Aquí teneis el último capítulo.

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Después de la tormenta

La casa estaba en silencio, un silencio que no sabía si era una bendición o una maldición. Desde que mi padre había sido arrestado, sentía que mi vida había quedado suspendida en un limbo. Las visitas al juzgado, las preguntas de los abogados, los titulares en los periódicos… Todo era un recordatorio constante de que mi vida jamás volvería a ser como antes.

Y, sin embargo, aquí estaba. De pie frente al espejo de mi habitación, mirándome como si tratara de encontrar a la chica que solía ser antes de que todo esto sucediera. Pero esa chica ya no existía.

***

Unos días después del arresto, Leó y yo nos encontramos en el parque detrás del internado. Era nuestro lugar, el único sitio donde podíamos hablar sin sentirnos observados, sin la presión de las preguntas y las miradas inquisitivas.

— ¿Cómo te sientes? —preguntó Leó, su voz suave pero firme, mientras me pasaba una taza de café que había traído.

— No lo sé. —admití, encogiéndome de hombros. — Una parte de mí se siente aliviada porque finalmente sé la verdad. Pero otra parte… otra parte siente que estoy rota. Perdí a mi madre hace años, y ahora siento que también he perdido a mi padre, aunque nunca fue el hombre que pensé que era.

Leó asintió, mirándome con esos ojos azules que siempre parecían entender más de lo que decían.

— Es normal sentirte así. Pero no estás sola, Elaia. —dijo, acercándose un poco más a mí. — Ahora sabes la verdad, y aunque duele, es un paso hacia adelante. Hacia ser libre.

Esas palabras resonaron en mi corazón. Libre. ¿Era eso lo que sentía? Tal vez. Aunque dolía, había algo liberador en saber que ya no tenía que cargar con el peso de los secretos de mi familia. Podía empezar a construir mi propia historia, mi propia vida.

— Gracias, Leó. —dije, mirándolo directamente. — Por todo. Por estar aquí, por ayudarme a descubrir la verdad, incluso cuando era lo último que querías hacer.

— No tenías que agradecerme. —respondió, con una pequeña sonrisa que me desarmó por completo. — Si algo he aprendido de todo esto es que a veces enfrentarnos a la verdad es la única forma de sanar. Y... —hizo una pausa, desviando la mirada un momento antes de volver a mirarme— y que tú vales la pena, Elaia. Siempre lo valiste.

Mi corazón se detuvo por un segundo. Había tantas emociones en sus palabras, en la forma en que me miraba, que no podía ignorarlo más. Todo lo que habíamos pasado juntos, todo lo que habíamos descubierto, nos había unido de una manera que nunca habría imaginado.

Sin pensarlo dos veces, me incliné hacia él, cerrando la distancia entre nosotros. Mis labios encontraron los suyos en un beso suave, lleno de todas las emociones que no había podido expresar con palabras. Fue un momento breve, pero significó todo. Porque en medio del caos, en medio del dolor, habíamos encontrado algo real. Algo nuestro.

Cuando nos separamos, Leó me miró con una sonrisa más amplia.

— Esto sí que no me lo esperaba. —dijo, riendo suavemente.

— Ni yo. —admití, sintiendo el calor en mis mejillas. — Pero lo necesitaba. Y creo que tú también.

Asintió, tomando mi mano y entrelazando sus dedos con los míos.

— Juntos. Pase lo que pase, Elaia, lo enfrentaremos juntos.

***

En los días que siguieron, las cosas comenzaron a cambiar. Aunque la herida de descubrir la verdad seguía abierta, cada día era un poco más fácil. Mi padre enfrentaba las consecuencias de sus acciones, y aunque nunca podría perdonarlo por lo que hizo, entendí que era su carga, no la mía.

Leó y yo continuamos juntos, construyendo algo nuevo a partir de las ruinas de nuestras familias. No era fácil, pero ambos sabíamos que valía la pena.

Había encontrado la verdad. Había encontrado el amor. Y, sobre todo, había encontrado algo más importante: a mí misma.

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