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Segundo encuentro


"Carpe diem, quam minimum credula postero."


Año 1996 - Perú.

Desde aquel indecoroso, excitante y apasionado encuentro, no hemos vuelto a tener algo similar. Y es que Reina tenía razón cuando dijo que mucho nos habíamos arriesgado, uno de los guardias comentó que le pareció haber escuchado ruidos y durante las siguientes semanas la vigilancia aumentó. Por suerte, fue solo una fase y todo volvió a la normalidad poco después.

Sin embargo, evitamos el riesgo y una reunión de madrugada no se volvió a dar. A cambio de ello, durante los siguientes meses, pusimos en práctica muchos "rapiditos". Siempre a escondidas y aprovechando al máximo los pocos momentos que teníamos a solas. El primero, por ejemplo, se dio una mañana que coincidimos en la cocina de la casa, por algún motivo los dos nos despertamos muy temprano, alrededor de las cinco de la mañana, por lo que Reina hizo que me bajara el pantalón pijama, para repetir la osadía de succionarme hasta la última gota. Fui literalmente su desayuno esa vez. Antes de irse, se levantó la bata, mostrándome la ropa interior coqueta color rosa que llevaba y me hizo un gesto que me dio a entender que me tocaría a mí la próxima vez.

La segunda vez fue en la sala de la casa, tuvo el capricho de querer mirar una película hasta tarde. Ningún guardia quiso quedarse con ella, por lo que me tocó hacerle compañía. Una vez todos dormidos, ella me hizo una seña con las manos que iba dirigida a su entrepierna. En ese momento, iba ella vestida con un short color verde pastel y una remera simple como pijama. Se abrió de piernas y me hizo ver que no llevaba interiores. Instintivamente me acerqué e hice a un lado la prenda que llevaba para tener al menos la mayor parte de su sexo a mi disposición. Teniendo en cuenta lo aprendido me fui directamente a su clítoris y empecé a estimularlo tanto como pude con mi lengua y mis dedos, intercalando, para luego insertarlos y moverlos como me había enseñado. A diferencia de esa noche, el pequeño bosque se había hecho más frondoso, me sorprendió ese detalle, pero no me molestó. Solo lo hacía más excitante, en suma, a los quejidos que ahogaba con el cojín. Seguí hasta que ella me pidió que me detuviera. Apagó la película y dijo que era suficiente para ese día. Antes de irse, exageró el gesto de acomodarse el short y se lo bajó, mostrándome la belleza de sus nalgas, para luego subirlos rápidamente y decirme que nos veríamos en otro momento.

Y así sucesivamente pasaron muchos momentos similares, hicimos nuestro cada rincón de la casa a la menor oportunidad que ella preparaba de antemano. Era muy creativa para esas cosas, si fuera prostituta seguramente ganaría millones. Del sexo oral fuimos escalando al uso de varios juguetes que había conseguido, supongo yo que comprados por el propio viejo para compensar su ya deteriorada virilidad. Para finalmente volver al sexo casual como tal, pero a un ritmo acelerado, el suficiente para una sola posición hasta que yo me viniera. En ninguno de esos encuentros tuve la certeza si había hecho que ella se viniera. De hecho, tampoco lo tuve cuando lo hicimos la primera vez. Se lo pregunté una vez, pero no negó ni afirmó nada. "Eso a ti no te importa, eres un juguete más, no lo olvides." me respondió enojada.

Entre rapiditos y una vida rutinaria desempeñando mis funciones. Entre la culpa en mis momentos de soledad y el completo descaro ante el cuerpo desnudo de la joven Reina, pasaron varios meses. Cabe destacar que nuestro primer encuentro tuvo lugar un día de noviembre, por lo que se asomaban las fiestas de navidad y año nuevo. Supuse por algún motivo que ella tendría algo preparado para nosotros esas noches, pero olvidaba que Don Felipe estaba en medio. Para navidad nos mandó a todos a casa y en año nuevo, se fueron de viaje los dos solos a la serranía del país, a un pueblito mágico. No hace falta decir que el viejo hizo lo que quiso con ella en esos dos días festivos.

Imagino lo asqueroso que debió ser, ya que cuando todos retomamos funciones ella no quiso hacer absolutamente nada conmigo hasta pasadas tres semanas. Ni por accidente, ni por muchas oportunidades que tuviéramos de forma espontánea. Pasado ese tiempo volvimos a nuestro rollo. Nuestra primera vez en ese año se dio casi en la primera semana de febrero.

Olvidé mencionar que en la casa había una piscina que no se había usado desde la partida del hijo de la familia. En años anteriores, el joven invitaba a muchos niños de su escuela a pasar el rato, mientras papá y el viejo preparaban carnes a la parrilla. Mamá no se llevaba del todo con Doña Allegra y usualmente buscaba excluirse del grupo del té de tías que también venían a las parrilladas. Yo por mi parte poco me juntaba con el chico ese y sus amigos pese a ser alguien muy considerado con nosotros. Me juntaba más con los hijos de los otros empleados que tenían más o menos mi edad. Entrábamos a la piscina y jugábamos por nuestro lado. Debido a la enormidad del jardín, aprovechábamos para buscar insectos o divertirnos con otros juegos que se estilaban entonces, cosa que los otros chicos no hacían tanto. Sobre la tarde, mi grupo de chicos humildes y el grupo de niños ricos, nos juntábamos en el televisor del cuarto del primogénito para jugar con su Katari recién traído del extranjero y nos divertíamos en conjunto. Esto en tiempos en que el terrorismo aún no asolaba al país.

Volviendo al mundo de los adultos, a la señorita se le concedió el capricho de volver a habilitar la vieja piscina. Tocó que los señores y yo nos pusiéramos a limpiarla de cabo a rabo. No recordaba el cobertizo donde se guardaba todo lo referente a la piscina. Cuando era niño pensaba que era una suerte de letrina, pero no, era un almacén de herramientas y mantenimiento de la misma. Estaba oculto tras un matorral con forma de torre de castillo.

Aquella tarde que concluimos la limpieza, los señores que me ayudaban me pidieron de favor que guardara las herramientas. Tenía flojera de hacerlo por lo cansado que estaba, pero no tuve opción. Acomodé las herramientas en la parte exterior del mismo y luego ya las ordenaría adentro. Al abrir la puerta, una voz me hizo sobresaltar.

—¡Dios mío! —casi grito sorprendido— señorita... ¿Qué hace aquí?

—¿Qué te dije sobre el trato hacía mí? —respondió con ese tono seductor que extrañaba tanto.

—Con respeto y de tú, pero no estás desnuda y estamos en el jardín, hay cámaras —respondí susurrando.

—Estoy aquí porque estuve viéndote desde la ventana de mi habitación, ah y adivina qué, sé dónde están las cámaras y conozco los puntos ciegos. Este cobertizo no está siendo vigilado.

—Oh... entiendo...

—Y sobre estar desnuda...

Cuando ella se presentó en la puerta del cobertizo, llevaba encima una remera simple y una falda larga de verano. Iba en sandalias simples. Pero tras decir esa frase me demostró primero que no llevaba brasier, se destapó los senos y pegó unos saltitos para hacerlos rebotar. Luego se volvió a tapar y caminó hacia la puerta moviendo las caderas, se levantó la falda y me miró seductoramente con la cabeza girada. No llevaba absolutamente nada y encima se abrió de nalgas.

—Tienes exactamente 5 minutos —dijo con firmeza— es un día seguro, pero vente afuera. ¿Entendido?

No dije nada, la empujé hacia el interior del cobertizo y comencé a besarla con pasión. Le levanté la remera y amase sus tetas con fuerzas que no sé de dónde saqué. Todo el cansancio que tenía, la fatiga y demás se fueron de repente y me sentí más vivo que nunca. Las chupé rápidamente, a la par que estimulaba su entrepierna por encima de la falda.

—Estás... siendo muy rudo... me gusta —dijo entre suspiros.

—Lo siento Reina... —le dije intercalando mi deleite— solo... que extrañaba esto... perdona el sudor.

—Entre el New Spice del puto viejo y tu sudor de hombre trabajador, está clara mi preferencia. —dijo coquetamente.

