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El último pétalo.


🌼


Cuando Park Jimin conoció a Min Yoongi, un joven revoltoso e insufrible de apenas veinte años, no esperó enamorarse de él de la forma tan insondable en que lo hizo. Había pensado, en todos sus años como persona sensata, que probaría el amor de la mano de una jovencita provinciana dueña de las más finas bellezas a quien le daría una camada de hijos, todos frutos de un amor pintoresco y con quien viviría hasta la vejez. Pero, por supuesto, jamás creyó posible que su corazón fuera robado por otro caballero -y perdónenlo, mayor que él- que, orgulloso como ningún otro amante, se jactaría hasta el final de sus días de semejante logro.


El Jimin de diecisiete años había planeado toda su vida de acuerdo con los ideales con los que había sido criado, pero todo cambió irremediablemente cuando en una mañana de primavera su historia de amor comenzó a tejerse.


Corría el año de 1861 cuando él muy temprano salió a pasear por los alrededores de su nuevo hogar. Como el escritor reconocido que aspiraba a ser, se había mudado a una pequeña localidad alejada de la ciudad, con la esperanza de vivir nuevas experiencias que pudiera plasmar eventualmente dentro de sus líneas.


Siendo tan joven, había descubierto que su inexperiencia no le permitía siquiera imaginarse los escenarios por los que sus personajes se desarrollaban, así que sin pensarlo mucho, simplemente había llenado sus maletas y se había ido hacia el sur de Europa donde, los rumores decían, era tan bello que parecía haber salido de un cuento.


Y tal como le habían dicho, descubrió que todo era verdad. La pequeña casa que había comprado estaba rodeada de naranjos y no muy lejos de ahí se encontraba un arroyo al que solía ir a bañarse por las tardes. A lo lejos, podía divisar amplias montañas verdes y en las cercanías se encontraba rodeado de campos de claveles.


Jimin se había sentido tan a gusto en el sitio que por momentos se enfermaba de melancolía de pensar en su ciudad natal, pero la reemplazaba por alegría cuando visitaba cada tramo del nuevo lugar. Justo como cuando vio a Yoongi por primera vez.


El sol recién comenzaba a salir y las pocas personas que vivían cerca continuaban en sus casas, pero Jimin había estado muy puntual en su cita matutina con los claveles, recorriendo y olfateando el agradable aroma del rocío de la mañana cuando una voz grave lo detuvo de su actividad y lo reprendió con una actitud hostil y pretenciosa.


—Esto es propiedad privada, señor, me temo que me veré en la penosa necesidad de llevarlo con la autoridad.


Jimin, por supuesto, se había atemorizado como nunca en su vida (¿Con qué cara vería después a su familia cuando el chisme de que su hijo mayor había sido detenido corriera por toda la sociedad?), pero fingió demencia y se volteó para darle la cara al desconocido que resultó ser un hombre de temprana edad y que lo miraba con sus filosos ojos castaños mientras sostenía un arma con sus largos dedos pálidos.


—Lamento mi arrebatada acción, caballero, y por no pensar antes que la naturaleza ya posee un dueño de no muy agradable humor.


El hombre, de cabello también castaño, había abierto los ojos con sorpresa nata y le había sonreído como un padre lo hace al escuchar las excusas de sus hijos más revoltosos.


— ¿Y será que usted piensa que perdonaré su torpeza con esa raquítica explicación?

—No veo de otra, señor, a menos claro que pretenda llevarme con la autoridad tal como ha dicho antes, pero lamento recordarle que la casa del inspector está a dos horas de aquí y, dado que notoriamente usted es mayor que yo, para cuando lleguemos ya habrá olvidado el porqué estaremos ahí.


Jimin jamás en su vida había visto a alguien deshacerse en risas estridentes como el hombre lo hizo ese día, pero lo sintió tan confortante que se encontró con la necesidad de querer repetir la experiencia por siempre.


