Capítulo I
La mansión Park era completamente enorme a comparación de su antigua y pequeña casa.
Y Min YoonGi creyó que aquí sería feliz de nuevo, junto a su padre.
Lamentablemente, no fue del todo así.
Pero ¿Por qué?
Fácil. Él tenía dificultades para expresarse adecuadamente hacia las personas. Algo que hacía que los demás lo tildasen como alguien callado, extraño y tímido.
Como niño que era, YoonGi quería tener amigos. Y por más que intentaba acercarse a otros, siempre se terminaban alejando de él al poco tiempo.
Así era hasta que cumplió los seis años de edad, cuando un hombre, muy sabio para su yo de ese entonces, le dijo:
—¿Sabías que, a veces...—el niño pelinegro lo miró con curiosidad—, un bolígrafo y un papel plasman lo que tu voz no puede soltar?
A él le pareció una interesante y magnífica idea. Y supuso que no sería muy complicado puesto que él sabía leer y escribir, aunque no muy bien.
Porque a pesar de ser hijo de un jardinero, y viviendo en una época y lugar donde solo algunos podían gozar del derecho a la educación, el pequeño YoonGi aprendió de la mano de los periódicos y con ayuda de su progenitor.
Pero estaba equivocado.
Esa misma noche mientras su padre dormía, y con la luz de la luna colándose por la ventana, supo que tenía otro problema; no sabía cómo empezar.
Esto es muy difícil, se dijo.
Entonces, un pequeño foco se encendió en su cabecita.
A los pocos días, muy tarde por la noche, se armó de valor y se aventuró a la enorme biblioteca de la mansión del señor Park.
Quizás ahí podía encontrar una respuesta a su problema. Tal vez, estando en ese lugar, la inspiración que tuvieron todos los autores de esos libros podía llegar a él.
Para un niño de seis años eso sonaba completamente lógico.
Sin que su padre se diese cuenta, empezó a ir allí con más frecuencia. Pero nada, no sentía la inspiración llegar a él. Se sentía frustrado.
Una tarde cabizbajo, y sentado bajo los árboles, pensó en contarle a su progenitor y darse por vencido.
Él sonrió un poco cuando su hijo terminó.
—¿Sabías que los pajaritos nacen sin saber volar?—dijo viendo a las aves sobre ellos.
YoonGi volteó a verlo con el ceño fruncido.
¿Es que acaso no había escuchado lo que le había dicho?
—. Primero practicaron mucho—continuó su padre—. Quizás también pensaron en rendirse al caer las primeras veces, pero siguieron intentándolo. Y ahora míralos, conocen el cielo mejor que nadie.
El mayor sabía que si su hijo estaba así, era en parte por culpa suya. Desde la muerte de su esposa y madre del pequeño, las cosas habían empeorado. El dinero ya no alcanzaba para casi nada, por lo que tuvo que tomar varios trabajos, descuidando en el proceso a su hijo.
El señor Park vino como un rayo de luz, él sabía de jardinería y Park necesitaba de un jardinero. Fue así que terminó trabajando allí, siendo hasta ese momento casi siete meses. Recibía un salario regular, tenía un techo y ahora podía pasar más tiempo cerca de su hijo. Era joven y quería ser el padre que el pequeño merecía.
YoonGi lo vio confundido.
—. Lo que digo es que debes empezar de a poco—continuó acercándose a él y sonriéndole—. Primero, escribiendo sobre lo que te gusta o sobre tu día a día.
—¿Algo así como los diarios?—preguntó dudoso.
—Así es, hijo—asintió tomando al pequeño en brazos—. Verás que las palabras van a fluir sin más.
Esa misma noche, antes de irse a dormir, su padre le obsequió algo que realmente le sorprendió.
—¿Una libreta?—expresó con mucha alegría.
—Si vas a empezar a escribir—dijo su padre recostándose a su lado—, debes tener algo para que no se pierda tu trabajo y así puedas ver tu progreso.
El menor no pudo ocultar su enorme sonrisa. Y es que realmente estaba muy feliz. Tal vez pareciera raro porque la mayoría de niños pedía juguetes como obsequios, pero YoonGi se sentía el niño más contento del mundo con su nuevo tesoro.
