
001
📍Inglaterra
Rosette estaba en su habitación, rodeada por montones de ropa y maletas abiertas. El día había llegado, y aunque se había preparado para este momento durante semanas, la emoción seguía siendo un nudo en el estómago. Habían pasado casi dos años desde que se conoció con Gastón, y aunque las llamadas y los mensajes ayudaban a sobrellevar la distancia, nada comparaba con la necesidad de estar junto a él. Ahora, por fin, el día de su sorpresa había llegado.
Los últimos meses habían sido largos. Había hablado con Gastón a diario, pero las distancias, las horas de diferencia y la constante espera para ver su cara de nuevo la habían dejado con una sensación de incomodidad, como si el tiempo hubiera avanzado de manera extraña entre ellos. Y por eso, después de meses de pensar en qué hacer para sorprenderlo, Rosette decidió que no podía esperar más.
El plan original era que ella llegaría en dos semanas, como le había dicho a Gastón, pero la verdad era que no podía esperar tanto. Había hecho todo en secreto, comprado el vuelo, preparado las maletas y armado todo para sorprenderlo. Estaba tan ansiosa de verlo que ni ella misma podía creerlo. Lo mejor de todo es que sus tíos, Felipe y Verónica, estaban al tanto del plan y eran cómplices de la sorpresa. Ellos ya sabían que ella llegaría antes de lo previsto, pero Gastón no tenía idea.
Con rapidez, comenzó a empacar sus cosas. Mientras doblaba cuidadosamente su ropa, pensaba en todo lo que había pasado en esos dos años de relación a distancia. La idea de estar nuevamente en Argentina, de abrazarlo por fin después de tanto tiempo, la llenaba de emoción.
-Esto va a ser grandioso -murmuró Rosette, con una sonrisa nerviosa, mientras metía la última camisa en su maleta.
Miró la habitación por última vez, asegurándose de no olvidar nada importante. Cuando cerró la maleta, sintió una mezcla de nervios y alegría. Ya no había marcha atrás. El sueño de estar cerca de Gastón estaba a punto de hacerse realidad, y ella no podía esperar más. Aunque la distancia había sido difícil, había sido parte de su historia, y ahora iba a poder abrazarlo de nuevo, sin la pantalla entre ellos.
Rosette salió de su habitación con la maleta en la mano y bajó las escaleras con el corazón latiendo a toda prisa. Su madre estaba en la cocina, sirviendo una taza de té, pero cuando la vio, no pudo evitar hacer una mueca de preocupación.
-¿Estás segura de que quieres hacerlo? -preguntó su madre, colocando la taza en la mesa.
-Sí, mamá. No puedo esperar más -respondió Rosette con una sonrisa, aunque su voz temblaba un poco.
Su madre la miró con una mezcla de orgullo y tristeza. Sabía que el amor de Rosette por Gastón era verdadero, y aunque le dolía verla ir tan lejos, entendía que su hija necesitaba tomar esta decisión por ella misma.
Antes de partir, su madre la abrazó. Un abrazo largo, lleno de palabras no dichas, de apoyo, de un amor incondicional.
-Ten cuidado, y llámame cuando llegues -le dijo, y Rosette asintió, sabiendo que su madre siempre estaría allí, no importa lo lejos que estuviera.
El trayecto al aeropuerto fue largo, pero cada minuto se sentía más cerca de su objetivo. Su mente estaba llena de pensamientos sobre Gastón, sobre cómo lo sorprendería. No le había dicho que llegaría antes, y aunque sabía que él estaba esperando su mensaje, no podía evitar sentirse como una niña emocionada. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que se vieron, y ahora por fin lo tendría a su lado.
El vuelo de Londres a Buenos Aires fue largo, pero cuando aterrizó, la emoción la invadió de nuevo. Había estado esperando tanto tiempo para este momento que ahora parecía un sueño. Salió del aeropuerto con una sonrisa nerviosa, y vio a sus tíos, Felipe y Verónica, esperándola con los brazos abiertos.
-¡Rosette! -exclamó Verónica, abrazándola con mucha calidez-. ¡Qué alegría verte!
Felipe la miró y sonrió de manera cómplice.
-Pensábamos que llegarías en dos semanas -comentó mientras la abrazaba. Aunque él y Verónica sabían que ella llegaría antes, el hecho de verla allí, frente a ellos, en carne y hueso, era una sensación maravillosa.
Rosette sonrió, dejando escapar una risa nerviosa.
-No podía esperar más, y sabía que ustedes serían mis cómplices en esto -le dijo a Verónica y Felipe mientras se separaba de sus abrazos.
Valentina, su prima de doce años, apareció corriendo hacia ella, abrazándola tan fuerte como pudo.
-¡Te extrañaba muchísimo, Rosette! ¿Qué tal está tu madre? -preguntó, mirando a Rosette con una expresión ansiosa.
-Ella está bien -respondió Rosette, intentando esconder el brillo de emoción en sus ojos. Aunque ella le respondió, lo cierto era que, en su mente, solo pensaba en la sorpresa que pronto le daría a Gastón.
Felipe y Verónica la miraron con una sonrisa, sabiendo que la idea de sorprender a Gastón le llenaba de felicidad. Subieron al coche y, mientras el vehículo se dirigía a la casa de los tíos, Rosette no pudo evitar pensar en el reencuentro. ¿Cómo reaccionaría Gastón? La emoción crecía en su interior y las horas de espera que había tenido que soportar parecían finalmente dar sus frutos.
-Gastón se va a sorprender muchísimo -comentó Valentina con una sonrisa cómplice, mirando a su prima.
-Espero que sí -dijo Rosette, aunque lo único que deseaba era que él se sintiera tan feliz como ella al verla.
El viaje en coche fue tranquilo, y mientras se acercaban a la casa, Rosette no dejaba de sonreír. Al llegar, sus tíos la acompañaron al interior de la casa, donde ya estaba preparada la habitación donde dormiría. Aunque el ambiente era relajado, Rosette no podía dejar de pensar en lo que iba a hacer en las próximas horas.
-Voy a descansar un poco -dijo Rosette, tratando de calmar los nervios que ya no podía esconder.
Felipe asintió, mientras Verónica le indicaba que dejara sus maletas en la habitación.
-Tómate el tiempo que necesites. Mañana será el gran día -comentó Verónica con una sonrisa.
Rosette se sentó frente al espejo y miró su reflejo. Sabía que este era el comienzo de algo muy especial. Gastón no sabía nada, y cuando lo viera, la sorpresa y la felicidad llenarían el momento. El tiempo de espera había sido largo, pero finalmente estaba allí, con él.
Esa noche, Rosette cenó con su familia, pero su mente seguía centrada en Gastón. Sabía que él estaría esperando su mensaje, pero aún no le escribiría. Quería que fuera una sorpresa, algo inesperado. No podía esperar para verlo.
Después de la cena, se retiró a su habitación y se preparó para el día siguiente. Mientras se acomodaba en la cama, se dio cuenta de lo lejos que había llegado. Dos años de llamadas, de promesas, y ahora, finalmente, estaba allí, a punto de sorprender a Gastón.
El reloj avanzaba lentamente, pero Rosette sabía que en cuanto él se enterara de que había llegado, su cara de sorpresa sería la mejor recompensa.
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