—A lo mucho seré mayor un par de años, ¿señor...?

—Park, señor Park Jimin.

—Eso, señor Park, tengo veinte años, ¿cuántos tiene usted?

—Diecisiete, y, sino es mucho pedir, quisiera saber también el nombre de quien procura llevarme preso.


El castaño tuvo el descaro de asentir mientras cortaba un clavel azul y lo extendía hacia él, aunque de más está decir que Jimin lo rechazó.


—Min Yoongi, dueño de todos los campos de claveles que usted ve por aquí, ahora ¿Es posible que pueda saber qué hace un adolescente en la propiedad de este senil anciano?

—Depende—Jimin se sacudió las pelusas de su pulcra camisa negra de encajes blancos y miró a Min con desdén, ignorando la broma de mal gusto—¿Sigue en pie lo de nuestra pelea con la autoridad?

— ¿Prefiere una taza de té y una charla de caballeros civilizados?

—Suena menos interesante—dijo, aunque con sus ojos agradecía el indulto—. Pero ciertamente no queremos que las peleas legales le provoquen un paro al corazón, ¿verdad?


Así fue como Yoongi entró a la vida de Jimin, en medio de un campo lleno de colores y aromas y con la promesa de amarse hasta que el último de los claveles sobre la tierra se marchitara.


Como era de esperarse, de aquella conversación acompañada de té y galletas de arroz, descubrieron en el contrario a un fiel compañero de copas, a un cómplice en ideales políticos y a un camarada en sus visiones artísticas. Ambos fueron mezclándose tanto entre sus rutinas que cuando no podían verse caían enfermos de una profunda nostalgia.


Por eso, apenas y salía el sol, Jimin llegaría a la mansión del castaño para compartirle fragmentos de sus mejores versos mientras que éste se encontraba listo para deleitarlo con melodías en piano que tan meticulosamente tocaba sólo para él.


Así, después de dos meses de conocerse y de convivir casi las veinticuatro horas, tuvieron una idea que no le sorprendió para nada a los sirvientes de Min.


—He pensado que usted, mi buen señor, no debería de vivir solo en esa vieja casita de muñecas—dijo Yoongi un viernes, mientras descansaba acostado junto a Jimin en el patio de su casa, ambos comiendo golosinas y disfrutando del sol de media tarde.

— ¿Y por qué no? ¿Es acaso que menosprecia el fruto de mi pequeña fortuna? Amo esa cabaña con mi alma. No es hasta que me baño en el arroyo que pasa detrás que no me siento completo.

—Incompleto me siento yo por las noches cuando no puedo verlo—Yoongi lo miraba con la más profunda de las adoraciones, pero le era tan natural que Jimin ya no se cohibía por la excesiva atención—. Si lo que usted sugiere es que necesita mojarse para ser feliz, no se preocupe, yo podría satisfacer esa necesidad.

—La arrogancia no es ninguna virtud, señor—las mejillas de Jimin estaban sumamente rojas porque Yoongi amaba colorearlas de su color favorito—. Pero mentiría si dijera que no deseo tomarle la palabra.

—Y mentir es un pecado, ¿verdad?

—Supongo que sí.

—Pues no se diga más, esta noche se queda conmigo y ya mañana vamos por sus pertenecías.

— ¿Y lo decide así nomás? ¿Qué pasa si no me apetece vivir con usted?


Yoongi, como se volvería usual entre ellos al discutir, le sonrió con cariño y jugó con las hebras de su cabello, como si no pudiera controlar la necesidad de tocarlo.


— ¿Qué pasa si le doy una buena razón para que nazca en usted ese deseo?

—Pues soy todo oídos.


Una relación entre dos hombres era un tema que se manejaba como un secreto a voces, pero la lejanía con la ciudad más cercana, la intimidad entre dos personas que se desean como las flores al sol y el enraizado sentimiento que había entre ellos, hicieron que Yoongi juntara sus labios con los de Park y sellara con un beso sus destinos.