—¡Muchas gracias, papá!
Y así fue como YoonGi, con el paso de los días y bastante esfuerzo de por medio, empezó a redactar sus primeras líneas y párrafos. En muchos de ellos hablaba brevemente sobre cómo fue su día o sobre un descubrimiento nuevo para él.
Animales, plantas, paisajes, su padre y todos aquellos que le rodeaban se convirtieron en los protagonistas de sus escritos.
Pronto descubrió que en cada hoja plasmaba sentimientos distintos. Notó que en algunos mostraba tristeza, en otros, alegría y en otros, enojo.
Algo que pasó por alto los primeros años.
Y fue en una bella tarde de primavera que descubrió un nuevo sentimiento, que no supo describir en ese momento, pero del cual sí aseguraba saber quien era el causante.
—¿Por qué siempre te escondes aquí atrás?
YoonGi dio un brinquito por el susto escondiendo su libreta tras suyo. Era el mismo niño de cabellera rubia y cachetes regordetes que había visto por primera vez hace unos días en la mansión.
—. ¿Te comió la lengua el gato?—le preguntó con diversión.
Si bien el pequeño Min había empezado a socializar con otros niños, todavía seguía aprendiendo. Así que, estaba un tanto nervioso ante la nueva presencia.
—Y-yo...—tartamudeó —, estoy buscando algo.
Tonto, le dijo su cerebro.
—¿Ah, sí?—le preguntó con una sonrisa—. ¿Y qué es ese algo que buscas?
YoonGi se sintió acorralado. ¿Qué iba a decirle?, era pésimo mintiendo. Y al parecer el rubio lo notaba.
—. Mentir es malo ¿sabes?—le dijo al ver que no respondía—, te va a crecer la nariz.
Y comenzó a reírse de lo que dijo. YoonGi no pudo hacer nada más que observar curioso a ese niño que había irrumpido en su lugar favorito.
Era el primero, además de él y su padre, en pisar ese lugar. Ese niño rubio tenía algo que no podía explicar, pero que le hacía sentir de cierta manera en confianza.
Quería decirle algo. Lo que sea.
Pero un grito lo calló.
—¡Jimin!—ambos pequeños se asustaron—. ¡¿Dónde te metiste?!
El rubio cerró los ojos, temeroso. Como si hubiese hecho algo muy malo por lo cual sería reprendido. YoonGi se levantó al mismo instante en que vio al rubio dudoso de salir de allí. Cuando intentó acercarse, se detuvo al verlo a los ojos antes de que desapareciera del lugar.
El pelinegro se acercó un poco a la salida de su escondite, que no era más que una manta acomodada como carpa en la parte posterior del olvidado depósito, para poder observar un poco la situación.
Un hombre alto, de cabello castaño y con semblante molesto, se encontraba frente al cabizbajo niño rubio.
—Lidiar con la caprichosa de tu madre para poder traerte de Japón fue difícil—habló con fingida calma el hombre—. Hijo, quiero que pongas de tu parte. No hagas que quiera mandarte con mi hermano a Italia.
Ante lo último el pequeño rubio levantó la cabeza y negó repetidas veces. La sola idea le asustaba completamente.
—N-no papá, eso no.
—Entonces, hazme el favor de volver a tu habitación que el tutor está esperándote.
Y sin cuidado alguno, el mayor jaló del brazo al niño que ahora YoonGi conocía como JiMin.
Se quedó allí pensando.
Pasada la tarde la duda aún lo rondaba. No podía quedarse así. Entonces, le preguntó a su padre si sabía quiénes eran ese hombre y ese niño.
—Son el señor Park y su hijo—respondió mientras cortaba la hierba mala—. El señor volvió de su viaje de negocios en Japón.
Poco a poco YoonGi iba juntando piezas.
Más tarde, mientras su padre dormía profundamente, el pequeño no dejaba de pensar en lo ocurrido.
