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Tercer encuentro

"Qualis pater, talis filius"


Año 1997 - Perú.


Otra navidad y año nuevo pasaron fugazmente. En ninguna de tan maravillosas festividades tuve a esa deliciosa mujer en mis brazos. El viejo Michaelson hizo gala de su poder y nos echó a todos de su casa las últimas dos semanas de diciembre, haciéndome cuestionar sinceramente si éramos necesarios en realidad. Solo se quedó una empleada que, supe, se iba en las noches tras dejar lista la cena.

Cuando todos volvimos, ya en la primera semana de enero, retomamos nuestras labores. Debo decir que quizás la señorita hacía muy bien su trabajo, ya que la bonificación que recibimos todos en el 96 fue más que satisfactoria. Pensé que se repetiría la historia del año anterior y que quizás mis sesiones con Reina se verían aplazadas hasta el mes siguiente. Sin embargo, grande fue mi sorpresa en la segunda semana del mes al encontrar una nota en mi habitación que decía "4am, baño de visitas, c. del barato".

Entendí lo que quería decir, su letra era inconfundible, separé algunos preservativos que ya había traído desde casa y me dormí temprano. Sonó mi alarma, la había programado para quince minutos antes, me alisté, me mojé la cara y salí despacio para el baño de visitas. Al llegar, ella se encontraba ahí, con la bata de aquel lejano primer encuentro. Por lo que vi alrededor, ella había tomado una ducha ahí, nada más llegar me dijo que limpiara todo antes de irme.


—No creo que solo me hayas llamado para limpiar el baño —dije cachosamente.

—Obvio que no —al decir esto, dejó caer su bata, con sus dedos me hizo ver que se había depilado totalmente ahí abajo y me modeló, luego subió una pierna a la tapa del váter dándome la espalda y empinó su trasero a mi dirección—, ya sabes lo que debes hacer, pero vente rápido.


Me quité la remera y los pantalones, ya tenía por costumbre no llevar nada debajo en aquellas ocasiones donde un rapidito surgía con antelación. Abrí el condón y me lo puse tan rápido como pude. Escupí en mis manos y la pase por todo mi miembro con el fin de lubricarlo. Me acerqué a Reina para manosear su parte más íntima, era la primera vez que la tenía totalmente depilada debo añadir, la sensación era ligeramente diferente y no me disgustó. Pensé en repetir la operación del escupitajo, pero para mi sorpresa, ella ya estaba mojada.


—Me estuve tocando antes que llegaras —dijo emitiendo los primeros quejidos— me gusta que me toques, pero no tenemos tiempo. Métemela.

—Solo si me llamas "papi" o "amor" —dije desafiante.

— "Huevón de mierda", ¿Te parece más bonito? —respondió con un tono molesto que no le creí - O me la metes o me voy.

—Voy, voy —respondí nervioso.


Se la metí de golpe, entró con una facilidad que no dejaba de sorprenderme, pese a haberlo vivido ya muchas veces. La naturaleza de los sexos siempre se me hacía maravillosa. Seguí sus órdenes y me moví con mucha fuerza. Ella contenía sus gemidos, ya no estábamos en el departamento, por lo que no podíamos permitirnos hacer tanto ruido como entonces. Yo ya venía trayéndole ganas por semanas, por lo que venirme rápido fue fácil. No más de cinco minutos en el que di todo de mí y esperaba que ella lo notara.


—Uff, necesitaba esto, así se debe cachar. —respondió incorporándose, yo me quitaba el preservativo para hacerlo a un lado y botarlo luego en el baño de mi habitación.

—Siempre dices que no soy tan bueno.

—No lo eres, pero comparado al puto ancestro y a un juguete estático, eres mejor que nada.

—Eso creí —todo el placer se me fue de golpe.


Se puso la bata de nuevo. Se acercó a mí y me besó en la boca, permitiendo a su vez abrazarla y que nuestras lenguas se enreden como dragones de mitología. De haber seguido, una segunda ronda podría haberse dado ahí mismo, pero por algún motivo tenía prisa.


—El viejo... creo que se está aburriendo de mí, créelo o no, no hicimos tanto como el año pasado - me dijo al separarnos.

—¿Eh? —aún estaba alucinado por el beso.

—En parte es bueno, estaré tranquila por un buen rato, el problema es... si querrá tenerme aquí si se aburre del todo.

—Eres su ahijada, no tendría por qué echarte, creo que...

—Aún no confío en ti —me interrumpió— si te digo esto es que hay algo que tengo atorado en el pecho, pero algo me dice que no puedo confiarte lo que sé.

—Pues si en algún momento, luego de tanto sexo, crees que puedes confiar en mí, hazlo. Yo llevo confiando en ti todo este tiempo.

Era verdad que llevaba confiando en ella todo ese tiempo, pese a sus mentiras, en ese instante pensé que quizás quería decirme la verdad que yo había descubierto, pero por sus expresiones parecía algo turbio o tenebroso. Incluso me dio la impresión que temblaba al hablar de ello.

—Dejémoslo aquí por ahora ¿Sí? Lleva uno de esos globitos siempre contigo, no sé cuándo volveremos a juntarnos de esta forma.

—Pues siempre que tú lo digas ¿No?

—Eres un buen perro y eso es lo que me preocupa.


Dicho esto, se fue del baño, mientras yo terminé de vestirme y de limpiar la ducha que ella había dejado hecha un desastre. Podrá sonar que pasamos mucho tiempo en el baño de visitas, pero la realidad es que no pasamos de los veinte minutos incluyendo el sexo casual.

Los siguientes dos meses fueron cuanto menos extraños. Hasta el 97, nuestras sesiones se daban 1 vez al día, unas 3 o 4 veces a la semana, pero en esos últimos meses se redujeron a 1 o 2. Quizás era verdad que Don Felipe se estaba cansando de la señorita, recordé entonces que yo era solo un desfogue al que ella acudía para quitarse las ganas que él le dejaba.

El trato entre el viejo amo y la joven ama, no parecía haber cambiado. Eran distantes, pero cuando se juntaban parecían un papá con su hija más engreída. No entendía nada y no me atreví a preguntar en las siguientes sesiones. Su trato para conmigo fue decayendo de mal a peor igualmente. Poco veía de la coquetería de las primeras veces y para las últimas ocasiones, ya ni hablábamos, solo lo hacíamos, incluso con casi toda la ropa puesta, incluso sus besos dejaron de parecerme excitantes. "Quizás ella también se está aburriendo de mí", pensé.

Luego, nuestras sesiones se redujeron aún más, a 1 vez por semana. Ella se había vuelto fría conmigo y su trato se volvió cuanto menos irrespetuoso. A leguas se notaba que no me quería cerca, eso me lo hacía notar al terminar, pero al inicio de la sesión se mostraba casi como antes. En resumen, me provocaba para luego deshacerse de mí como basura.

Eso me enojó, no es fácil sobrellevar un trato tan confuso. Cálido y sensual al comenzar, y totalmente de estropajo al terminar. Me estaba hartando. Fácil era simplemente negarme a ceder a sus caprichos, pero yo quería más de ella. Quería por una vez ser quien lleve las riendas, quería someterla, ser yo quien determine cómo y cuándo se hacen las cosas. Ya poco me importaban mis propios sentimientos, porque estaba claro que no tendría nada de eso con ella. Me volví egoísta, quería ser como ella en el fondo, tener ese poder que parece que solo las mujeres tienen sobre nosotros. Decidí dejarla ser por un par de meses más y cuando decidiera dejarme a un lado totalmente, hacer uso de mi comodín. El siguiente encuentro correría por mi cuenta.

Dejé que pasara otro mes, igual al anterior, su trato apenas y mejoró, pero el final siempre era lo más molesto. Por lo que decidí espiarla dentro de mis labores y determinar su rutina, eso con el fin de establecer un día de semana que sea preciso para abordarla y hacer uso de la información que disponía para mi propio placer.

Finalmente, tras dos semanas de discreto espionaje, en la cual la última no tuvimos nada de nada, llevé a cabo mi plan. Sabía que ella tomaba un baño cada dos días, de noche antes de dormir, ello lo noté al ver que una empleada siempre iba a dejarle toallas limpias y se llevaba las usadas a eso de las 11 de la noche. Luego ella se quedaba despierta al menos una hora más antes de irse a dormir. En esas semanas, también pude notar que efectivamente fueron pocas las veces en que ella se iba a la habitación de Don Felipe. Fueron más veces de las esperadas, pero aun así dejó de buscarme.