Jimin no se resistió. Se enredó entre los brazos de Yoongi y se dejó consumir completito. Con ese acto tan dulce, que se volvió un ritual en los días siguientes, pudo escribir las mejores odas al amor que jamás se hubieran escrito antes.


Yoongi, por su parte, encontró la inspiración un par de noches más tarde, entres vaivenes de caderas y respiraciones agitadas, cuando en un acto de desordenada pasión, Jimin le permitió explorar cada rincón de su cuerpo.


Parecía que la felicidad había tocado a sus puertas y con cada semana que pasaba sus corazones se iban fundiendo todavía más, convirtiéndose en uno solo, aunque estuvieran en pechos separados.


Cuando la primavera le cedió su lugar al verano, Jimin se encontró metido en la venta de claveles junto a Yoongi, quien ensimismado por la producción satisfactoria de ese año, lo fue involucrando cada vez más en sus negocios.


—Podríamos adoptar un niño—le dijo una tarde a Jimin, después de una sesión de besos en el balcón—. He oído que por la guerra hay muchos huérfanos.

—Por supuesto, con lo usual que es que dos hombres vivan y críen juntos a un menor—respondió con sarcasmo.


Jimin, pese a ser escritor, no era un soñador, y prefería aferrarse a la realidad. Esa en la que serían juzgados de degenerados si se atrevían a amarse en público.


— ¿Y por qué no? Soy muy rico, puedo decir que necesito a un heredero porque soy estéril. Nadie dudaría de mi palabra, soy un Min. Tú puedes hacerte pasar por mi capataz.


La familia de Yoongi era conocida por todo el condado precisamente por la inmensa fortuna que poseían y nade se atrevía a ponerse en su contra, pero aunque las acciones faltaban, las palabras sobraban y esas sí que dolían.


—No es por mí de quien me preocupo sino del pequeño, ¿cómo le explicaríamos que sus padres son dos hombres? ¿Qué pasa si se atreven a importunarlo?

—Podemos educarlo en casa si la situación empeora, podríamos incluso mudarnos, los problemas siempre se solucionan, Jimin, ¿no te gustaría ver a un pequeño corriendo por los campos mientras te llama "papá"?

—Suena hermoso...—concedió Jimin con lágrimas en los ojos. Yoongi le limpió cada una de ellas.

—Se llamaría Lucas, ¿te gusta? Y si es niña se llamará Rosé. He pensado en todo.


Pero, aunque planearon día y noche lo que sería su vida familiar, la felicidad les duró poco. Un mes después, con la llegada de una ola de calor, apareció de pronto la hermana mayor de Yoongi, una mujer soberbia y de mal carácter que encontró repulsivo que Jimin viviera bajo el mismo techo de su hermano y les advirtió que su relación antinatural debía de terminar.


Para cuando ella terminó de despotricar contra Jimin, Yoongi ya estaba con sus maletas en la puerta y muy amablemente le pidió que no regresara hasta que aceptara que había encontrado a su otra mitad en otro hombre. Ella, encolerizada, no tuvo más opción que irse, pero prometió regresar para terminar con lo prohibido por Dios.


El miedo de lo que la mujer pudiera hacer los siguió por las semanas siguientes, pero para cuando el otoño hizo que las hojas cayeran y que los claveles se ausentaran, ambos ya habían encontrado de nuevo la paz.


— ¿Qué te parece Vernon, Jimin? ¿Es un buen nombre?


Desnudos como estaban, miraban las estrellas desde la ventana de su habitación. La noche era fría, pero sus pieles y sus deseos los calentaban de pies a cabeza.


—Había pensado en que podríamos adoptar a un infante con más edad. He oído que son ellos los que tienen menos posibilidades de ser adoptados.


Yoongi se giró hacia él y lo besó hasta volarle las ideas.

