El reloj cucú (capítulo especial)
Muchos recuerdos de mi infancia los tenía confusos, entre que los bloqueé porque me dolía recordar a mi mamá, y entre que quizás tenía pésima memoria.
Pero una de las cosas que no podía olvidar, por más que tratara, aunque con el paso de los años se había vuelto algo borroso, fue la última vez que vi a mi padre.
Desde mi perspectiva infantil todo parecía normal, celebrábamos su cumpleaños, mamá había hecho un pastel como siempre lo hacía para cada uno, cantábamos las mañanitas cuando de forma repentina, él empezó a gritar.
No entendía qué sucedía ni tuve chance de procesarlo, porque de inmediato Sergio me jaló a nuestro cuarto pidiéndome que no saliera.
Sentía miedo, no quería que se fuera, cuando escuché un portazo me atreví a asomarme, desde mi refugio podía ver en el piso platos rotos, cubiertos y lo que parecía ser el pastel desparramado por todos lados, mamá lloraba y mi hermano la sostenía, mientras ambos contemplaban la puerta, la cortina aún se movía de un lado para otro como si estuviera temblando.
No podía comprender que acababa de suceder, mi padre no apareció al día siguiente ni al siguiente, ni siquiera sé porque lo esperaba, nunca fue cercano a mí, pocas veces lo veía, jamás jugó conmigo ni me llevó al parque o alguna actividad que se considerara de padre-hijo.
Lo más que lograba recordar, forzándome mucho, era que en algunas noches que llegaba a estar, se quedaba tirado viendo las luchas, y yo de forma silenciosa me sentaba a un ladito a acompañarlo, era el único "momento" que teníamos.
Mi mamá y mi hermano días después me llevaron al parque, me compraron un algodón de azúcar, aunque apenas y llegaba a los 5 años sabía que algo sucedía, ya que casi nunca teníamos salidas así ni menos comprábamos cosas de ese tipo, era un lujo qué no podíamos darnos.
En efecto, ese día fue cuando me comunicaron que mi padre se había ido para siempre, no me dieron razones ¿Cómo podrías explicarle a un niño tan pequeño algo así?
Las cosas cambiaron después de que él se fue, Sergio comenzó a pasar muchísimo menos tiempo en la casa, apenas y lo veía en la noche, porque en la mayoría de las veces llegaba cuando yo ya estaba dormido.
Al poco tiempo mamá ya tampoco estaba en casa, como en aquel entonces no iba aun a la escuela, pasaba el día entre la casa de alguna vecina o en la iglesia con un sacerdote que conocía por mi hermano junto con otros niños.
Cuando entré a la primaria, el Padre y otros niños más grandes me ayudaban con mi tarea, era como tener muchos hermanos, me gustaba, era agradable pero siempre echaba en falta a Sergio.
Tardé algún tiempo en adaptarme a la nueva realidad y, sobre todo, entenderla.
Tuve que responsabilizarme de muchas cosas, aunque ahora que lo pienso, no más de las que tuvo mi hermano, que acabó asumiendo un papel que no le correspondía.
Poco a poco me volví más independiente, y empecé a hacerme cargo de las cosas de la casa para quitarles un peso de encima a mi mamá y a mi hermano que trabajaban como dicen, de sol a sol para que nada faltara y en lo más que podía evitaba darles mayores preocupaciones.
Fueron años muy difíciles y se volvieron aún mas cuando comencé a entender todo, mas sin embargo, nos sentíamos felices al menos aún nos teníamos a los tres, las veces que podíamos compartir la mesa eran momentos divertidos, mamá era muy ocurrente y sacaba el tema de lo que fuera, contaba chismes de su trabajo al igual que mi hermano.
Era lo que más tenía presente del pasado, para mi eran mis tardes favoritas.
Cuando tuve unos 10 años, en la iglesia me invitaron a formar parte del coro y de esa forma fui aprendiendo a tocar la guitarra, en la cual encontré un sosiego, aunque no tenía una propia, cuando llegaba él momento en que podía tocarla sentía que todo lo que pudiera estar pasándome se disipaba.
Crecí solo, las únicas amistades que tuve fueron los de la iglesia, aunque más que amigos eran como hermanos mayores que me adoptaron, habían conocido a Sergio y como siempre estaba con él, me conocían desde bebé, era lógico que me vieran de esa forma.
Pese a las dificultades diarias nos sentíamos bastante bien, hasta que mamá enfermó.
Comenzamos a verla más fatigada, pero ella insistía que era por el trabajo y la edad, logro convencernos, no fue hasta algunos años después que nuestra felicidad se derrumbó literalmente, mamá colapsó y no le quedo de otra que recurrir al doctor.
Teníamos fe en que solo fuera cansancio como ella había dicho siempre, lamentablemente no fue así, no había sido el exceso de trabajo ni la edad la que la habían llevado hasta este punto.
El culpable era el cáncer que poco a poco la estaba consumiendo.
Recibimos mucho apoyo por parte de la iglesia, hasta una guitarra me regalaron, la cual ocupaba para animar a mi madre, tal como ella lo había hecho cuando era niño.
Lo único que quedaba era esperar que la medicina sirviera de algo y rezar por un milagro el cual no sucedió.
Mamá se fue apenas y un año después del diagnóstico, no podía comprender que se había ido, nuestro pilar, nuestra mayor alegría, ya no estaba.
Fue en el momento en que realmente no solo me quebró a mi sino a nuestra pequeña familia, nada volvió a ser igual desde que ella partió.
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