Llegó el día que determiné, fue a media semana, la empleada hizo su rutina y desde mi habitación calculé que pasaran cuanto menos tres horas más. Pasado el tiempo, aproveché igualmente para tomar un baño y llevar el último preservativo que tenía a la mano.

Todos ya estaban dormidos y fui despacio a su alcoba. La escena era tal cual la del primer día, solo que, sin el palo de escoba, llevaba algo más duro entre mis piernas. No negaré que estaba nervioso, no planeaba violarla o algo, esperaba llegar a un acuerdo para no perder lo que teníamos o al menos para hacerlo más recíproco. No todo debía tratarse de ella, podíamos hacer esto más llevadero. Si se negaba a todo, al menos obtendría una última vez y renunciaría a continuar laborando en esa casa. El deseo por esa mujer me estaba embriagando, por lo que buscaría acabar con todo si así ella lo determinaba.

Llegué a su puerta, el corazón lo tenía en la mano de lo fuerte que iba. Se podía tocar una cumbia con los pálpitos. Me tomé un largo respiro antes de llamar a la puerta. Una vez me calmé, toqué de forma que no hiciera tanto ruido, pero sí el suficiente para despertarla. Me puse firme y en el papel de dominante que esperaba alcanzar. Escuché ruidos adentro y su voz que preguntaba desde dentro qué ocurría.


—Soy Nilton, señorita... Necesito hablar con usted. —hablé lo más bajo que pude.


Ni bien dije mi nombre, escuché que sus pasos se intensificaron y me abrió rápidamente la puerta. Su rostro me lo decía todo, estaba furiosa por mi atrevimiento.



—¿Se puede saber qué mierda haces aquí y a esta hora? —dijo susurrando, mirando a todos lados.

—Ya lo dije, necesito hablar contigo.

—Tú y yo no tenemos nada que hablar puto insolente, lárgate de aquí.

Intentó cerrar la puerta, pero la detuve. Su ira se intensificó aún más.

—Necesito hablar contigo Reina Ayram... o debería decir... Lexa Hills. —sentencié.


Su expresión de furia cambió a una de impresión total. Pese a la oscuridad y la poca luz de su lámpara, pude notar lo pálida que se puso. Dejó de oponer resistencia y me jaló para hacerme entrar a su habitación. Cerró la puerta detrás e intentó acorralarme contra la pared.


—¿De dónde sacaste ese nombre? ¿Qué mierda sabes? —preguntó sin expresión aparente.

—Solo sé que no eres la ahijada de Don Felipe, que seguramente algún pariente eres de la verdadera Reina ya que ella tiene tu apellido como materno y lo mejor de todo, tienes 35 años.

—¿Quién te mandó a investigarme, hijo de puta, fue el viejo?

—Nada que ver, lo descubrí por accidente. Ese día que fuimos al edificio, se cayeron tus cosas y por casualidad vi tu verdadero DNI.

—Si se te ocurre abrir la boca...

—No lo haré —le interrumpí— a menos que lleguemos a un acuerdo aquí y ahora.

—¿Te atreves a chantajearme? Sabes que, si el viejo se entera de esto, yo puedo decirle de nuestros "encuentros" ¿No?

—Hazlo, yo perderé el empleo y curraré en otro lado. Tú en cambio perderás tu vida de niña rica y quizás termines en prisión por usurpación de identidad.

—Definitivamente no tienes idea de lo que estás haciendo, vete a tu puto cuarto, hablaremos de esto en otro momento. - comenzaba a alterarse, pero no tenía el aire altanero de antaño.

—No habrá otro momento "Lexita", será aquí y ahora, como la primera noche.

—¿Haces todo esto por sexo? ¿Qué tan urgido estás?

—No solo se trata de eso Lexa.

—¡Deja de decir ese nombre!

—Es tu nombre real y te trataré así si no me escuchas. He aguantado tanto estos últimos años y por una vez, solo por una puta vez, quiero hacerlo contigo a mi manera.

—Estás enfermo. Vete de aquí, si nos descubren...

—No lo harán, he visto la rutina de todos estos días. A ninguno de los dos nos conviene y puedo vivir con tu edad y nombre real. A cambio... —mi voz se entrecortaba— a cambio... quiero que lo hagamos como en el departamento, como la primera vez en esta habitación, extraño mucho tenerte conmigo de esa manera, no te confundas, ya me resigne hace mucho que no tendré un favor de amor de tu parte, por lo que quiero ser quien lleve las riendas por una puta vez. Hagámoslo ahora, según lo que yo te diga y te juro que tu secreto se irá conmigo a la tumba.

—Me decepcionas hijo de perra, algo me decía siempre que no podía confiar en ti, tengo mis motivos para no haberlo hecho contigo estas semanas y esperaba que habláramos en otro momento, hasta que algo se me ocurriera. Después de esto, definitivamente no contaré más contigo.

—Me vale, me daré el gusto por última vez y renunciaré.

—¿Cómo? —por algún motivo quedó sorprendida.

—Soy un superficial de mierda, Reina, solo quiero hacerlo contigo a mi manera por una vez. Si uso tu secreto es solo para eso y nada más. Es todo lo que quiero de ti. Por supuesto, si me dices que esta será la última vez, me iré de aquí, ya que no podré vivir en esta casa deseándote tanto y no poder tenerte.

—Nilton, yo...

—¿Tenemos un trato entonces? —estiré la mano— ¿Me cederías un último gustito por tu bienestar en este lugar?

—Hazlo rápido, solo eso te pido. —respondió chocando su mano con la mía y caminando a la cama.


A diferencia de la primera vez que llevaba una bata, o de la segunda que llevaba una lencería finísima, esta vez la tenía tal cual era realmente. Reina Ayram, o como la veía ahora, Lexa Hills. Una mujer de 35 años con una apariencia que no hacía justicia a su edad, una mujer madura con el cuerpo de una jovencita veinteañera a la que apenas se le notaba el paso de los años. No estaba maquillada, no llevaba prenda alguna de lujo, era la persona que tanto anhelaba ver al natural y no me refiero a la ausencia de ropa.

Me miraba recelosa, de arriba a abajo, era la primera vez que no daba órdenes, ni se daba el lujo de restregarme su nivel socioeconómico en la cara, en que no estaba a su cargo, que la tenía a mi disposición cuan muñeca hinchable. Solo haría lo que yo le dijera. Esa noche llevaba puesto unos pantalones pijama color rosa y una remera simple, sin medias y el cabello suelto. A leguas se notaba que no llevaba sujetador y me esforzaba por adivinar lo que llevaba debajo.


—¿Y bien? ¿Qué quieres que haga? —se sentó en la cama y se cruzó de brazos y piernas.

—Solo una cosa —me senté a su lado, tomé su rostro y la miré a los ojos— dejarte llevar.


Todos nuestros encuentros, incluso los más fugaces, comenzaban con un beso. A veces largos, a veces cortos y aquel no iba a ser la excepción. Era algo que me encantaba y quizás la emoción de hacer algo incorrecto hizo que sus labios volvieran a enloquecerme. Ella no opuso resistencia y me dio acceso total a su boca. Lentamente hice que se echara y reposé una de mis manos sobre su pecho, confirmando que efectivamente no llevaba nada. Metí la mano debajo de su remera y me deleité con la firmeza de sus pezones y la suavidad de su busto. Su cuello fue víctima de mis labios de igual forma, me encantaba su aroma después de cada ducha que tomaba, era como ser un fumador pasivo al que le daba gusto solo el aroma del tabaco quemado.

Se incorporó para quitarse la remera ella misma, me gustó esa iniciativa y me metí uno de sus senos a mi boca, a la vez que masajeaba el otro. Sé que antes dije que de sabor no tenía nada en particular, pero por alguna razón tuve distintas sensaciones esa vez. Dulzor, como el chantilly de un pastel, la sensación al tacto era la misma que tocar las almohadillas de las patas de un gato. Los suspiros que empezó a darme solo me motivaron a seguir y ser un poco más rudo.

Me hice a un lado para quitarme la remera y los pantalones que llevaba, quedando totalmente desnudo a su merced, como siempre lo estuve. Ella acomodó una almohada sobre el espaldar y acomodó su cabeza. Yo me puse sobre ella, dejando mi miembro literalmente en su cara. A ella parecía incomodarle la posición, pero entendió lo que debía hacer. Su trato para con mi amiguito fue el más tierno que le vi en todo este tiempo. No se lo metió directamente a la boca, sino que se tomó su tiempo para lamerlo y besarlo. A la par, me miraba con esa coquetería que tanto extrañaba, supongo que de verdad esperaba que terminara rápido, me sorprendía lo fácil que se jugaba con eso, pero años después de hacerlo con ella ya me tenían preparado para durar tanto como yo quisiera.

Ya más cómodos con la posición, me apoyé en el espaldar y empecé a mover las caderas para cogerle la boca. A diferencia de la primera vez, fui lento, moderado, no quería ahogarla, quería sentirla, ella hizo lo suyo con su lengua y se apoyaba con las manos para darme más placer. Juro que, si le dejaba seguir más tiempo del que le permití, todo habría terminado ahí mismo. La noche apenas comenzaba.

Me alejé de ella y le quité su pantalón pijama, debajo llevaba unos cacheteros delgados color piel. Para muchos, este tipo de prendas no son para nada eróticas y, por el contrario, es considerado un "mata-pasiones". Sin embargo, para mí no, le encontré un gusto a la ropa que llevaba y llevé mi rostro entre sus piernas, frotando mi nariz y dando besos por encima. Ella empezaba a suspirar.

Tras divertirme en ese momento, que no fue tan extenso, le retiré la última prenda. Al fin estábamos ambos como Dios nos trajo al mundo. Sin inhibiciones. Por algún motivo todo se sentía diferente a otras veces. Ella se tapaba los pechos, como tímida e instintivamente juntaba las piernas. Esta vez llevaba mucho pelo ahí abajo, me sorprendió ver que el dorado de su cabello se veía bien reflejado en esa zona igualmente, hasta ese entonces solo le había visto poco pelo o directamente nada. Había visto algo nuevo en ella una vez más, una Lexa "al natural" por decirlo de algún modo.

Tomé uno de sus pies, como quien toma una mano y comencé a besarlo, a la vez que acariciaba sus piernas. Tenía como plan ir de abajo hacia arriba, degustar cada rincón de su cuerpo antes de irme para siempre y plasmar en mi memoria su sabor, su aroma, aprenderme todas sus imperfecciones para mis futuras noches de soledad. Tener todo lo que no tuve en esos últimos años.


—Para ser un violador, estás siendo muy cariñoso. — dijo ella entre respiraciones agitadas por las cosquillas que le generaba.

—Dije que haría las cosas a mi manera, no que sería violento contigo —respondí con seguridad, sin detener lo que hacía— además, estoy improvisando, el único sexo que conozco es el que he tenido contigo, por lo que por ahora quiero que te sientas bien.

—Estás loco, pero sigue, termina rápido por favor.


Eso era lo único que no pretendía hacer. Mientras hablamos, ya había llegado a esa hermosa entrada a su cuerpo. Llevé sus piernas a mis hombros y me di un festín, puse en práctica todo lo aprendido con ella. Los roces con mi lengua en lugares que ella claramente me había dicho que le encantaban, el uso de mis dedos, los movimientos que debía hacer, no me sentía tan nervioso desde mi último examen en la universidad. De hecho, así se sentía, como un examen final. Donde el resultado sólo lo sabría el profesor, en este caso la maestra era Lexa. No estaba seguro de cómo se veía un orgasmo femenino, pero quería hacerle llegar a ese punto sin importar cuánto me tomara.

¿10 minutos, 15? Ni idea. Mi ama me pedía que me detuviera desde el inicio, pero el punto álgido de este momento fue cuando sus piernas se estremecieron, como si le diera un calambre, rápidamente se incorporó y me hizo a un lado con las mismas, golpeando mi mejilla sin querer. Se cubría la boca, quería gritar al parecer, pero se contuvo todo lo que pudo.


—¿Estás bien? — pregunté.

—Si, si... solo... tuve un calambre fuerte en la cintura... es todo... —confirmó mi sospecha, mientras recuperaba el aliento.

—Por un momento creí que...

—¿Qué me diste un orgasmo? Jamás papito. Te faltan años de experiencia para eso. - respondió tajantemente.

—Entonces creo que comenzaré por aquello que vine.

La tomé de los pies y la jalé delicadamente casi al borde de la cama, e hice que se diera la vuelta y empinara su trasero. Volví a tocar su sexo y noté lo mojada que estaba. Supuse que al menos había hecho un buen trabajo y que, si quería, podía hacerla mía ahí mismo. Pero tenía otros planes.

Abrí sus nalgas y retomé mi labor de hacerle sexo oral, ella gemía y parecía disfrutar aún más que la primera ronda. Levanté la mirada entonces hacia mi objetivo, esa segunda cavidad que me fue negada aquella noche. Al igual que entonces, no sentí ningún mal olor y sabía de antemano que a ella le gustaba sentir mi lengua por encima, por lo que fue lo que comencé a hacer. Generando en ella una melodía contenida por sus manos que, de liberarse, despertaría a más de un guardia o al propio Don Felipe.

Sin embargo, esa vez iría más allá. Primero intenté pasar mis dedos por encima y tampoco le molestó, ya que lo hice parecer un accidente. Pero en un momento de distracción, mojé mis dedos con su propia humedad y lentamente intenté meter mi dedo índice. Generando en ella la misma reacción de aquella noche, pero sin perder su posición, solo girando para quedar de costado, casi en posición fetal.


—¡¿Qué haces?! —me reclamó, conteniendo sus ganas de gritar— Creí haberte dicho que...

—Lo sé, pero olvidas que esta vez lo estamos haciendo a mi modo. Entiendo que no quieres, pero ya que será la última vez, de verdad lo quiero todo de ti. —hablé con seguridad, mirándola a los ojos.

—No quiero eso, hazme lo que quieras menos eso, me va a doler.

—¿Puedo preguntarte algo?

—¿Qué cosa?

—Ya lo has intentado antes ¿verdad?

—¿De qué hablas?

—Tu reacción... no pude evitar pensar desde entonces que... quizás ya lo intentaste antes y no salió tan bien, por eso te asusta tanto.


Dejó de mirarme, al parecer había dado en el clavo y completó la posición fetal, parecía que tenía ganas de llorar.


—Es eso, ¿no? —volví a preguntar.

—Hace años... —empezó a contar, con voz entrecortada— tuve un novio al que quise mucho y pues, fue el primero al que le permití todo... cuando quiso intentar eso, cambió su trato conmigo... de lo dulce y tierno que era al hacerlo conmigo... fue muy rudo, la metió de lleno y hasta me hizo sangrar. Llegué al hospital y todo. Fue precisamente ahí cuando mi familia descubrió mis "aventuras" y me hicieron a un lado.


Era la primera vez que me hablaba de su familia, supuse que no era precisamente la de Reina Ayram, sino a la suya, con sus propios padres. Nunca la había visto como una rechazada, pero parte de su actitud comenzaba a tener sentido, la desconfianza, el recelo, su forma fría de tratar a los demás.


—¿Puedo preguntar hace cuánto? —me senté a su lado y acaricié su cabeza.

—Cuando tenía tu edad. Desde entonces... me desheredaron y terminé viviendo en casa de mi hermana mayor y su esposo. Los papás de mi sobrina Reina. Terminé siendo vista como una puta por mi propia familia y actuaron como si no existiera. Incluso mi hermana me dejó vivir con ella con la condición de no ser vista por ninguna visita.

—Eso suena terrible.

—Yo nunca —aquí comenzó a llorar— fui una puta... todos los hombres con los que estuve... fueron mis novios... los amé de verdad... nunca me metí con nadie porque sí... sólo tú y el viejo pañalón son la excepción por otras circunstancias.


Cuando dijo eso entendí varías cosas. La más importante: Nunca tuvimos sexo. Ella siempre decía que entre nosotros solo había una relación de sexo en la que no teníamos que hablar. Sin embargo, su actitud coqueta y la búsqueda de un placer relativamente mutuo, me hacía entender que algo andaba mal y es que nunca lo hicimos como amigos con derechos, sino como lo harían los novios. Ella no conocía el sexo casual, solo sabía hacer el amor y fue lo que hicimos desde el inicio.

Comencé a sentir algo de pena por ella y la abracé por detrás. Sentí que dejó de llorar cuando lo hice.


—Oye... entiendo cómo te sientes... —le hablé al oído— no pensé que habías pasado por mucho y de verdad lo siento. Normalmente te diría que no lo haré y pasaremos a otra cosa, pero de verdad... quiero intentarlo... Mañana estaré fuera de esta casa y sé que me arrepentiré si al menos no lo intento.

—Me decepcionas hijo de puta - respondió en un tono serio, muy distinto al condescendiente y como si no hubiera llorado - pese a lo que te he contado, quieres intentarlo... bueno, eres hombre después de todo.


Dicho esto, se soltó de mis brazos. Vi que se limpió los ojos y se dio la vuelta, quedando echada frente a mí. Sus ojos estaban rojos, por lo que sus lágrimas eran de verdad. Su expresión era completamente fría.


—Hazlo de una vez... acabemos con esto ¿Sí? —dijo poniéndose nuevamente en la posición con la colita levantada.


"Que hija de puta", fue lo primero que pensé. Sentí que intentaba manipularme como muchas veces antes, de haber insistido quizás hubiera desistido de mis intenciones. Sin embargo, se rindió al primer intento y me mostró nuevamente su verdadero rostro. Por eso la odiaba, por eso estaba haciendo lo que hacía en ese momento. Me enojé, pero pude mantener la calma lo suficiente para no cambiar mi trato con ella y seguir disfrutando de ese último encuentro.


—No sé qué pasa por tu loca mente Lexa —le dije retomando mi posición— no sé qué tan cierto sea lo que me hayas contado, pero igual seré gentil ¿Sí?

—Haz lo que quieras —me dijo sin mirarme.


La toqué con mis dedos, estimulando su vagina nuevamente y esperando humedecerlos para otro intento. Ella seguía boca abajo y no me miraba, trataba de verle el rostro, pero lo apartaba. Una vez lubricado con su propia excitación, el primer dedo llegó a nuevo puerto, lo acaricié por encima, eso parecía gustarle y de a pocos me atreví a ingresar.

La escena me volvía loco, no podía dejar de mirar cómo mi uña se fue perdiendo en ese pequeño agujero y así lentamente todo mi dedo índice. Ella soltó un pequeño quejido y apretó las nalgas, dejando mi falange atrapada dentro de ella. La sensación por supuesto era distinta, más reseca por supuesto, pero de alguna manera era atrayente. Me preguntaba si apretaría mi miembro tanto o más como mi dedo. Empecé a moverlo, a sacarlo y meterlo, de a pocos parecía acostumbrarse pese a los quejidos algo exagerados que emitía.

En algún punto dejó de apretar y sin que se diera cuenta, el dedo medio se sumó a la fiesta. Me causó gracia que no lo notara, seguí moviendo y sentía claramente como la abertura se hacía más grande. Llevé mi atrevimiento más allá y metí un tercer dedo, ahí creo que lo notó ya que volteó a mirarme. Su expresión era una mezcla de rabia y vergüenza, empecé a sospechar que algo de lo contado era cierto. Pese a los quejidos y ligeros gemidos que emitía, su cuerpo inconscientemente temblaba. No creía que fuera por frío, sino por temor a lo que vendría después.


—Creo que estás lista —dije quitando los dedos.

—¡Por favor! ¡Por favor! No los huelas. —me suplicó desesperada, con lágrimas en los ojos que querían salir.

—No pensaba hacerlo, Lexi —le dije con cariño— la idea es sentirnos bien, no humillarte.

—Más te vale —dijo resignada, pero confiando.


Uno pensaría que tras ello habría algún olor raro por defecto, pero curiosamente no, ella era demasiado limpia en ese sentido. Ya la había visto bañarse y no quedaba duda que sabía bien lo que hacía. Fui por el preservativo entonces y me lo puse. Me eché sobre ella, acomodando mi pene entre sus nalgas, para sobarme con ellas y hacer que se vuelva a poner dura del todo. A ella le gustaba que hiciera eso antes de comenzar con los rapiditos, supuse que debía ponerla en un estado conocido antes de probar algo nuevo.

Me incorporé entonces y junté algo de saliva en mis manos para lubricar mi miembro, sobre todo la punta. Con otro poco, lubrique de igual forma dicha nueva abertura que esperaba mi llegada. Ya con todos los preparativos hechos, el primer roce de punta y entrada se dio. Pensé que sería más complicado, pero ella de algún modo supo dar la bienvenida a la primera parte de todo mi miembro sin soltar un grito de dolor. Solo noté que se mordía los labios y contenía sus ganas de hacer ruido.


—Si te está doliendo, lo sacaré de inmediato. —le dije.

—Déjalo, creo que puedo hacerlo —me respondió tomando aire, como si estuviera en lo último de una maratón.

—Me sorprende que te cause algún tipo de molestia, siempre dices que no la tengo tan grande y que no debería creerme el gran cachero contigo.

—Es verdad... no es grande ni larga... pero sí gruesa.


Un nudo en la garganta se me hizo entonces, era la primera vez que me hacía un halago de esa forma, refiriéndose a lo que ahora podríamos llamar mi herramienta de trabajo. Dentro de todo mi enojo, era la primera vez que me sentía bien conmigo mismo, ella destacó algo en mí que me diferenciaba de todos sus amantes anteriores.


—¿Más que el viejo? —pregunté con una sonrisa.

—Más que todos los imbéciles con los que estuve, pero apenas por poco, tampoco te creas.


Esa era toda la motivación que necesitaba y seguí entrando en ella al punto de tocar la raíz. Ella solo quedó con la boca abierta, sin emitir suspiro ni ruido alguno. Sus ojos se abrieron más que nunca, dejando relucir su color esmeralda natural, ese color tan felino con el que me dominaba a la perfección. Al igual que mis dedos, dejé que se acostumbre. Yo ya quería moverme, pero quería tener la tranquilidad de que no la estaba lastimando. Mantuve sus nalgas abiertas con mis manos todo ese tiempo, la vista era algo que me dejó completamente loco.


—Voy a moverme, ¿está bien? —le dije al oído.

—Dale, vente rápido por favor. —cuando dijo esto, ella misma empezó a mover sus caderas en círculo, ya se había acostumbrado y empezaba a provocarme para acabar lo más pronto posible.


Estaba literalmente sobre ella en paralelo, solo que ambos mirando a la misma dirección. El mete y saca que empezamos a tener, no era tan marcado ni tampoco haría el menor ruido, por lo que solo atiné a movimientos leves pero firmes. Un par de veces se llegó a salir, pero pude acomodarlo nuevamente.

Lexa parecía acostumbrarse cada vez más y acompañó mis movimientos con ese sensual baile de caderas en círculo que tanto me fascinaba. Si sumamos todo lo dicho, a lo apretado que de por si se sentía estar dentro de ella, estaba claro que iba a dominarme. Decidí no hacerme el duro y seguí, todos mis pensamientos estaban dirigidos a ella, a la suavidad de su piel, a su aroma tan dulce y embriagador, a su figura tallada por artistas romanos que apenas y sacaba a relucir su edad real, había que ser muy observador para darse cuenta de esos detalles (y hacerlo con ella seguido, por supuesto).

A la mierda los consejos y el querer durar, a la mierda querer hacerme el macho, quería hacerla mía simplemente y lo estaba logrando. Si no fuera por el condón, nuestros ADN se combinarían de una forma poco natural, pero estarían juntos por primera vez. Me arrepentí de habérmelo puesto, pero supuse que no la habría convencido de otro modo, pese al secreto que quería que le guardara.

Seguí moviéndome entonces y sentí la señal, una sensación que los hombres sabemos bien que nos indica que no hay marcha atrás. Aumenté la velocidad y la violencia de mis embestidas. Ella al notarlo, tomó la almohada más cercana y hundió su cara, por fin soltaba algunos gritos que consiguió ahogar en el inmobiliario. Había llegado a mi clímax, no conté los disparos que solté, pero puedo asegurar que fueron muchos. Me quedé adentro de ella y recuperé el aliento estando aún sobre su espalda. Sentí claramente como mi amiguito se hacía cada vez más pequeño y por sí solo salía de su cavidad trasera.

Lexa giró el rostro, soltando con mayor libertad algunos suspiros y respirando para recuperar el aire que había ahogado. Pese al poco movimiento de su parte, ambos estábamos igual de sudados, el de ella era más bien frío y ayudó a relajar la calentura de mi piel. Supongo que el temor que le provoqué fue mayor al que suponía.

Sin nada que decir, me incorporé y me retiré el condón. Solté un gran suspiro y miraba alrededor de su habitación aún sin creer lo que había hecho. Me dio un ligero ataque de conciencia y sin mirarla, decidí que lo mejor era dejarla sola. Sin pedir permiso, fui primero a su baño, esperando remojarme la cara y lavarme ahí abajo. Estaba a punto de entrar, cuando escuché su voz.


—¿Te vas así nomás? Al menos di si te gustó, enfermito.

—Pues... me encantó... —dije tímidamente y me metí al baño, cerrando la puerta por detrás.


Ya en soledad, me acerqué al lavabo para remojarme el rostro. El agua estaba asquerosamente helada, eran principios de invierno después de todo, admito que me despertó al primer toque y me quitó los restos de calentura que me quedaba. El preservativo que tenía fue directo al váter y tiré de la cadena. En el mismo lavadero, con cierta dificultad, me lavé con el jabón líquido que tenía cerca. Me sequé con el papel higiénico y me quedé loco con el frío que sentía en casi todo mi cuerpo. Me vi al espejo, aún alucinado por todo lo que había hecho. Pese a que me esforcé por hacerle sentir bien, sentía que le había violentado. "Definitivamente mañana debo irme de este lugar", fue lo que pensé.

Me tomó algo de tiempo antes de volver a la puerta, no estaba seguro de qué cara poner al verla. Supuse que estaba enojadísima conmigo y que tal vez mi renuncia no sería suficiente para aliviar la vergüenza que le hice pasar. Me puse a pensar que quizás, aunque me fuera, una denuncia llegaría a la puerta de mi casa. Pensé en todos los escenarios posibles, pero estaba dispuesto a asumir las consecuencias de mis actos.

Tomé una gran bocanada de aire y me acerqué a la puerta para volver con ella. Al intentar abrir, escuché un ruido que puso en alerta mis sentidos e hizo que mi cuerpo se estremeciera y olvidara que el invierno había llegado. Así como los hipnotizadores usaban palabras clave para dominar a sus voluntarios, lo mío eran los gemidos de la ahora conocida como Lexa Hills. "¿Por qué gemía? ¿El jefe está en la habitación?", fue lo primero que pensé. Apagué las luces y discretamente abrí la puerta que por suerte me permitía ver lo que ocurría en su cama.

La escena que vi se convirtió en algo que no sé por qué no se me ocurrió antes. Estaba ella en cuatro, con todo el trasero a disposición del primero que entrara a ese cuarto, masturbándose y apenas ahogando sus gemidos. A ojos cerrados y con la boca abierta, mirando con dirección a la puerta del baño. Al sentir que la estaba mirando, la muy desgraciada empezó a gemir mi nombre, una y otra vez. "Nilton, hazme tuya papi, hazme venir, te quiero adentro Nilton... ah... así de rico papi, dame... ah..."

Había despertado a un animal dentro de mí, salí del baño aún desnudo con una mirada propia de un lince que ha encontrado una presa digna. El último vestigio de cordura que me quedaba lo usé para una sola pregunta.


—¿Por qué estas...? —fue lo único que alcancé a decir.

—Ah... eres malo Nilton... —me interrumpió mientras seguía tocándose— has disfrutado tanto de mi culito que... ah... me has dejado con las ganas en dónde... uff... en donde sí siento cosas... ah... ¿Qué hago? ¿Me consigo a otro que me quite las ganas que tú me dejes?


Rodeé la cama, el espíritu de un felino se había apoderado de mí. Me subí casi saltando y la tomé de las caderas. De ser una especie de gato, pasé a ser un canino. Nunca mejor dicho. Sin previos ni nada, todo de mí dentro de ella en el espacio hecho por la propia naturaleza. Poco me importó el hecho de no estar protegido, había llegado a la cúspide de la provocación y definitivamente quería caer.

Me sentía un toro ante el rojo telar del torero, cegado por la lujuria, mis manos podían fácilmente fusionarse con sus caderas y yo quedarme en ella toda una vida. Pese a lo rudo que empecé a ser con Lexa, ella encontraba espacios para tocarse, ya sea el clítoris o uno de sus senos esperando provocar aún más. Ella volteaba cada que podía a dedicarme esa mirada, esa directa, lujuriosa y exquisita mirada que solo las mujeres conocen y que bien saben lo que es capaz de provocar en uno. "En el sexo no se habla", recordé que dijo al inicio de todo y era la primera vez que en un encuentro no hablamos absolutamente nada y solo nos dejamos llevar por el vaivén de los cuerpos.

Cansada de la posición, se salió y se echó boca arriba. Alzó los brazos hacía mi dirección como rogando que siguiera. Me puse sobre ella, entre besos y manoseos metí mis dedos en ella para comprobar lo que ya había sentido de antemano. Estaba totalmente húmeda, como si se hubiera orinado sin limpiarse. Eso me encendió aún más y levanté sus piernas a mis hombros. La penetré una vez más y seguimos donde lo dejamos en la posición anterior.

Mientras el bombeo se daba nos miramos a los ojos, eran pocas las veces que lo hacíamos en realidad. Normalmente el chiste era darnos placer y punto, pero nunca sentir algo de complicidad y esa fue una de esas pocas ocasiones donde simplemente nuestra humanidad se fue al carajo y lo hicimos como animales. Bajó sus piernas, pero las mantuvo abiertas, yo seguía dándole, pausando cada tanto, quería durar tanto como fuera posible ya que seguía con la idea de que era nuestra última vez.

Finalmente, mis brazos flaquearon y me eché sobre ella, sin detener el movimiento entre sus piernas. La estaba abrazando y cogiendo con fuerza, aunque por la posición me veía obligado a disminuir la intensidad y ser algo más cariñoso. Ella rodeó mi cuello con sus brazos y ahogó sus gemidos con un largo beso que no esperaba. Fue en ese instante donde todas las emociones de la primera vez volvieron a mí, no estaba seguro de amar a esa mujer, pero sí estaba segurísimo de lo mucho que la deseaba, de tenerla así para siempre, su edad era lo de menos, su experiencia, su forma de hacerlo, me tenía como un esclavo y si con dicha opresión me permitiría el lujo de sus artimañas amatorias, que Dios me quitase la libertad desde ya.

Y apareció de repente esa pequeña electricidad otra vez. La señal de que no había vuelta atrás, se lo intenté decir a Lexa para que me soltara el cuello y pudiera tener tiempo suficiente para sacarlo todo sobre su cuerpo. Para mi sorpresa, pese a que entendió lo que intentaba decirle, rodeó mi cintura con sus piernas. Para empeorar aún más las cosas, presionaba con ellas para darle fuerza a mi empuje. La miré, sorprendido de lo que hacía, ella solo rió y siguió apretando con sus piernas. No había marcha atrás, todo lo mío iría dentro de ella por primera vez, no sabía si era un día seguro o no, pero seguro era que cometíamos un error. No pude resistir más y dediqué las últimas embestidas en disfrutar el momento, me tenía atrapado en tantos sentidos a la vez, mi corazón era lo único que no tenía, pero de seguir así solo era cuestión de tiempo.

Se dieron los disparos entonces, mi alma abandonó mi cuerpo y estoy seguro que vi a todos mis ancestros haciendo una seña de orgullo desde el cielo. Perdí el conocimiento por un segundo de lo exquisita que fue esa sensación. Después del sexo contra natura que tuvimos, me sorprendió la marcada diferencia que tenía con el natural. Aquel que nuestro creador dispuso para la expansión de la vida, con dosis de mutuo placer. Me puse reflexivo en ese momento en el que mi miembro no dejaba de latir, ni de llenar ese espacio con aquel líquido blanco capaz de dar inicio a una nueva vida si las condiciones eran favorables en un cuerpo femenino.

Al abrir mis ojos, pude notar que ella tenía una expresión similar a la mía. Estábamos agotados, sudados nuevamente. Fue la mejor sesión que habíamos tenido desde que nuestras aventuras comenzaron. Como un golpe de realidad, me cayó el recuerdo de todo lo que hice y traté de incorporarme. Antes de siquiera intentarlo, ella me detuvo y me miró enojada. Le dediqué una mirada apacible.


—Si lo anterior me encantó... esto me llevó al cielo, Lexi. —le dije con una ligera sonrisa.


Su expresión cambió a una sonrisa confiada. De una gaveta cercana sacó unas toallitas húmedas y se limpió tanto como pudo antes de ir al baño. Salió más rápido de lo que esperaba. Tomó su cachetero y la remera para vestirse. En ese tiempo, yo solo aproveché para limpiarme de igual forma con sus toallitas y descansar echado en su cama, era de madrugada y claro que tenía sueño, si a eso le añadía las dos sesiones memorables por supuesto que estaba agotado, ni el más semental de los hombres podría aguantar algo así.


—Debería vestirme también antes de irme. —comencé a decir mientras tomaba mi remera y buscaba mi pantalón.

—Deberías. —respondió ella echándose.

—Ni bien amanezca, presentaré mi renuncia y no nos volveremos a ver. Será lo mejor.

—No lo harás —respondió ella enérgicamente.

—Pero acabo de...

—¡Ja! ¿Llamas a eso violación? —me interrumpió— No seas ridículo. Yo te violé a ti, hace dos años y ahora hiciste una burda imitación con mi culo. Para colmo fuiste gentil.

—Pero fue en contra de tu voluntad.

—Tal vez al inicio, pero luego te lo permití.

—Y dijimos que sería la última vez.

—¿Ah sí? ¿Cuándo yo lo dije?

—Pues, hace rato...

—Eso lo acordaste tu solo cabrón. Yo nunca acepté que esta sería la última vez.

—¿Entonces?

—Entonces nada, vuelve a tu habitación —se puso de pie para ponerse su pantalón pijama, siempre me era un deleite verla vestirse y desvestirse— no tenemos más que hablar por hoy.

—¿Por qué? —empecé a sentirme culpable, no tenía claro si me estaba perdonando, pero deseé en ese momento que, por una vez, ella fuera más clara conmigo— ¿Por qué me dejas ir así porque así? También ¿si tanto querías hacerlo como ahora por qué dejamos de vernos? Y peor aún... Acabamos de hacerlo sin protección ¿No? ¿estarás bien? ¿Por qué me dejaste hacer algo así?

—Nilton, en verdad...

Me acerqué a ella, aún sin pantalones puestos ya que me concentré en mis palabras. La tomé de los hombros y la vi a los ojos. Ella me miraba fijamente, pero al poco rato hizo la mirada a un lado, no parecía querer envalentonarse como otras veces y me causaba rabia no entender absolutamente nada de lo que pasaba por su trastornada mente.



—Dime, ya no puedo más con esto, por una puta vez... quiero entenderte...

—De acuerdo... —dijo sin mirarme, hizo que la soltara y me dio la espalda— la verdad... de porque te estoy dejando hacer todo esto... de porqué empecé a alejarme de ti estos días... y sobre todo... porque no quiero que te vayas... es que en realidad... tú... yo te... me...


En ese momento tocaron a la puerta, ambos nos quedamos de piedra, se supone que eran altas horas de la madrugada. Pese a todo lo que Lexa y yo hablamos, estábamos seguros que no habíamos alzado la voz en ningún momento. La distancia entre la habitación del jefe y la suya era suficiente para tener algo de privacidad si solo hablábamos.


—Señorita Reina ¿Está despierta? Vemos su luz encendida bajo la puerta. —respondió el hombre detrás de la puerta, no era el viejo, era uno de los guardias y como mínimo eran dos, ya que dijo "vemos".

—Eh... si... no podía dormir y estoy leyendo un libro... —respondió Lexa fingiendo tranquilidad. Yo seguía sin poder moverme. — ¿Necesitan algo?

—No queremos importunar señorita, no sé si Don Felipe le llegó a comentar sobre las alarmas silenciosas que trajo del extranjero.

—Algo... creo... —ella se acercó a la puerta para escucharlos mejor, me hizo una seña como diciendo que me escondiera en el armario enorme que tenía en la habitación— pero... creí que había desistido de instalarlo al ver que tardaba un año en activarse.

—Sí, eso quedó al inicio, pero luego sugirió que en secreto instalemos algunos de prueba dentro de casa y que solo funcionen de madrugada. Se activó la que pusimos cerca de su puerta y pues... Sabe el protocolo de seguridad ante ruidos.


Pese a estar en el armario, pude escuchar lo que decían. El protocolo al que se referían era que, ante un ruido fuerte o ante alarmas (en exteriores teníamos algunas sonoras instaladas el año anterior), el personal más cercano debía actuar de inmediato. Sin embargo, al ser algo de prueba con fallas, solo enviaron a los compañeros a verificar que todo esté bien. Después de todo, ¿Cuál era la probabilidad de un intruso dentro de casa sin que haya pasado por las alarmas sonoras de afuera?


—Sí, pero... todo está bien... estoy solo leyendo un libro, seguro esa cosa falló. —respondió ella fingiendo calma.

—Lo sabemos señorita, seguramente eso es, pero al preguntarle a Don Felipe cómo proceder pidió que revisemos su habitación.


Estábamos entre la espada y la pared. Lexa no quería verse sospechosa y pese a ligeras negativas, tuvo que dejarles pasar. Aproveché el poco tiempo que tenía y terminé de vestirme. El armario era espacioso y enorme, por lo que pude permitirme estar de pie. Me puse detrás de algunos abrigos y permanecí en silencio tanto como pude.

Escuché cómo mis colegas iban revisando todos los rincones del lugar, incluso ingresaron al baño. Por suerte, había dejado todo limpio, sin señas ni olores que delataran mi presencia. Ya estaban a punto de retirarse, incluso se estaban despidiendo de Lexa hasta que se escuchó de fondo la voz de Don Felipe.


—¿Revisaron todo?

—Sí señor —dijo uno de ellos— todo parece en orden.

—Incluso vimos el baño —acotó el otro.

—Perfecto... ¿Y el armario? —preguntó el jefe.

—No es necesario padrino —intervino ella, se le sentía el nerviosismo— por favor, tengo mi ropa interior ahí. Me apena.

—Háganlo igual chicos —replicó el señor Michaelson.

—No veremos los cajones señorita, no se preocupe.


No había marcha atrás, por mucho que me ocultara me iba a ver. El guardia abrió la puerta del mueble de par en par. No me vio a primera vista, pero bastó con mover un par de abrigos para darse cuenta de mi presencia.


—¡Nilton! ¡Por Dios! ¿Qué haces ahí? — gritó mi primer colega al encontrarme.

—No me jodas, ¿Nilton? —exclamó sorprendido el segundo.

—Oh mierda —exclamó ella con mucha vergüenza.

—Lo suponía —dijo Don Felipe— muchachos, llévenlos a mi oficina, necesito hablar con ellos en privado.

—De acuerdo señor.

—A la del sótano, para ser más específico —intervino nuevamente el viejo—. Amordácenlos y cúbranles la cara hasta llegar ahí.


Dicho esto, y con mucha resistencia de nuestra parte, sobre todo por parte de mi rubia acompañante, fuimos derivados a la oficina descrita al inicio de esta historia y toda la conversación detallada entonces. El temor a ser echado, ahora que todo parecía estar mejor entre Lexa y yo, me tenía fastidiado. La historia que le conté a Don Felipe fue una versión distorsionada de lo visto hasta ahora. Una donde solo cumplía órdenes como el acompañante que era y donde fui básicamente el esclavo sexual de una muchachita depravada.



Supuse que era lo mejor, tanto para evitar ser despedido a la primera como para que ella pudiera seguir en la casa. Supuse que lo que seguiría tras aquella historia, poco creíble, por cierto, sería que simplemente yo ya no tuviera que lidiar con ella como su guardia personal y que la vigilancia entre nosotros aumentaría exponencialmente. O que, quizás, manden a "Reina" a alguna otra residencia de la familia, con vigilancia 24/7, teniendo en cuenta que Don Felipe la quería totalmente para él solo. También pensé en el despido, lo cual acataría sin problema.

Al terminar de hablar, mi jefe hizo una seña y uno de los guardias le quitó la mordaza a Lexa. Ya con capacidad de hablar, ella empezó a despotricar en contra de mi jefe, pidiendo que nos suelten y que podíamos dejar pasar esto alejándonos. Don Felipe la ignoraba y pidió que se callara.


—Así que Nilton seguía ordenes, ¿Es así Reinita?

—Digamos que sí, la primera vez le pedí que tuviéramos sexo, se negó muchas veces, pero yo insistí. Luego lo cité algunas veces, cuando tenía ganas. Soy una mujer y tengo mis necesidades insatisfechas, "padrinito". No salgo tanto como quisiera y aún no conozco a mucha gente de este país.

—Bueno, eres una mujer adulta, al fin y al cabo, debí suponer que entre "jóvenes" tarde o temprano cederían en sus instintos. Aunque te sobreestimé, pensé que te sentías superior por sobre nuestro personal.

—Nunca me sentí parte de la "alta sociedad". Ya deberías conocerme a estas alturas.

—Bueno, en circunstancias normales, si todo fuera como me lo dicen, lo dejaría pasar. Nilton sería despedido y tú serías vigilada por más de una persona a la vez todo el día. Pero sé perfectamente que ambos me están mintiendo.

—¿Eh? —Nos cuestionamos ambos al mismo tiempo.

—Verás... "Reinita", como bien sabes, usualmente no tengo mucho tiempo para estar atento a lo que sucede en mi casa. Tengo muchos negocios qué atender. Pero si hay algo a lo que sí estoy pendiente todo el tiempo es a la economía. Facturas, pagos, transacciones y, sobre todo, recibos.

—¿Qué con eso? —respondió ella altaneramente.

—¿Sabías que en los recibos de teléfono llega una lista con los números marcados como llamadas salientes?


Lexa quedó en silencio y se puso pálida. Creo que sabía a qué hacía referencia. Entonces recordé que el año anterior, ella estuvo en la búsqueda del departamento donde tuvimos nuestro segundo encuentro. Imaginé entonces que hizo diversas llamadas hasta dar con la tal Karen que le alquiló el lugar.


—Karen Sauco, ¿Te suena ese nombre, Reina? —preguntó Don Felipe, con aires de saber la respuesta de antemano.

—No sé a qué te refieres —respondió ella ignorándolo, mirando hacia otro lado.

—Esa mujer, hablar con ella al inicio fue difícil, hasta que le ofrecí una buena cantidad de dinero para que cante como gallo al amanecer. Cuarentona, pero con buenos atributos. Me salió más económico hacerla gemir que hacer que hable. Si sabes a lo que me refiero...

—Jaja, así que te levantaste a la facilona esa que engañó a su marido, no me sorprende. Imagino que salió igual de decepcionada que yo.

—Cuida tus palabras, jovencita. - aquí mi jefe retomó su enojo inicial.

—¿Jovencita? ... ¡Ja! no sabes nada viejo sopero y ¿sabes qué? Estoy harta de todo. Supuse que este día llegaría, pero no por error mío. Sé lo que harás luego, por lo que supongo que dará igual que tus empleados aquí presentes se enteren. Aquí su admirado patrón y yo, venimos tirando desde el primer día que llegué aquí. Es tan asqueroso y poco placentero que siempre me deja con las ganas. Por ello recurrí a Nilton, mil veces mejor, aunque tampoco sea lo máximo.

—¡Deja de hablar mocosa de mierda!

—Y apenas me llevas 20 años y poco más viejo estúpido. ¿Acaso crees que una veinteañera, por muy mongola que sea, accedería a tener sexo contigo?

—¡¿Te has vuelto loca?! ¡¿Qué estás hablando?!

—¿Se lo dices tú o se lo digo yo, Nilton?


Ese era el secreto que no quería revelar, pero la propia Lexa estaba soltando todo como una desquiciada. Era evidente que nada de lo que pensé se haría realidad, estábamos condenados a la vergüenza y a perder todo por lo que veníamos trabajando desde hacía dos años. No le dije nada, solo le di una mirada a Don Felipe y agaché la cabeza.


—Cobarde... —me lo dijo a mí, con mirada desaprobatoria— no soy Reina Ayram. Ella es mi sobrina. Ella y yo sobrevivimos al ataque que tú lanzaste sobre su familia. Sobre la familia de mi hermana.


Don Felipe se quedó en silencio. Expectante a lo que ella estaba diciendo.


—Lexa Hills. De algo te debe sonar mi nombre viejo asesino.

—Lexa... Hills... —empezó a pensar mi seguramente ex jefe— ¿La hermana de Agatha? Algo había escuchado de ti... ¿la puta que se comía a cada latino que se cruzaba en su camino?

—Esa maldita reputación... —se notaba en sus ojos la rabia al ver que se referían a ella de esa forma— pero sí, en teoría soy esa. - respondió desafiante mirándolo a los ojos.

—Algo escuché, la desheredaron y la mandaron al quinto infierno. Pero es imposible que seas tú, ahora sería una treintona solterona.

—Tengo buenos genes y si no me crees, busca mis documentos. Reina y yo somos muy parecidas. Agradezco al cielo que lo seamos, eso permitió que ella pudiera escapar y ocultarse todos estos años. Un viejo enfermo como tu solo la veía por su cuerpo, pero si te hubieses fijado mejor, te habrías dado cuenta que soy más alta que ella, quizás con mayores proporciones por mi propia edad y que mis ojos son verdes, mientras que los de ella son azules.

—¿Y qué te hace pensar que fui yo el que atacó a los Ayram?

—Escuché a tus hombres hablar mientras completaban la masacre. Reina y yo escuchamos todo. Imagina su decepción al saber que su amado padrino hizo lo que hizo por mero placer. A la primera oportunidad que encontramos la hice escapar con rumbo desconocido y yo me hice pasar por ella para ganar tiempo.

—¡¿Dónde está mi ahijada?! —se puso de pie, imponiendo autoridad.

—Ni-pu-ta-i-dea... —le dijo con un rostro de loca, sonriendo de oreja a oreja— Y si lo supiera, jamás te lo diría. Lo bueno de todo esto es que gané para ella dos valiosos años. Por lo cual, estoy segura que, aunque te pongas a buscarla ahora, no la encontrarás hasta que tenga mi edad o quizás más. —terminada su explicación, comenzó a reírse a carcajadas.


Don Felipe se tapó la cara en clara señal de frustración, mientras que Lexa seguía riendo. Al parecer toda esta situación había colmado su razón y había decidido ponerle fin a todo de una vez. Dos años le pareció suficiente tiempo para su sobrina y ahora desesperadamente ansiaba su libertad. Con gestos intentaba pedirle que se calmara, que, si quería provocar la ira del dueño de casa, ya lo había logrado con creces. En ese instante no tenía claro absolutamente nada de lo que podría pasar con nosotros. Estábamos ante tan desesperada situación que no nos percatamos de lo que ocurría alrededor.

Fueron solo dos ruidos, discretos, como escupitajos, pero con un ligero silbido. Dos rápidos sonidos, uno detrás de otro, a la distancia no nos hubiéramos percatado, pero estábamos cerca de la fuente del mismo. Lexa dejó de reír y nuestros rostros cambiaron a uno de desesperación total al darnos cuenta de lo que Don Felipe acababa de hacer ante nuestros ojos. En su diestra llevaba un arma de fuego, con un accesorio que solo había visto en películas y que reconocí como un silenciador. Había efectuado dos disparos. Al ver el arma pensé que nos había disparado, a Lexa y a mí, pero no, grande fue mi sorpresa al ver que había disparado a los guardias que me custodiaban. Personas que hasta el momento se habían mantenido al margen de nuestra conversación y que sólo acataron órdenes de retenernos ahí. Sin opinar, ni comentar nada sobre lo dicho, estoicos.

Los conocía, eran amigos míos, compartimos almuerzos y largas conversaciones. De un momento a otro, cayeron muertos con certeros disparos en sus cabezas. La sangre empezó a manchar la alfombra del lugar y amenazaba con manchar mi pantalón de pijama.


—Pe... pero... ¿Por... por qué... Don... Don Felipe...? —pregunté temblando de miedo y en shock. Era la primera vez que veía a alguien morir ante mis ojos.

—¡Sabía que eras un viejo asesino, hijo de puta! —le recriminó Lexa, cambiando la sonrisa anterior por enojo y lágrimas en sus ojos.

—¡Si ellos están muertos ahora es por culpa suya, muchachos! —gritó Don Felipe, poniéndose de pie, hablando como un psicótico— Han hablado de más esta noche. Sobre todo, tú, señorita Hills - le apuntó con su arma.

—¡Don Felipe, por favor... no lo haga! —le rogué desde mi posición, sin poder moverme.

—¿Los mataste solo para que no se esparza el rumor de tu incapacidad amatoria y el hecho de que mataste a quien, en público, decías que era tu mejor amigo? ¡Oliver era igual de mierda que tú, pero no se merecía ese final, mucho menos Agatha!

—Lo de Reina era un asunto secreto, miss Hills. Solo aproveché que "mi amigo" ya no le era útil a la familia, gastó cada último centavo del fondo que le dimos y estaba a nada de declararse en bancarrota. Por lo cual, decidí rescatar algo que yo podría aprovechar antes de deshacernos de ese estorbo.