Ello me encendió aún más, por lo que lo siguiente fue apoyarla sobre una mesa para que se encorve y deje a mi disposición ese trasero que pedía tenerme. Levanté su falda y le hice el oral más rápido del mundo. Yo llevaba un short deportivo. Primero hice que me sintiera sobre la ropa, ella movía sus caderas y sin decir nada, sabía lo que quería, por lo que no me resistí. Me bajé el short, mis interiores y se la metí sin mayor reparo. Estábamos seguros que no había nadie cerca, por lo que por primera vez pude escucharla gemir a gusto. La ansiedad me ganaba, la sensación era la misma que la de un alcohólico que intentó reformarse y fracasó. Había vuelto a mi vicio y pretendía disfrutarlo pese a la brevedad del tiempo que teníamos disponible.

—Nilton... apúrate... por favor... —me suplicaba con un tonito tan rico que me ponía aún más cachondo. - Afuera... no te olvides...

—No lo olvido ricura... no lo olvido...

Los aplausos eran cada vez más duros y sonoros. Si por mi hubiese sido, me venía dentro de ella y a la mierda nuestras vidas, pero algo me dijo en el último segundo que mejor le hiciera caso. Que, si quería seguir disfrutando de ello, que me comporte como un ser humano racional capaz de controlar sus instintos primitivos. Fue en ese último segundo exacto en que retiré mi pene de su exquisita vagina y liberé todo de mi sobre esas carnosas y blanquecinas nalgas.

—Buen chico, Nil-nil -me había puesto un apodo, me percaté entonces que yo le había dicho "ricura" en plena emoción del sexo, sentí algo de pena.

—Ah... wow... un segundo más y creo que lo hacía dentro. —respondí aun recuperando el aliento.

—Te mataba si lo hacías —respondió seria mientras se limpiaba las nalgas con un trapo viejo que sacudió. Se acomodó la falda y la remera antes de dirigirse a la puerta de salida.— ¿Sabes? tengo algo en mente, cuando lo haga, hazte el sorprendido.

—Así será Reina —le dije mientras me vestía y me preparaba mentalmente para terminar de ordenar las herramientas.

—Y una pregunta.

—¿El qué?

—¿Te parezco una "ricura"? —preguntó haciéndose la tímida.

—¿Parecer? no... estoy seguro...  —algo cambiaba en mí cuando hablaba con ella tras el acto. Así como existen los shots de adrenalina, en mi caso era uno de seguridad e insolencia.

—Así me gusta. Hablamos luego.

Dicho esto, se fue, mientras me quedé en el lugar completando mi trabajo. Las siguientes semanas y meses fueron más o menos iguales. En verano, Reina aprovechó al máximo la piscina y deleitó a todo el personal masculino con su sola presencia en traje de baño o directamente con bikini. Se tomaba su tiempo para sentir el sol e incluso para nadar. Anhelaba poder cogerla con algunas de esas prendas y por supuesto que lo hice en ocasiones, pero no con el tiempo suficiente.

En otoño e invierno fue más o menos igual. Encuentros breves pero excitantes, algunos en su habitación, pero nada destacable a comparación de aquella lejana madrugada. En todo este tiempo tenía presente sobre aquello que tenía en mente, pero no me avisó de nada, por lo que supuse tras varios meses que ya se le había olvidado. Como jugando, pasó todo ese año. Entre trabajo duro en la propia casa y el sexo desenfrenado. Siempre protegidos y casi nunca asumimos el riesgo de hacerlo sin protección. Lo único que hacíamos sin preservativo era el sexo oral.

Para mi cumpleaños, no estuve en la mansión, pero ella tuvo lista para mí un conjunto de sostén y tanga color negro que originalmente había modelado para el viejo. "Espero sepas sacarle mejor provecho", me dijo mientras se montaba sobre mí. Lo hicimos en mi habitación aquella vez, bajo excusa que ella quería darme indicaciones para un evento al que quería asistir. No fue un rapidito, pero tampoco duró tanto como para catalogarlo como un encuentro, pero fue la primera vez que me dejó cubrir su rostro con mi esencia.

Cuando llegamos a noviembre del año 96, noté que Reina estaba más pegada que de costumbre con Don Felipe. Los veía hasta acaramelados, quien los viera de lejos de forma inocente pensaría que es una niña mimada insistiendo en un capricho a su papá, pero yo sabía la realidad del asunto y todos esos gestos eran pura coquetería y roleo para deleite del fósil. Me preguntaba el porqué de tan repentino cambio de actitud. Por lo general eran distantes uno del otro. Por un momento pensé que quizás en algo había mejorado en sus encuentros, pero los míos con ella seguían, por lo que no era eso.

Mientras ayudaba en la limpieza en la cocina, ambos entraron para preparar una merienda, era un viernes por la tarde. Seguí con mis ocupaciones y paré la oreja para escuchar lo que hablaban.

—Porfi padrino, sé que he sido insistente estos días, pero de verdad me vendría bien ese cambio de aires. —decía ella en el tono de una niña pequeña.

—Reina, por última vez, es muy arriesgado. —respondió con firmeza el Don.

-Ya hemos viajado el año pasado a lugares más lejanos de a donde pienso ir, es una amiga que no veo hace mucho tiempo y solo estará libre ese día en la capital. Estará ella, su novio y otras dos amigas suyas que seguramente irán con sus parejas. Pensaba que podría llevar a Nilton para seguridad personal.

—Él no es un guardia entrenado, niña. —respondió molesto. Me miraba para cerciorarse si estaba escuchando.

—¿Pero no te daría tranquilidad que alguien esté conmigo ahí? Creo que es mejor él a que me acompañe uno de tus gorilones. Te propongo esto. Me dejas ir con Nilton, solo él y yo entraremos al edificio, mientras otros dos mastodontes hacen perímetro en la zona por si hay algún tipo de peligro. Que desde ya estoy segura que no habrá. ¿Qué dices? Prometo no quedarme más de dos horas.

—¿A qué hora dices que será?

—A las siete de la noche.

—De acuerdo —dijo con un gesto de resignación— irás con Nilton como escolta personal y con un guardia bastará para el perímetro. Hay que ser discretos por nuestra parte. A las ocho y media, los quiero fuera del edificio y dentro del auto de regreso a casa. Ve tú la excusa que te inventas para irte. Sin pretextos de por medio. ¿Está claro?

—Me basta y me sobra padrinito. Gracias.

Esto último lo dijo con mucha alegría y luego vi que le dijo algo al oído, que hizo que el vejestorio casi derrame el café que se estaba preparando. Ella se fue dando pequeños brincos, dejando relucir esa silueta sexy que se manejaba. Una vez casi fuera de la cocina, volteó a verme y me guiñó el ojo. Algo tramaba y me involucraba.

—¿Oíste no, Nilton?  —gritó mi jefe devolviéndome a la realidad.

—Sí señor, entiendo que la señorita se quiere reunir con una amiga en su casa y que fungiré como su acompañante para asegurar que vuelva temprano. ¿Es así?

—Me agrada eso de ti muchacho, captas todo tan rápido como lo hacía tu padre. Es tu misión y los quiero de regreso antes de las nueve si es posible.

—Así será señor, no le defraudaré.

Ahí estaba yo, haciéndome el chico leal ante un hombre que siempre lo fue con mi padre. Me sentía sucio, pero algo dentro de mí, el morbo tal vez, hacía que me sintiera de alguna manera poderoso, como si su dinero, su estatus, lo que sea, no fuera nada comparado con el placer que era capaz de darle a quien él consideraba su mujer. Me causaba gracia pensar que me pagaba por ello. Algo no cuadraba con la propuesta de Reina y ese guiño de ojo me lo hizo notar. Hasta que llegó ese día, ella y yo no tuvimos ningún tipo de acto sexual. Por supuesto, la masturbación en esas semanas también estuvo descartada, por si acaso.

Cuando llegó el tan esperado día, un sábado, realmente no hicimos nada destacable durante la mañana y la tarde. Fue a eso de las cinco que ella me recordó que debía alistarme. "Ponte algo sutil" me dijo. Yo no tenía mucha ropa de calle, todo mi dinero lo tenía ahorrado para el futuro, por lo que tuve que conformarme con una polera negra que no usaba desde la universidad, unos jeans y unas zapatillas, que de hecho no se veía tan mal en conjunto. Mi cabello estaba tan largo como siempre, pero decidí peinarme totalmente hacia atrás, sin amarrarlo.

Al salir, la esperé en la cochera con el segundo vehículo listo. Ella salió más discreta de lo que esperaba. Su larga cabellera rubia estaba amarrada con un listón negro, llevaba unos pantalones acampanados y una casaca jean, más una remera con un dibujo de tigre. Está de más mencionar las sensaciones que me producía su silueta delineada pese a la soltura de la ropa.

Lo que me llamó la atención, más que ella misma en sí, fue que llevaba un bolso particularmente grande. Parecía en realidad una mochila pequeña. Yo también llevaba una suerte de mochila pequeña, pero con la idea de que algo más (saben a lo que me refiero) podría pasar esa tarde. Empaqué una toalla, los condones de marca que a ella tanto le gustaban y un taser que me dejó uno de los guardias por si algo malo pasaba. Dado que se trataba de una reunión con amigas, dudaba mucho que algo realmente fuera a pasar, por lo que todo en mi imaginación era una cuestión netamente de fe.

—Podrías haberte puesto algo mejor  —me dijo con esos aires de niña rica que nunca disimuló.

—Me disculpo señorita, no sabía el tipo de reunión que tendríamos esta noche.

—Mala mía entonces, pero descuida, no estás tan mal. ¿Nos seguirá uno de los gorilas verdad?

—Sí señorita, pero se quedará en los alrededores con vista al edificio.

—Está bien, vamos que se hace tarde, no quiero desperdiciar ni un minuto, quiero ser puntual tanto con mi amiga, como con mi padrino.

Dicho esto, se subió al vehículo y aprovechó los últimos momentos hasta mi entrada al volante para verse al espejo y retocarse el labial que se había puesto. Me subí y di la señal por el retrovisor para que mi compañero estuviera listo para partir con nosotros. Reina me indicó el lugar, quedaba dentro de nuestro distrito, era un edificio enorme, de unos 10 pisos y en cada uno comprendía hasta 2 departamentos. En el lobby del mismo habría un vigilante que validaría nuestra identidad para subir.

En el camino, cada tanto notificaba a mi compañero por una radio la ruta que estábamos haciendo. Reina aprovechaba los pocos momentos en silencio para cambiar la radio del auto de estación y cantar las canciones que le gustaban, me sorprendió saber que le gustaba el grupo Arena ese como se llame. Yo prefería más los grupos extranjeros, el pop y el techno, sobre todo. Durante todo el trayecto no hablamos, pese a que lo intenté incluso llamándola por su nombre. "Estás trabajando, ¿no? A mí me tratas de señorita, con respeto, igualado de miércoles", me inquirió en mis últimos intentos.

Llegamos al lugar, si bien el lugar tenía garaje, el mismo era solo para los residentes, por lo que nos tocó aparcar en uno público a una cuadra. Había un señor de apariencia humilde que se ofreció a cuidar el vehículo por una propina. Reina lo miró con ligero asco y emprendió marcha. Yo la seguí por detrás, cuidando que mis ojos no bajaran a donde no debían ya que sabía que tenía a mi compañero cuidándonos. Entramos al lugar, había un guardia que nos dejó entrar con una mirada de desdén y en el lobby el recepcionista. "Espera", me dijo ella y fue donde el encargado. Vi que hablaron un rato y este le hizo entrega de una caja pequeña.

"Vamos", volvió a ordenar ella con una sonrisa de oreja a oreja. Subimos a un ascensor, el cual tenía un olor raro. Ella tarareaba alegremente la última canción que escuchamos en la radio antes de llegar. Me llamaba la atención la caja que recibió por parte del recepcionista, pero tras su último desplante, decidí que era mejor quedarse callado. Subimos al sexto piso, al abrir la puerta del elevador ante nosotros se abrió un pasillo muy corto con dos puertas.

—Bien... ¿Ya sabes lo que tienes que hacer no, Nilton? —me dijo ella súper relajada cuando llegamos a la puerta 602.

—Eh... si, recordarle la hora de salida, comportarme ante sus amigos...

—Olvidas lo más importante.

Abrió la cajita y de ella sacó una llave. La metió en la cerradura y abrió el departamento como si fuera suyo. Ingresó al mismo y le seguí el paso, me sorprendió notar que el mismo se encontraba totalmente amoblado, apenas tenía un balcón que daba a la calle y ella cerró las cortinas. No había absolutamente nadie en ese lugar.

-Tienes que repetir... mejor dicho... hacerlo mejor que aquella noche en mi habitación. Tenemos exactamente una hora y media. -exclamó seductoramente, dejando caer esa casaca de jean que llevaba, soltándose el cabello y tocándose los senos.

Quedé sorprendido, estaba claro que esa era la oportunidad que tanto esperaba y que ella finalmente había creado. Tenía tantas preguntas, pero hablar era lo último que quería hacer en ese momento. Cerré la puerta detrás de mí y cuán lobo ante su presa, fui, la abracé y planté mis labios a los suyos. Le comí la boca, nuestras lenguas se enredaron, ella gemía levemente pero no opuso resistencia. Nos separamos un momento y nos vimos a los ojos.

—¿Extrañaste esto verdad? —dijo ella riéndose— pequeño enfermito, ahora tenemos todo el tiempo del mundo, así que disfrutémoslo lento ¿Sí?

—Sí Reina, de hecho, hay algo que siempre he querido hacer. Si me lo permites.

—¿El qué?

—Desnudarte... —dije con mucha timidez— siempre en los rapiditos, o tú te sacas la ropa sola, o no llevas nada. Nunca he tenido la oportunidad de... ya sabes... ir quitando prenda por prenda...

—Diría que solo tenías que pedirlo, pero... es verdad... no había chance... venga... pongámonos más cómodos.

Dicho esto, ella puso algo de música alegre en la sala "para simular que hay una reunión y que nadie nos moleste", recalcó. Sin saberlo, había atinado a mis gustos y hasta pensé que podríamos bailar como una previa, sin embargo, la ansiedad por tenerla me ganaba. Tomamos nuestras cosas y fuimos al dormitorio principal, el cual a su vez tenía un baño completo propio. A diferencia del dormitorio de Reina, cuyas paredes simulaban el mármol y la cama en sí era una Queen pese a ser para una sola persona, este cuarto era más bien humilde, como el de mis padres si lo pensaba fríamente, la cama era de dos plazas y tenía a cada lado una lámpara sobre un mueble de noche. Algo clásico para que un matrimonio viva ahí. Solo que nosotros ni pareja éramos.

Acomodamos todo a un lado, yo separé los condones en una de las mesas de noche, ella también había traído algunos. Ambos subimos a la cama, quedando frente a frente, de rodillas. Hizo su cabello hacia atrás, moviéndose lentamente al ritmo de la música que había puesto. No entendí cómo hizo de una cumbia, algo tan provocativo con esos ligeros movimientos. "Quítame la ropa, chinito" me dijo seductoramente "pero volverás a ser mío cuando la última prenda caiga" sentenció. "Aunque quizás, algo querrás dejar" agregó guiñándome el ojo.

Me sentí un vampiro y fui directo a su cuello, dándole unos cuantos besos antes de ir descubriendo a mi ritmo la tersidad de su piel. Recorrí todo su curvilíneo cuerpo con mis manos. No me había percatado en los rápidos, pero había subido ligeramente de peso, lo que me daba la sensación de que había más por tocar a comparación de la primera vez. Por supuesto, no se lo dije. Ya embelesado con dichas sensaciones, abrí el botón de su pantalón y bajé el cierre, lo que dió libertad a que pudiera meter mis manos entre dicha prenda y sus nalgas, como atrapándome a mí mismo en ellas. Las apreté y pegamos nuestros cuerpos para darnos un beso más. Me llamó la atención la textura de su ropa interior. Mientras manoseaba todo su traserito y buscaba sentir la humedad de su interior, pude deducir a lo que hizo referencia con su última frase. El autocontrol que ejercí entonces era de poco creer. Saqué mis manos, la había tocado por enfrente y tenía mis dedos mojados por ella, por lo que los chupé. Por algún motivo, eso le causó algo de pena.

Ahora me centraba en sus pechos, metí mi mano por debajo de su remera y pude confirmar con solo tacto que llevaba una lencería. No me resistí y le pedí que alzara los brazos para quitarle la prenda superior y deleitarme con lo que había traído puesto esa noche. Era una lencería color roja, no se la había visto antes, de encaje, a leguas se veía que era caro. Lo mejor de todo era que realzaba lo que no necesitaba resaltar más. La manoseé cuanto pude sin quitárselo y comencé a besarlos por encima.

—¿Te gusta? —preguntó entre suspiros.

—Ahora que te quito el pantalón te lo diré.

Le pedí que se echara y me di el gusto de quitarle sus prendas inferiores y las medias. La parte inferior era efectivamente unas bragas de cintura alta que delineaban sus curvas como si de un dibujo a lápiz se tratara. Los estampados eran de flores, creo que eran rosas, viéndola en su totalidad me era imposible deducir si buscaba generar ternura o tenerme drogado de la sensualidad que emanaba.

—Ese viejo de mierda sí que tiene buenos gustos —dije denotando piconería pero admirado por su belleza en conjunto.

—¿Tú crees? Pues... te diré un secreto, ven. —me hizo una seña para que acerque el oído— Estas me las compré yo solita, pensando en el día de hoy, mi padrino aún no las ha visto.

Quedé completamente anonadado con la respuesta, tenía el honor de por fin haber visto algo de ella que mi jefe no. Eso me excitó aún más de lo que estaba y volví a lanzarme sobre ella para recorrer todo su cuerpo con mi boca. La lencería se veía muy cara, por lo que, a diferencia de su ropa interior habitual, no se la quitaría de forma brusca. Por supuesto, me detuve en su vagina para hacerle un oral, aún con las bragas puestas y hechas a un lado delicadamente. El cántico comenzó entonces, no sabría decir si iba en cuatro cuartos, pero en cuatro iba a terminar de hecho. Sus gemidos eran la música de fondo que me motivaba a hacer todo lo que le hacía ya sin culpa de por medio, mi lengua y mis dedos, no necesitaba más en esos escasos minutos para sentirme un hombre completo. Sin embargo, habría más esa noche.

—Me toca... quitarte la ropa... egoísta... —me pidió Reina dándome unos toques a la cabeza, pidiendo que detenga mis intenciones de llevarla al cielo al primer intento.

Obedecí, aunque molesto por el corte a la inspiración que pasaba en ese momento. Volvimos a estar frente a frente, ella me quitó la remera y sin tiempo a más desabotonó mi pantalón. Me hizo una seña para que me lo quite yo mismo de pie al lado de la cama. Quedándome de pie, con un gesto coqueto, me dijo que fuera los boxers de igual forma. Me los quité. No hace falta decir cómo estaba en ese momento. Me quité tanto los interiores como las medias.

Hizo que me acercara a la cama sin subirme a ella. Reina se puso en cuatro entonces, con su rostro hacia mi dirección. Tomó a mi pequeño amigo y empezó a masajear con sus manos. No me miraba, lo miraba fijamente como hipnotizada, con movimientos de arriba a abajo que fueron aumentando su intensidad mientras arrancaba de mi boca algunos primeros suspiros. Para entonces ella ya era experta en lo que me gustaba. En un rápido movimiento se lo metió a la boca, sin pedir permiso, solo lo hizo, como el juguete que siempre he sido para ella. A diferencia de muchas veces, tenía una hermosa vista de su espalda y sus nalgas, detrás de ella había un espejo en un tocador que por suerte enfocaba exactamente lo que quería ver. El exquisito paisaje que escondían esas nalgas tan imponentes como las puertas de una metrópoli de la antigüedad, cubiertas a su vez por esa fina tela delgada y estampada. Ella sabía del espejo y mientras me comía, hacía leves movimientos como buscando que todo acabe pronto. Quizás era algo de costumbre de los rapiditos, el querer provocarme de esa forma.

Bruscamente como empezó, bruscamente lo dejó, para pasar a mis testículos sin dejar de tocar el resto del falo. Hasta ese momento, no se había dado el tiempo de visitarlos, por lo que era una primera vez que no sabía que teníamos pendiente. Dejando todo mi sexo humedecido por su saliva, escaló mi abdomen y torso para ponerse frente a mí y plantarme un beso con lengua. La abracé y recorrí su espalda con mis manos, metí mis manos entre sus nalgas y no dudé en estimular su coñito con mis dedos. Sus gemidos se ahogaban en mi boca, pero recordó que estábamos solos y se separó para dejarse llevar por mis toques. Ambos estábamos listos para lo siguiente.

Fue difícil, pero aprendí con un truco que ella me enseñó en ese momento cómo desabrochar un sostén, un rápido movimiento con los dedos índice y pulgar. Luego ella misma se quitó las bragas e hizo todo el conjunto fino a un lado.

Mi pequeña predicción se hizo realidad entonces, solo que se dio al inicio de la faena. Reina se dio la vuelta entonces, dejándome todo ese hermoso culito a mi disposición, estaba a cuatro patas, pidiendo con aires de superioridad que se la meta de una buena vez. Me recordó que debía ponerme un condón antes de ello. Me puse el de su marca favorita y tras lubricar con un escupitajo, subí a la cama y dejé que ese barco recubierto en látex llegara a buen puerto.

La señorita no era tan fanática del sexo duro, por el contrario, disfrutaba más de movimientos suaves. Prácticamente lo hacíamos como lo haría una pareja enamorada, o al menos así me lo imaginaba yo. Nada que ver con las nalgadas, el hablar sucio, el humillar, el sometimiento que veía en los VHS de entonces. Solo tenía permitido ser rudo con ella cuando el tiempo era limitado, pero en esos rapiditos en los que podíamos permitirnos algo de tiempo sin llegar a denominarse un encuentro, ella me pedía hacerlo lento y solo acelerar para venirme. Incluso nuestra primera vez en su habitación, los movimientos bruscos y salvajes solo se dieron al final del mismo.

Volviendo a este encuentro, comencé a bombear, lento pero seguro como diría papá. Me aseguraba que entrara lento, pero que el impacto fuera cuanto menos sonoro. Por fin podía darme esa libertad. Noté que eso le gustaba y ella misma comenzó a moverse de atrás hacia adelante, lo que me dio a entender que tenía permiso para aumentar la intensidad. Y fue así como por primera vez sentía que teníamos sexo de verdad, como si una corriente de electricidad nos recorriera el cuerpo e hiciera que emuláramos los movimientos propios de los cuadrúpedos cuando se cruzan.

Sus caderas eran mías, si no las apretaba, lo hacía con sus nalgas, las apretaba y abría con la esperanza de entrar cada vez más en ella y hacerle gemir aún más a cómo lo hacía en ese momento. Mientras tanto, por su parte, ella se quebraba y se dejaba llevar por el placer que le estaba provocando. Su espalda era una curva perfecta y notaba que ella también buscaba sentirse aún más penetrada de lo que ya estaba. Ya mencioné antes que no era precisamente dotado, por lo que todo mi esfuerzo se dio en mantener un movimiento parejo sin llegar al final antes de tiempo. Ella levantó sus pies y cada tanto los tomaba al no saber qué exactamente con mis manos. Estábamos en tan delicioso momento, cuando de repente algo sonó, como un disparo, pero mucho más pequeño, lo que hizo que Reina se asustara y me pidiera casi gritando que me detuviera.

—¡Para huevón, detente! —me gritó mirándome, pero aún con mi pene dentro de ella.

—¿Qué pasó? —respondí agitado, noté que ambos ya estábamos sudando.

—Creo que se rompió el condón —me dijo mientras recuperaba el aliento y se acomodaba el cabello— sácalo lentamente por favor y fíjate. Aún no te has venido ¿No?

—No, no, descuida. Lo veo.

Seguí sus indicaciones y lo saqué despacio. Efectivamente, toda la punta estaba completamente expuesta y restos del preservativo colgaba de ella. Con razón había notado que la humedad de su interior era cada vez más perceptible, como si tocara directamente sus paredes y es que en verdad lo estaba haciendo. Todo había pasado demasiado rápido que no me había percatado.

—Si te venías te mataba. —me dijo ella fastidiada— No me digas que es el que te recomendé.

—Pues sí, es el que me dijiste —respondí mientras me lo quitaba— aún tengo más en mi mochila.

—Usa estos —ella se levantó y fue hasta su bolso, tenía con ella algunos de la marca que usé en nuestra primera vez, la "barata"—. Parece mentira, pero tu bolsa de marciano sirve más.

