Ayuda

L

os días pasaron en un borrón de clases, miradas evitadas y silencios incómodos. Cada vez que cruzaba a Leó por los pasillos, sentía un peso en el pecho, una mezcla de curiosidad y enojo. Había decidido ignorarlo, alejarme de él y de todo lo que me hacía cuestionar mi vida. Pero por más que intentara, las palabras de aquel día seguían resonando en mi cabeza.

"No era solo un accidente."

Aquella frase había desenterrado algo que no sabía que estaba buscando. Mis noches se habían convertido en un caos de pensamientos y preguntas que no tenían respuesta. Mi madre, su madre, el accidente... ¿qué estaba ocultando mi padre? ¿Y por qué Leó parecía saber más sobre mi propia vida que yo?

Fue en medio de una de esas noches de insomnio cuando tomé una decisión. Si mi padre no me iba a decir la verdad, yo la buscaría por mi cuenta.

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El comedor del internado estaba casi vacío. La mayoría de los estudiantes ya habían terminado sus almuerzos y se habían dispersado por los pasillos. Encontré a Leó en una mesa al fondo, solo, con un libro abierto frente a él. Sus dedos tamborileaban contra la mesa, y su mirada parecía perdida.

Tomé aire y caminé hasta él. Sin pedir permiso, me senté a su lado.

-Necesito tu ayuda -solté sin rodeos.

Leó levantó la cabeza, claramente sorprendido, y me miró con una mezcla de incredulidad y desconfianza.

-¿Ayuda? -preguntó, arqueando una ceja. -¿En serio? ¿Tú, Elaia Pier, me estás pidiendo ayuda a mí?

Rodé los ojos, sintiendo cómo mi paciencia se agotaba rápidamente.

-Sí, tú, Rivier. Ayúdame a resolver lo de mi madre.

Su expresión cambió de inmediato. Cerró el libro con un golpe seco y cruzó los brazos.

-¿Qué? Mira, yo te dije la verdad porque ya me parecía una idiotez seguir con esta guerra, pero no puedo traicionar a mi familia metiéndome en terreno desconocido. Y tú tampoco deberías.

-Joder, Leó, no lo hagas por mí, ni por mi madre, ni por mi familia; hazlo por la tuya -respondí, con la voz cargada de frustración y algo más, algo que ni yo misma entendía.

Él se quedó en silencio, sus ojos fijos en los míos, como si intentara descifrar lo que realmente quería de él. Finalmente, suspiró, pasándose una mano por el cabello, y dijo:

-¿Cómo te puedo ayudar?

Su respuesta me tomó por sorpresa. No esperaba que cediera tan rápido. Por un momento, me quedé sin palabras, pero rápidamente recuperé la compostura.

-Verás, en mi casa no hay material, he buscado en el desván, en la biblioteca y en la oficina de mi padre. Toda la información que había en Internet ya se ha encargado de eliminarla nuestra familia. He revisado en la biblioteca del internado y nada... -iba a seguir hablando, pero Leó me interrumpió.

-Admito que yo también he mirado en la mía, e incluso en la de mi difunto tío. Nada. Todo está limpio. Demasiado limpio -dijo, su voz cargada de agobio.

Ambos nos quedamos en silencio por un momento, procesando la magnitud de lo que nuestras familias habían hecho para enterrar el pasado.

-El único lugar donde no se puede eliminar la información es en los archivos policiales -dije finalmente, rompiendo el silencio. Mi voz era firme, decidida. -Si tú no quieres ir, iré yo sola.

Leó me miró con una mezcla de sorpresa y admiración. Por un momento, pensé que iba a intentar detenerme, que me diría que era una locura. Pero en lugar de eso, se levantó de la mesa y dijo:

-Te acompaño.

Sus palabras me tomaron desprevenida, pero no dejé que lo notara. En lugar de eso, simplemente asentí, agradecida de no tener que enfrentarme a esto sola. Habíamos dado un paso hacia un terreno peligroso, y aunque no lo dijéramos en voz alta, ambos sabíamos que no había vuelta atrás.