—Debo de admitir que me gusta tu sugerencia, mi amor. Mañana mismo emprenderé un viaje a la ciudad y cuando llegue preguntaré por los requerimientos en el orfanato, ¿podrías esperarme con una cena deliciosa?


Y como siempre que Yoongi le pedía algo, Jimin aceptó.


Se levantaron cuando las estrellas todavía no desaparecían por completo y se amaron como nunca entre las sábanas y la brisa matutina antes de iniciar con la rutina. Jimin se encargó de recordarle a Yoongi cuanto lo amaba con cada beso dado y con susurros de adoración le prometió un "por siempre juntos".


Le aseguró que al regresar tendría un banquete de ensueño, pero, aunque fue así, Yoongi no regresó. En un principio, Jimin creyó que se había quedado a pasar unos días con el otro de sus hermanos, pues el castaño le había mencionado que aprovecharía para visitarlo, pero cuando los días transcurrieron sin novedad alguna, el hombre decidió que debía de ir a buscarlo, por lo que, junto a uno de sus más fieles trabajadores, viajaron a la ciudad.


Finalmente, después de tres días de viaje, Jimin llegó a la casa del hermano Min y se plantó en la puerta, decidido a no irse hasta ser recibido. Sorpresivamente, el hombre lo dejó pasar al toque.


—Aquí no está Yoongi, si es a quien busca—dijo de golpe el sujeto, luciendo tan abatido que Jimin hubiera sentido lástima de él sino hubiera estado en la misma condición.

— ¿Pero usted sabe en dónde está? ¿Él está bien? —preguntó esperando cualquier mentira, como que Yoongi nunca lo había querido y había jugado con él, que se había ido por su cuenta, cualquier cosa, sólo necesitaba saber si se encontraba bien.

—Fue mi hermana y fue mi madre, muchacho. Debes de saberlo. Ellas son la raíz de nuestras penas.

— ¿Qué le han hecho? ¿Qué ocurrió? —preguntó con miedo. El hombre sonrió sin ganas.

—Se lo llevó, hijo. No me preguntes a dónde porque no te diré.


Por mucho que lo intentó, Jimin jamás logró conseguir que el sujeto le confesara la ubicación de Yoongi ni que le contara sobre su estado. No importó lo mucho que le rogó llorando o cuanto le prometió pagarle, no pudo encontrar en él a un aliado. Incluso, con el pasar del tiempo, el hombre se mudó.


A partir de ese día, Jimin vivió eternamente con el corazón roto, ¿qué podía hacer, después de todo, un joven con apenas dieciocho años cumplidos? Él no era experto en nada y la luz de sus ojos había desaparecido de un momento a otro.


»¿En dónde estás, mi amor?«


Fue tal vez la desesperación de saberse solo o la infinita necesidad de estar con Yoongi lo que lo motivó a no rendirse que pronto emprendió una búsqueda exhaustiva para encontrar a la flor de sus amores.


Junto a sus trabajadores, quienes se encontraban igualmente preocupados por su señor, se organizó usando su no tan pequeña fortuna y viajó a cada rincón del país, visitando a viejos amigos o a socios de su amado, buscando hasta debajo de las piedras de ser necesario.


Pero Yoongi nunca apareció.


Pasaron los días, las semanas y los meses, pero parecía que el dueño de su corazón se había esfumado de toda faz. Aunque le rogara a lo más alto en el cielo o le implorara a la noche, la razón de sus desvelos no apareció jamás.


Y cuando la primavera volvió, los claveles no florecieron.


Ni lo hicieron jamás.


Jimin pasaba horas deambulando por los campos tratando de reanimar los plantíos, pero ni una sola semilla germinó. Así, con el tiempo, comenzó a despedir al personal. Uno a uno fue saliendo de su vida y la casa comenzó a verse cada vez más vacía. Para el final de temporada, se encontró completamente solo en donde alguna vez fue feliz.