—Así que la verdadera cabeza de los Michaelson no está al tanto de "tu gustito" ¿No? —respondió ella desafiante, pero su voz temblaba.

—Eso es algo que no te incumbe —volvió a reafirmar su apunte a la cabeza de la joven— ¿Algunas últimas palabras antes de que te envíe con tu queridísima hermana?

—Tal vez... algunas para ti viejo estúpido y para ti, Nilton. Comenzando contigo vejestorio, ojalá vivas mucho, estoy al tanto de las enfermedades que tienes y de cómo ha afectado a tu vida sexual, sé cómo puedes acabar y de verdad es lo que deseo para ti. Nunca encontrarás a Reina y si lo haces, espero que no sea pronto.

—De eso me encargaré yo, insolente.

—Y para ti Nilton... —su tono se hizo más apacible y comenzó a llorar— perdóname... me aproveché de ti cuanto pude, te di un trato que no merecías, la verdad... He disfrutado de todo lo que hicimos entre estas paredes, sobre todo lo que hicimos hoy en mi cuarto... solo tú y yo sabemos lo que vivimos aquí, me quedaré con eso en la eternidad. Y pues... quería decirte que al final... yo me he... yo te...


Una vez más ese sonido, tan fugaz como el encender de una luz, tan veloz que no le dio tiempo de terminar esa última frase, de un segundo a otro, Lexa Hills dejó de estar en ese lugar con nosotros y en este mundo. Mientras ella hablaba, yo lloraba y la veía a los ojos, mis ruegos no servían de nada y claramente pude ver cómo tras ese disparo sus ojos perdieron brillo y su cabeza cayó pesadamente. Manchando la columna del rojo de su sangre y parte de sus sesos quedaron pegados a la pared. A los guardias los tenía detrás y no pude ver la escena macabra que tenía cerca, pero con ella todo fue más explícito. Tras la tristeza y la pena, siguió el vómito. Nunca había visto el interior de una persona y esa imagen me devolvió al shock de hacía unos instantes. Quedé totalmente en blanco tras vomitar.


—Ah... mujeres... —dijo Don Felipe suspirando— dales un poco de cuerda y nunca pararán de hablar. Algo en lo que podemos estar de acuerdo tu y yo Nilton es en lo rica que estaba ¿Verdad? Lástima.


El jefe tomó una toalla que tenía en una gaveta y la puso sobre el vómito para que dejara de emanar el fuerte olor. Se acercó al cadáver de uno de los guardias y tomó las llaves de las esposas. Me liberó de mi atadura, pero yo no podía moverme. Temblaba mucho, mis piernas flaqueaban, ¿A dónde iba a huir? ¿Quién iba a escuchar mis gritos? Y suponiendo que lograra escapar, ¿Por cuánto tiempo, antes de ser encontrado? Entendí entonces que estaba condenado, el siguiente en la lista de disparos era yo, pero no entendía qué lo retenía.


—Ahora que estamos solos y te ves más calmado Nilton, por decirlo de algún modo - dijo el jefe con un tono neutro, pero sin dejar de apuntarme —quería aprovechar la oportunidad para sacarme algo del pecho. Quizás el único remordimiento que he tenido en toda mi vida.

—¿El qué? —pregunté casi susurrando, seguía de rodillas y con las manos caídas, nada me apresaba, pero no tenía fuerzas para seguir.

—Es sobre Rogelio.

—No me diga que también... —recuperé algo de cordura al oír el nombre de mi padre, lo primero que pensé fue que el viejo Michaelson también lo había asesinado a sangre fría, pero no tenía sentido, ya que mamá me comentó lo del accidente y llegó a ir al lugar.

—No, no, no, déjame terminar —me interrumpió— verás... ese día... tu padre no debía morir.

—No entiendo.

—Rayos... la verdad es... que fui confiado e imprudente. Los sicarios que contraté eran buenos, habíamos trabajado antes y siempre fueron muy pulcros. Todos parecían accidentes de verdad. Este caso no debía ser la excepción.

—Sigo sin entender —el shock no me dejaba pensar con claridad.

—Pese a ser mi hombre de confianza, no me atreví a decirle a Rogelio que mandaría a matar a Allegra. La vieja arrecha esa... ¿Sabías que se enamoró de tu papá?

—¿Eh? ¿Pero qué dice? ¡Mi papá jamás habría engañado a mi madre!

—Por supuesto que no lo hizo niño, ese no es el punto. Claro que no lo hizo, Rogelio era íntegro y leal a diferencia de ti. Aunque bueno, si comparamos a la arrugada de mi ex mujer con Reina... o mejor dicho... Lexa. Te entiendo.

—¿Por qué mataría a Doña Allegra? Creí que usted... que la amaba...

—Eso fue hace siglos muchacho, las cosas cambian, pese a todo me mantuve leal pero la vieja se empezó a arrechar por tu papá. Insinuaciones descaradas cada día. Tu padre era un roble y agradezco que lo fuera. Por lo que, cuando quiso divorciarse y amenazar en hacer pública nuestra vida íntima, debía actuar cuanto antes.

—¿Entonces...?

—Entonces nada. El día del accidente era lo que debía pasar. Un choque limpio, la única afectada iba a ser Allegra y tu papá saldría apenas herido, pero no de gravedad. Pero como no le dije nada, quiso hacerse el puto héroe y no sé qué puta maniobra hizo para que el carro terminara dando vueltas de campana y muriendo los dos en el acto. —golpeó la mesa de frustración— ¡Ahhh! No sabes la rabia que me dio. Obvio no le dije nada porque sabía que pondría muchos peros, pero, aun así, solo tenía que dejarse llevar por el accidente y habría salido con vida y nada de esto hubiera pasado. Pero no, siempre hay un huevón o estúpida que cree tener libre albedrío.

—¿Mi papá murió... porque usted quería evitar la vergüenza de un divorcio...?

—Murió por ser demasiada buena gente. Cuando dijiste que querías trabajar para mí... me negué por supuesto, pero luego pensé que tener a un familiar suyo sería conveniente por la eficacia y esperaba entrenarte para que hicieras las cosas que Rogelio jamás se atrevió. Y vaya que hiciste cosas que él jamás hubiera hecho. - Dicho esto se puso en frente de mí, apuntando a mi cabeza.

—Don Felipe... por favor... por lo que más quiera... prometo no hablar nada sobre esto... —no pude evitar orinarme de temor en ese instante— le seré fiel, si quiere que haga algo ilegal, que mate a alguien o lo que sea... ahí le ayudaré. Estoy seguro que mi papá jamás hizo nada de eso.

—Es cierto, no hizo nada de eso —dijo tranquilamente— ¿Sabes? No sé si existe un cielo o un infierno, pero donde quiera que tu padre esté, quiero que sepa que lo siento mucho, que se extraña su presencia y que jamás encontraré un empleado como él. Ni siquiera dentro de su propia familia.

—Prometo ser mejor que eso señor... por favor...

—¿Sabes qué otra cosa nunca hizo tu padre, joven?

—¿El qué?

—Tirarse a mi mujer en mi propia casa.


Dicho esto, tiró del gatillo, sin la más mínima compasión, pese a ser alguien de menor edad que su hijo, que había conocido a mi padre, que me había visto prácticamente desde que nací. Debí suponer en esos últimos momentos que no había nada más que decir, mi suerte estaba echada desde que Reina... desde que Lexa se metió mi pene a la boca aquella noche.

De haberlo supuesto, de haber sabido la verdad de la familia Michaelson como los mafiosos que eran, hubiera tomado un rumbo distinto, quizás, ni siquiera habría pensado en pisar esa casa en primer lugar. Papá nunca nos advirtió de eso. El silencio era terrorífico, tanto el que él se guardó en su tiempo como mayordomo, como el que sentí tras el último silbido que alcancé a oír de esa arma.

Aquella madrugada de invierno, del año 1997. Yo, Nilton Zander, fui asesinado por mi jefe Don Felipe Michaelson a mis 25 años. Lo que ocurrió después, escapa de mi conocimiento. Por lo que ese fue el final de mi historia y de mi vida.


https://youtu.be/LFVj8CAziAg

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Nota de autor:

Hola a todos, en teoría, este es el final de la historia. Entiendo que pueda resultar impactante, pero les pediré que no se levanten de sus asientos aún, ya que habrá un epílogo igual o tal vez más largo que este capítulo con lo que pasó después. Igualmente, estará disponible el próximo lunes.

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