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Capítulo II

Park JiMin llevaba una vida llena de lujos y comodidades desde que tenía memoria.

Viajes al extranjero, ropa de las mejores marcas y una educación de calidad, eran solo algunas de las tantas cosas que acostumbraba tener y recibir.

Por eso, cuando tenía cinco años, se extrañó al encontrar un simple papel sobre su cama. Pero podía jurar que, desde esa misma noche, ese aparente papel simple, cambió su vida y ya no volvió a ser igual.

Recordaba muy bien su infancia y no era precisamente como todos creían.

Sí, podía decirse que tenía todo lo que un niño quería. Pero no por eso podía decirse que él era completamente feliz

Empezando por sus progenitores. Su padre era un empresario reconocido en el país y el extranjero, todo un hombre de negocios. Y su madre era una hermosa modelo y actriz japonesa de talla internacional. Ambos siempre andaban muy ocupados. Mientras su padre paraba entre reuniones y viajes de negocios todo el tiempo, su madre se la pasaba frente a las cámaras, salones de belleza y de entrevista en entrevista. Por ello, casi nunca tenían tiempo para él.

A pesar de estar legalmente casados, la realidad era otra. Lo que frente a las cámaras era un matrimonio perfecto y deseado por otros, tras ellas se escondía una familia llena de discusiones y agresiones. Sí, ellos estaban casados, pero no porque se amaban y estaban juntos. Lo suyo fue algo pasajero que duró un par de meses, una aventura que tuvo como fruto un pequeño e inocente rubio.

Había apariencias que cuidar y, aunque ese bebé no fue planificado, ellos lo tuvieron.

Sus primeros años de vida, JiMin los pasó viajando de Corea del Sur a Japón, donde se quedaba un tiempo con su mamá mientras su padre enviaba dinero para él. El rubio era testigo de todas las discusiones de sus progenitores, y siempre aludían que él era el culpable de todo ello. Especialmente su madre que, debido al embarazo, perdió un poco de su fama como modelo, por lo que ya no tenía los mismos ingresos y por eso solía gastar el dinero del padre de su hijo en cosas que no eran de gran necesidad. Y cada vez que su padre se enteraba de ello, siempre terminaban discutiendo fuertemente.

Su madre los culpaba a él y a su padre por haber arruinado su carrera como modelo. Y su padre lo culpaba por no cumplir con los estándares que había puesto en él aún siendo un niño.

Pero... ¿Realmente era culpa suya?

Lo único que quería JiMin era ver felices a sus padres. Quería que ellos se sintieran felices por él, por lo que lograba. Quería su atención. Quería contarles muchas cosas. Quería jugar con ellos. Quería que lo trataran como otros padres tratan a sus hijos.

Él quería una familia.

Porque a pesar de todo lo que vivía, él no podía odiarlos. Pero por más que lo intentaba, no lograba ganarse ese cariño de sus progenitores.

Y cuando ese avionsito llegó a la habitación, su vida dio un giro total.

Y su felicidad continuó al conocer a Min YoonGi, en quien había encontrado a alguien especial. Alguien que lo apoyaba y siempre le hacía sentir feliz. A quien le contaba muchas cosas, y con quien siempre reía a carcajadas bajo ese extraño escondite que se volvió su lugar favorito.

Era feliz con él.

Y eso aumentó mucho más cuando supo que él, Min YoonGi, ese niño estudioso y apasionado por la lectura, ese niño que era su mejor amigo, tan atento y detallista con él, ese pequeño que le había enseñado el significado de «cariño», ese mismo niño era el autor de todas esas hermosas cartitas que recibía a diario. Mismas cartitas que se esforzaba en esconder de su padre.

Todo parecía ir «bien», pues él quería seguirle el juego de los avionsitos a YoonGi. Porque en un principio lo tomó así. Como un juego, como regalos que él le daba, nada más.

Pero años más tarde entendió que, ese sentimiento que tenía hacia Min, era algo mucho más que amistad.

Y vaya que le costó aceptarlo.

Pues sabía que eso...

—Es algo que no está bien—le dijo su padre mientras firmaba documentos—, no es correcto. No, es simplemente repugnante.

Pero al llegar a la pubertad también supo que eso incorrecto y repugnante le hacía sentir tan pleno y en paz. Algo que nunca había sentido hasta conocer a Min YoonGi, y algo que sólo él podía hacerle sentir.

Lo quería. Lo quería porque era algo correcto y puro para él y su corazón.

Por eso le dolió hasta el alma haberlo dejado solo en esa biblioteca. Así, sin decirle una razón.

Pero, lastimosamente, él no podía hacer nada más que obedecer a su padre.

Al pisar tierras italianas, fue embarcardo directamente a la casa de su tío. No tuvo problemas con ello, porque tampoco se encontraba en condiciones de apreciar la belleza del país.

Su tío era profesor y también dueño de una escuela privada muy reconocida por su enseñanza. No era tonto, sabía que su padre haría que estudiase allí su secundaria completa. Y su tío ayudaría a que el deseo de su padre se cumpliese.

Pues lo que él quería era...

—Un hombre instruido y bien educado—decía su padre—. De clase alta y seguro.

Ahora debía concentrarse en eso. Ser lo que su padre quería que fuese. Debía despejar su mente y tratar de ponerla en blanco. Guardando en un rincón muy especial de su corazón el recuerdo de Min YoonGi.

Aunque le doliese.

Intento con todas sus fuerzas mantenerse ocupado sin dejar tiempo para que su consciencia le recriminase por lo que había hecho.

Todo era un caos para él.

Y empeoró con el paso de los días, cuando entendió el porqué su padre era exitoso y tenía mucho dinero.

Y no, no era sólo por lo que él creía.

Descubrió que su padre le había mentido, él no era un empresario solamente. Él, el gran y perfecto empresario Park, pertenecía a una red criminal de tráfico de sustancias ilícitas.

Y esa fue la gota que rebalsó el vaso.

La idea no era solo volver a JiMin el hombre perfecto, sino que también, enseñarle el negocio oculto que llevaba generaciones presente en la familia Park.

Eso le enfermó. Y cuando trató de enfrentar a su padre por lo que quería hacer con él a futuro, recibió la peor paliza de su vida.

—Si no te lo dije antes—dijo su padre volviendo a ponerse el cinturón—, fue porque eras todavía un mocoso que podía abrir la boca y tirar todo a perder. Pero ahora que estás grandesito, entiendes la situación. Demuéstrame que eres un Park, no me decepciones.

Esa noche lloró un montón.

Solo había una persona que podía hacerle sentir mejor, pero ya no la tenía a su lado.

YoonGi...

Lo necesitaba tanto. Así que, con dolor en todo el cuerpo, se arrastró hasta alcanzar una cajita desgastada color morado. Era lo único que tenía de él; sus poemas. Abrazándose a sí mismo, tomó uno de los papeles y lo leyó con gran pesar en su corazón.

«Tal vez no sabes cuánto te quiero,
y tampoco que sin ti yo me desespero
Tampoco sabes lo mucho que me duele
verte llorar a solas en la interperie.
Sonríe, seca esas lágrimas
y no te preocupes más,
porque ahora me voy a encargar
de todo dolor en tu vida borrar.»

¿Qué más podía hacer si no simplemente llorar? Se sentía débil y miserable.

Te extraño...

Lo extrañaba demasiado.

Hasta hace un tiempo, YoonGi consideraba a la noche como su principal cómplice de inspiración. Pero ahora, las noches no tenían sentido alguno para él

Se sentía vacío y muy dolido.

La mañana en la que despertó con frío entre las mantas, en medio de la biblioteca y sin rastro alguno del rubio, supo que algo andaba mal.

Y luego de ordenar todo y ayudar a su padre en el jardín, ese presentimiento se intensificó al no poder divisar por ningún lado a JiMin.

¿Dónde se metió?

Tenía miedo y estaba nervioso por lo que había pasado la noche anterior. Se negaba a creer que ahora el rubio lo estaba evitando después de haberle confesado sus sentimientos. Se negó porque sabía que JiMin no era alguien que huía de esa forma.