Infinidad de veces pensó en regresar a su país natal, dejar atrás todo ese vacío innecesario en su pecho, pero al ver los pasillos hacia su habitación recordaba todas las veces en las que Yoongi lo acorralaba en la pared para besarlo lento y cariñosamente. Todavía encontraba a su hombre cortando la hierba mala de los alrededores, con la playera sucia y los hombros mojados. Podía hasta la fecha verlo correr gritando de alegría cuando un nuevo cliente se sumaba a su lista o escucharlo por las noches tocándole una nueva melodía en piano.


"¿Amber te gusta? ¿O tal vez Victoria?"


Jimin tenía que empezar a hacerse a la idea de que tal vez Yoongi no regresaría nunca a su vida, pero le dolía tanto. Lo asfixiaba tanto. Que la sola idea de olvidarlo le parecía imposible.


No obstante, pese a toda su resistencia, una mañana fría de noviembre, tuvo que empezar a olvidarse de él, cuando un grupo de hombres llegó a la casa con un pergamino que dictaba que debía desalojar el lugar en ese mismo instante sino deseaba ir a la cárcel.


—Esta casa es propiedad de la familia Min—habían dicho mientras lo empujaban hacia la salida.


Jimin no se molestó en pelear. No lo necesitaba. Así que esa misma noche emprendió el viaje de camino a casa. Compró un boleto y abordó el ferri con destino a su país natal y desesperadamente trató de llevar una vida normal.


Mas no pudo.


Dos años habían transcurrido desde su partida, pero su corazón seguía allá donde fuera que Yoongi estuviera. No podía comer, no podía dormir, ni podía pensar. Su dolor era tan grande que su misma familia tuvo que tomar cartas en el asunto al verle tan desmejorado, incitándolo a regresar para que retomara su destino.


"Si has de morir, que sea de amor y no de incertidumbre."


Jimin regresó a la pequeña casa que había comprado años atrás, sólo para encontrarla llena de insectos, polvo y vegetación por todas partes. Por el desorden de los muebles, deducía que alguien había entrado para robar, aunque se encontró con que todas sus cosas seguían en el lugar, así que no le dio importancia y se encargó de arreglarla, buscando regresarla al estado en la que alguna vez había estado.


Para cuando todo estuvo listo, cayó dormido en un profundo sueño donde él y Yoongi volvían a estar juntos y nadie volvía a superarlos jamás.


🌼🌼


La nueva búsqueda por Yoongi fue menos o igual de infructuosa que la primera. En la ciudad seguían sin informarle sobre su paradero y sus viejos sirvientes no sabían nada al respecto, salvo que su hermano había regresado unos meses atrás, así que Jimin terminó por volver a visitarlo. La casa seguía como la recordaba, grande y desolada, pero el sujeto se veía incluso peor que en su primer encuentro.


— ¿Sigue buscando a mi hermano? —preguntó el hombre. Su rostro era un desorden de barba y ojeras.

—No moriré hasta que sepa que es de él—Jimin ya era todo un hombre de veintiún años y ya no se dejaba intimidar por nadie. Su voz segura y su postura firme eran un indicativo de ello.

—Estoy seguro de que a estas alturas, él ya ni lo recuerda.

—Eso sólo puede decírmelo él.

— ¿Para qué buscarlo? Búsquese una buena mujer y sea feliz. Él no le dará jamás esa vida de ensueño que quiere.

—Yo lo amo—y aunque era alguien diferente, su voz se rompió irremediablemente—. Dígame qué es de él o juro que acabaré con su apellido y todo lo que se le acerque.


El hombre pareció no inmutarse con su amenaza. Su mirada era la de una persona que lo había perdido todo.


—Bien, pero mi hermano le romperá el corazón de nuevo. Le aseguró que no le gustará lo que va a encontrar ahí.


