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03. El fantasma del castillo

Era una noche oscura y tormentosa cuando Rodrigo, un joven caballero ávido de aventuras y gloria, se adentró en el bosque. Entre las sombras de los árboles, emergió la imponente silueta de un castillo en descomposición, rodeado de un foso de aguas negras. El susurro inquietante del viento acariciaba las hojas, llevándose consigo ecos lejanos de susurros misteriosos y el olor a humedad y abandono.

Cruzó el puente levadizo, que gemía bajo el peso de su caballo. El patio interior yacía desolado, un sepulcro de silencio solo roto por el ulular del viento. Decidió explorar la torre más alta, donde percibió una luz titilante. Ascendió por la escalera de caracol, cuyos peldaños crujían y se mecían con cada paso, sumergiéndolo aún más en la oscura y opresiva atmósfera del castillo.

Al llegar a la última puerta, la abrió de un empujón. Lo que vio le heló la sangre. En el centro de la estancia, una cama con dosel albergaba a una mujer de una belleza sobrenatural. Su cabello rubio como el oro, ojos azules como el cielo, y piel blanca como la nieve creaban un contraste deslumbrante en la penumbra. Vestía un blanco vestido que ondeaba como un espectro, y en sus manos sostenía una rosa roja. Sin embargo, la mujer, aunque bellamente adornada, parecía pálida y fría, como un cadáver olvidado.

Se acercó con horror, comprobando la ausencia de pulso. La observó aterrorizado, sintiendo una repulsión irrefrenable. Retrocedió y le gritó. La mujer abrió los ojos lentamente y le devolvió la mirada con una sonrisa malévola, atrapándolo con su encanto oscuro. Rodrigo, sintiendo una mezcla de miedo y fascinación, le preguntó quién era.

—Me llamo Leonor —dijo ella con una voz que sonaba como un lamento—. Soy la hija del señor de este castillo.

—¿Y qué haces aquí sola? —preguntó él, intentando liberarse.

"Estoy esperando a mi prometido", respondió ella, acercándose con una cadencia etérea—. Hace mucho tiempo que partió a la guerra, y me prometió que volvería por mí.

—¿Y no ha vuelto? —preguntó él, sintiendo su aliento helado en su cuello.

"No", dijo ella con tristeza—. Pero yo sigo esperando. Él me juró que me amaba y que me traería una rosa roja como prueba de su amor. Una como la que tú me has puesto entre las manos.

Rodrigo sintió un pinchazo de celos, pero también de compasión. Quiso consolarla y sacarla de su engaño mientras daba un paso para alejarse de sus labios.

—No te aflijas, Leonor. Tal vez tu prometido haya muerto en batalla, o tal vez te haya abandonado. Pero yo estoy aquí, y te ofrezco mi amor. Ven conmigo, y te haré feliz.

Rodrigo no acabó de entender cómo, a pesar de sentir miedo de ella, también quería estar junto a ella. Convertirse en su pareja y pasar el resto de sus días juntos.

Leonor lo miró con sorpresa y luego con ira. Se apartó de él y le dijo:

—¿Cómo te atreves a decirme eso? ¿No ves que estoy comprometida? ¿No respetas mi fidelidad? ¡Vete de aquí! ¡No quiero verte más!

Rodrigo se sintió herido y también enfurecido. Pensó que Leonor era una ingrata y que no merecía su amor.

—Está bien, Leonor. Me iré. Pero antes quiero que sepas una cosa: tú no eres real. Eres un fantasma, un alma en pena o...

Leonor se puso aún más pálida mientras su expresión se tornaba desconcertada.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que este castillo está maldito —explicó él con temor a desatar aún más su furia, si era una criatura sobrenatural—. Hace muchos años que fue asaltado por unos bandidos, que asesinaron a todos sus habitantes. Tú eras uno de ellos. Estás muerta desde entonces o eres una criatura de la noche.

"No es verdad", negó ella—. Yo estoy viva. Tú eres la criatura de la noche —añadió casi entre sollozos.

—No lo soy —afirmó él indignado ante tal acusación—. Yo soy un hombre de carne y hueso. Mira.

Rodrigo arrancó la rosa roja de las manos de Leonor y procedió a clavarla en el pecho como si de una estaca se tratara. La sangre brotó de la herida y empapó su camisa.

Leonor soltó un grito de horror y se echó a llorar.

—¡Qué has hecho! ¡Qué has hecho! ¡Has matado a mi prometido!

Rodrigo quedó petrificado y miró la rosa roja. Entonces vio que tenía una nota atada al tallo. La desató y leyó:

"Mi querida Leonor: He regresado de la guerra y he cumplido mi promesa. Te traigo una rosa roja como prueba de mi amor. Te espero en el castillo. Tu fiel prometido, Rodrigo."

Rodrigo sintió un escalofrío y comprendió que había cometido un horrible error. La nota estaba escrita con su letra. Él era su amado. Él había asesinado al hombre que Leonor amaba y que acababa de volver por ella. Había arruinado su felicidad.

Se arrodilló junto a ella y le suplicó perdón.

—Perdóname, Leonor. Perdóname. No sabía lo que hacía. He sido un insensato.

Leonor lo miró con desdén y le dijo:

—No te perdono. Te detesto. Ojalá te pudras. -Cerró los ojos y se quedó inmóvil.

Rodrigo se levantó y salió corriendo de la torre. Descendió por la escalera de caracol y atravesó el patio interior. Llegó al puente levadizo y lo alzó con todas sus fuerzas. Quería huir de aquel lugar maldito con toda su alma.

Pero cuando estaba a punto de salir, oyó una voz que le llamaba:

—¡Rodrigo! ¡Rodrigo!

Era la voz de Leonor, de su amada.

Rodrigo se volvió y la vio. Estaba de pie en la torre más alta, con el vestido blanco teñido de sangre. Tenía una expresión de furia en el rostro y una rosa roja en la mano.

—¡Rodrigo! ¡Rodrigo! –repitió ella–. ¡No te escaparás! ¡Te haré pagar lo que me has hecho! –Y arrojó la rosa roja al aire.

La rosa roja voló por el aire y se dirigió hacia Rodrigo. Era como una daga envenenada que buscaba su corazón.

Rodrigo, en un acto instintivo, extendió la mano y atrapó la rosa antes de que pudiera herirlo. Un escalofrío recorrió su espina dorsal mientras sentía la frialdad de los pétalos en su piel.

Leonor, sorprendida y furiosa, lo miró con ojos desorbitados. —¡No puede ser! ¡La maldición debería haberte consumido!

Antes que Leonor pudiera volver a atacarle. Rodrigo con el corazón latiendo desbocado, abandonó el castillo con intención de no volver nunca a él. No obstante, el bosque no estaba dispuesto a dejarle salir y comenzó a deambular durante días en busca de la salida de este. Mientras atravesaba el oscuro bosque, las sombras se cerraban a su alrededor, y el viento llevaba consigo susurros inquietantes que resonaban en su mente.

Recuerdos del pasado del castillo comenzaron a aflorar en su mente. Historias de traiciones, amores prohibidos y almas atrapadas entre el mundo de los vivos y los muertos. Leyendas que hablaban de un hechizo ancestral que condenaba a quienes osaban interrumpir el eterno descanso de los habitantes del castillo.

Rodrigo, decidido a desentrañar la verdad, se aventuró en los rincones más oscuros del bosque, guiado por un presentimiento que lo condujo a una piedra tallada en la que reposaba un antiguo libro polvoriento. Este no era cualquier libro; era el diario de Marina, una amiga cercana de Leonor.

A medida que Rodrigo exploraba las vivencias de Marina entre las páginas amarillentas, una verdad escalofriante emergió: el prometido de Leonor, un mujeriego sin escrúpulos había compartido momentos íntimos con Marina. Cuando esta última, despechada por el rechazo de Rodrigo, lo citó unos días después, amenazó con revelar la verdad. En un arrebato de furia, Rodrigo la apuñaló en un claro del bosque.

Fue entonces cuando Rodrigo, al darse cuenta del cadáver medio enterrado, descubrió la trama de engaño y traición. Los huesos de Marina yacían entre las hojas secas, su ropaje desgarrado testigo de su fatídico destino. Sabiendo que no podría regresar al castillo con la verdad, Marina había plasmado su tragedia con su propia sangre en el diario, urdiendo un plan para que Rodrigo y Leonor sufrieran su merecido castigo.

Rodrigo, al concluir la lectura, se acercó al cadáver de Marina. Con un pisotón aplastante, selló su destino, maldiciéndola en su interior. En ese instante, las voces del bosque se elevaron, y el aullido del viento narró el trágico desenlace de la historia.

Una ninfa del bosque, conmovida por la desdicha de Marina, extendió su manto de pena sobre ella y lanzó una maldición sobre Rodrigo y Leonor. Rodrigo, destinado a partir al frente, no llegaría jamás; la ninfa misma le arrebataría la vida en un riachuelo cercano. Leonor, por su parte, quedó condenada a una espera eterna por el amor que nunca regresaría. La malevolencia de la ninfa tejía el destino de los amantes en la telaraña de su propia desgracia.

Se enteró de que Leonor, tras la pérdida de su prometido, había caído en una profunda tristeza que la llevó a una especie de letargo. Los sirvientes del castillo, temerosos de la maldición que recaía sobre ellos, intentaron revivirla con rituales oscuros, pero solo lograron sellar su espíritu en el castillo, condenándola a una eternidad de espera.

El libro mencionaba también que el alma de Rodrigo, el verdadero amor de Leonor, estaba destinada a liberarla. La rosa roja, símbolo de su amor, tenía el poder de desvanecer la maldición y unir sus almas para siempre.

Lleno de determinación, Rodrigo regresó al castillo, decidido a enmendar sus errores. Sin embargo, al cruzar nuevamente el umbral, el ambiente se volvió más opresivo, y sombras del pasado danzaban en las paredes del castillo. Las paredes susurraban secretos y lamentos, revelando la verdadera naturaleza de la maldición.

Leonor, ahora una figura etérea en el vestíbulo, lo recibió con una mezcla de odio y anhelo. Rodrigo extendió la rosa roja, pero en lugar de la aceptación esperada, un viento gélido llenó la estancia, haciendo que las llamas de las antorchas parpadearan con ferocidad.

—Tú eres la llave para mi liberación, pero también el portador de mi perdición —susurró Leonor con voz melancólica.

El castillo temblaba con cada palabra pronunciada, y las sombras cobraban vida alrededor de la pareja, recordándoles el precio de sus acciones.

Rodrigo, decidido a deshacer el mal que había desatado, se adentró en los rincones más oscuros del castillo. Descubrió habitaciones selladas y pasadizos secretos que revelaban historias de amor y tragedia. Encontró retratos de antiguos habitantes del castillo, testigos silenciosos de los eventos que llevaron a la maldición.

Mientras recorría los pasillos llenos de polvo y eco de sus propios pasos, se dio cuenta de que la liberación de Leonor requería más que una rosa roja. Debía desenterrar la verdad oculta y reparar los lazos rotos del pasado.

La maldición del castillo comenzó a manifestarse con mayor intensidad a medida que Rodrigo desentrañaba los secretos enterrados en los cimientos del lugar. Espíritus errantes, prisioneros de sus propias tragedias, cruzaban su camino, buscando redención.

Finalmente, en lo más profundo del castillo, descubrió una sala olvidada. Allí, entre antiguos pergaminos y relicarios, encontró la clave para romper la maldición. Una ceremonia ancestral, un acto de amor y perdón que trascendía el tiempo y unía los destinos de aquellos que habían sido condenados.

Con el conocimiento adquirido, Rodrigo regresó a Leonor, dispuesto a enfrentar las sombras del pasado y liberar sus almas de la prisión eterna. La sala ancestral se iluminó con una luz tenue mientras ambos, unidos por el destino, comenzaron la ceremonia que pondría fin a siglos de sufrimiento.

El castillo tembló una última vez, pero esta vez fue un estremecimiento de liberación. Las sombras se disiparon, y la figura de Leonor se volvió más tangible, llena de vida y color. Rodrigo, ahora un verdadero amante y redentor, tomó la mano de Leonor mientras el castillo, liberado de su carga maldita, se sumió en un susurro de gratitud.

Juntos, salieron del castillo, ahora envuelto en la luz de la redención. El bosque, una vez oscuro y ominoso, se llenó de vida y esperanza. La historia de amor y tragedia del castillo quedó atrás, reemplazada por un futuro donde el perdón y el amor prevalecían sobre la maldición. 

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