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El sol de la mañana iluminaba las calles de Roma, tiñéndolas de un dorado suave que hacía que todo pareciera salido de una pintura. Caminaba con paso relajado por la Piazza Navona, disfrutando del aire fresco y del murmullo de la ciudad despertando. A mi lado, Italia caminaba con las manos en los bolsillos, con esa calma tan suya, como si el mundo girara más lento a su alrededor.
—Ti sei lamentato tanto del caffè italiano, ma eccoti qui, a berne un altro [Te quejaste tanto del café italiano, pero aquí estás, tomando otro]—bromeó, señalando el vaso en mi mano.
—Es que todavía estoy tratando de entender si me gusta o no —reí, dándole otro sorbo—. Además, me gusta hacer enojar a los meseros con mi español.
Italia soltó una carcajada suave, ese tipo de risa que hacía que me dieran ganas de seguir hablando solo para escucharlo más. Habíamos decidido pasar el día recorriendo la ciudad, sin un rumbo fijo, simplemente disfrutando.
—¿Tienes algún lugar favorito aquí en Roma? —pregunté, curioso.
Él se quedó pensativo un momento antes de responder. —Il Pantheon. Mi è sempre piaciuta la storia che custodisce, ma anche la sua tranquillità. [El Panteón. Siempre me ha gustado la historia que guarda, pero también su tranquilidad.]
—¡Vamos entonces! Quiero verlo —dije, dándole un ligero empujón en el hombro.
Y así, seguimos caminando entre calles estrechas y plazas llenas de vida. Italia hablaba de historia, de arte, de los pequeños detalles que la gente no notaba, y yo lo escuchaba con atención. No era que me interesara demasiado el arte, pero había algo en su voz, en la pasión con la que hablaba, que hacía que todo sonara interesante.
Nos detuvimos frente a una fuente, donde el reflejo del agua danzaba con la luz del sol. Italia se inclinó para tocar el agua con la punta de los dedos, y por un momento, me quedé observándolo. Había algo en él… una melancolía sutil en su mirada, una tranquilidad que contrastaba con mi propia energía.
—Oye, ¿cómo alguien tan tranquilo terminó con alguien como España? —solté sin pensar.
Italia parpadeó sorprendido antes de reír. —Bella domanda. Credo che a quei tempi... mi piacessero gli uragani. [Buena pregunta. Supongo que en ese entonces… me gustaban los huracanes.]
Su respuesta me dejó pensando. No insistí, porque no quería arruinar el momento, pero sentí que, poco a poco, estaba entendiendo más sobre él.
Seguimos caminando, entre risas y conversaciones ligeras, hasta que el sol comenzó a esconderse en el horizonte.
El cielo se teñía de tonos anaranjados y rosados mientras el sol se ocultaba lentamente detrás de las antiguas estructuras de Roma. Llevábamos horas caminando sin un destino fijo, simplemente disfrutando del ambiente, del sonido de los músicos callejeros y del aroma del pan recién horneado que se colaba entre las calles estrechas.
Italia me llevó hasta una pequeña heladería escondida entre dos edificios antiguos. No tenía un gran letrero ni filas interminables de turistas, pero en cuanto probé el primer bocado del gelato que me entregaron, entendí por qué me había traído aquí.
—Dios, esto sí es un helado de verdad —murmuré con la boca llena, saboreando el dulce equilibrio entre la crema y el pistache.
Italia sonrió, satisfecho con mi reacción. —Sapevo che ti sarebbe piaciuto. Porto sempre qui le persone a cui tengo. [Sabía que te gustaría. Siempre traigo a la gente que me importa aquí.]
Su comentario me tomó por sorpresa. Me quedé en silencio un segundo, observándolo mientras él comía su helado de limón con una expresión serena. Había algo en la forma en la que lo dijo… no sonaba como una frase cualquiera.
—Entonces, ¿ya soy parte de tu club exclusivo de helados? —pregunté en tono de broma, tratando de aliviar la tensión que sentí de repente en mi pecho.
Italia soltó una pequeña risa y asintió. —Diciamo di sì. [Digamos que sí.]
Terminamos nuestros helados mientras caminábamos junto al río Tíber. A lo lejos, las luces de la ciudad comenzaban a encenderse, reflejándose en el agua como estrellas caídas. Sentí el impulso de decir algo, de preguntar más sobre él, sobre su pasado, sobre todo lo que había vivido con España… pero al final, decidí no hacerlo.