El viaje hacia la ciudad donde Yoongi se encontraba duró alrededor de una semana. Según lo que había dicho su hermano, el castaño se hallaba en una finca en medio de prácticamente la nada, por lo que fue fácil llegar al sitio. Era un lugar aislado, era verdad, con grandes prados donde animales de granja deambulaban libremente, alimentándose de la poca vegetación. Y pese a ser un lugar hermoso, había cierto aire de miseria que reinaba todo el ambiente.


— ¿Cómo lo anuncio, señor? —le preguntó una señorita que usaba un vestido gris sin vida. Jimin la miró por unos momentos sin saber si usar su verdadero apellido, pero decidió que estaba cansado de no pelear y se presentó como el señor Park—. Por supuesto, lo estábamos esperando. La señora Min lo recibirá en el salón.


A Jimin le fue inevitable preguntarse si la muchacha se refería a la madre de Yoongi o a su esposa - ya se había mentalizado a esa dolorosa posibilidad -, pero decidió no analizar lo que su mente aún desconocía y se adentró en el amplio pasillo empedrado hacia la casa principal.


—Mi hijo mayor nos dijo que llegaría más temprano que tarde, pero no imaginé que tan pronto—era la madre de Yoongi, por lo que podía apreciar. Una señora de cabello canoso, que compartía sus rasgos y con una mirada similar a la de sus hijos—. Debe de estar tan loco como Yoongi si continúa creyendo que eso que sienten es amor.


— ¿En dónde está él? —preguntó esperando no verse tan ansioso como se sentía. Sus ojos picaban y sus manos sudaban. No entendía porqué razón permitían que estuviera ahí, pero era lo de menos. Iba a verlo.

—En su habitación al fondo del pasillo. Cierre la puerta cuando entre y al salir no toque nada. Una empleada lo esperará para que pueda ducharse y quemar su ropa.


El corazón de Jimin casi se salió con esa simple orden. No, por favor. No. Que no sea eso. Pero siguió las indicaciones al pie de la letra. Subió las escaleras, recorrió el pasillo y cuando giró el picaporte y abrió la puerta, sus ojos se llenaron de lágrimas súbitamente.


En una esquina de la habitación, se encontraba Yoongi, su preciada flor, marchitándose postrado en una cama. Sus ojos eran casi dos cuencas hundidas con ojeras tan negras que parecían producto de una tinta permanente. Sus mejillas antes perfiladas eran dos hondos hoyos a cada lado y su cuerpo... Su cuerpo era puro hueso.


—Mi amor... —logró formular, acercándose para hincarse a un costado de su cama. Las ventanas se mantenían fielmente cubiertas, pero ni la oscuridad podía esconder el estado tan grave en el que se encontraba su amado.

—Por favor... Por favor vete... —replicó Yoongi en un hilo de voz, tratando inútilmente de alejarse de Jimin quien ahora le besaba el rostro completo— Es tuberculosis, vete...

— ¿Cómo has de decirme que me vaya? ¿Cómo me pides eso si te acabo de encontrar? —Jimin había estado preparado para que su corazón se rompiera de nuevo, pero en ninguna vez imaginó que lo derretirían de una forma tan dolorosa. Se negaba a lo que veía. Podía vivir sabiendo que Yoongi amaba a alguien más, pero no siendo consciente de que nunca más podría verlo de nuevo.

—Por favor, vete... Si te importo, vete—la voz de Yoongi era ronca, pero débil, casi imperceptible. Jimin volvió a besarlo—. Es contagiosa... Por favor...

—Prefiero marchitarme contigo... Déjame hacerlo también—el menor se removió sintiendo el cuerpo tan pesado que por un momento pensó que no podría levantarse, pero como pudo logró hacerlo y se acostó a su lado, envolviéndolo en un abrazo ligero para no lastimarlo.


El lugar olía a enfermedad y a desolación, pero el castaño todavía guardaba esa esencia tan característica de él que Jimin se vio aspirando como un drogadicto con su dosis de opio.