Así fue que durante el desayuno escuchó a las sirvientas cuchichear. Por su cabeza nunca cruzó la idea que escucharía a continuación:

—El señor Park se llevó al pequeño JiMin a Italia.

Simplemente en ese instante todo su mundo se derrumbó.

Y cuando llegó la noche, dispuesto a averiguar si era cierto eso, repitió lo que era una costumbre para él; trepó el árbol para solo constatar que la ventana que siempre estaba abierta, ya no lo estaba y las luces estaban apagadas.

Con el corazón en la garganta, se dirigió a la biblioteca. En un último intento de probar que no era cierto.

Él está aquí. Él... No. Él no pudo dejarme así...

Por más que lo esperó despierto toda la noche y madrugada completa, por más que rogó al cielo, el rubio jamás apareció.

Él se fue a Italia... Él... Me dejó.

Las noches siguientes se las pasó llorando en silencio. Bajo la luz de la luna, y con su fiel libreta en mano, trató de desahogarse. Pero no podía escribir nada, pues no existía palabra que describiese y expresara lo que sentía en ese momento.

Sencillamente desgarrador.

Dicen que el tiempo cura heridas y atenúa el dolor de una mala experiencia. Y fue así que los meses pasaron y pasaron hasta convertirse en años.

JiMin se esforzaba en dar lo mejor de sí en la escuela y «esas clases extra». Siempre tratando de complacer a su padre, tratando de demostrar lo buen hijo que podía ser, tratando de demostrar que era digno de llevar su apellido. Tratando. Pero aquello no le hacía feliz en lo absoluto.

Cada día era lo mismo; por las mañanas clases intensas y exhaustas en la escuela, y por las tardes, clases para aprender a manejar el negocio familiar.

Pero JiMin siempre esperaba la noche, porque se ponía a leer la colección de sentimientos hechos letras y papel que guardaba con tanto recelo. Cuyo autor era el dueño de las más hermosas fantasías jamás contadas. Ese mismo autor, era el dueño de cada espacio existente de su corazón.

«Ven, acompáñame
pintemos este gris paisaje
con hermosos tonos pastel.
Toma mi mano
y deja atrás tu tristeza
Quédate a mi lado
y me tendrás cuando quieras.»

Y aunque le costó, Min YoonGi entendió que debía continuar. La vida no se apiadaría y tampoco pararía aunque él lo quisiera.

Durante el día, trabajaba con su padre en el jardín y por las noches estudiaba por su cuenta, pues así se mantenía ocupado en algo que le gustaba mucho.

Cada cierto tiempo veía al señor Park volver a la mansión después de sus viajes, y no podía evitar esperar con ansias e ilusión ver a JiMin cruzar la puerta principal, verlo con una sonrisa mientras él corría hacia sus brazos.

Pero con el tiempo entendió que eso no pasaría. Y lo entendió, aunque le costó.

Durante las noches escribía, era algo que no iba a dejar fácilmente. Continuaba dedicándoselas a Park JiMin y a pesar de que sabía que él no las vería, una parte suya quería creer que sí lo hacía.

Quería creer que, dónde sea que estuviese, él podía leer su corazón a la lejanía.

Soy un tonto...

Al cumplir los quince años, su padre empezó a presentar problemas de salud. Y aunque en un principio le pidió a su hijo que no se preocupase, YoonGi no veía mejorías en él y eso le preocupaba. Entonces, le pidió al médico personal de la familia, que era también amigo de su padre, que le hiciera una revisión a su progenitor para saber si tenía alguna enfermedad.

Claro, todo bajo el consentimiento del señor Park.

Luego de unos días en los que revisó al Min mayor, al fin llegaron los resultados.

—Tu padre tiene cáncer de pulmón, YoonGi—le dijo el médico con pesar—. Y está en un estado avanzado.

En ese preciso instante, su mundo, ese que había comenzado a reconstruir, volvió a quebrarse.

Los meses pasaban, y aunque su padre llevaba un tratamiento, no había muchas mejorías. Se veía más delgado y tosía demasiado, e incluso a veces tosía sangre.

YoonGi había tomado el lugar de trabajo de su padre temporalmente, aún mantenía la esperanza de que él mejorase.

Y siempre le transmitía esa esperanza todo el tiempo.

—Vas a estar bien papá—le dijo acariciando sus manos ahora un poco más huesudas—, pronto volverás al jardín. Créeme, las rosas te extrañan mucho. Nunca dejan de preguntarme por ti.

Siempre le llevaba flores, lo cuidaba durante su tiempo libre y por las noches se quedaba a su lado, dejando temporalmente de estudiar.

Ese pequeño pero fuerte rayo de esperanza, no significó nada para YoonGi cuando una noche, aferrado a su padre, lloraba desconsoladamente. Estaba claro que su progenitor había perdido contra el cáncer.

—Te lo suplico...—susurró en medio del llanto—. Papá, por favor no me dejes.

El hombre estaba muy débil, a penas podía respirar y hablar.

—¡Ayuda por favor!—gritaba YoonGi—¡Alguien p-por favor!

Minutos atrás, uno de los sirvientes había ido por el doctor, mientras otros sólo oraban por el señor Min.

YoonGi suplicó y rogó, desde lo más profundo de su ser. Con todas sus fuerzas y energías, arrodillado junto a su padre, quien limpiaba débilmente sus lágrimas.

—No te vayas...

Pero sabía que no podía hacer nada más. Ya no había más que hacer.

¿Qué haría sin su padre? ¿Cómo iba a continuar sin él?

Todo pensamiento se esfumó de su mente cuando su padre, en su último aliento, le dijo:

—Sé fuerte y valiente—empezó entre tartamudeos—, pórtate bien, sé un buen chico. No tengas miedo—le pidió acariciando su rostro—, eres mi orgullo, mi pequeño Yonnie. Hijo mío, escribe tu propia historia y nunca olvides lo mucho que te amo.

El Min menor era un mar de lágrimas que se intensificó cuando sintió que su padre dejó de respirar y el agarre en su mano se aflojó.

Estaba destrozado. No sentía nada.

¿Así sería siempre?

¿Perdería a todas las personas que amaba?

Primero su madre, luego JiMin y ahora su padre.

Estaba solo, se sentía totalmente solo.

La noche, después del entierro, con ahora dieciséis años de edad, la impotencia y el dolor se apoderaron de él tirando todas las cosas de su escritorio.

La habitación, que hasta hace poco volvió a compartir con su padre debido a su enfermedad, estaba completamente desordenada. Sus lágrimas  corrían sin cesar, sus nudillos se veían blancos debido a lo fuerte que empuñaba su mano.

Nada pasaba por su mente más que quitarse ese agudo dolor del pecho. Y nada le importó cuando entre sus manos ya tenía una botella de alcohol.

Estaba mal, lo sabía.

Pero se sentía mierda. Y no pensaba con claridad.

Solo tomó una botella y ya se sentía adormecido, como en otro mundo ajeno a éste. Esa noche durmió profundamente, soñando con sus padres y con la persona que no salía de su corazón.

—Por favor, vuelve JiMin—pidió a la nada—, te necesito.

A unos kilómetros de allí, Park JiMin aprendía a manejar un arma.

—Un hombre siempre es seguro ¿Lo entiendes?—le dijo su tío—¡Seguro! ¡Sin dudar ni pensártelo dos veces!

La mano del rubio ya no temblaba como hacía dos años, y al disparar logró darle al punto marcado en los muñecos de práctica.

—Bien hecho, muchacho—apareció su padre tras suyo—. Es suficiente por hoy.

Al llegar a su casa, se tumbó en la cama. Estaba exhausto, muy cansado y con hambre. Ya se había acostumbrado a esta rutina hace muchos meses. Pero siempre sentía lo mismo; que era repetitivo y monótono.


Durante todos esos años, había aprendido más sobre sí mismo.