No quería romper este momento.
Seguimos caminando en silencio, disfrutando de la calma que la noche nos regalaba. Y por primera vez en mucho tiempo, sentí que mi corazón no cargaba con tanto peso.
El aire nocturno era fresco, y el sonido del agua del Tíber fluyendo suavemente acompañaba nuestros pasos. Roma, iluminada por la luz de las farolas, tenía un encanto distinto por la noche. Italia caminaba a mi lado, con las manos en los bolsillos, su expresión relajada, pero sus ojos fijos en el reflejo de las luces sobre el agua.
El silencio entre nosotros no era incómodo, pero algo en su mirada me hizo sentir que estaba pensando en algo.
—Messico... [México…] —dijo de repente, con un tono más serio de lo normal—.Cosa è successo agli Stati Uniti? [¿Qué pasó con USA?]
El sonido de su pregunta me golpeó más fuerte de lo que esperaba. No era la primera vez que alguien me lo preguntaba, pero esta vez… esta vez dolió más. Tal vez porque ya había comenzado a sentirme en paz, y recordar todo eso me hacía temer que la herida volviera a abrirse.
Desvié la mirada, fingiendo observar las luces de la ciudad. Pero Italia no apartó sus ojos de mí. Esperaba una respuesta.
—¿Por qué quieres saberlo? —pregunté en un tono más ligero de lo que realmente sentía.
Italia suspiró, como si estuviera decidiendo cómo decirlo. —Perché penso che se passiamo del tempo insieme, se voglio davvero conoscerti... voglio capire cosa c'è dentro di te. [Porque creo que, si estamos pasando tiempo juntos, si realmente quiero conocerte… quiero entender lo que llevas dentro.]
Sus palabras me hicieron sentir algo extraño. No era curiosidad vacía lo que había en su voz, ni lástima. Era… interés genuino.
Me pasé una mano por el cabello y solté un suspiro, preparando mi mente para recordar.
—USA y yo… estuvimos juntos por mucho tiempo. Años. Desde que éramos más jóvenes, él era… bueno, encantador, divertido, alguien con quien podías reírte todo el día y al final de la noche sentirte seguro entre sus brazos. Yo lo amaba. Lo amaba con todo lo que tenía.
Italia escuchaba en silencio, con atención.
—Siempre tuvimos nuestras diferencias, pero yo pensaba que eso nos hacía más fuertes. Hasta que un día, sin señales, sin advertencias… descubrí que me estaba engañando.
Tragué saliva, sintiendo cómo las palabras me quemaban la garganta.
—Con chi? [¿Con quién?] —preguntó Italia en voz baja.
—Con Perú.
Italia frunció el ceño ligeramente.
—Fue un infierno —continué—. Yo… nunca había sentido tanto dolor en mi vida. No era solo que me engañó, era la forma en la que lo hizo. La facilidad con la que mintió en mi cara. Cómo me abrazaba con los mismos brazos con los que tocaba a otro.
Italia apretó los puños.
—Lo peor fue que, cuando lo enfrenté, no lo negó. Solo… solo me miró con esa maldita expresión como si no entendiera por qué yo estaba tan herido. Me dijo que lo sentía, pero que no podía cambiar lo que sentía por Perú.
Solté una risa amarga.
—Lo peor de todo es que creo que una parte de mí hubiera sido capaz de perdonarlo. Porque, a pesar de todo, todavía lo amaba. Pero él no me dio esa opción. Simplemente me dejó.
El silencio se hizo entre nosotros. Italia no dijo nada de inmediato, pero no necesitaba hacerlo. Su expresión lo decía todo.
Finalmente, después de unos segundos, habló.
—Deve essere stato uno stronzo a lasciarti. [Debió haber sido un imbécil para dejarte.]
Me reí un poco, más por el tono de su voz que por otra cosa.
—Sí… lo fue.
Italia se detuvo y me miró a los ojos.
—Ti prometto che, mentre sarai a Roma, non ti lascerò pensare a lui più del necessario. [Te prometo que, mientras estés aquí en Roma, no voy a dejar que pienses en él más de lo necesario.]
Su promesa me tomó por sorpresa. No sabía qué responder, pero algo en mi pecho se sintió… más ligero.
—Gracias —susurré.
Italia sonrió, y sin decir más, seguimos caminando por las calles de Roma, dejando que la noche nos envolviera en su tranquilidad.
El sol matutino entraba por las ventanas de mi nuevo departamento, iluminando con suavidad las paredes aún vacías. Aún no había tenido tiempo de decorar, pero se sentía bien despertar en un lugar propio, lejos de todo lo que me recordaba a USA.
Me estiré en la silla de la cocina, con un bostezo largo mientras tomaba un sorbo de mi café recién hecho. Frente a mí, sobre la mesa, había un plato con pan tostado y un poco de mermelada. Era un desayuno simple, pero después de tanto caos en mi vida, disfrutar de la tranquilidad de la mañana era un placer que no tenía pensado desperdiciar.
Mientras untaba mermelada en una rebanada de pan, encendí mi laptop. No tenía muchas ganas de revisar mis correos, pero parte de mí sabía que debía hacerlo.
El sonido de la bandeja de entrada actualizándose llenó la habitación. Al principio, solo había notificaciones normales: promociones, newsletters, recordatorios bancarios. Pero entonces, un correo en particular captó mi atención.
Remitente: Naciones Unidas
Asunto: Reunión Mensual de Countrys – Asistencia Obligatoria
Solté un suspiro y apoyé el codo en la mesa.
—¿Otra vez? —murmuré para mí mismo.
Cada mes, la ONU organizaba estas reuniones donde se discutían temas internacionales, problemas diplomáticos y… bueno, todo el drama entre los countrys. En teoría, eran para mantener la paz y el orden, pero en la práctica, muchas veces terminaban en discusiones interminables.
Abrí el correo y deslicé la vista por el contenido:
"Estimados countrys,
Les recordamos que la reunión mensual se llevará a cabo este viernes en la sede de las Naciones Unidas. La asistencia es obligatoria para todos los miembros. Se tratarán asuntos de comercio, cooperación internacional y otros temas relevantes. Les pedimos que confirmen su asistencia a más tardar el miércoles."
Rodé los ojos. "Otros temas relevantes" siempre significaba "discusiones entre países que no se soportan".
Me llevé el pan a la boca mientras consideraba la idea de ignorarlo, pero sabía que no podía. Aunque quisiera evitar ver algunas caras, era parte de mi responsabilidad.
Suspiré y me pasé una mano por el cabello.
—Pues ni modo… toca ver a todos de nuevo.
Me pregunté si Italia iría. Probablemente sí. ¿Y España? Definitivamente. ¿USA? También.
El pensamiento de verlo me revolvió el estómago.
—No empieces a pensar en eso desde la mañana, México —me dije a mí mismo, dándole otro sorbo a mi café.
El día apenas comenzaba, y no iba a permitir que un simple correo lo arruinara.
El vapor llenaba el baño mientras el agua caliente caía sobre mi espalda, relajando cada músculo de mi cuerpo. Cerré los ojos y dejé que el sonido del agua me envolviera, dejando a un lado cualquier pensamiento sobre la reunión de la ONU o el pasado con USA. Solo quería disfrutar del momento, sentirme renovado.
Después de unos minutos, cerré la llave y pasé la mano por mi cabello mojado antes de salir de la ducha. Me envolví en una toalla y me dirigí al espejo, donde mi reflejo estaba cubierto por una leve neblina. Con la palma de la mano limpié un poco el cristal y observé mi rostro con atención.
—Nada mal… —murmuré, esbozando una leve sonrisa.
Ya en la habitación, abrí mi maleta, buscando algo que se adaptara mejor a Roma. Había visto cómo los italianos se vestían con una elegancia natural, y aunque mi estilo era más relajado, hoy tenía ganas de probar algo diferente.
Opté por una camisa de lino en un tono café claro, con un par de botones desabrochados en el cuello para darle un aire más despreocupado. Me puse unos pantalones ajustados en un tono café más oscuro y unas botas de cuero marrón que combinaban a la perfección.
Para complementar el look, agregué un cinturón de cuero y un reloj dorado que resaltaba en mi muñeca. Pero el toque final lo darían unos lentes de sol con un marco fino y elegante, que al ponérmelos me hicieron sentir como si estuviera en una película italiana.
Me miré en el espejo y sonreí con satisfacción.
—Muy europeo… creo que Italia se sentiría orgulloso.
Tomé mis cosas y salí del departamento, listo para enfrentar el día en la ciudad eterna.
Martes –
El sol de media mañana bañaba las calles adoquinadas de Roma mientras caminaba sin rumbo fijo. Después de vestirme con aquel look inspirado en los italianos, decidí aprovechar el día para conocer más de la ciudad por mi cuenta.
Me detuve en una cafetería pequeña cerca del Panteón, donde pedí un espresso y un cornetto relleno de crema. Me senté en una mesa al aire libre, disfrutando del ambiente vibrante de la ciudad. Los romanos pasaban conversando animadamente, algunos gesticulaban con entusiasmo, mientras otros simplemente disfrutaban de la brisa de la mañana.
Después del desayuno, caminé por las estrechas calles empedradas hasta llegar a la Piazza Navona. Me detuve a admirar la Fuente de los Cuatro Ríos, sintiendo el murmullo del agua y el bullicio de los turistas alrededor.
—Este lugar tiene algo especial… —susurré para mí mismo.
Decidí seguir explorando, pasando por el Castel Sant’Angelo y luego cruzando el río Tíber. Me dejé llevar por el encanto de la ciudad hasta que el sol comenzó a bajar en el horizonte. Roma me estaba envolviendo con su magia, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que mi mente estaba en paz.
Miércoles –
Italia me había enviado un mensaje temprano:
"Hoy estaré ocupado con unos asuntos, nos vemos pronto."
No dio más explicaciones, pero no me molestó. La verdad, tampoco quería parecer dependiente de su compañía, así que decidí aprovechar el día para seguir descubriendo la ciudad a mi ritmo.
Pasé la tarde en la Galería Borghese, admirando pinturas y esculturas que transmitían siglos de historia. Me perdí en las expresiones de las obras de Caravaggio y la perfección de las esculturas de Bernini.
Luego, regresé a mi departamento, cené algo ligero y me dormí temprano.
Jueves –
El jueves, finalmente, me encontré con Italia. Nos reunimos en una plaza tranquila, lejos del bullicio de los turistas. Italia estaba sentado en un banco de piedra, tomando un café, mientras yo llegaba con unos cannoli que había comprado en una pastelería cercana.
—Mira lo que traje —dije, ofreciéndole uno con una sonrisa.
Italia sonrió y tomó el dulce con delicadeza.
—Grazie, Messico. Sai sempre come rendere migliore la giornata. [Grazie, México. Siempre sabes cómo mejorar el día].
Nos sentamos a comer en silencio por unos momentos, disfrutando de la brisa. Luego, Italia suspiró y apoyó un codo en el respaldo del banco.
—Hai ricevuto l'email dall'ONU? [ ¿Recibiste el correo de la ONU?] —preguntó de repente.
Le di un mordisco a mi cannoli antes de responder.
—Sí… No puedo decir que me emocione la idea de ir.
Italia soltó una leve risa.
—Non sei l'unico. Questi incontri finiscono sempre con discussioni inutili. [No eres el único. Estas reuniones siempre terminan en discusiones inútiles.]
—Exacto. Pero tenemos que ir, ¿no?
Italia asintió, mirando el cielo.
—Sì. Fa parte delle nostre responsabilità [Sí. Es parte de nuestras responsabilidades].
Me quedé en silencio un momento, jugando con la servilleta en mis manos.
—¿Crees que España estará allí?
Italia desvió la mirada por un segundo antes de responder.
—Probabilmente. Non manca mai a questi incontri. [Probablemente. Él nunca falta a estas reuniones.]
Suspiré.
—Y USA también estará…
Italia me observó con seriedad.
—Siete pronti a vederlo? [¿Estás listo para verlo?]
No supe qué responder de inmediato. Había pasado mucho tiempo desde nuestra última conversación, desde aquella traición que todavía ardía en mi pecho.
—No lo sé —admití—, pero tarde o temprano tenía que pasar, ¿no?
Italia asintió lentamente.
—Non lasciare che sia lui a controllare come ti senti. Tu sei più forte di così. [No dejes que él controle cómo te sientes. Eres más fuerte que eso.]
Sonreí levemente y le di un golpecito en el hombro.
—Gracias, Italia.
—Per sempre, amico mio.
Y así, con la reunión de la ONU acercándose rápidamente, supe que el pasado estaba a punto de alcanzarme.
He vuelto después de tremendo bajón emocional, espero que hayan disfrutado de este capítulo, hasta pronto.
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