16 " Yo soy el imperio "
Nam Mi...
- Sea bienvenida, querida Sultana...- se atrevió a decir desde su trono, simplemente le regalé una mirada para regresar a ver a las muchachas.
Realmente era una atrevida esa mujer.
- Me alegra mucho que estén disfrutando de esta fiesta tan sofisticadas, muchachas.- les dije con una sonrisa- Pero me apena tener que decirles que regresen a sus dormitorios...- desvié mi mirada por un momento a Jisoo quién frunció el ceño- Porque esta fiesta culmina en este momento.
Obviamente mi última palabra, la dejó anonadada porque tensó su mandíbula, sobre todo cuándo las esclavas comenzaron a caminar y recoger los instrumentos.
- Nadie se mueve.- ordenó con tranquilidad, para posar su mirada en mí persona de manera permanente. - Usted no puede tomar una decisión de ese modo...- sentenció para levantarse y caminar hacia mí de manera intimidante. Tomé aire y me coloqué lo más recta posible con una mirada seria, pero sobre todo, segura. - ...esta fiesta me corresponde...- gesticuló cada palabra de esa última oración, de manera exagerada mientras movía su cabeza. -...Yo soy quién decide cuándo termina... Sultana- se detuve a tan solo dos pasos de mi persona, pero siempre me mantuvo la mirada demostrando que no me tenía miedo. Me gustaba ese hecho, así sería más satisfactorio cuándo acabara con ella.
Podía sentir la tensión en el ambiente, todos murmuraban. Las Reinas estaban teniendo una enfrentamiento de poder, era algo de lo que realmente daba gusto hablar. Pero también daba miedo, porque eso significaba una guerra interna.
Por mí mente pasaban tantas cosas. Yo era la Reina Real del Imperio, indiscutiblemente mi persona tenía el control, porque era el poder supremo.
Aún así, mantuve la calma. Gana aquel que sabe enfrentar a su enemigo con cautela, astucia pero sobre todo; mucha inteligencia. El poder manda, pero la mente es la ganadora. Aquella que porta la fortaleza para herir con tan sola una palabra. Y yo, yo era Nam Mi; la corona de su majestad, la espada del ejército y el escudo de esa Dinastía. Nadie, absolutamente nadie; podía doblegarme.
Sin poder evitarlo, una risita nasal se escapó de mí, acompañada de una sonrisa traviesa. La vi alzar una ceja con desconcierto. Regresé a mirarla sin dejar de sonreír de manera sacarrona.
- ¡GUARDIAS!- LLamé con voz demandante, la mujer frente a mí frunció el ceño para mirar cómo los guardias de las puertas caminaban hacia nosotras. Todos los presentes estaban ansiosos y asustados, era notorio.-
Regresó a mirarme con desconcierto.
- ¿Qué Intentas hacer?- me preguntó.
Sonreí.
- A sus órdenes Sultana...- dijeron al unísono una vez estuvieron frente a mí, los guardias.-
- Vayan a los aposentos de la Sultana...- me dispuse a decir. Le iba a enseñar quién mandaba en este lugar.-... tomen al príncipe y llevenlo a mis aposentos. -de solo escuchar eso, sus ojos se abrieron más de lo permitido. Su expresión de sorpresa mezclado con miedo, fué realmente una escena digna de ver.
- ¿Perdiste el juicio?- de repente comenzó a alterarse, su pecho subía y bajaba.
- Desde este momento, la Sultana Jisoo tiene prohibido permanecer junto al príncipe. - continué hablando, sin dejar de mirarla pero está vez me mantuve seria. -
- No puedes tomar una decisión así...- intentó caminar hacia la salida, con una mirada asustadiza. Alcé la mirada -
- Detenganla - ordené. Dos de los guardias la tomaron de los brazos mientras los restantes, que eran cuatro, fueron a por el niño.
- ¡SUELTENME!- sin poder evitarlo comenzó a gritar- ¡NO SE ATREVAN A TOCAR AL PRÍNCIPE! OS MATARÉ. ¡SOLTADME!- sus gritos se escuchaban en todo el Harén. Comenzó a forsajear de manera agresiva. - ¿Cómo osas hacer algo así?- me miró con una mirada llena de rabia, podía ver sus ojos oscuros cristalizarse- ¿¡PERDISTE EL JUICIO!?-quería asesinarme, podía verlo en su mirada.- YO SOY JISOO, REINA DE ESTA DINASTÍA. NO PUEDES TOMAR DERECHOS QUE NO TE CORRESPONDEN Y DECISIONES EN LAS QUE NO PUEDES LLEVAR A CABO.- se soltó de manera brusca de los guardias para enfrentarme, yo solo la miraba- ¡Esto es un imperio!- con su dedo índice señaló con fuerza el suelo- Y hay costumbres, ¿Intentas violarlas con algo tan nefasto y decadente?- su mirada llena de odio, era veneno- ¡Retractate inmediatamente!- me ordenó.
- Sultana Jisoo...- escuché a Baekyung hablar- Cuide sus palabras.
Llevé mi mano al frente, deteniendo a Baekyung de manera abrupta. Di otro paso, quedando a escasos centímetros de su persona.
La miré fijamente, para asentir ante cada una de sus palabras dichas anteriormente.
- Tiene usted toda la razón. - sentencié, la vi respirar agitadamente. - Esto es un imperio y hay costumbres. - afirmé- Pero debe recordar algo...- alcé una ceja- Yo soy el imperio- con fuerza señalé mi pecho con el dedo índice de la mano derecha- Y si de costumbres se trata, usted fué la primera en violar cada una de ellas. -no iba a tener piedad con la mujer que tanto daño me hizo- Usted, es una insolente. Dado que que se atreve a contestarme y mirarme a los ojos cómo si fuéramos iguales, tenga la valentía para enfrentar su castigo.- Mi mirada era dura, influyendo mi destreza ante dicha situación.
- ¿De qué castigo habla?- hizo una mueca para preguntar. - No he violado ni una de las costumbres.- se atrevió a decir.
Sonreí con sorna.
- Dices no violar ninguna de las costumbres, pero te atreviste a enviar a una mujer a los aposentos de su majestad...- comencé a hablar con tranquilidad, mientras ella ladeaba la cabeza para mirarme con descaro.-... sin mi consentimiento. Dígame Sultana, ¿quién se cree que es usted para tomar una decisión de ese modo?
- Ahora entiendo. - fué su respuesta, para cerrar los ojos, regresar a abrirlo y sonreír con sorna. - Todo esto es porque una mujer visita los aposentos de su majestad, mientras no tenías idea de qué eso se llevaba acabo.- la miré tranquila- Soy una Sultana, La Reina de esta Dinastía; hago lo que desee y mi deber cómo esposa del Sultán del mundo, es satisfacerlo y hacerlo sentir bien.
Cínica.
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(Narradora)
Nam Mi dejó escapar una risita más audible, una que resonó como un eco desafiante en todo el harén. Se cruzó de brazos con elegancia, su postura erguida irradiando una autoridad implacable.
- ¿Una fiesta, una concubina y una Sultana que se atreve a desafiarme? -su voz era tranquila, pero cargada de veneno-. Me sorprende, Sultana Jisoo, su atrevimiento, pero aún más su necedad al pensar que puede doblegarme. Sobretodo, usando una esclava para algo tan patético.
- Si realmente fuera patético...- decidió hablar la peli negra con mucha rabia- Usted no estuviera aquí tomando decisiones tan insípidas. - era cómo un veneno cada palabra que decía -No olvide que yo soy Qi Jisoo, la princesa de China y actual esposa de su majestad. - le recordó con orgullo, mientras la pelirroja sonreía con burla. - No puede doblegarme, ni tratarme cómo una esclava más, porque no lo soy.
- ¿De verdad?- cuestionó la pelirroja alzando una ceja- A mi entender, eres la esclava de su majestad. Y no solo debes servirle a su alteza, sino también a la madre Imperial, ¿Acaso no es así?
Jisoo, con el rostro completamente encendido por la ira, intentó abrir la boca para responder, pero Nam Mi levantó una mano, deteniendo sus palabras con un gesto. La pelirroja avanzó un paso más, quedando a escasos centímetros de ella.
- Yo soy Hümasąh de Turquía, princesa por derecho de cuna, y hoy soy Nam Mi, Reina Imperial de Corea del Sur -sentenció con firmeza, sus ojos verdes brillando con un fuego inextinguible-. Usted podrá haber nacido princesa, Jisoo, pero en este palacio, su linaje es apenas un susurro al lado del mío.
Jisoo apretó los labios, temblando ligeramente mientras intentaba sostener la mirada de Nam Mi.
- Soy la madre del heredero al trono, así como de los otros hijos varones de su majestad. Los pilares de este imperio descansan sobre mis hombros, porque yo, querida, manejo la parte interna del Palacio. Nadie respira aquí sin mi permiso; mis palabras son órdenes que equivalen a las del propio Sultán.
