era consiente que su presencia ya había sido advertida por la dama, la forma en la cual había quedado en silencio y la rigidez en sus hombros así lo decían, sin embargo, no parecía tener intenciones de escapar, la tranquilidad que se percibía en el aire no tenía igual, era como si ella lo estuviera esperando.

Continuo sus lentos pasos sin apresurarse en ningún momento. Antes de que los pasos de Legolas llegaran a su final, ella se giró. Los ojos destellantes de la joven habían tomado cautivos por completo a los azules del príncipe elfo.

Ambos tan cerca el uno del otro, pero ninguno con la intención de romper por completo con el especio personal de cada uno. Simplemente se observaban, analizando detenidamente las expresiones de los ojos de cada uno. Con una sonrisa ella incito al príncipe a que se acercara un poco más.

Sin titubear, Legolas acerco una de sus manos a la mejilla de la joven; el tacto era aún más placentero que el escuchar la risa de un niño. Su piel tan suave cual porcelana.

Recriminándose mentalmente, pero sin detenerse, con su otra mano tomo la cintura de la joven y la fue acercando poco a poco, acerco lentamente su frente a la de ella y se dejó perder en el perfume que ella desprendía.

Ella, en un movimiento imperceptible rozo su nariz con la del elfo, cerro sus ojos y dejo que la armonía la envolviera.

Legolas cerro sus ojos entregándose por completo a la magia del momento, en ningún momento se atrevió a mover sus manos de la cintura y mejilla de la doncella. Inhalo profundamente su perfume.

Abrió sus ojos... desapareció.

No había huellas ni esencia que reflejara la existencia de la joven; los brazos de Legolas abrazando al viento simulando una persona. Giro su cabeza en diversas direcciones sin encontrar nada.

Sin comprender el porqué, sus ojos se cristalizaron y todo a su alrededor comenzó a perder el brillo. Los arboles comenzaron a desaparecer y el viento dejo de silbar. La obscuridad lo envolvió.

No había nada...

La obscuridad poco a poco fue menguando, Legolas esteba en su habitación con la respiración ligeramente agitada.

No recordaba cómo fue que había llegado a su cama. Tomo la jarra que estaba dispuesta en su cómoda y se sirvió un vaso con agua. Comenzó a tranquilar sus pensamientos.

A un lado de la jarra estaba el pétalo blanco que había recogido en el Bosque; ahora los recuerdos eran más claros. Después de guardar el pétalo había regresado mecánicamente a su casa. Ya le había pasado anteriormente, simplemente tan encerrado que estaba en sus pensamientos, su cuerpo reaccionaba regresándolo a casa.

Después de recoger el pétalo todo era producto de un sueño... o quizá un anhelo.

Estaba seguro que no podría dormir ni un segundo más; se levantó de la cama rumbo al balcón sin importarle su estado descalzo o la frialdad del suelo. Recargo sus brazos sobre el alféizar. Elevo sus ojos al cielo tratando de buscar la respuesta a una pregunta inexistente.

Vio como en un destello una de las estrellas se desplazó por lo cielos. Fue entonces cuando recordó la lluvia de estrellas de aquella noche. Había estado tan perdido en su ser que había olvidado por completo uno de los fenómenos más amados por los elfos.

Sonrió como un niño; después de todo Elbereth sí le brindaría un descanso a su corazón.

Se despojó del camisón de dormir, se colocó su uniforme verde oliva y cargo en su espalda sus cuchillas gemelas y su arco. Con la agilidad de un primer nacido salto de su balcón al árbol más cercano y comenzó a correr por el Bosque.

El espectáculo estelar apenas iba a comenzar y él se aseguraría de tener uno de los mejores lugares para observarlo. Conocía bien cada especio de Ithilien, existía un pequeño lago en especial rodeado de árboles y arbustos, pero con una vista completamente despejada al firmamento.

No le costó mucho trabajo llegar al lugar deseado.