Pero justo cuando empezaba a dejarse llevar por el sueño, unos suaves sollozos que provenían del jardín llamaron su atención. Con mucho cuidado bajó de la cama y se acercó a la ventana.
JiMin...
Ahí estaba. Sentado junto a los rosales, con las piernas pegadas a su pecho y tratando de limpiar sus lágrimas. Podía escucharlo susurrar mas no entendía con claridad.
JiMin está triste, pensó.
De repente, sintió como una molestia en el pecho. No le gustaba ver a las personas tristes y muchos menos llorando.
Pensó en salir e ir a verlo. Pero aquello no sería posible cuando vio a JiMin parándose y sacudiendo su ropa mientras se dirigía a la mansión.
YoonGi se fue a dormir esa noche con una magnífica idea en mente.
Lo que más le gustaba del trabajo de su padre era que fuese al aire libre. Así se sentía más tranquilo a la hora de pensar.
Tenía un plan en mente, así que se apresuró en ayudar a su papá en el jardín.
Ver a JiMin solo y llorando le hizo sentir muy mal. Y eso no le gustó. Él era el primer niño del cual no sintió rechazo, a pesar de no haber hablado casi nada. Lo único que quería era hacerle feliz.
Por eso, arrancó una hoja de su libreta y se sentó junto a su cama. Iba a escribirle una pequeña carta. Siempre le escribía algunas a su padre y él siempre le decía que le hacían muy feliz. Entonces pensó que tal vez podía pasar lo mismo con JiMin.
Pero... ¿Qué podía decirle a un niño que apenas conocía?
Lo único que sabía era su nombre, eso y nada más.
Le llevó tiempo escribir algo con lo que realmente estuviese satisfecho. No era un texto muy largo, más bien era un pequeño poema.
Sí, YoonGi había descubierto que también podía escribir poemas sencillos y bonitos.
Pero ahora tenía otro problema... ¿Cómo iba a entregárselo? ¿Sería buena idea dárselo personalmente?
Creo que sí.
Luego de sellar la carta salió de su habitación y llegó al jardín con la intención de encontrar a JiMin por algún lado. No estaba.
YoonGi se detuvo un momento cuando el canto de las aves, que volaban encima suyo, llamó su atención. El foquito se encendió otra vez.
¡Volar! ¡Eso es!
Fue a su escondite y trató de recordar cómo se hacía un avionsito de papel. Pasó mucho tiempo desde la última vez que hizo uno.
Cuando al fin lo logró, lo ocultó con mucho cuidado entre sus cosas. Ya era de noche, por lo que rápidamente regresó junto a su padre, quien debido al cansancio cayó dormido.
Bien. Era hora de actuar.
Se colocó un abrigo y salió acompañado de una pequeña linterna. Se detuvo en medio del jardín y ubicó la habitación de JiMin notando al instante que las luces estaban encendidas.
¿Seguirá despierto?
Sabía perfectamente que no debía acercarse a esa parte de la mansión. Por eso, se encaminó hacia el viejo depósito que, curiosamente, daba con un árbol que estaba cerca a la ventana de la habitación de JiMin.
Con mucho cuidado tomó el avionsito y trepó el árbol hasta sentarse en una de sus gruesas ramas pidiendo internamente que su ventana estuviese abierta.
¡Sí lo está!
Agradeció el hecho de que estuviese todo oscuro porque así no fue visto. Pudo divisar a JiMin sentado junto al escritorio, con un libro frente a él y con sus mejillas apoyadas en sus manos.
Perfecto, estaba muy concentrado. Quizás no se dé cuenta.
Con una increíble puntería, YoonGi impulsó el avionsito con su mano derecha directo al interior de la habitación.
Con una sonrisa victoriosa, vio como aterrizó sobre la cama del rubio, aunque tan pronto tuvo esa sonrisa, la borró. Trató de esconderse en el instante que vio como JiMin se dirigía extrañado hacia el avionsito mientras observaba a todas partes buscando su lugar de origen.
Lentamente tomó el papel doblado con su ceño fruncido de la confusión. Jimin observaba alternadamente la ventana y luego el avionsito.
YoonGi casi tuvo un infarto al estar a nada de ser descubierto.