Los murmullos crecieron entre las mujeres presentes; algunas se llevaron las manos a la boca, mientras otras desviaban la mirada, temerosas de presenciar el espectáculo. La fuerza de Nam Mi no solo quedaba en sus palabras, sino en el dominio absoluto que proyectaba sobre el harén.
Jisoo, sintiéndose acorralada, irguió el mentón en un intento desesperado de salvar su dignidad.
- Entiendo su dolor, Sultana -dijo con un cinismo evidente-. El dolor de ver a una concubina ocupar el lugar que una vez creyó suyo...
Nam Mi soltó una carcajada tan seca como cruel, dejando a Jisoo atónita. El mundo le sonreía, no podía creer lo que veían sus ojos.
- ¿Dolor? -preguntó con sorna-. ¿Habla de la concubina que viene por el pasillo en este mismo momento? -Nam Mi giró el rostro hacia la puerta de entrada y señaló con su barbilla.
Todas las miradas se dirigieron al umbral, donde una joven esclava, la misma que había sido enviada a los aposentos del Sultán, caminaba lentamente con la mirada baja y las manos apretadas contra su pecho. Su ropa estaba intacta, su cabello perfectamente arreglado, y ni una sola marca en su piel indicaba que había sido tocada.
Jisoo palideció al instante.
- ¿Cree usted, Sultana Jisoo, que una simple mujer puede destruir lo que el Sultán y yo hemos construido? -La voz de Nam Mi era tan suave como peligrosa-. Qué ingenua. El amor y la lealtad de su majestad me pertenecen; nada ni nadie podrá arrebatármelos. - hablaba con tanto cinismo hacia su persona- Ni una fiesta, ni una concubina, ni siquiera usted.
Jisoo respiraba agitadamente, con la mandíbula tensa y los puños cerrados a sus costados.
- Sin embargo, cada acción que llevaste a cabo, será el motivo de separación entre tú príncipe. - sentenció con seriedad.
- ¡Esto es una humillación! -espetó finalmente, la furia vibrando en su voz-. ¡No puede apartarme de mi hijo!
Nam Mi inclinó la cabeza con calma, como si las palabras de Jisoo fueran apenas un susurro insignificante.
- Su hijo no será privado de cuidados ni educación, pero será apartado de usted, tal como ordené -respondió con fría determinación-. No voy a permitir que críe al príncipe con las mismas maquinaciones con las que pretende desafiarme.
- ¡No puede hacer esto! -gritó Jisoo, intentando avanzar, pero los guardias volvieron a sujetarla por los brazos, deteniendo su arremetida-. ¡Es mi hijo! ¡El príncipe no puede ser arrebatado de su madre!
Nam Mi se inclinó ligeramente hacia Jisoo, susurrándole con un tono gélido:
- En este palacio, yo decido lo que puede y no puede hacerse. - sus labios se movían con suavidad, pero su mirada era desafiante y decidida- Tal vez olvida que soy la Reina Imperial, y nadie puede oponerse a mí. Ni siquiera usted.
- ¡Esto no quedará así! -vociferó Jisoo, sus ojos oscuros ahora inundados de lágrimas-. ¡El Sultán escuchará esto y pondrá fin a su tiranía!
Nam Mi sonrió con superioridad, ladeando el rostro.
- ¿El Sultán? -rió suavemente-. ¿El mismo hombre que no ha tocado a su concubina, que desprecia cada intento suyo por crear conflictos en el harén? - cuestionó con burla -Le aseguro, Sultana, que su majestad confiará en mi juicio como siempre lo ha hecho.
Jisoo perdió toda su compostura; las lágrimas cayeron por sus mejillas, pero su mirada aún destellaba odio y frustración.
- Llévensela -ordenó Nam Mi con un gesto de la mano-. Y asegúrense de que el príncipe sea llevado a mis aposentos inmediatamente.
Mientras los guardias arrastraban a Jisoo, sus gritos aún resonaban en el harén:
- ¡Nam Mi! ¡Pagarás por esto! ¡No eres invencible! ¡ÉL SULTÁN SE ENTERARÁ E IRÁ A POR MÍ!
Nam Mi observó cómo la puerta se cerraba detrás de ellos, quedándose en el centro del salón como la única dueña del momento. Su mirada era la de una reina que no había perdido una sola batalla.
- Recuérdenlo bien muchachas, para que vivan por muchos años más -dijo con voz firme, dirigiéndose a las mujeres del harén-: En este palacio, Yo soy el imperio.
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