La madruga estaba en su apogeo, la luna jamás había brillado con aquella intensidad bañando en luz plateada los árboles, las estrellas detallando con fulgor. El firmamento cubría como un velo el Bosque de Ithilien, tal era el espectáculo que pareciese que las hojas deprendían brillo propio.

Desde hacía tiempo su alma solo se limitaba a amar aquello que los valar creaban; estando en ese lugar, contentamente solo, solo así fue capaz de entender que una de las maravillas más hermosas del mundo él no podría compartirla con nadie.

Su sueño solo había sido la revelación de otra certeza que había asumido sin querer -no era la primera vez que la soñaba-, pues en su corazón no se alberga la esperanza de encontrarla, ya se había rendido.

Con aquel tacto digno solo de un primer nacido, acarició una concardo que brilla con especial aura; cerro sus ojos imaginando que era la piel de quien había robado sus sueños. Continuo con sus dedos dibujando los pétalos de la flor e inhalando su perfume; una lágrima surco su mejilla recorriendo su piel hasta posarse y sucumbir en la comisura de sus labios.

Sin abrir sus ojos recreo su voz en su cabeza e inconscientemente tomo entre sus delgados dedos aquella flor que tanto le recordaba a ella; subió el objeto que despertaba sus anhelos hasta su nariz, inhalando con fervor su aroma.

Roso los pétalos con sus labios y forzó a su cabeza a repetir el eco de su canto; habían sido tantas las veces que la había soñado, que todos aquellos recuerdos no habían podido ser fruto de su imaginación.

La primera vez... abrió sus ojos; la primera vez había sido hacia unos dos siglos atrás. Él estaba de guardia en el Bosque Negro, sin embargo, eso no había impedido a los soldados poder maravillarse con el espectáculo que una lluvia de estrellas les brindaba...

Sí, ese había sido la primera vez que la había soñado; su figura había aparecido en lo profundo del Bosque y solo él había visto a la doncella. Por ello estaba seguro de ser un sueño, ninguno de los centinelas había visto a una joven cerca de la base militar.

En ese momento solo se había limitado a observarla a lo lejos y ver como su figura se perdía entre las ramas obscuras del Bosque Negro.

Esa había sido la primera de muchas; tantos sueños que se sorprendía a si mismo de nunca recordar que ya la había visto en sueños anteriores... y siempre la soñaba después de una lluvia de estrellas.

Sonrió con tristeza; ¿Así era como se suponía que sería su amada, solo un sueño?, no había nadie, ni el reino de su padre o en algún otro reino elfico que albergara una solo doncella que le levantara la menor de las intrigas. Ni siquiera alguna mortal que robara sus sueños.

Una gran estrella ilumino momentáneamente el cielo y pronto otras dos la siguieron. Legolas dejo la flor que tenía entre sus manos para disfrutar por completo de aquella fresca madruga de invierno.

Justo en el momento en el que el elfo soltó la flor las estrellas quedaron estáticas nuevamente; el príncipe completamente ajeno giro su cuerpo por completo y al levantar la vista, nunca llego al firmamento. Sus ojos se habían detenido en la figura encapuchada al otro lado del estanque.

Una figura demasiado delgada para ser de un hombre, una figura que irradiaba brillo propio... una figura demasiado familiar.

No pudo evitar acercarse y recorrer la distancia que los separaba; ahí estaba nuevamente, estaba completamente seguro que era la doncella de sus sueños, no podía ser otra; su corazón latía tan fuerte que parecía que pronto se le saldría del pecho, un nudo en el estómago y las manos temblando... solo ella podía provocar que su cuerpo reaccionar de esa forma.

Solo ella era capaz de brindar calor y quietud a su alma... solo ella; solo el anhelo de sus sueños.

- ¿Eres real? -pregunto a un metro de distancia de la joven.

-Tan real como quieres que lo sea -respondió en una tierna sonrisa.

En realidad, no esperaba una respuesta, pero aquella sonrisa fue capaz de borrar todos y cada uno de sus miedos. Recorto toda la distancia que los separaba, sin importarle en lo más mínimo estar en un sueño o en un delirio.