Vio como el rubio desdoblaba el papel, aún con cierta desconfianza. Pero luego, poco a poco una bella y hermosa sonrisa adornó su rostro haciendo que sus ojitos se volvieran dos líneas.
Al ver eso, YoonGi no pudo apartar la mirada de tal escena sin darse de cuenta de que él también estaba sonriendo. Se sintió muy feliz por hacer feliz a JiMin.
Cuando estuvo a punto de bajar del árbol, vio al padre de JiMin ingresar a la habitación. El rubio escondió tras su espalda el papel, le dijo un par de cosas al mayor para al final hacer una reverencia.
Su padre solo salió de la habitación sin decir nada más.
Rápidamente bajó del árbol y escuchó un bajito «¿De dónde saliste, eh?» que lo hizo sonreír de diversión aún más.
JiMin leyó por última vez el escrito que tenía en sus manos antes de esconderlo en una cajita especial.
«Tu risa es una bonita melodía,
Tu sonrisa es la más pura alegría,
Tus ojos son brillantes como la luz del día,
Me pregunto si tal vez yo podría
convertirme en tu compañía
¿Me dejarías?»
Todo había salido de acuerdo a lo planeado, por lo que YoonGi se acostó a dormir con una enorme sonrisa en el rostro.
Esperaba que JiMin también quisiera ser amigo suyo, después de todo él sí planeaba cumplir con lo que escribió en la carta. Nada más era cuestión de esperar un poco para que el rubio le permitiera acercarse y...
Un segundo...
Los ojitos de YoonGi se abrieron de par en par al recordar un pequeño gran detalle que había pasado por alto:
¡No firmé la carta!
Quizás era muy pequeño y no lo sabía. Pero desde ese momento, Min YoonGi, empezaría a escribir el más hermoso de los poemas de su corta vida. Dándole otro significado a cada uno de sus escritos. Verso a verso, se plasmarían los más bellos y puros sentimientos.
Y esa carta fue la primera de muchas que continuó enviándole al rubio, quien esperaba con ansias la llegada de la luna para así encontrar sobre su cama un nuevo avionsito. De los cuales, cabe resaltar, desconocía el remitente.
Para YoonGi, en ese momento, lo mejor era mantenerse bajo el anonimato. Principalmente, por advertencias de su padre y también por el señor Park, quien había ordenado a toda la servidumbre mantener una distancia prudente de su hijo.
Pero eso no quitaba el deseo que tenía de querer ir hacia el pequeño rubio y decirle que era él, Min YoonGi, el dueño y autor de cada avionsito.
Aunque JiMin también quería saber quién era la persona que le mandaba esas bonitas cartas.
Eran solo dos pequeños, que en su inocencia, encontraron lo más hermoso de sus cortas vidas. Encontraron lo que les faltaba para ser completamente felices, aunque no lo notasen al inicio.
«Descubrí algo más que me gusta de ti
Y es tu voz
Que es muy hermosa, te lo digo sin mentir
Y cada vez que te oigo
Se acelera mi corazón a mil.»
Ese era el objetivo de YoonGi: ver esa misma felicidad reflejada en cada una de las sonrisas de JiMin. Le gustaba hacerle feliz. Y cada vez que lo lograba, sentía su interior revolverse. Su corazón saltaba como un conejito,y su estómago parecía un huracán.
Incluso si lo veía a escondidas y sin que él se enterase durante muchas semanas.
Pero ya no pudo.
YoonGi ya no aguantaba seguir escondiéndose tras un papel. Él quería más. Mucho más. Él quería... Él quería estar cerca de JiMin sin temor alguno.
«¿Sabías que te pareces a las estrellas?
Pues te diré que eres la más bella
que pudo haber entre ellas.
Iluminas todo con tu sonrisa
Alejando la oscuridad a toda prisa.
Sigue brillando,
porque, desde lejos, yo te estoy admirando.»
Quería estar cerca suyo.
Es así que una tarde, siguió al rubio hasta la biblioteca, tratando de pasar de ser percibido por todos. Le vio desaparecer entre los estantes llenos de libros antiguos. Intentó localizarlo, pero no estaba. Lo había perdido de vista.
Su ceño se frunció y decidió que era mejor irse antes de meterse en problemas por estar allí.
—¿Por qué siempre me sigues?—se asustó al oírlo.
Era JiMin, quien lo veía de brazos cruzados saliendo de detrás de la puerta.
¿Cómo me descubrió?
A pesar de su corta edad, JiMin no era tonto. Él lo sentía, y era consciente de que había unos ojitos curiosos puestos en él que lo seguían casi a todas partes.
Pero, con la sinceridad que caracteriza a un niño, lejos de molestarle o incomodarle su presencia, por una extraña razón para él, le agradaba mucho.
Tal vez esa no era la forma en la que YoonGi quería acercarse al rubio. Pero a partir de ese mismo instante ya lo había conseguido.
Con el paso de los días, el viejo depósito se había convertido en su punto de encuentro.
—Será nuestro lugar secreto—le susurró YoonGi.
A escondidas, se conocieron un poco más, rompiendo las barreras de desconfianza a su paso. Encontrando así a un amigo con el que podían jugar, hablar, llorar, reír y hacer un montón de cosas más.
«Hay muchas cosas que quiero contarte
Pero no sé cómo explicarte
Que solo con observarte
Puedo seguirte a cualquier parte.»
JiMin le hablaba muy emocionado de los misteriosos avionsitos que recibía a diario, y YoonGi le escuchaba no atreviéndose a decirle que él se los enviaba.
Cada avionsito marcaba los días, que se convirtieron en semanas, luego en meses, y finalmente, en años.
Y ellos aprovechaban cada pequeño minuto para estar juntos, lo que ellos creían, una eternidad completa.
«Tengo tantas ganas de decirte quién soy,
Pero no me atrevo hasta hoy.
Cuando te veo, no sé qué me pasa
Duele, pero no sé si está mal
¿Tú me lo podrías explicar?»
Inocentes y tiernas miradas que gritaban en medio del silencio las más dulces palabras jamás dichas en público.
El tiempo pasaba y ellos eran cada vez un poco más cercanos que antes. Y al crecer, comenzaron a darse cuenta de cosas que antes no notaban.
Para YoonGi, el rubio ya no era solo un amigo al que admiraba en secreto y le enviaba cartitas anónimas cada noche con dulces poemas o vivencias . Y para JiMin... Para JiMin era mucho más confuso.
Confuso, porque él comenzó a desarrollar ese sentimiento extraño que su padre describía como:
—Una tontería pasajera que te hace perder el juicio.
Confuso, porque tenía a un chico misterioso que le enviaba hermosas cartas demostrándole lo mucho que le gustaba verle feliz.
Confuso, porque, dentro de todas las cosas que YoonGi causaba en él, había una que ya no era igual.
Confuso, porque sabía que ambos eran hombres y estaba muy mal sentir eso por alguien de tu mismo sexo.
Confuso, porque entendió que de igual forma estaba bien.
Confuso, porque... Porque él sabía que el autor de todos esos avionsitos era Min YoonGi.
Lo descubrió cuando tenía nueve años. Cuando, por curiosidad, leyó la libreta que siempre llevaba el pelinegro. Al abrirla, un papel doblado cayó al suelo, curioso lo levantó dudando si en leerlo o no. Al final lo hizo, llevándose una gran sorpresa. Incluso siendo muy pequeño, JiMin notó tres cosas:
La primera fue al instante; era un poema.
La segunda fue al llegar a su habitación, cuando torpe y rápidamente sacó la cajita en la que escondía una amplia colección de cartas. Lo notó; la letra era la misma.
Era posible que...
La tercera fue dos horas más tarde; cuando, con mucho esfuerzo, se mantuvo despierto vigilando la ventana escondido en la caja de juguetes. Tenía sueño pero todo valió la pena al ver a YoonGi subir por el árbol y arrojar un avionsito a su cama. Al desdoblar el papel tenía un nudo en el estómago que se subió a su garganta al notar que era el mismo poema.
YoonGi es el autor...