Sí, amaba leer las cartas de YoonGi, aunque ya se las supiese de memoria. Pero también había encontrado una nueva pasión; y era pintar.

Por supuesto que lo hacía a escondidas de su padre, pues ya sabía cómo sería su reaccionar. Había aprendido a desahogarse entre lienzos y pinturas reflejando en cada uno lo que hasta ahora seguía sintiendo por YoonGi.

Era una forma de sentirlo mucho más cerca, además de sus cartas.

Tenía un amigo en la escuela que le había dado una gran idea. Ese amigo se llamaba Jung Hoseok.

—Puedo venderlos por ti—le dijo con una sonrisa—, soy muy bueno para convencer a otros, es mi don. Además, puedes ganar un buen dinero mostrando tu talento.

JiMin lo pensó mucho tiempo. Sí, él quería demostrar que podía salir adelante sin su padre y sin su sucio dinero. Pero más que eso, quería demostrarse a sí mismo lo luchador y perseverante que era.

Así que aceptó. Cada que podía, durante las noches y sin que su padre lo notase, pintaba cuadros pequeños pero muy bonitos.

Se los daba a Hoseok en la escuela. Y luego, a los poco días él volvía con el dinero de la venta.

—¿Por qué me das esto?—preguntó Jung al ver los billetes que le extendía el rubio.

—Es tu parte—respondió—, y no lo vayas a rechazar. Gracias a ti puedo venderlos, así que es la paga de tu trabajo.

Poco a poco fue juntando dinero, no era mucho, pero era un comienzo.

A veces se sorprendía, pues era tanta la desatención de sus progenitores que podía hacer muchas cosas sin que ellos lo notasen.

Así pasaron los meses.

Y cuando JiMin tenía dieciocho años de edad, su padre le dio la mejor noticia que pudo haber recibido en los seis años que estuvo en Italia.

—Volvemos a Corea del Sur—avisó su padre con una sonrisa—, para que todos conozcan a mi hijo, el heredero de toda la fortuna Park. Prepara tus cosas, llamaré a tu madre.

Se sentía muy feliz. Tan feliz que lo único que cruzó por su mente fue cierto pelinegro.

YoonGi... Volveré a ver a YoonGi...

Mientras tanto en la mansión, Min YoonGi, con ahora diecinueve años, notaba un enorme ajetreo entre todos los sirvientes. Creía saber el porqué, seguramente el señor Park iba a volver de sus viajes.

Sí, seguro era por eso que todos los sirvientes limpiaban con gran esmero cada rincón de la mansión.

Oh, pero estaba tan equivocado.

Lo comprobó cuando esa misma noche, mientras se dirigía a la cocina, escuchó a las cocineras hablar entre susurros.

—Te estoy diciendo que el señor va a traer a su hijo de vuelta a la mansión—dijo la menor de todas—, yo misma escuché a los guardaespaldas hablar sobre eso en la mañana.

¿Había escuchado bien?

JiMin... No, no es posible.

—Dijiste eso hace unos meses y no pasó.

—Estoy diciendo la verdad. Él señor va a volver con su hijo a la mansión.

—Seguro será para anunciar que el joven ahora va a contraer matrimonio como todo caballero—dijo la más anciana—, ayer vi al señor Lee junto a su hija hablando con el guardaespaldas.

La cabeza de YoonGi daba vueltas y no notó cuando dejó de respirar por un instante al oír:

Matrimonio...

—Si lo que quiere es una buena esposa para su hijo—empezó otra—, mis dos hijas son buenos partidos. Todas unas damas.

—¡Qué barbaridades dices!

—Yo solo quiero ver cuánto ha crecido el pequeño joven JiMin desde ese entonces.

Se le fueron las ganas de tomar agua y se alejó de allí, ignorando esa conversación que empezaba a oírse lejana para él

Al llegar a su nueva habitación, a la que lo habían trasladado después de haber fallecido su padre, se sentó de golpe en la silla. Pensando.

JiMin volvería. Volvería a ver a su JiMin.

JiMin...

Su corazón estaba como loco. Realmente había soñado con ese momento y ahora podría hacerse realidad.