La tomo entre sus brazos sintiendo como el cuerpo de los dos encajaba perfectamente, como sus esencias se reconocían para hacerse una sola. Como ella le correspondía a su cercanía y lo tomaba por el cuello.

-Dime ¿Me he vuelto loco? -susurro cerca de los labios de la joven.

-No, mi señor -acomodo cuidadosamente un mechón dorado tras su puntiaguda oreja.

-Te vi en el crepúsculo.

-No sabía si volverías...

- ¿Todo ha sido real? -quizá la cordura lo había abandonado, pero ya que importaba.

-Todo -fue su sencilla respuesta-. Cada noche y madrugada, cada susurro y encuentro... mi canto y tu llegada.

La abrazo temiendo perderla, beso su frente y la hundió en su pecho brindándole toda la protección que podría ofrecer, no permitiría que se marchara nuevamente... ya no más.

-Te he buscado en cada reino y en los bosques -la separo un poco de sí solo para centrar su atención en aquello ojos plata que lo habían hechizado-. Pero ahora que te tengo conmigo no permitiré que te alejes de mi lado... ya no lo soportaría.

-No puedo quedarme -bajo un poco su cabeza-. Queda poco tiempo...

-Yo te cuidare -besos sus manos con fervor-, te protegeré y alejare a todo aquel que intente hacerte daño.

Ella tomo el rostro de Legolas entre sus manos.

-Ahora estoy aquí, Legolas; pero no puedo quedarme. Mi lugar es en Aman, así como el tuyo es estar en Ithilien...

-No comprendo.

-Soy real Legolas, pero no en esta Tierra, no de este lado del mar. Te he vito en otros sueños, incluso antes de que los recordaras; solamente en lluvia de estrellas compartidas en ambos lados del mar podemos compartir un mismo plano.

-Esto es un sueño -sus ojos se cristalizaron.

-Me temo que, de alguna manera, sí. Solo es un plano que compartimos y que ambos recordamos, es la unión entre tu alma y la mía, soy real, esto; nosotros. Es real.

- ¿Cómo puedo estar seguro de ello? ¿Cómo puedo saber que esto no es solo un juego en mi cabeza que me llevara a la locura?

-Porque tu corazón no ha sido entregado a nadie más, al igual que el mío.

-Entonces mañana mismo viajaré a Valinor, no quiero seguir en un lugar donde no estas y donde tu esencia me persigue en las noches.

-Tu tiempo en Tierra Media aún no termina.

-Ya no quiero seguir sufriendo -acarició la mejilla de la doncella-, no puedo seguir en una tierra donde me espera dolor y amargura, donde conozco el final y sé que no seré capaz de evitarlo, un lugar en donde en pocos años no quedara nada para mí.

-Será entonces cuando tu tiempo termine, y solo entonces viajaras a Valinor y yo te consolare, estaré a tu lado para sanar tus heridas y cuidar de ti... el tiempo se termina, tengo que irme...

-Conoces mi nombre, al menos dime ¿Cuál es el tuyo? Que nombre debo de pronunciar por las noches y anhelar en las mañas.

-Elemmírë.

Ambos sonrieron con tristeza sabiendo que no podrían verse hasta dentro de muchos años. Fueron reduciendo el espacio que quedaba entre los dos. Fue un beso corto y un beso que desencadeno toda una lluvia de estrellas como no se había visto nunca antes. El tiempo para ellos se había detenido entre las primeras tres estrellas y toda la oleada del final.

-Siempre te esperare -fue lo que ambos amantes susurraron antes de partir.

Ella había desaparecido nuevamente de entre sus brazos; no había sido capaz de retenerla. Sin embargo, estaba seguro que cada noche que él girara la vista al cielo, ella también lo haría. Ambos verían las estrellas.

Ahora, aunque sabía que el final de sus amigos se acercaba. Elemmírë sería ahora el motor que impulsara sus días; esa chica no podía tener el nombre más acertado. Ella era su estrella.

Elemmírë: estrella del firmamento.

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