Prólogo
Año 1997 - Perú.
Imagina lo surrealista de mi situación, era la noche del último encuentro que tuve con la protegida y ahijada de mi jefe. Me encontraba como lo podrían suponer, los ojos cubiertos, mis manos esposadas a mis espaldas, de rodillas en el suelo, lo único que podía agradecer en ese momento fue haber tenido tiempo suficiente para vestirme. La humillación ya era demasiado grande, como para encima estar en dicha posición completamente en pelotas.
El escenario era la oficina ovalada que el dueño tenía en su hogar y a la cual solo se podía acceder mediante una entrada secreta hacia un sótano. Entrada a la que solo mi padre en su momento y solo algunos elegidos tenían el "honor" de conocer su ubicación. Bien dicen que nunca hay que morder la mano que te da de comer.
—¡Nilton! —Gritó Don Felipe, mi jefe, imponiendo su autoridad sobre mí, como tantas veces antes. Los años solo fortalecieron esa voz que desde niño venía escuchando a pesar de las enfermedades que se venían rumoreando que tenía. Su voz era fácilmente reconocible. —Por consideración al trabajo de tu padre, estás ahora aquí y espero oír de ti mismo todo lo que ocurrió realmente.
Uno de los guardias que estaba con nosotros se acercó y me quitó la venda de los ojos. Eran dos los que me custodiaban, los conocía de años y me sorprendió saber que eran de la "élite" que conocían este lugar. Ambos sin expresión aparente me tenían amenazado con un taser. Me costó en principio acostumbrarme a la iluminación y pude echar un vistazo rápido a aquel recinto que no conocía. Una vez mis ojos se asentaron, pude ver claramente el rostro furioso de Don Felipe, arrugado como papel crepé, el bigote bicolor entre negro y blanco que no terminaba de decidirse, canas opacas con zonas negras, blancas y grises a la vez. Llevaba sólo su bata color rojo vino, incluso para dormir era elegante el muy cabrón. Por la luz, parecía un demonio juzgándome y, teniendo en cuenta la magnitud de mi pecado, no era para menos.
"Por consideración al trabajo de mi padre" fue lo que dijo y es que sí, mi padre fue su hombre de mayor confianza, mayordomo en jefe y chofer oficial de la familia Michaelson. Según se me dijo, él falleció hace tres años en un accidente de tránsito, fue este suceso el que me hizo decidir que debía continuar su legado y ser agradecido con la familia que tantas oportunidades le dio en vida. Estudié una carrera corta en etiqueta y protocolo, manejo y me especialicé en básicas lecciones en gastronomía y labores domésticas. Fue hace dos años que comencé a laburar en su casa de La Molina. Medio año después, llegó Reina Ayram a nuestras vidas.
Había mucho que contar sobre lo ocurrido esa noche, efectivamente. Las consecuencias de lo que venía aconteciendo desde el último año y medio. Los protagonistas de esta historia estábamos en el mismo lugar aguardando un destino que, casi literalmente, un demonio estaba a punto de decidir. Olvidé mencionar que Reina también estaba ahí, atada a una de las columnas de mármol que adornaba la oficina con aires de estilo hindú. Ella estaba expectante a mis palabras, con la boca cubierta, intentando con gestos advertirme que tenga cuidado con lo que iba a decir.
En resumen, había traicionado la confianza de Don Felipe. Cuidar de Reina, una joven doncella de 22 años que lo había perdido todo en España, familiares incluidos, era una tarea que todos en la casa debíamos cumplir a carta cabal. Ella era la heredera de los Ayram, una familia peruana muy acaudalada, hermanos jurados de los Michaelson, quienes, a diferencia de estos últimos, decidieron vivir en el viejo continente para huir del terrorismo de los 80 que amenazaba con tirar cuesta abajo a la alta alcurnia limeña. Sin embargo, hallarían un destino peor al ser casi exterminados por el crimen organizado de allá.
Reina era la única sobreviviente y Don Felipe la acogería en su hogar para tenerla como hija propia, y así cumplir con el padrinazgo que acordó con Don Oliver. Yo incumplí esa única tarea y compartí más de un momento íntimo con ella. Pese a ello, esperaba recuperar un mínimo ápice de confianza por parte de la familia que ayudó a mi padre en sus peores momentos, estaba dispuesto a contar la verdad de todo, me había dejado llevar por mis instintos más primitivos y cuando menos me di cuenta, ya estaba hasta el cuello en estas arenas movedizas. Zafarme no parecía ser una opción factible, pero algo tenía que intentar para salvarme y volver a mis labores.
Era el momento de un último esfuerzo, tenía mucho para decir sobre mis encuentros con la joven Reina y solo rogaba que fuera suficiente.
—Don Felipe —le dije más tranquilo pese a lo caótico de la escena— Sé que lo que hice es prácticamente imperdonable, la "señorita" Reina aquí presente no me dejará mentir, no me justificaré con cursilerías como los sentimientos, el amor, ni nada de esas babosadas porque no tienen lugar aquí —esto lo dije mirándola fijamente, noté claramente la ira en su mirada—Teniendo esto en cuenta y aunque no sea justificante, le diré todo lo que pasó señor, sin excusas de por medio, verá... Todo comenzó apenas unos meses después de la llegada de la señorita a esta casa, aquella noche ella estaba....
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