—Pues, yo no sabía de marcas cuando los compré, me las recomendó el boticario.

—Bueno, gracias a ello no tienes un bastardito rondando por ahí.

Me jodió ese comentario, a mi edad yo ya anhelaba una familia, hijos, una vida tranquila. El que Anhelí me dejara hizo que esos planes se vieran seriamente retrasados y esa vida de sexo con Reina no me llevaba a ninguna otra parte más que a placeres momentáneos. Le tenía cariño por ser la primera mujer que me enseñó lo rico que es hacerlo, pero a la vez le tenía algo de rencor, porque sentía que no me veía como un ser humano. Pese a la exclusividad que nos teníamos - aunque ella se cogía al viejo - a los juegos de rol que llevábamos cada vez que nos desnudamos frente al otro, en realidad no éramos más que simples amigos con derechos. Incluso el llamarnos amigos era demasiado pedir.

—¿Quieres seguir? —me susurró al oído, mientras me abrazaba por la espalda pegando sus pechos, mientras yo terminaba de colocarme el nuevo preservativo.

Me di la vuelta para darle otro beso, mientras tocaba sus senos. Ella se apartó y me tomó de la mano para que me sentara en el filo de la cama. La música que sonaba en la sala varió a un pop lento, por lo que Reina aprovechó para bailar como si fuera una vedette. El cuerpo de una ya lo tenía. Mientras bailaba se acercaba a mí. Su rostro lo decía todo, estaba avergonzada de lo que estaba haciendo, pero por algún motivo lo hacía. Una vez cerca del todo, posó una pierna a mi lado y luego la otra al otro lado. Nuestras partes se rozaban. El baile siguió con movimientos de caderas y de cabeza, ella se sostenía de mi cuello para evitar caerse. Yo no me resistí y fui su bebé mientras la danza continuaba.

Sus senos eran mi droga, los sentía más grandes a diferencia de la primera vez, los apretaba a mi gusto y me di el gusto de bordearlos y humedecerlos con mi boca el tiempo que me lo permitió. Cosa que no había hecho hasta el momento. Incluso me concedió el capricho de dejarle un par de chupetones pequeños, lo cual le tomó por sorpresa, pero no se molestó.

En uno de esos movimientos se puso de pie nuevamente y se dio la vuelta dándome la espalda. Yo por mi parte me apoyé en la cama con mis manos hacia atrás, entendí que ella quería sentarse sobre mi pequeño amigo y dar unas cuantas sentadillas. La joven misma lo tomó y se lo acomodó en su interior. Soltó un suspiro que me encantó, debo resaltar que en el tiempo que llevábamos ahí era la primera vez que la escuchaba suspirar y gemir con todo gusto. Se apoyó sobre sus rodillas y empezó a moverse de arriba a abajo, lento primero y fue aumentando la velocidad. No quise dejarle todo el esfuerzo a ella, por lo que yo también comencé a mover mis caderas hacía arriba. El sonido del choque de carnes era tan sonoro, estoy seguro que los vecinos podrían oírnos. La música no era lo suficientemente fuerte para disimularlo.

Ambos no éramos de hacer ejercicios, por lo que esa posición, aunque deliciosa, nos cansó. Ella misma se detuvo a los pocos minutos y se echó boca abajo en la cama. Vi que se tocaba disimuladamente.

—Ven, cáchame duro y no te contengas, ve hasta el final —me pidió con voz ahogada.

Eran los momentos finales y ya quería llegar al clímax de la excitación. No podía resistirme más a la curvatura de su espalda en movimiento, rogando que de todo de mí en los últimos instantes de esta ronda sexual. Me subí sobre ella y directamente la penetré, una vez dentro y apenas apoyado en mis manos para no aplastarla totalmente empecé a moverme. Lo que sonaba ahora era la cama, fui duro y me daba algunas pausas para que ese sublime momento durara tanto como mi resistencia me lo permitiera. Instintivamente cambiamos de posición a una cucharita, seguí dándole duro mientras a la vez ella se tocaba y emitía esa gentil armonía de gemidos en soliloquio. Hubo un cambio de posición más en la que levanté una de sus piernas con mis manos y seguí moviéndome. Ella giró la cabeza y nos volvimos a besar, más que eso, fue una pelea de lenguas ya que nuestros labios no alcanzaban a tocarse del todo por la brusquedad de mis movimientos.

Reina se sintió algo incómoda y volvió a su posición inicial de estar echada en la cama boca abajo. La volví a montar ya sin asomo de piedad, a diferencia del inicio yo estaba totalmente erguido y con los brazos estirados apoyándome en la cama. Ella se apoyaba de igual forma con los codos al frente. Lo que hice entonces ya no eran movimientos, sino saltos, el sonido de la cama y del choque de nuestros cuerpos se intensificó entonces. La señorita no pudo más consigo misma y se encorvaba, no sabía si de dolor o disfrute. Levantaba sus pies y discretamente notaba que apretaba sus dedos. Gemía pidiendo que sea más rudo, que vaya con todo, que de una vez me venga. Pregunté si podía hacerlo afuera, quería verla cubierta de mi como en mi cumpleaños, pero me lo negó, pidió que lo hiciera dentro. Se le escapó una confesión que fue el detonante de mi primer orgasmo de la noche.

—Me gusta sentir cómo te vienes dentro de mí —dijo entre gemidos.

Y entonces ocurrió, noté como una electricidad que recorrió mi cuerpo a medida que me iba viniendo en ella sin detener mis movimientos. Ya para cuando me di cuenta que estaba soltándolo todo, fue que me detuve. No sabía si mi corazón o mi pene era el que latía más fuerte, ambos competían para darle mayor placer a mi cerebro. Ambos terminamos deshechos, completamente sudados, por primera vez habíamos tenido sexo a gusto y creo que pude hacer que Reina lo disfrute tanto como yo. Los pálpitos que mencioné disminuían y cuando el de abajo cesó, salí de ella. Me di cuenta a tiempo que el preservativo se estaba quedando dentro, por lo que discretamente lo tomé para sacarlo con todo y de una vez amarrarlo y hacerlo a un lado. Me eché a su costado, ella aún mantenía su posición, por un momento pensé que se había quedado dormida.

—¿Estás bien, Reina? —pregunté preocupado, moviéndola de los hombros.

—Ah... si... solo que me agoté más de lo que pensé, no había tenido sexo así desde hace mucho tiempo. Había olvidado que es como hacer ejercicios. —respondió, su rostro estaba completamente rojo, al igual que sus nalgas de los golpecitos que le di.

—Gracias a Dios, pensé que te habías dormido o desmayado. —respondí aliviado echándome a su lado.

—Tampoco cachas tan rico huevón, no te creas —por fin se movió, y fue directamente donde su cartera de dónde sacó unas toallitas húmedas para limpiar su vagina por fuera.— Por cierto, traje vino y unos vasos de plástico —dijo sacando todo lo dicho— podemos ir tomando un poco para relajarnos y disimular que estuvimos tomando con amigos.

—Genial, pero yo tomaré poco, recuerda que debo manejar.

—Ah cierto, está bien, sírveme, mayordomo. —resaltó con ironía.

Obedecí, pensé en al menos ponerme los interiores, pero ella dijo que siguiéramos desnudos lo que nos quedaba de tiempo. Hicimos un pequeño brindis por un acto sexual bien hecho y ella me felicitó por mi performance.

—La primera vez fuiste un 5 de 10, pero hoy te pongo un 8. Estoy de buenas, además, superaste tu récord de media hora a 35 minutos. —comentó con un orgullo más cercano al sarcasmo.— Descansa que quiero un segundo round.

—No sé cuánto me tome, sería la primera vez que lo hago dos veces en una noche. —respondí apenado.

—Pues te doy 20 minutos cuánto mucho. Conociéndote, tienes muchas preguntas sobre lo que acaba de pasar ¿verdad? Podemos hablar de ello.

—Pues sí, la verdad sí, me tomó por sorpresa que no hubiera tal reunión y... ¿Este departamento? ¿De dónde salió?

—¡Ja! Pues soy más inteligente de lo que crees mi asiático amigo —se echó boca arriba en la cama, con los brazos en la cabeza— pero no fue fácil, mi idea original era buscar un buen hotel, con servicio al cuarto y demás, pero no sabía cómo despistar al viejo sin que pensara que estaba preparando algo para él.

—Entonces ¿Qué hiciste? —me eché a su lado de costado, algo tentado pasé uno de mis dedos sobre su aureola y no vi que se molestara.

—Durante meses me pasé buscando lugares de campo, casas de playa, los avisos en el periódico eran muy limitados en temas de alquileres de inmuebles. Pensé en despistarlo con ello. Igual todo se me complicaba, soltaba la idea, pero el viejo siempre se incluía de alguna manera. Por ello todo lo que hicimos en navidad, año nuevo y mi cumpleaños.

—Entiendo...

—Entonces me dije, ¿Por qué me complico? Solo debo buscar una habitación regular y hacerlo pasar como que voy a una reunión con alguna amiga que no veo hace mucho. El viejo no querrá estar con una mocosa y sus amigas en una reunión de jóvenes, además, para asegurar su "autoridad", enviará al único joven que tiene a su disposición. Al chino latoso de Nilton.

—Hace 5 minutos no era un latoso, Reinita —apreté su seno cuando dije eso.

—Más respeto conmigo igualado —respondió quitando mi mano.— Ya tenía la excusa, sólo faltaba el lugar. Me tomó meses, hasta que finalmente vi un anuncio de alquiler de departamento en esta zona cercana a la nuestra.

—Pero veo que está amoblado y más parece que es para una familia.

—Este departamento es para una familia de 4, mongol. Cuando llamé a la dueña se negaba a alquilarlo por una noche. Le hice un montón de ofertas, pero no quería la muy perra. En lo que hablábamos me terminó contando de su divorcio y cómo su marido la encontró con otro en esta misma habitación. Desde entonces, renovó todo el inmobiliario y empezó a publicitar, pide un dineral por mes y espera que su primer contrato sea por mínimo medio año.

—Wow, suena complicado. ¿Qué hiciste entonces?

—Saqué el pico de oro y le hice una última oferta. Le pagaría un proporcional del dinero que pedía, pero por un mes, que no deja de ser mucho. Casi el 70% de lo que el viejo me permite gastar cada mes.

—¡¿Eh?! ¡¿Gastaste todo eso solo por una noche de sexo?! ¿Conmigo? —respondí altamente sorprendido y sonrojado.

—Bájate de tu nube papito, lo hice por mí, no puedo tener el sexo que quiero con el puto viejo de mierda y tú eres lo único que puedo permitirme sin levantar sospechas. Una vez encuentre la forma de quitármelo de encima y pueda permitirme un hombre de verdad, él y tú se irán a tomar por culo. ¿Entendido?

—Entendido —su comentario me ofendió, por muy cierto que fuera, la parte de ser lo único que podía permitirse, esperaba que al menos valorara un poco mi esfuerzo por complacerla. Al final, me hacía sentir como en todo trabajo.— Entonces ¿terminaste pagando todo eso y al final solo dispondrás de este depa una noche?

—Fui estafada, lo sé, pero la plata no es mía. Karen, así se llama la dueña, y yo acordamos la fecha y que cuando viniera, el portero tenga la llave. Si te decía de antemano todo lo que estaba haciendo, estaba segura que la fregarías en algún momento.

—Habría guardado el secreto.

—No lo sé Nil...  —respondió sarcásticamente mientras se ponía de pie y volvía a su bolso. Yo aún no me recuperaba, pero ya quería repetir.

De su bolso sacó unas toallas pequeñas, dos jabones chicos y varias cremas de igual tamaño. Entendí que quería tomar un baño. Era lógico ya que estábamos muy sudados y un baile en una pequeña reunión no era excusa suficiente, pero aún teníamos pendiente la segunda ronda.

—Creí que querías hacerlo de nuevo. —pregunté viendo cómo sacaba todo lo dicho.

—Sí, pero no tiene que ser en la cama ¿O sí?

—¿Cómo?

—Quiero hacerlo en la ducha, Karen mencionó que hay agua caliente disponible y siendo sincera, nunca me he bañado junto a un hombre. Así que... quiero aprovechar.

Mi libido volvía y apenas habían pasado unos 10 o 15 minutos. Ya quería volver a tenerla en mis brazos, me ofendí por todo lo dicho anteriormente, pero se me olvidaba al momento que ella ponía su cuerpo a mi disposición. Incluso dicho de una forma fría como siempre solía hacerlo. Decidí relajarme y tomar más vino para calmar mis ansias.

—Por cierto, si nos vamos a bañar, ¿No será sospechoso que salgamos con el cabello mojado? —pregunté al darme cuenta de lo que eso podría conllevar.

—Traje esto también —de su cartera sacó algo parecido a unas bolsas— son para cubrir el cabello. No es lo más erótico del mundo, pero al menos nos servirá. No dejes que tu pelo se moje. -me arrojó uno finalmente.

—Interesante, pensaste en todo Reina.

—Como debe ser —recogió todas sus cosas, incluso había traído unas sandalias, yo no había traído nada como eso— iré adelantando para regular la temperatura, si bien el agua estará caliente, yo no lo estaré por mucho, así que anima a tu amiguito —dijo coquetamente meneando las caderas en la puerta del baño, antes de juntarla atrás de ella.

Escuché el sonido de la ducha, por lo que ella comentaba mientras hablaba para sí, era de estas con dos perillas en donde por un lado salía agua fría y por el otro agua caliente, por lo que había que jugar para lograr una temperatura donde no te cocines. Yo por mi parte seguía alucinado por todo lo acontecido hasta entonces y pensé que ya era tiempo de volver a ella. Hice un mal movimiento al querer pararme y sin querer empujé su bolso y cayó al suelo. Pese al ruido que hizo este descuido, la ducha y el hecho que ella estuviera ocupada acomodando sus cosas hizo que no se percatara. Muchas cosas cayeron y rápidamente recogí todo para meterlo de vuelta.

De entre todas sus cosas, una especie de billetera cayó bajo la cama. Por suerte no llegó a la mitad de la misma, quedó cerca al borde. Preocupado lo recogí y el mismo estaba abierto. Dentro se encontraba su libreta electoral, me llamó la atención ya que en la foto se veía mucho más joven, casi como una niña. Seguramente tendría 18 años, era tan bella como la veía en ese instante, pocos eran los cambios en su cara. Me llamó la atención un detalle en su mirada que no me cuadraba del todo. Di la vuelta a la mica y vi una especie de tarjeta que indicaba Documento Nacional de Identidad. Era su identificación como ciudadana española, o al menos eso creí hasta que leí bien todos los detalles del mismo.

Reyna Ayram, la mujer que me estaba cogiendo esa noche, tendría mucho que explicar si Don Felipe se enteraba de lo que acababa de descubrir. O capaz ya lo sabía, pero lo veía poco probable. Ideas perversas comenzaron a surgir en mi mente, pero decidí entonces hacer la vista gorda y guardarme ese comodín para un momento en que sus caprichos me lleguen al colmo.

Como dije antes, el sexo con ella era fabuloso, pero no había nada que me hiciera sentir del todo bien conmigo mismo. Me sentiría mucho mejor si al menos, luego de todo lo vivido, ella fuera un poco más amable conmigo. Tenía claro que jamás seríamos pareja o algo así (No se cansaba de repetirlo como loro), tenía claro que los sentimientos no jugaban papel alguno en la relación que nos impusimos, quizás yo era demasiado sentimental y llevaba años idealizando el hacerlo como un acto lleno de amor y disfrute de dos partes. El golpe de realidad al que me llevaba esta señorita era abrumador y si bien esperaba un día como aquel con ansias, estaba seguro que al final del mismo me quedaría con un mal sabor de boca.

Tomé los condones que sobraban, el cubre cabello e ingresé al baño. Fue grande mi sorpresa al encontrarla sentada en el váter, estaba orinando.

—¡Perdón, perdón, debí tocar! —dije saliendo rápidamente del baño.

—¡Oye payaso! —me gritó ella desde adentro— has tenido mi vagina en tu cara, has lamido de ella por dentro y ni hablar de todo lo que hemos venido haciendo como para que ahora te apenes por verme hacer esto —dijo riéndose— qué delicado eres de verdad y se supone que la mujer soy yo.

—¿Puedo entrar entonces?

—Entra, ya terminé y me limpié.

Escuché el sonar de la cadena e ingresé. La ducha seguía abierta y ya emitía algo de vapor por el cambio de temperatura brusco. Ella metió sus manos y casi se quemó los dedos, ella no sabía lo que el tirar de la cadena provocaba en ese tipo de duchas. Esperamos un momento más para que se regulara el calor de nuevo.

Puesta la temperatura ideal, nos metimos al cubículo con nuestro cabello totalmente cubierto. El espacio era lo justo para que entráramos los dos y el agua era exquisita, en mi habitación tenía una terma, pero que tomaba mucho tiempo en calentar y me era complicado regularla a mi gusto, por lo que incluso en invierno solía tomar duchas frías. Esto era algo casi nuevo para mí y debo admitir que me relajó bastante. Ella se puso de espaldas a mí, quedando su trasero a disposición de la punta de mi falo que ya se comenzaba a erectar nuevamente. Sacó uno de los jabones y me lo dio, algo apenada me pidió que desde atrás le empezara a enjabonar todo el cuerpo.

Así lo hice, me apegué más a ella para que sintiera toda mi envergadura - nunca mejor dicho- y mis manos fueron directo a sus tetas. Las empecé a masajear por todos los lados, incluso debajo de ellas, a la par que las limpiaba buscaba estimularla. Jugué con sus pezones aprovechando lo resbaladizo de la espuma que estaba produciendo. Fácil me habré comido cinco minutos solo en eso antes de pasarle el jabón por el resto de su cuerpo, una maravillosa travesía que me di como si fuera el Perú mismo, comenzando por sus fértiles tierras cubiertas por sus piernas, las cumbres heladas que llevaba al frente, las quebradas representadas por su cintura delineada y los ríos de lujuria que me provocaba la firmeza de sus caderas al tomarlas. Estaba a punto de meter mi mano entre sus piernas para enjabonar sus partes íntimas, pero ahí me detuvo. "De eso me encargo yo sola" me dijo tajantemente.

Sin darse la vuelta, se apoyó a la pared y se empezó a limpiar ahí con una delicadeza que más me hizo parecer que se estaba masturbando. Vi como se metía los dedos y se estimulaba a la par de asegurarse que no hubiera rincón sin tallar. Lo mismo hizo con su colita, la cual no había prestado mucha atención antes, pero al ver cómo se lavaba ese segundo hoyito, despertó en mí una fantasía que no estaba seguro si me permitiría hacer. Era muy diligente con su propia higiene, todo en ella olía a lavanda, nunca le sentí un mal olor, incluso sudada parecía un jardín de flores y ahora entendía el porqué. Se limpió el jabón de su cuerpo entonces y dijo que era mi turno.

Me puso en contacto con el agua primero, para luego ponerse detrás de mí, pegando sus pechos una vez más a mi espalda y comenzar a enjabonarme por todos lados. Por alguna razón se quedó mucho tiempo en mi espalda, la masajeaba con sus manos primero y luego pasaba sus tetas como dándome un masaje. De arriba a abajo, lento, como si estuviera bailando, debo admitir que la sensación me encantó. Luego de pasar por mis pectorales, pasó a mi verga que ya estaba al tope de su capacidad y con la punta descubierta. Llenó sus palmas de jabón y comenzó a masturbarme, supongo que ése era su concepto de limpiarla. Con lo resbaladizo, sentía que podría venirme y terminar satisfecho, pero hice lo imposible para evitar que eso ocurriera. Lo curioso es que sentía que, para esta ronda, podía aguantar más que la primera.

—Termina de limpiarte —me dijo en un tono condescendiente.

Así lo hice, retiré rápidamente toda la espuma que llevaba mi cuerpo. Por costumbre casi me quito el cubre cabello, pero me detuve a tiempo. Cuando me sentí limpio del todo y mientras me limpiaba los ojos y cerraba las llaves. Reina fue al ataque y me empezó a besar. Me tomó desprevenido. Le encantaba los besos con lengua y yo ya me había hecho adicto a los suyos. La tomé entre mis brazos, ya no podía más conmigo, quería hacerla mía una vez más y faltaba muy poco para deleitarme de nuevo con ese plato fuerte.

Al separarnos, ella se apegó a su pared y levantó una pierna, apoyándola en la pared de al lado y abrió su sexo con los dedos, mientras que con la otra mano se masajeaba los senos.

—Arrodíllate ante tu reina, mayordomo —ordenó como si gimiera.

Por dentro me reí por la ironía de sus palabras, yo sabía la verdad, pero en ese momento no lo pensé mucho y mi lengua fue a parar nuevamente a la entrada de su cuerpo, a la vez que lo intercalaba con el timbre, que al primer toque sacaba un sonido celestial que solo hacía despertar mi instinto más natural de reproducción. Mientras disfrutaba de ella, por su lado comenzó a acariciar mi cabeza y buscaba pegarla cada vez más, como esperando que me metiera de lleno. No respiraba por momentos y aprovechaba sus descuidos para tomar aire. Sus gritos resonaron en las paredes de mayólica y el eco hacía que me estremeciera. Meneaba sus caderas, tomando mi lengua como su eje principal. Se cansó de tener la pierna levantada y se quedó de pie nuevamente, pero no dejaba de hacer esos sensuales movimientos.

Al rato, hizo que retrocediera un instante para darse la vuelta y que siguiera con mi encargo, esta vez con sus nalgas a mi disposición para abrir y cerrar a placer. El oral que le hacía, lo hacía con ojos cerrados, pero se me dio por abrirlos un momento y tener a la vista la nueva tentación que había descubierto minutos antes. Pese a lo poco que duró esa sesión, sentí que pasó una eternidad entre el sí y el no que mi mente debatía. Hasta que finalmente decidí ir de a pocos, hice que pareciera un accidente el que mi lengua pasara por encima de esa zona. Lo hice una, dos, tres veces, no le molestaba y hasta parecía disfrutarlo. Tomaba mi cabeza cada tanto, encorvándose, para que me hundiera más en su ser. Con esa seguridad fui más atrevido aún y metí de lleno mi lengua, esperaba una reacción de placer, pero lejos de ello pegó un grito y me empujó para que me apartara.

—Wow, wow, ¿Qué crees que haces? —me respondió, no estaba enfadada, más bien parecía asustada.

—Lo siento, es que... tienes un traserito hermoso y pues... no me resistí —decidí ser sincero, a diferencia de ella.

—No me molesta que pases tu lengua por encima, pero que jamás se te ocurra meter nada ahí, ni lengua, ni pinga, ni dedos ¿Entendido? De ahí... salen cosas... no entran... —estaba increíblemente avergonzada, era la primera vez que la veía sonrojada y hasta indefensa.

—Después de verte orinando, pensé que no te molestaría, pensé que ya tenías experiencia por ese lado.

—La verdad... no... y no pienso tenerla ¿Entendido?

—Si Reina, perdón. —yo también empecé a sentirme avergonzado.

—No pasa nada... ven a este lado.

Me apegue a la pared donde ella estaba anteriormente. Noté algo de desesperación en sus actitudes, quizás quería que me olvidara rápido de lo que acababa de ocurrir. Se arrodilló entonces y sin previos tomó mi pene y se lo metió de lleno a la boca. Levanté mis brazos, apoyándome de donde podía ya que sentía que perdía el equilibrio, ella se agarró de una de mis nalgas, por un momento pensé que intentaría devolverme "el favor" metiéndome un dedo o algo, pero no fue así. Por suerte.

Soltó la nalga para masajearme los testículos mientras seguía con el delicioso meneo de cabeza. El sonido de succión resonaba por todo el baño, como gotas cayendo en medio de una cueva de estalactitas. Había aprendido en todo este tiempo una buena técnica para mamar y pajear al mismo tiempo que me resultaba impresionante, si a eso le sumamos su sapiencia para adaptarse a lo que uno disfruta... definitivamente estaba en la quinta gloria.

Cuando se cansó, apegó a mi crecidito amigo a sus pechos y me miró a los ojos, intercaló unos besos pequeños entre mi abdomen y el tronco de mi verga. Pensé que me haría un intento de rusa, pero sus pechos no eran tan grandes como para hacerlo apropiadamente. Dio un par de succiones más, a rápida velocidad y rozó la punta de lo mío con sus pequeños pezones rosas. Creo que sí quería hacer la rusa, pero le dio pena al final. Por lo que decidimos continuar al siguiente paso ignorando lo ocurrido.

Se puso de pie y se apegó a la pared, con sus dedos y un gesto coqueto me pidió que me acercara. Me acerqué tanto como para pegar nuestros cuerpos. La volví a besar, no entendía qué rayos tenía su boca que siempre me atrapaba. Pero ahí estaba drogándome una vez más, pese a saber lo fría y mentirosa que era, pese al rencor que le tenía, el morbo era más fuerte que yo y por una vez quería tener el control absoluto. Mis manos fueron a sus nalgas directamente y la levanté, casi cargándola, ella entendió lo que quería hacer y se montó sobre mí apoyándose tanto en la pared como en mis piernas. En ese mismo movimiento logré penetrarla. Cuando ella me sintió dentro de sí, se separó de mi boca, estaba sonrojada por la excitación. Yo también estaba en una suerte de trance, había olvidado por completo los condones que había llevado al baño, hice un ademán de querer bajarla, pero me detuvo.

—Te dejaré hacerlo si te vienes afuera —me dijo susurrando— si no lo haces afuera, esto se acaba aquí. Para siempre.

—Me aseguraré que se sienta más como el inicio de algo nuevo. —respondí.

Ella se acomodó mejor, lo que dio inicio al bombeo. Yo era fuerte por el trabajo manual que solía hacer en la casa Michaelson, pero no lo suficientemente resistente. Habremos durado apenas uno o dos minutos en dicha posición y su peso me ganaba. Traté de apoyar su espalda con la pared, pero creo que le resultó incómodo, ya que ella misma se bajó de mis piernas, lo que hizo que me saliera. "Creo que preferirás esto" dijo sonriente antes de darse la vuelta y empinar su trasero. "No olvides lo que quedamos" advirtió. Aproveché tanto como pude para jugar al punteo con ella, haciéndole sentir lo erecto que estaba, rozamos nuestros sexos, ella estaba mojadisima tanto por la ducha como por lo que estábamos haciendo. Entonces me acomodé y volví a mi espacio seguro, a su interior, tan cálido como un abrazo al alma.

El movimiento empezó, lento primero como a ella le gustaba, para cuan motor de vehículo ir pasando de primera a cuarta según el sonido se fuera intensificando. No hacía falta decir quién llevaba la palanca de cambio. El propio espacio la obligaba a quebrarse, lo que le daba a mi punto de vista un espectáculo cuanto menos fabuloso de toda su espalda y su trasero a mi merced. Ella gemía a medida que la embestía con cada vez más firmeza. De sus caderas, mis manos pasaron a sus pechos y una de ellas a su cuello.

Era excitante ver el gesto que hacía mientras me la cogía. Ojitos cerrados, boca abierta, cabeza hacia el cielo, como rogando a todos los santos que ese momento nunca termine. Al ser la segunda ronda me sentí con mayor confianza en que duraría más y así fue. No sé cuánto pasó realmente, pero para cuando sentí los primeros ápices de querer venirme. Reina ya se sentía agotada, sus piernas parecían que iban a flaquear en cualquier momento, por lo que decidí apurarme.

Vino a mi entonces el recuerdo de la primera noche, cuando asustado por el ruido fui a su habitación y me la chupó por primera vez. Fue una sola palabra, recordé claramente cómo lo dijo y eso hizo que la sensación de orgasmo apareciera. Mini segundos de pudor hizo que dejara de moverme para sacarla antes que fuera demasiado tarde.

"Hazlo"

El solo recuerdo de esa palabra dicha por ella hizo que mi orgasmo llegara rápido. Al salir de ella, tomé mi pene y apunté cada disparo que di sobre sus nalgas, a la altura de su cintura. Reina suspiraba en señal de alivio al ya no tener que seguir siendo amedrentada por mi fuerza. Sintió la tibieza de mi semen en su piel y lejos de darle alguna especie de asco, comenzó a reír con alegría. Era la primera vez en toda la noche que le veía hacer un gesto sincero. Se sabía hermosa y las sensaciones que lograba sacar de uno, se regocijaba en el placer que era capaz de provocarme.

—Bien hecho Nil —dijo una vez que recuperó el aliento— Aunque es una lástima, si te hubieras controlado más y me hubieras avisado, lo habría tomado todo —dijo tomando parte de mi líquido con sus dedos y llevándoselo a la boca.

—¿Cómo en mi cumpleaños?

—Como cuando fuiste a mi habitación la primera noche —respondió con un guiño en el ojo.

Creo que en ese instante comencé a odiarla. No la entendía para nada. ¿Cómo era capaz de hacerme sentir menos que un ser humano un momento y al otro hacerme sentir como el único hombre que necesitaba en su vida? Quizás en otra vida esta mujer fue una prostituta y en esta vida estaba aprovechándose al máximo de uno para vengarse de todos los hombres a la vez. No lo sabía, no entendía nada, pero solo sabía una cosa. Su secretito me serviría para alguno de estos días ser quien lleve las riendas de este mal llamado sexo casual.

Encendimos nuevamente la ducha, ya con conocimiento de cuánto abrir cada llave para llegar a la temperatura que nos gustaba. La señorita terminó de quitarse todo lo mío de su cuerpo y yo aproveché en lavarme mi miembro de cabo a rabo. Cada tanto me dedicaba una mirada cómplice, estaba complacida de haberse salido con la suya y al parecer quería que fuera partícipe de su emoción. No podía evitar sonreír sinceramente. Era hermosa la pequeña rata y mi corazón era demasiado sentimental como para ignorar cada pequeña muestra de afecto que me daba.

Al volver a la habitación, ya secos y prestos para vestirnos, vimos el reloj y vimos que teníamos aún unos 15 minutos para salir del edificio. Para no levantar sospechas, me vestí rápido y tomé la radio para avisar a mi compañero guardia de que esté alerta. El tío se encontraba comiendo una hamburguesa en un restaurante que encontró cerca. La joven señorita en cambio sí se tomó más tiempo, se puso poco de las cremas que trajo y se volvió a colocar esa exquisita lencería. Se tomó unos segundos para modelarlo por última vez, como diciendo "grábatelo en la memoria".

Abrimos el ventanal de la sala para tomar aire, volví a la habitación para dejarlo limpio y deshacerme de los condones que llegamos a usar. Asimismo, pasé un trapo al baño y limpié el espejo que había quedado empañado por el vapor del agua caliente. Todo esto lo hice rápido y no quedó tan pulcro como hubiese querido.

—Si recuerdas que ocho y media debemos estar afuera, ¿no? ¿Meserito? —dijo ella con desdén.

—Le pedí a mi compañero unos 5 minutos más como de tu parte para "despedirnos" —le respondí, ella no había escuchado la conversación que tuve por radio ya que se concentró en sus cremas - pero ya terminé, estaremos abajo a tiempo.

—Eso espero, no confío en esos orangutanes.

—Creí que eran gorilones.

—Todos primates y grandes, tú eres más un chimpancé.

—Graciosa la mona tití.

—¿Qué dijiste?

—Nada, nada.

Salimos del departamento tras apagar la música y asegurarnos que no nos olvidamos de nada. Reina cerró la puerta con llave y nos dirigimos de vuelta al ascensor. Nuestro olor al jabón podría delatarnos, pero ella ya había pensado en ello también, indicando que al llegar ella iría rápidamente a su habitación y que por mi parte busque una excusa para estar lejos de mi compañero para que no me alcance a oler. Lo tomé como una orden. Subimos al vehículo y nos dedicamos una última mirada divertida antes de encenderlo. Mientras aplicaba el cambio de neutro a retroceso, vi que ella no había dejado de mirarme y seguía haciéndolo fijamente, sin una emoción aparente, lo que me dio un ligero escalofrío, iba a preguntar qué pasaba, pero el sonido de la radio hizo que se asustara y miró hacia otro lado.

—Nilton ¿Ya estás en el carro con la señorita Reina? —preguntó mi colega.

—Si compañero, sana y salva, a la hora prometida.

—Perfecto, yo estoy en la esquina que sigue, por lo que pasa por ahí que yo les seguiré.

—Copiado.

—¿Y qué tal la reunión?

—Pues, a decir verdad, creo que la señorita y yo necesitábamos este cambio de aires. —respondí mirándola, ella me devolvió la mirada y con un dedo hizo un gesto para que deje de hablar.

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