Se sentía sobrepasado por todas las emociones que en ese momento tenía. Un millón de pensamientos llegaron a instalarse en su mente de un solo golpe.

Pensamientos relacionados a él mismo e inevitablemente con JiMin.

Sintiéndolo junto a él... Tan pero tan cerca suyo...

Su aroma, su presencia, su calor...

—¡Maldición!—exclamó golpeando su escritorio.

Salió de su habitación, con camino hacia quien podría ayudarle ahora mismo.

Ya le había ayudado en otra ocasión similar.

—¿Qué haces despierto a esta hora?

Y ese era Kim NamJoon, uno de los guardaespaldas de la familia. Un muchacho que se había convertido en lo más cercano que podía tener en esa mansión.

—Necesito una botella—pidió sin más.

Esa fue la segunda vez en su vida en la que quiso probar el alcohol para ya no pensar y olvidar el dolor.

Pero esta vez, al volver a su habitación, la libreta sobre su cama llamó su atención y entonces observó la botella sin abrir en sus manos.

Su voz interna le comenzó a hablar

No... No puedo.

Cogiendo su libreta, y colocándola al lado de la botella, se sentó junto a su escritorio.

De pronto, la voz de su padre llegó a su cabeza.

Sé un buen chico, Yoonnie...

Observó la botella, que brillaba por la luz de luna que ingresaba por la ventana.

Y oyó la voz de JiMin.

Te quiero, hyung.

Cerró los ojos y negó suavemente. Volvió a tomar la botella y sonrió sin gracia, la dejó donde estaba y en su lugar, tomó su libreta y un bolígrafo.

Empezó a escribir.

Porque a pesar de lo terrible que se encontraba en ese instante, recordó que hay otras formas de sentirse mejor. Se lo había prometido a su padre y también, en algún momento, a JiMin. Pero sobretodo, se lo había prometido a sí mismo.

«¿Sabes cuántas noches me pasé sin dormir
por estar pensando en ti?
Me volví un loco, sí
tal vez sea así.
Intenté contarle mi tristeza
a una botella de alcohol
Pero es inútil ahora
que te extraño un montón
Te volveré a ver,
Razón para mi enloquecer
¿Sabes cuántas veces vi el atardecer
soñando con volverte a tener?
Quizás no lo sabes,
pero incluso hasta las aves
extrañan vernos sobre el césped recostados
viendo al cielo, abrazados.
Ahora lo entiendo,
no te he olvidado
Y no te miento,
yo de verdad lo he intentado.
Pero simplemente,
me dejé vencer
me dejé caer
Esta vez, ¿te quedarás hasta el amanecer?»

Eran las siete y media de la noche cuando JiMin y sus padres llegaron a su país natal. Para cuando dieron las ocho en punto el revoltijo que JiMin estuvo tratando de controlar, volvió. Y es que no sabía cómo sentirse exactamente.

Es decir, en ese momento sentía muchas cosas, y es gracias a esa mezcla de cosas que se sentia confundido y un poco abrumado.

No pegó el ojo toda la noche y tampoco lo hizo cuando estaban en el avión. Pero poco podía importarle, en ese momento quería llegar a la mansión y buscar al pelinegro.

Los minutos en el auto le parecieron eternos. Sí, estaba impaciente y lo reconocía. Volvió a sentir el huracán en su estómago y el aire se le fue al ver por la ventana la mansion Park.

Ya estoy aquí... Volví...

Algunos sirvientes lo ayudaron con sus maletas y pertenencias. Después, acomodando su pulcra camisa blanca, siguió de cerca a su padre y a su madre que hacían el mejor esfuerzo por estar en paz.

JiMin observó detalladamente todo el lugar. Nada había cambiado. Todo estaba igual. Al llegar al patio, habían algunos sirvientes y muchos amigos, socios y conocidos de sus padres


Pero no lograba ver a quien él quería entre todas las personas.

—Bienvenido de vuelta, amigo mío—dijo el señor Lee—, es grato placer verte a ti y a tu familia nuevamente.

