-¿De qué hablabas con Todd? ¿Lo conoces? - le pregunté para cambiar de tema, no era que realmente me interesara, pero tenía curiosidad desde que la había visto charlando con él, en la biblioteca.

-¿Quién? - Pareció sinceramente confundida.

-Todd, el palurdo de último año, conversabas con él en la biblioteca el otro día-

-¿Sí? – Magg hizo una pausa - ¿Cuándo nos viste? –

-Sí, los vi, cuando me dirigía a la sección de artes visuales, se veían muy concentrados-

-¿estás insinuando algo? – dijo tratando de restarle importancia, pero al mismo tiempo muy a la defensiva, ella se percató también.

-Quiere invitarme a la fiesta en la playa este fin de semana, todo el liceo estará ahí. Por eso le dije que no iría con él- sus ojos parecían contemplar la escena desde una perspectiva más amplia. Casi podía escuchar los engranajes en su cabeza, pesando y tratando de darle forma a lo que pasaría con su reputación si aceptará ir con el palurdo.

-¿Qué opinas de él?- me preguntó por fin.

-Parece un poco…  Demasiado extraño- y es que quizás todos le veíamos así.

-Yo diría que hay algo muy falso en él- respondió Mag

-No seas tan cara dura- le dije sonriendo

-Es la impresión que me da Misha- finiquito mientras salía de la ducha.

-Debes apurarte o estaremos justas de tiempo para ir a clases- y ella tenía razón, me enjuague la boca y salí disparada a la ducha, me hice una cola alta para no mojarme el cabello y me lave el cuerpo con presteza para cuando salí del baño Magg ya me había ayudado a tender la cama. Y estaba aplicándose un rubor ligero en el rostro, vestía con el uniforme de entrenamiento físico, pues debíamos asistir hoy con él, la clase sería impartida en la última hora, me acerqué y le di un beso en la mejilla “vales oro le susurre” al mismo tiempo que eché un vistazo rápido al reloj ya eran las siete de la mañana. Teníamos media hora para llegar. Pará cuando me vestí y salimos a la cocina, mi madre bendita sea, ya tenía nuestros desayunos guardados en las viandas, nos despedimos de ella al unísono con una bendición y nos despotricamos corriendo hacia el garaje, hasta quedar frente a mi pequeña yamaha azul de 50 cc en duro, que me había regalado mi padre por mis quince años, una responsabilidad que estuve más que dispuesta a aceptar, y es que la movilidad y libertad que se obtiene al tener un medio propio de transporte es invaluable.

Me subí rápidamente tomando ambos cascos que tenía guindados en el acelerador, entregue uno a Magg mientras hacía lo propio con el mío. Encendí la moto y el pequeño motor dos tiempos empezó a trabajar confiable como siempre.

-Vamos, vamos, vamos- me inquirió dándome palmadas en el casco