—Juro que... Traté... De buscarte... —Yoongi ahora tenía los ojos cerrados, con una mueca de soledad punzante. Su respiración era inestable y cansada—. Fui a... Nuestra casa... No estabas. No había nadie... Dijeron que... Regresaste a tu país...

—Yo también te busqué mi amor, lo hice por todas partes, te busqué hasta en mis sueños...—Jimin dejaba que sus lágrimas mojaran el hombro esquelético de Yoongi, quería que supiera lo mucho que lo había extrañado—Pero un día alguien llegó a reclamar la casa, ya no tenía fuerzas para pelear y hui... Perdóname...

—Quería... No supe cómo... Me obligaron... —Yoongi tosía de vez en cuando, procurando no escupirle a Jimin la sangre que ya era normal en su enfermedad—Servicio militar...


El menor entendió porqué, a pesar de haberlo buscado hasta el cansancio, no había podido encontrar a su preciada flor. Algunos padres solían enviar a sus hijos problemáticos al ejército para que escarmentaran, siendo encerrados en la base hasta que su servicio terminara.


—Shh, mi vida, no pienses en eso... Ya te encontré—el hombre se aferró a la cadera de Yoongi y le besó la ahuecada mejilla—. Vine para seguir amándonos.


Yoongi sonrió y, con la poca fuerza que le quedaba, se acurrucó en el pecho de la única persona a la que había amado en la vida.


—Te... Amo... Por favor... Cuando muera... Llévame a mi campo de claveles... —dijo el mayor, sonando cada vez más ausente—. Perdón... Por todo. Perdón por no... Amarte el tiempo... Suficiente.

—Una vida no nos alcanza, mi corazón—Jimin le besó la comisura de los labios y sonrió ahí mismo—. Y yo prometo encontrarte en las siguientes.

—Y seremos... felices, ¿verdad?

—Más de lo que aquí lo fuimos, mi buen señor...


Yoongi asintió rendido y se durmió entre los brazos de Jimin, sintiéndose seguro por primera vez en muchos años. El menor respiró profundo e igualmente cerró los ojos, consciente -y esperando que así fuera- de que irremisiblemente se contagiaría también. Sospechaba, de cualquier forma, que la misma familia de Yoongi le había permitido verlo sólo para que enfermera y muriera al igual que su hijo menor. A él le daba igual. Ya había pasado por mucho para entender que su vida sólo tenía sentido si su amado estaba a su lado.


Yoongi murió esa misma noche, enredado en sus brazos y con su oído pegado a su corazón. Al parecer, no había vuelto a abrir los ojos desde que se quedó dormido en la tarde anterior porque su gesto se mantenía pacifico y soñador, como si descansara apaciblemente.


Jimin se permitió llorarle lo mismo que le había llorado en los años que estuvieron separados y, se atreve a decir, un poco más. Gruñó y gritó tanto que los empleados tuvieron que separarlo del cuerpo de su querido pues se negaba a soltarlo.


La señora Min, con el rostro todavía más cansado que horas antes, le permitió quedarse durante la cremación de su hijo y las ceremonias pertinentes, a pesar de la mala cara que todos los presentes le dedicaban durante el proceso, sin embargo, cuando la penosa faena terminó, le exigió retirarse lo antes posible de su hogar.


—Es lo que él hubiera querido—le confesó ella, viendo tristemente la urna donde los restos de su hijo yacían—. Que usted estuviera aquí hasta el final.

—Le agradezco la consideración—dijo, tomando entre sus manos la maleta que había llevado y mirando la casa donde seguramente Yoongi había crecido.

—No lo hice por usted, evidentemente. Mi hijo no merecía sufrir de la forma tan desdichada en qué lo hizo.

—Tal vez debería de repetírselo antes de dormir, su señora.

— ¿Qué insinúa? ¿Qué su sufrimiento lo causé yo al separarlos? Por favor... —la mujer se rió sin consideración alguna y lo empujó hacia la puerta—Si murió fue porque en su afán por buscarlo, llegó a una comunidad infestada de tuberculosos. Si va a culpar a alguien, cúlpese a sí mismo por embrujarlo de esta forma.


Jimin no discutió más y salió del lugar, decidido a olvidarse de cualquier Min que no fuera Yoongi. Tomó la carroza que lo regresaría a la ciudad y se alejó para no regresar jamás, sosteniendo entre sus brazos la bolsa donde guardaba la verdadera urna en que los restos de Yoongi yacían.


Le había costado una vida poder encontrarlo y no volvería a dejarlo solo nunca más.


🌼🌼


Cuando llegó a la vieja casa donde habían vivido, Jimin descubrió que el sitio se encontraba casi intacto, con sus grandes campos y sus hermosos decorados en cada esquina, luciendo como si nunca hubiese sido abandonado; sin embargo, no fue el buen estado de su antiguo hogar lo que lo sorprendió sino los bellos claveles que rodeaban los alrededores.


Amarillos, rojos y azules vibraban por todas partes haciendo que el corazón de Jimin brincara emocionado adentro de su pecho.


"Te amo."


Era el mensaje que Yoongi le había dejado. Era el propósito de su amado al pedirle que lo llevara por última vez ahí.


—Te amo también, mi amor—le susurró, esperando fervientemente que sus sentimientos lograran alcanzarlo hasta lo más alto.


Después, Jimin se llevó las cenizas de Yoongi hasta su casita entre los naranjos, donde se permitió enterrarlas en una pequeña porción de su jardín, justo en frente de los campos de claveles, para que siempre pudiera verlos renacer con cada primavera.


Ya que por fin se había reunido con su único amor, pensó que podría quedarse a vivir para siempre en ese lugar, existiendo gracias a la suma de dinero que su familia le enviaba cada fin de mes y a los escritos que podría publicar en la gaceta oficial.


Así, el tiempo comenzó a pasar entre llantos nocturnos y mañanas azules, pero para finales de mes, mientras una fuerte tos intentaba desgastarlo, Jimin descubrió algo que lo enmudeció y lo hizo llorar al mismo tiempo: Justo en la fracción de tierra donde había dejado los restos de Yoongi, varios ramilletes de pequeñas flores azules de cinco pétalos se lucían orgullosos a lo largo de un pequeño camino.


Jimin sólo había acertado a agacharse para tomar una pequeña flor y llevarla a su boca, besándola con el mismo sentimiento como si se tratara de Yoongi.


—Te amo, te amo tanto... —les dijo a sus pétalos en sus labios, sonriendo y llorando al mismo tiempo. Por lo que podía reconocer, gracias a la infinita pasión de Yoongi por las flores que le había contagiado, aquel pequeño y azul ejemplar se conocía como "Nomeolvides", una flor que representaba a un amor desesperado, pero leal.


Supo entonces que su querido Yoongi lo seguía amando y que lo seguiría haciendo por el resto de la eternidad, así como él también lo haría porque, como le había dicho antes de morir, su amor era tan grande que no le bastaba una vida para profesarlo.


Por eso, un mes después, cuando Jimin durmió eternamente por la repentina tos agresiva que lo enfermó, un pequeño clavel blanco nació al lado de las flores azules enredándose entre sus raíces, manteniéndose fielmente a su lado. Vientos fuertes azotaron sus tallos y lluvias intensas intentaron romper sus pétalos, pero ambas flores no se marchitaron jamás. 


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Una flor, para otra flor xD 

Ahhhhh que triste todo. Esta historia está dedicada a la página de Yoonmin Day y a todas las bellas personitas que lo conforman. Les amo musho. 


¡Gracias por leerme, les ronroneo! 

🌼 


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