JiMin disimulaba prestar mucha atención a la conversación de sus padres y el señor Lee, pero realmente buscaba YoonGi con su mirada, pero no lo encontraba.

—JiMin, ella es mi hija mayor—dijo Lee—; HaeRi.

Una muchacha con vestido y hermosa cabellera azabache se acercó a él, y ambos se inclinaron. Se saludaron formalmente, cruzando un par de palabras, tal como le habían enseñado.

—Espero llevarnos bien, joven JiMin—le dijo ella con una sonrisa.

—Espero lo mismo, señorita HaeRi.

El ambiente para él empezaba a ser sofocante con el pasar de los minutos y comenzaba a sentirse frustrado por no poder encontrar a YoonGi. Tenía, debía, necesitaba y quería verlo.

Cuando todos ingresaron al interior de la mansión, con dirección al comedor, JiMin sintió una mirada sobre él. Podía reconocer a la perfección a quien le pertenecía.

Como si fuese un radar, su corazón comenzó a latir con fuerza. Por un momento contuvo la respiración.

Estaba ahí, a lo lejos, entre los rosales, viéndolo con sus ojitos sorprendidos. Sus pies se quedaron inmóviles, y para cuando quiso acercarse a él, ya no pudo. YoonGi se había ido rápidamente.

—¡Brindemos—empezó su padre levantando una copa—, por la prosperidad de esta gran familia y por mi hijo, mi futuro heredero! ¡Salud!

—¡Salud!—se escuchó en todo el salón.

JiMin estaba en otro mundo. Sentía su piel erizarse con solo recordar la mirada gatuna de YoonGi. Sus deseos de verlo y sentirlo se incrementaron más, estaba impaciente.

Al terminar la cena, subió a su habitación con rapidez. Espero un poco hasta que todos se fueron dejando a solas los pasillos de la mansión para poder salir.

Sabía dónde podía encontrarlo.

La biblioteca...

Al abrir la puerta de la misma, fue jalado por una mano en su muñeca al interior de la enorme habitación. Su cuerpo fue empujado contra la puerta, cerrándola al instante.

Su respiración estaba acelerada pero se cortó cuando lo tuvo frente a él, con sus pálidas manos a los costados de su cabeza.

Juraría que pudo haberse desmayado en ese momento.

Era él. Era él. Era...

Min YoonGi...

Su vista se nubló por las lágrimas. Le costaba descifrar la mirada que el pelinegro le daba, sólo podía sentir su rápida y fuerte respiración.

El silencio los abordó por unos minutos.

Esto no podía ser real... No podía...

Pero JiMin comprobó su veracidad al lanzarse a los brazos de YoonGi. Temblando, llorando y escondiéndose en él.

—Eres tú...—susurró el pelinegro aferrándose a Park como si fuera a irse de nuevo—. En serio estás aquí... Eres tú.

Y es que YoonGi soñó incontables noches con volver a tener al rubio en sus brazos.

—Perdóname. Te ruego que me perdones, Yoon.

Y JiMin soñó incontables noches con volver a sentir el calor del pelinegro.

—Shh, tranquilo—calmó YoonGi besando su cabello.

Y en ese momento entendieron una cosa; y es que, aunque pasasen miles de sucesos terribles a su alrededor, por más lejos y destruidos que se encontrasen, siempre pero siempre, volverían al lado del otro.

JiMin quería decirle muchas cosas, por eso se alejó lo suficiente para verlo a los ojos teniendo toda la intención de hablarle.

—YoonGi, yo...

Pero el aludido lo tomó suavemente del mentón, y lo calló al instante. Un suave y dulce beso, una unión que sabía a añoranza, un cálido encuentro de bocas que en medio del silencio gritaban lo mucho que se habían extrañado en todos esos años.

Porque, tal vez, nunca lo sabrían pero... Sus corazones estaban unidos por un fino pero fuerte hilo, formado desde hacía muchísimos años. Símbolo de la promesa más hermosa y única que puede existir; hasta siempre te amaré...

Y sería así, eternamente.

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