«Mi corazón es como un conejo,
salta y salta con gran esmero
cada vez que yo te veo.
A veces me duele,
pero no es como parece.
Duele porque te quiero y te anhelo
pidiéndote como un deseo al cielo. »
Habían pasado cuatro años desde ese entonces. Y cuando tenían cerca de trece años, todo comenzó a descontrolarse mucho más. La confusión y la inseguridad se apoderaron de ellos casi en su totalidad.
Y fue en una noche de octubre en la que, arropados sobre el sillón y con la luz de la vela, JiMin admiraba con tanta ternura a YoonGi, quien se había quedado dormido, cuestionándose a sí mismo sobre lo que hacía y sentía.
¿Sabes cuánto te quiero?
Desde que descubrió que el pelinegro era el dueño de todos esos poema que recibía desde hace tantos años, muchas cosas habían cambiado.
¿Por qué no me lo dices? ¿Por qué te escondes?
En un principio, lo tomó como regalos que él le hacía porque eran amigos. Así que, nunca le dijo nada. Decidió seguirle el juego. Pero al ir creciendo, comenzó a sentir cada vez más profundas las palabras que YoonGi le decía y escribía.
Ya no era lo mismo.
Aunque le costó aceptarlo, a él, Park JiMin, le gustaba Min YoonGi. Y lo quería con todas sus fuerzas.
Y el pelinegro aceptó al rubio en su corazón, desde el preciso instante en el que le envió el primer avionsito.
Por eso, Min YoonGi, ya no lo soportaba más. No soportaba seguir callando lo que en su interior sentía cada vez que veía al rubio. Sentía que se asfixiaba, y eso no le gustaba. Era hora, no iba a dar marcha atrás.
Aunque tuviese miedo, él lo iba a hacer.
La mañana del trece de octubre empezó como cualquier otra en toda la mansión.
Pero menos para el pelinegro, pues era el cumpleaños número trece de la persona dueña de su corazón. Estaba emocionado y nervioso, sentía un revoltijo en el estómago, pero poco le podía importar en ese momento. Lo único que quería era que llegase la noche para encontrarse con JiMin en la biblioteca y por fin soltar lo que su corazón dictaba.
Ya lo tenía todo preparado.
No podía fallar ahora.
Todo lo contrario a él, JiMin empezó el día con un entusiasmo que se esfumó como el viento con una noticia que lo destrozó por completo:
—Prepara tus maletas—empezó su padre—, te irás mañana a Italia.
Italia...
Esa palabra retumbó en su cabeza todo el día. Recibió algunos regalos y buenos deseos de parte de la servidumbre y otros conocidos de su padre. Pero por más que le insistían, él no quería salir de su habitación para nada.
Sabía que si se iba a Italia, no era por algo bueno. Y también sabía que, además de él, habría otra persona que se destrozaría por la noticia.
Y esa persona era YoonGi.
Por eso no quería salir de su habitación, no quería ver por última vez al pelinegro. No podía haber una última vez entre ambos. Eso rompería su corazón aún mucho más de lo que ya estaba.
Pero tampoco podía hacerle eso. Así que, muy tarde por la noche, se encaminó a la biblioteca ¿Cómo iba a darle esa terrible noticia? ¿Cómo?
Ya no quería pensar pero era imposible no hacerlo.
Al cruzar la puerta, observó el interior; un pequeño pero hermoso decorado de velas y un camino de pétalos de sus flores favoritas. Simplemente hermoso y maravilloso, como todo lo que YoonGi le entregaba siempre.
Su corazón dolió. Y dolió mucho más cuando escuchó:
—Feliz cumpleaños, JiMin—era YoonGi quien le estaba cantando entre susurros—Feliz cumpleaños a ti. Feliz cumpleaños, JiMinshi. Feliz cumpleaños a ti.
Le dolía demasiado que no notó cuando las primeras lágrimas resbalaron por sus mejillas. Tampoco notó el momento en el que corrió a los brazos del pelinegro e intentó calmar su llanto pegado a su pecho.
No quería dejarlo. No quería irse.
No quiero... No quiero...
YoonGi lo consoló preocupado preguntando si estaba bien, a lo que JiMin dijo que se había emocionado mucho con su detalle. Más tranquilo YoonGi le sonrió, tratando de disipar todo rastro de llanto en el rubio.
JiMin se obligó a calmarse y disfrutar todo este momento tan hermoso, tratando de capturar hasta el más mínimo detalle. Quería parar el mundo y el tiempo.
Él quería. Oh cielos, él sí quería.
Por su parte, YoonGi no tenía idea de nada. Escondiendo su nerviosismo y temor por querer decirle a JiMIn lo que sentía.
Por eso espero hasta pasada las doce.
No podía dar marcha atrás.
—JiMin, yo...—empezó tartamudeando—quiero decirte algo que llevo tiempo guardándolo en secreto.
La respiración del rubio se cortó. Sabía de qué hablaba, lo sabía a la perfección.
Tanto tiempo que lo llevaba esperando.
Tanto tiempo que llevaba anhelando este momento. Tanto tiempo que lo llevaba deseando desde lo más profundo de su ser y de su corazón... Y ahora...
—. JiMin, tú...—el rubio lo vio expectante, temeroso—. Tú me gustas mucho y quiero decirte que... Yo, yo soy...
Y ahora no podía escucharlo.
—Basta...—lo calló al instante, sus ojos volvían a picar—. No sigas, por favor.
YoonGi se asustó del reaccionar del contrario ¿Y si había hecho algo mal? ¿Y si JiMin no lo veía de la misma forma que él? ¿Y si...? ¿Y si ahora lo odiaba?
—JiMin, yo...
—Shh, no sigas—respondió JiMin cubriendo sus oídos sin poder verlo al menos.
YoonGi se sentía fatal y JiMin se sentía miserable. Ambos con un enorme lío en la cabeza.
El rubio iba a irse y no sabía cómo decírselo a Min sin lastimarlo. Y el pelinegro se repetía mil veces que debía haberse quedado callado y haber dejado las cosas como estaban.
—Perdóname, pero...
Y cuando YoonGi estaba dispuesto a irse, JiMIn se aferró con ambas manos al cuello de su pijama, atrayéndolo hacia sus labios.
Y le dio un beso... Un inocente y tierno roce que tenía un dulce sabor que se combinaba con sus lágrimas saladas.
Sintieron una avalancha de emociones en su interior. Se sintieron tan confundidos como lúcidos. Se sintieron bien al igual que mal. Se sintieron en el paraíso más hermoso de la historia...
—¿P-por qué, YoonGi?—se separó el rubio hipando—¿Por q-qué?
—Por favor no llores—le pidió limpiando sus lágrimas—. Me duele verte así.
Debía decirle. Debía hacerlo...
—Te quiero, jamás lo dudes.
Dijo JiMin luego de calmarse, con una pequeña sonrisa en sus labios.
—Y yo a ti.
YoonGi lo atrajo hacia sí en un apretado abrazo que JiMin correspondió con gusto. Se sentían felices, muy felices.
Por un momento, el tiempo se detuvo.
Más tarde, mientras YoonGi dormía plácidamente con un lindo niño sobre su pecho, JiMin acariciaba la pálida mano del pelinegro. Suaves y dulces toques.
JiMin no podía quedarse más. Así que, con mucho cuidado se alejó del cuerpo de Min. Acarició por última vez su rostro y besó tiernamente su mejilla.
Y su corazón volvió a doler al salir corriendo de la biblioteca, dejando atrás a YoonGi, quien inconscientemente buscaba el calor del rubio entre las mantas.
Perdóname... Por favor, perdóname...
Al día siguiente, lo último que supo Min YoonGi, antes de tirarse a llorar en medio de los rosales con su padre preocupado por él, fue que Park JiMin, ese hermoso niño que flechó su corazón y se convirtió en lo más preciado en su vida, había dejado la mansión durante la madrugada, para dirigirse al aeropuerto con rumbo a Italia.
Lo había dejado...
Él me dejó...
Al final, ambos corazones terminaron rotos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro