Capítulo 7
San Sebastián, verano de 2010
—¡Felipeeeee! —grité desesperado desde el interior de la habitación que compartimos durante tanto tiempo y logré leer en sus labios, a través del cristal de la ventana, un “lo siento” antes de darme la espalda y largarse escoltado por otro par de policías— ¡Feli! ¡Felipe, regresa, no me dejes!
—Guarda silencio, ahora estarás bien, niño —dijo alguno de los oficiales que me retenía.
—¡Felipeeee!
Abrí los ojos en medio de mis propios gritos. Temblé, me costó procesar que aquello se trató de un doloroso recuerdo revivido en forma de pesadilla. La mano de R apretó mi hombro izquierdo con cautela en un gesto de preocupación y me tensé ante su tacto, luego sonreí un poco más tranquilo al reconocerlo.
El nerviosismo recorría mi cuerpo igual a un intenso escalofrío. Por primera vez dejaba Santa Mónica, viajaba a bordo de un auto dorado, yo era el copiloto de R.
Él era un subinspector de la policía quien me encontró oculto dentro de un callejón, después de huir durante aquella redada en la cual, Felipe me abandonó a mi suerte; habíamos sido como hermanos o, al menos, eso me hizo creer hasta el momento en que me dejó, rodeado de un arsenal de policías, quienes me apresaron y por mi edad, supuestamente me llevarían con servicios infantiles.
—¡Suéltenme! —grité y forcejeé con ellos, mordí las manos o antebrazos de algunos hasta conseguir escapar de aquel sitio. Corrí lejos en medio de una fuerte lluvia que dificultó un poco más mi escape, hasta hallar ese callejón donde me refugié bajo un improvisado techo de cartón que algún vagabundo instaló.
Me costaba respirar, al igual que procesar la forma en que Felipe se deshizo de mí: «siempre estaré contigo», recordé sus palabras y me llené de rabia e impotencia. Entonces, una imponente figura, similar a la de Superman, apareció frente a mí y en medio de mi confusión, miedo y sentimientos encontrados, me pareció el ser más Intimidante.
—Hola, chiquillo —me dijo con voz gruesa, pero calmada al acercarse.
A diferencia del resto de oficiales, él no traía uniforme, vestía como civil, pero en cuanto noté su placa a un costado del cinturón retrocedí. Para nadie era un secreto que la policía solo iba a ese lugar para hacer de las suyas, allí no había ley y ellos eran peores que cualquier mafia.
—Aguarda, pequeño, estoy aquí para ayudarte.
—Sí, claro, tombo camuflado —respondí temblando, mientras buscaba en todas las direcciones alguna manera de escapar. No había tal cosa.
A las afueras de ese callejón se encontraban patrulleros, cuyas luces bicolores me ponían los nervios de punta.
—Feli… —Se me escapó tal pensamiento en tono bajo, pero el policía logró escucharme.
—¿Es algún familiar? Dime y te ayudaré a volver con esa persona.
—¡Aléjate de mí, tombo, no he hecho nada!
El policía sonrió con una graciosa expresión, pese a estar empapado. Se agachó ante mí y así pude ver el gris de su mirada fijo en mis ojos, los suyos eran humo y parecían envolver algún misterio igual que la niebla.
—No estoy aquí para arrestarte, pequeño, sino para ayudarte.
—Sí, claro…
—Mi equipo y yo arrestamos a los puercotes de ese lugar en que vivías. Dime, te hicieron daño, ¿cierto?
No respondí, los nervios me lo impidieron. Tampoco podía confiar en la policía, pero había algo de razón en lo que dijo: de aquella redada a la residencia donde habitaba con Feli, se llevaron a varios tipos asquerosos, incluyendo el nefasto casero.
—Escucha, eras el único niño allí, pero había otros menores que están siendo transportados, no podemos dejarte aquí.
Seguía sin confiar en él. Sin embargo, algo en su tono, mirada y expresión corporal me aportó un poco de tranquilidad. Dejé de retroceder y le permití acercarse.
—Ven conmigo, pequeño, estarás a salvo.
Extendió su mano en mi dirección como una invitación a tomarla y así permaneció largo rato, a la espera. Yo no dejaba de temblar, pero movido por esa actitud calmada suya, acabé de acceder.
Caminamos despacio fuera del callejón hasta llegar a su auto dorado, los otros oficiales abordaron sus patrullas, una delante de nosotros y la otra atrás. El policía a mi lado me dio una toalla y se envolvió con otra antes de encender la calefacción. Los tres autos emprendieron su marcha y pese al calor que ya empezaba a sentirse, yo no dejaba de temblar.
Estaba asustado, ¿qué sería de mí en adelante? Un pensamiento mucho peor me cruzó. «¿Y si llaman a mi padre?», el estremecimiento recorrió mi cuerpo. No supe cuánto tiempo viajamos en completo silencio, entonces, mis alarmas se encendieron en cuanto las patrullas cruzaron hacia un lado del camino, mientras que nosotros seguimos de largo. Observé al policía, nervioso.
—Tranquilo, pequeño, no vamos al mismo sitio.
—Entonces, ¿a dónde? —bajé la cabeza y apreté los puños.
Esperaba el momento en que detuviese el auto y pidiera lo mismo que los tipos de la residencia. Cerré los ojos, un pensamiento veloz me atravesó; en él, nos vi a Karen: la anciana que me encontró, y yo, durante una plática que en su momento me costó comprender…
—Alí, escúchame bien. El mundo está lleno de personas malas…
Ella me llamó Alí el día en que me encontró, preguntó mi identidad y, ya que ese nombre entendió, no la corregí, decidí guardarme el real con la voz de mamá.
—Karen, no tienes que decírmelo, eso lo sé —la interrumpí fastidiado y me lanzó una mirada de pocos amigos antes de darme un coscorrón—. ¡Aaaau! Pero ¿qué hice?
Por entonces, tenía cerca de nueve y ya había pasado años en la calle junto a ella.
—¡No interrumpas, bomboncito! —exigió con tono severo. Le dio una larga calada a su cigarrillo y luego de toser un rato continuó—. No hablo de estos vagos con los que sueles pelearte, sino gente que buscará parecer amable contigo mientras esconde sus verdaderas intenciones.
Pensar en Karen estuvo a punto de provocarme lágrimas, pero me contuve, no estaba dispuesto a parecer vulnerable frente a ese tombo.
—Pequeño, ¿cómo te llamas? —preguntó el policía y me encogí de hombros sin levantar la cabeza— ¿No tienes nombre?
Me quedé en silencio, escuché su risa baja.
—Óyeme, sé que todos dicen: “¡no hables sin un abogado presente!”, pero pequeño, esto no es un interrogatorio, solo quiero saber cómo llamarte.
—No tengo nombre.
—¿Seguro? Juraría que alguien te llamó Alí durante la redada.
—Pos, ¿pa qué pregunta, genio? —le dije con ironía y le escuché reír, luego suspiré antes de añadir—: no es mi nombre; así me dicen, soy un rotundo nadie —agregué en un tono más retador, lo vi sonreír.
—¡Vaya, actitud, pequeño!
—¿A dónde me lleva, oficial? Sus compañeros se desviaron ya, hace rato.
—Subinspector… —Me corrigió y en bajo le respondí un: “lo que sea”, entonces prosiguió—. Te haré una propuesta, ¿prefieres ir a parar a un feo orfanato hasta la mayoría de edad o tener una nueva vida y ser alguien real?
Lo observé en silencio, incrédulo y contrariado ante sus palabras, la advertencia de Karen resonó en mi cabeza, aun así, escogí escucharlo a él.
—¿Qué tipo de nueva vida? —Me atreví a indagar, él sonrió.
—Un mundo nuevo, lejos de aquí. Donde tengas una identidad real y la vida que un niño de verdad merece.
—¡Claaaro! —repliqué irónico y hasta me reí en su cara, a él pareció no hacerle ninguna gracia mi reacción, pero poco me importó, volví a retarlo— Escúcheme, tombo camuflado, no dé tantas vueltas y ábrase la bragueta de una vez. Es lo que todos quieren conmigo, ¿no es así?
El policía frenó, de golpe, pude haber impactado la frente contra el tablero de no ser por el cinturón, pero grité, asustado ante la impresión. Creí que él se vendría sobre mí enseguida y por inercia, intenté hacerme diminuto en el asiento; en cambio, me observó horrorizado, incluso se llevó una mano a la boca.
—¿Qué clase de monstruo piensas que soy? —indagó en tono fuerte sin variar su expresión, seguí en silencio— Pequeño, yo mismo tuve una segunda oportunidad de ser alguien a tu edad. Tienes doce o trece, ¿cierto?
Negué en silencio reiteradas veces, temblando por lo que acababa de ocurrir.
—Diez, casi once, se-señor…
Odiaba sonar así de asustado, pero no pude controlarme. El policía sonrió.
—¡Vaya! Aparentas más edad, sí que has tenido una vida dura.
—Ni que lo diga…
El oficial volvió a encender su auto y retomó la marcha. Comenzó a contarme sobre cómo alguien le cambió la vida; que él, a mi edad, era un chico perdido y sin rumbo hasta que un tipo a quien tenía en alta estima, apostó por él y le dio la oportunidad de ser una persona de bien para la sociedad. Dijo querer retribuirle, haciendo lo mismo por mí.
Lo observé asombrado y por algún motivo, luego de escuchar su historia, empecé a sentir admiración. Confié en sus palabras y pese al miedo que siguió dentro de mí, titilando como una lejana estrella en el cielo nocturno, accedí a su propuesta. Le permití llevarme hacia esa nueva vida.
Recorríamos la costa de camino a San Sebastián, la tierra prometida. Observé el mar, extasiado, conforme Santa Mónica quedaba atrás. Cerrar los ojos resultaba difícil porque soñaba con la traición y abandono de Felipe; por fortuna, R lograba calmarme y ocupamos el trayecto en hablar.
Él era un tipo joven, pero mayor que Feli, tendría veintipocos. Su porte y tez bronceada lo hacían lucir como uno de esos guardianes de la bahía que salían en ese viejo programa de TV.
—¡Vaya!, pequeño, has trabajado duro. —Su forma de expresarse dejaba en claro que él sentía lo mismo que yo: curiosidad y admiración—. Es increíble que en tu posición no hayas caído en la delincuencia y malos pasos.
—Supongo que debo agradecerle a Karen y Feli… —decir el nombre de él en voz alta me produjo un dolor en el pecho, decidí voltear el rostro hacia la ventanilla.
—¿Son tus familiares?
—Algo así. —Suspiré con la mirada perdida en el camino—. Fuimos la familia que necesitábamos y ninguno tuvo.
—¡Oh! ¿Compañeros de infortunio?
Asentí en silencio, recordé cómo llegué con Karen y el corazón se me arrugó. Omití toda esa parte de mi historia, temeroso de que decidiera localizar a mi padre. Le hablé de ella, la abuelita que la vida colocó a mi lado y, aunque me dolía, también lo hice de aquel hermano que decidió abandonarme.
—¡Alí, terminarán matándote! —Escuché con claridad el regaño de Karen mientras le contaba a él acerca de mi vida.
Dos años habían transcurrido desde que, Karen, como cualquiera llamaba a la anciana de los diez gatos, me encontró y decidió encargarse de mí. Ella era amable, cariñosa y jugaba conmigo luego de una ardua jornada de trabajo. En esos cortos, pero fantásticos momentos, me sentía muy feliz.
Durante el día, la ayudaba a recolectar plástico, latas, cartón; en fin, materia prima para vender en el centro de reciclaje. Solíamos conservar algunos materiales con los cuales fabricar adornos y manualidades varias, que a la vez vendíamos en ferias ambulantes a las cuales asistíamos, sobre todo, en época navideña. Era esa la única forma en que, de cierto modo, disfrutaba de las fiestas. Fuera de temporada, el punto de ventas eran los semáforos o plazas más allá de la zona roja, como ese día.
Aquella noche, peleé con dos chicos mayores, quienes quisieron robarme cuando iba de regreso al refugio donde vivía con Karen.
—¿Y qué hacía, eh? —le refuté a ella con mala cara, pero hice un amague de dolor al sentir la presión del trapo sobre un hematoma en el torso mientras me bañaba— ¿Los dejo robarme? ¡Noo!
—Alí, el dinero se recupera —reprendió en tono severo, su voz sonó todavía más grave que de costumbre e impactó un coscorrón del cual me quejé en bajo. Después acarició mi mejilla y continuó con una voz más suave—: la vida no, bomboncito.
Karen besó mi frente, enseguida la abracé. Ella respondió a mi gesto, aunque pronto me soltó por quejarme del dolor y ayudó a colocarme un suéter para acostarnos a dormir, abrazados en el colchón viejo y roído.
—Cariñito, debes darle las gracias al nuevo por salvarte —dijo Karen después de apagar la vela.
Fruncí el ceño y guardé silencio. No estaba dispuesto a agradecerle a ese. Sí, los dos vagos me pateaban en el suelo por negarme a entregarles el dinero en primera instancia; pero por causa suya, al hacer de superhéroe, huyeron con buena parte de la plata que me sacaron de los bolsillos.
—¡¿Qué hiciste?! —le grité furioso en la calle, pese al dolor. Él me observó contrariado, sin comprender el motivo de mi molestia; así que mientras me ponía en pie, sosteniéndome el vientre, acabé de aclararle—: ¡Se llevaron mi plata, tonto!
—Brodercito, ese par le pateaba el culo a un niñito —replicó él con obviedad—. ¿Qué debía hacer? ¡¿Dejar que te maten?!
—¡Impedir que se larguen con mi plata, genio! —Volví a gritarle y escupí sangre hacia un lado, molesto, pero el fuerte dolor casi me hizo caer otra vez; él me sostuvo para impedirlo y me quejé de su contacto— ¡Suéltame, tonto!
—Tranqui, brodercito, te llevaré a tu casa.
Quiso cargarme, no lo dejé. Se paró junto a mí, pasó mi brazo derecho sobre su cadera, mientras que su izquierda la ubicó bajo mi axila del mismo lado para sostenerme. Pese a la cercanía, mantuve el ceño fruncido y volteé la cara para evadirlo; me sentí frustrado por perder buena parte del dinero y furioso con él por ser el único responsable.
Cuando llegamos al callejón que ocultaba en su punto más profundo el refugio construido con plásticos, cartón y algunos parales de madera, fue que mencionó otra palabra:
—¿Aquí vives, brodercito? —expresó confundido, quizás esperaba una casa o habitación más convencional.
—Adentro —respondí. Quise sonar fuerte, seguro e intimidante, pero en realidad aún me dolía todo el cuerpo e incluso de camino a casa, escupí sangre un par de veces. Lo más probable era que, sin su apoyo, me hubiese desplomado en la calle y absolutamente a nadie le habría importado si moría.
Karen corrió a nuestro encuentro al vernos a medio callejón y divisar mi condición.
—¡Alí, me tenías preocupada! Ya iba a buscarte. ¿Qué pasó?
Me quedé en silencio, ya ella me había regañado antes por meterme en pleitos. Fue él quien respondió:
—Dos granujas lo atacaron, casi lo matan a patadas.
Me solté en cuanto, Karen agarró mi brazo. Pese al dolor, ya podía sostenerme mejor por mí mismo y contemplé con odio a ese chico mientras, él, le contaba a ella todo el incidente. No sabía su nombre, tampoco me importaba conocerlo, lo odiaba por permitirles escapar.
Él era mucho mayor que yo y aunque usaba un overol mugriento, no parecía un vagabundo. Su cara tenía un par de golpes marcados y durante toda la conversación lo vi estudiar el lugar que habitábamos con una mirada quizás de repulsión que deseé borrarle con un golpe. Karen me observó varias veces, negando en silencio, decepcionada por mi actitud, pero ¿qué esperaba?
En un momento, ella le ofreció agua y me envió adentro a buscarla; pensé escupirle el vaso. No lo hice, regresé y se lo entregué. El nuevo lo sostuvo y me agradeció, aunque usó el contenido para enjuagarse la boca.
Botó agua sanguinolenta varias veces y un segundo después abrió la boca para mostrarle a Karen la ausencia de su premolar superior derecho; eso me impresionó, había perdido un diente al ayudarme. Aun así, ni siquiera me despedí de él, le di la espalda y regresé adentro a esperar por Karen y el merecido regaño que llegó mientras me bañaba.
—¿Sabes lo que dicen? —interrumpió R mi relato.
Para ese momento, otra ciudad se alzaba ante mis ojos, jamás había visto tantas luces y marquesinas, quedé impresionado al ser consciente del sitio e incluso un silbido de admiración se me escapó. Le escuché una risita baja y lo observé, confundido.
—Los que se aman, se pelean —dijo sonriente y me provocó risas.
—Quizás haya algo de verdad en eso. —Admití y el gesto en su rostro pareció exigir más, entonces continué—: Bueno, en ese momento, no sabíamos nada sobre el nuevo. Era un recién llegado al barrio, lo veíamos pasar por las mañanas y a veces cuando regresaba en la noche.
» No tenía idea ni de dónde diablos vivía, su nombre y mucho menos, su historia, tampoco me interesaba saberlo. En lo que a mí concernía, era un metiche que en adelante provocaría más líos.
Vi a R sonreír y negar en silencio, sin despegar los ojos del camino mientras le contaba mi historia.
Le hablé de cómo me negué a la petición de Karen, también sobre lo ocurrido cuando desperté por la mañana. Aquel dolor en el cuerpo que dificultaba mi movimiento, pero un aroma increíble había inundado todo el refugio y me alborotó el hambre.
Pese a lo magullado que me encontraba, procedí a levantarme con cuidado e hice a un lado la cortina que funcionaba como puerta de la mini recámara; encontré a Karen y el nuevo sentados en la mesita, disfrutando de un rico desayuno: huevos, pan, jugo y el tocino frito que era responsable de mi hambre voraz matutina. Ambos sonrieron al verme, pero solo me centré en ella que había atado sus canas en una coleta alta.
—Ven a comer, bomboncito —invitó ella a sentarme sobre el balde a su lado y estuve por hacerlo hasta volver a oírla—: Felipe decidió compartir el desayuno.
Fijé mi molesta vista en ese moreno junto a Karen del cual acababa de descubrir su nombre y arrugué más el entrecejo.
—No tengo hambre.
Mentí vilmente y fui a tomar agua para engañar a la panza.
—Brodercito, sé que estás enojado —me dijo el chico al darme alcance—. Lamento que perdieras tu dinero y por eso traje este desayuno, tómalo como una ofrenda de paz.
Entorné la vista y me dediqué a mi vaso de agua. El chico prosiguió:
—Además, me comentaba Karen que eres un pequeño fuerte y muy trabajador. Quiero ofrecerte un empleo, si te interesa.
No dije nada, lo observé con el ceño fruncido y él continuó:
—Soy jardinero, aspiro convertirme en paisajista; pero por lo pronto, necesito un ayudante. ¿Qué dices?
—Yo trabajo con Karencita…
—Cariñito —añadió Karen, de inmediato me fijé en ella—, yo estaré bien. El trabajo del Feli es lejos de aquí, eso es bueno para ti, así evitas problemas.
Sentí un vacío dentro de mí y por un milisegundo se escapó un mal recuerdo desde lo profundo de mis memorias: «¿crees que quería ser madre?». Bajé la cabeza y apreté los puños, no quise mostrarme vulnerable, pero resultó difícil.
—¿Quieres deshacerte de mí? —respondí casi por inercia, molesto. Me enojaba ese sentimiento doloroso que golpeó duro en mi interior e intenté con todas mis fuerzas no temblar. Ella contestó enseguida:
—Alí, por supuesto que no —dijo, luego se apresuró a abrazarme y besar mi cabeza varias veces—. Porque te quiero mucho es que te quiero a salvo.
Levanté la cara para observarla, necesitaba ver en sus ojos la veracidad de sus palabras. Karen me obsequió una sonrisa tan dulce y maternal que me tranquilizó bastante.
—Te prefiero a salvo con el Feli, en un trabajo estable, a seguir peleándote con vagos. Además, igual volverás aquí cada noche.
—¿De verdad? —pregunté incrédulo y ella asintió sonriente.
Tomamos asiento los tres en la mesita para desayunar, hablamos y reímos todo el rato como una familia feliz. Tocó disculparme con Felipe, después de todo, me salvó y encima ofreció un trabajo estable y más seguro.
Creí que quizás podríamos dejar ese refugio improvisado e ir a una casa de verdad, algún día.
—¡Qué ingenuo fui! —le dije a R con cabeza gacha, estuve tan ensimismado que ni siquiera noté cuando aparcamos en un estacionamiento subterráneo. Un escalofrío recorrió mi nuca al ser consciente.
—Ven conmigo —pidió antes de bajar de su auto, yo lo seguí un rato después de calmar un poco mis nervios.
Abordamos un ascensor hasta el nivel donde se hallaba su departamento, me mareé un poco, él dijo que era una reacción normal porque no estaba acostumbrado. En cuanto descendimos, solo una puerta había al frente, él la abrió enseguida y quedé perplejo con aquel lugar.
—Bueno, no estarás con Karen y Felipe, pero bienvenido a tu nuevo hogar real.
♡⁀➷♡⁀➷♡
Hola, mis dulces corazones multicolor 💛 💚 💙 💜 💖 a que no se esperaban esta segunda actu de fin de semana. Espero la hayan disfrutado y por ahora necesito con urgencia de su opinión, así seas un lector que solo vota, es de vital importancia que, al menos, esta vez me digas qué te pareció, ya que esta obra la estoy escribiendo para un reto literario contra el tiempo. Por fa, nada te cuesta. 😭
¿Se entendieron los cambios temporales entre distintos momentos del pasado?
Nos leemos la semana entrante y los loviu so mucho 💖
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro