Primer encuentro
"Honora patrem tuum et matrem tuam"
Años 1994 y 1995 - Perú.
Los noventas, una década muy rara y diferente a lo que recordaba de mi niñez en los ochentas, estaban marcados por un gobierno que se distinguía por pintarse como los salvadores de la economía, pero que a su vez hacían cosas muy raras aprovechando al máximo de la ignorancia de la gente. Hubo una reelección de presidente, volvieron a atacar los mismos terroristas que atacaron la década pasada, las primeras bandas de rock peruano empezaron a aparecer, así como de cumbia en los sectores más bajos. En fin, un carnaval de cambios orientados a un sentimiento de nación que concluían con un inmenso temor a un nuevo milenio, donde se decía que llegaría el fin de los tiempos. Sea como fuere, faltaban aún cinco años para ello.
Mi nombre es Nilton Zander, para 1995 yo tenía 22 años. Era de gustos simples, me llamaban la atención los videojuegos de la época, pero no llegué a tener tiempo suficiente para probarlos. Tras dejar la universidad, egresé de un curso pequeño de etiqueta y protocolo, además de haber llevado algunos cursos básicos de gastronomía y también había obtenido mi brevete. Todo esto con la herencia que mi padre dejó a mi familia tras su muerte un año antes.
Recordaba claramente el día que ocurrió, él trabajaba de mayordomo en jefe para una familia acaudalada, los Michaelson, conformados únicamente por Don Felipe Michaelson y su esposa Doña Allegra Francis. Su sueldo era por sobre el mercado pese a la devaluación de la moneda. Los Michaelson para los que mi papá trabajaba, eran de una rama secundaria pero que se había abierto paso en la adquisición de algunas propiedades desde tiempos de la colonia que finalmente destinaron a alquilar a grandes empresas como fábricas. Ellos solo tenían un hijo que a la primera oportunidad que tuvo abandonó el país y era como si nunca hubiese existido. Pese a la modernidad de los teléfonos, aquel chico nunca llamaba ni se molestaba en escribir. Hubo muchos rumores sobre su huida, siendo la principal un problema con sus padres, pero nunca tuve claro lo que ocurrió realmente. Papá tampoco me llegó a contar lo que ocurrió entonces.
Mamá y yo vivíamos en un departamento en un distrito de clase media alta. Como dije, el salario de mi padre no era poco y podíamos permitirnos un estilo de vida cómodo, aunque no tanto como el de Don Felipe. Papá trabajaba cama adentro y solo nos visitaba los fines de semana. Para ese año, yo comenzaba una carrera en leyes y tenía una novia llamada Anhelí Riviera con la que llevé mis primeros ciclos.
El día fue un lunes y comenzó como cualquier otro. Papá se levantó más temprano que de costumbre, puesto que quería dejarme en la puerta de mi universidad antes de comenzar sus labores. Accedí, me dejó en el lugar y se marchó. Para horas de la tarde, cuando volví a casa, mamá me abrazó apenas entré y me dio la trágica noticia. Fue un accidente de tránsito mientras llevaba a Doña Allegra a su chequeo médico mensual. Ambos perecieron esa tarde.
Ambos velorios se llevaron a cabo el mismo día. Pese a lo difícil y triste de la situación para ambas familias, Don Felipe tuvo la gallardía de ir al recinto a presentar sus respetos a papá. Le llevó el arreglo floral más hermoso que haya visto en un funeral, era tan grande que no cabía dentro del lugar, por lo que tuvimos que dejarlo afuera, lo que maravilló a todas las personas que por ahí pasaban.
—Rogelio siempre fue un trabajador leal, responsable y muy bueno en todo lo que hacía —le dijo a mi madre—. Lamento que laburar para mi haya hecho que todo esto sucediera. Me siento en parte responsable.
—No es su culpa Don Felipe —le respondió ella— estas cosas lastimosamente pasan todo el tiempo. Estoy segura que él hizo todo lo que estuvo a su alcance para que al menos Doña Allegra pudiera salvarse. Lamento igualmente su pérdida, puedo entender lo conmocionado que ha de estar y aun así se tomó la molestia de venir a vernos.
—Estamos juntos en esto señora mía, mi más sentido pésame igualmente y tenga por seguro que si su familia necesita algo, estaré para ayudarles. Por ahora, debo volver al funeral de mi amada Allegra.
Fue precisamente esa caballerosidad la que hizo que decidiera el camino que tomaría después. Dejé la universidad y me especialicé en todo aquello que mi padre era bueno para mantener una casa como la de los Michaelson en perfecto estado. Esto a Anhelí no le causó la más mínima gracia y decidió terminar conmigo, ella sí quería completar la carrera que aquel primo mayor suyo que tanto admiraba no pudo completar. Fue una lástima, estábamos llegando juntos a un terreno más íntimo para entonces que no llegué a aprovechar del todo, pero suponía que con el tiempo y con el buen dinero que dicha labor me supondría, sería más que suficiente para recuperarla. O quizás encontrar a quién me valore sin importar mi condición.
Para tranquilidad, al finalizar el velorio, me tomé la molestia de contactar a Don Felipe y comentarle mis intenciones de trabajar en su casa. Al principio se negó, pero luego de suponer que mis habilidades podrían llegar a ser similares a las de mi padre, sumado a mis conocimientos de derecho de una carrera inconclusa, le supondría de mucha ayuda tanto para lo doméstico como para algo más profesional. Por supuesto, el puesto de mayordomo jefe me lo tendría que ganar, por lo que solo sería parte del personal de mantenimiento del hogar para empezar y hacer guardia, según se requiera.
Unos meses después, comencé mis labores en la casa Michaelson. A diferencia de cómo la recordaba, el lugar se había vuelto más lúgubre, en silencio y es que era común tener a Doña Allegra moviéndose de un lugar a otro, con invitadas de la alta sociedad limeña en la sala o el comedor platicando los últimos chismes de la farándula o de la propia alcurnia, a las empleadas predispuestas a complacer los caprichos de última hora de las señoronas que venían a verla. Todas las luces encendidas, Un té de tías.
Yéndonos incluso más atrás, recuerdo también que común era ver en el patio al hijo de la familia con algunos amigos y algunas mascotas que solían tener entonces. Él era apenas unos años mayor que yo, lo recuerdo como un tipo alegre que se llevaba bien con todos, me sorprendió que se fuera así de repente. Supe más tarde, gracias a los compañeros en aquellos almuerzos y tiempos libres que teníamos, que no estuvo presente ni en el funeral, ni en el entierro de su madre. Aquí tampoco nadie supo explicar lo que ocurrió, pero se les veía apenados al tocar el tema.
Sin embargo, para cuando llegué, todo era silencio, supe que despidieron a dichas empleadas y muchos de los guardias, cocineros y mayordomos que quedaban solo actuaban bajo órdenes y el resto del tiempo abusaban de la ausencia del jefe para hacerse los cojudos y cobrar sin hacer nada. Yo no iba a ser así, por lo que desde el día uno me dediqué a dejar la casa lo más reluciente y demostrar mi capacidad para suplir la labor de papá.
Todo resultó de mil maravillas los primeros 6 meses. Don Felipe reconocía mi trabajo y eventualmente comenzó a confiarme el segundo auto familiar para llevarlo en viajes cortos, visitando empresas, oficinas, alguno que otro evento, siempre dentro del distrito. Para otras zonas, contaba con otro chofer con quien tenía más confianza y que, luego me enteré, tenía conocimientos de defensa personal y de terceros puesto que había sido militar.
Yo era un empleado que hacía las cosas por iniciativa y me agradaba sentirme útil, comencé siendo cama afuera, pero mi dedicación hizo que pasara a ser cama adentro, por lo que me ahorraba en almuerzos y en alquiler de habitación (mi casa familiar quedaba muy lejos). La mitad de mi nuevo sueldo (se vio aumentado a comparación de estos primeros meses) iba directo a la cuenta de mi mamá y la otra mitad prácticamente me lo ahorraba ya que mis gastos eran mínimos. Disponía además de un tercer auto para mi uso personal solo los fines de semana. No lo sabía entonces, pero me pagaban más de lo que se suele pagar en este tipo de servicios.
Tras estos primeros meses, en julio del 95, fue que se dio una gran tragedia que en los noticieros se intentó hacer un gran eco, pero que a la gente de pie poco o nada le importó, pero que sí generó un gran impacto en los barrios más acaudalados. Fue la tragedia que vivieron los Ayram, familia hermana de los Michaelson. La rama principal de esta segunda familia no quiso involucrarse en esos asuntos, por lo que fue Don Felipe (compadre del patriarca de los Ayram, cabe mencionar) quien se puso las pilas y decidió viajar a España para hacer el reconocimiento de los cadáveres y traer consigo a la única sobreviviente, su ahijada Reina. La casa quedó prácticamente a mi cuidado las semanas que el señor estuvo fuera del país, ya que solo quedamos los guardias principales y una empleada para encargarse de nuestra alimentación. Jardineros y demás personal tomaron esos días como unas cortas vacaciones.
A finales de dicho mes, se dio la llegada de la mencionada ahijada a la casa. Como dije, su nombre era Reina Ayram, de 20 años entonces. Una chica muy baja en estatura a comparación mía, de lejos parecía albina, pero debías verla muy bien para darte cuenta del ligero tono canela que en verdad tenía, pero mucho más claro que el color habitual que caracteriza a los latinos. Ojos verdes brillantes, herencia de su padre y cabello rubio, increíblemente natural, largo y liso, herencia de su madre quien era norteamericana.
Don Felipe se tomó la molestia de reunir a todo el personal de la casa para hacer las presentaciones formales. Fue entonces donde pude percibir mejor las facciones de su rostro y sobre todo de su cuerpo que, he de admitir, llamaba mucho la atención pese a la ropa suelta que usaba por el invierno. "Típica pituquita que hace footing todos los días" fue lo que pensé.
—Escúchenme bien todos —comenzó a decir el dueño de casa— ella es mi ahijada Reina, como bien saben, la estaremos acogiendo en esta vivienda, ha pasado por una grave tragedia que las autoridades están investigando. Mientras tanto, quiero que ustedes señoritas —refiriéndose a las empleadas y cocineras— la atiendan muy bien, que toda comida sea saludable para ella y que su habitación siempre esté limpia. Estarás en el segundo piso, a dos puertas de la alcoba principal, luego te guiarán hasta allá.
—Gracias padrino —respondió ella tímidamente— espero contar con todos.
—Y en cuanto a ustedes —refiriéndose a nosotros, los pocos guardias, el mayordomo jefe y yo— igual, mucha atención para lo que necesite. Si ella quiere salir en algún momento, siempre con resguardo. No sabemos si quienes atacaron a su familia están en este país. Durante el día, cada tanto vigilarla. Durante las noches la guardia seguirá siendo la misma. ¿Entendido?
—¡Sí señor! —dijimos al unísono.
—George —retomó el jefe, refiriéndose al mayordomo superior— necesitaré que Nilton sea escolta y asistente personal de Reina, por lo que lo liberaré de tus órdenes por un tiempo. Nilton —comenzó a decirme— Cuando ella decida salir quiero que seas el guardia visible y le hagas compañía. Igualmente, si alguna vez necesita algo de fuera, tú te encargarás de conseguirlo. Será una prueba para lo que aspiras conseguir en esta casa. ¿Te sientes capacitado para ello muchacho?
—Por supuesto señor, no le defraudaré —respondí con total seguridad.
—Muy bien, cada quien a sus funciones y gracias otra vez.
Concluida la reunión, una de las empleadas llevó a la señorita Reina a su habitación, la cual quedaba arriba de la mía que estaba en el primer piso, cerca de la cocina. Los días siguientes transcurrieron con mucha normalidad, la presencia de la joven solo había hecho que estuviéramos más activos que antes, ya que ahora teníamos a una dueña de casa (por así decirlo) dentro para mantenernos ocupados de alguna manera.
Pese a lo recatada que se le veía, en realidad era lo que se conoce como "pata de perro", muy poco le gustaba estar en casa. más de cinco horas y buscaba algún pretexto para salir a algún mall cercano o a un simple paseo en auto por la playa. En dichos recorridos caprichosos, tenía obviamente que acompañarla. Pese al tiempo que compartimos, solo hablábamos lo necesario, supuse que me veía como un empleado más y que no tendría interés alguno en un chico como yo, pese a tener edades similares.
Al final del día, siempre terminaba súper agotado, no entendía de dónde sacaba tanta energía esa mujer. Las pocas veces que cruzamos palabra, me molestaba en recordarle que velamos por su seguridad y que nuestros paseos debían ser más cortos para evitar incidentes. Al principio me echaba la bronca por ello, pero poco a poco lograba convencerla y prefería quedarse en casa.
Tras dos meses desde su llegada, su actitud cambió a una más bien ansiosa. Supuse que mucho tiempo en casa, viendo lo mismo una y otra vez los mismos canales de cable, sin mucho por hacer pese a la cantidad de dinero que manejaba la tenía inquieta. Las compras y los paseos ya no eran suficiente. Imagino que una vida en un país como el mío, por mucha plata que se tenga, a la larga termina resultando como una rutina interminable. Me preguntaba si había o estaba estudiando algo en su país natal antes de la tragedia, pero no me correspondía ser su amigo. Por lo que me limité a mis labores y nada más.
Todo fue así hasta esa fatídica noche, luego de otros meses, cuando todo comenzó, había sido un día como muchos antes, paseos, algunas compras en el mall, a lo mucho el cine por una película que la señorita quería ver, todo muy tranquilo. Sin embargo, un golpe en el techo me despertó a eso de las dos de la mañana. Algo había golpeado el suelo de la habitación de la joven Ayram, por lo que, preocupado, fui a investigar tomando todas las precauciones. Llevé conmigo para ello una escoba que fue lo primero que encontré.
Subí las escaleras muy despacio, me puse en el escenario de que, si eran ladrones o secuestradores, debía hacer que se confíen primero. Una vez confirmado lo ocurrido, haría tanto ruido como para despertar a los vecinos. Caminé de puntas por el largo pasillo que llevaba a su habitación, esperando no llamar la atención de nadie. Cuando llegué a la puerta, esperé un rato a ver si se oía algún otro ruido que delatara la presencia de alguna otra persona. No fue así. Aún movido por la curiosidad, pegué mi oído a la superficie de madera. Cerré mis ojos para concentrarme mejor y así captar el más mínimo ruido que requiriera mi intervención. Lo que alcancé a escuchar... no sabía si tenerme preocupado o algo más.
Era evidentemente la señorita Reina, pero se escuchaban como gemidos, no sabía si de placer o de dolor, o ambos. En principio unos suaves que se fueron intensificando. En un momento, sentí claramente como si estuviera tapándose la boca para contenerse. En ese segundo supuse tres cosas: La primera, hay un ladrón o secuestrador y se está aprovechando de ella. La segunda, esta pendeja ha metido un hombre a la casa y se la está cogiendo como si no hubiera mañana o la última, se está tocando. Solo los dos primeros escenarios podrían justificar el ruido terrible que alcancé a percibir desde mi habitación, por lo que debía saber lo que pasaba. Tomé la llave maestra que tenía para casos de emergencia y, muy despacio, abrí la puerta sin hacer ruido.
Lo que vi nada más asomar la cabeza, fue una escena que solo podría verse en un VHS porno. La "tímida" señorita, completamente desnuda y sudada, con una tenue luz encendida de su lámpara de noche que daba al ambiente un aura más erótica. Brincando sobre una silla al lado de su cama, una mano masajeaba esos senos naturales de pezones rosados, que rebotaban de una manera hipnotizante, con la otra se tapaba la boca, a la vez que se chupaba los dedos y se los llevaba cada tanto a su sexo para estimularse. Sobre dicha silla y entre sus piernas, había un dildo transparente que ella disfrutaba sin contemplaciones con los ojos cerrados.
No sé si fue el movimiento de sus tetas o los gestos que hacía, pero no me moví y solo quedé idiotizado disfrutando el espectáculo. Sería cliché pensar que me empecé a masturbar ahí mismo, pero no, el pudor fue más fuerte y solo pensé en grabar cada maldito segundo de tan exquisita escena en mi mente para mis futuras complacencias en soledad. Con mi ex Anhelí, nunca habíamos llegado al sexo como tal. Como se dice coloquialmente, puras manualidades. De haber durado un año más tal vez habríamos llegado a eso y admito que eso me tenía algo frustrado, pero al menos ahora tendría una imagen más clara de lo qué esperar en una mujer. Divagaba en esos pensamientos cuando de pronto Reina se había dado cuenta de mi presencia. Se detuvo de repente y sus ojos se abrieron tanto que parecía que se iban a salir de sus cuencas. Ahí me avergoncé a más no poder y con gestos le pedí perdón y traté de cerrar la puerta sin hacer ruido, rogando en mi mente que la señorita no gritara tras tal atrevimiento. Sin embargo, eso no fue así, por el contrario, en un rápido y discreto movimiento, me detuvo y me jaló hacía adentro.
—No digas ni una puta palabra o te juro que gritaré —me dijo ella susurrando mientras me tapaba la boca con la misma mano con la que se tocaba, el aroma me excitó aún más de lo que ya estaba— Te llamas Nilton ¿no?
—Sí señorita... disculpe... yo.,. —respondí nervioso a la primera que me soltó.
—Hablarás cuando yo lo diga conchetumadre —repitió tapándome la boca nuevamente— Solo responde una pregunta más ¿Tienes novia, esposa, sueles irte de putas, eres mujeriego o algo así?
—No señorita... —respondí aun temblando— soy soltero, solo he tenido una novia en toda mi vida e irme de putas... lo he pensado, pero no me he atrevido.
—Bien, me sirve, más te vale que no me estés mintiendo. Quédate callado y cierra los ojos, hijo de puta.
Así lo hice, lo que ocurrió después sonaría a la típica escena de fantasía sexual de adolescente donde una mujer hace de todo de a gratis mientras uno solo disfruta. En mi caso, fue algo surrealista. Para ese instante llevaba yo un pantalón pijama, no tuve mucho tiempo para alistarme antes de subir a la habitación. Por lo excitante de la escena, estaba más duro que el hielo de la Antártida. A ella no le resultó difícil bajar tanto mi pantalón, como mis calzoncillos. "Para ser de rasgos asiáticos, no está mal" dijo jocosamente.
La sensación en mi miembro era tal cual recordaba a las "manualidades" que mi ex hacía. A diferencia de ella, sin embargo, esta era más bien algo torpe y sin cariño, medio me lastimaba y con pocos quejidos buscaba hacerle entender que lejos de darme placer, me estaba lastimando. Por suerte, entendió lo que quise decir y le bajó el ritmo. Fue en ese instante en que sentí sus labios húmedos en la punta, primero con pequeños besos de piquito, que se fueron convirtiendo en lamidas sin rumbo fijo, pasando por mis testículos que parecían querer reventar, para luego pasar a besos más apasionados con lengua incluida.
Finalmente, esos besos y lamidas se convirtieron en la chupada que tanto estaba deseando sentir. En esto también era algo torpe, sentía cada tanto el roce de sus dientes, el cual pedía con suaves quejidos que tuviera cuidado. Iba aprendiendo poco a poco mis preferencias y cuando menos lo pensé, la mamada era algo que comencé a disfrutar. Sentía que me estremecía, cada intento por abrir mis ojos era inmediatamente aplacado por la mirada de la señorita que me daba a entender que, si lo hacía, lo iba a dejar a medias.
—Señorita Reina yo... —intentaba decirle entre suspiros que ya me iba a venir.
—Hazlo —me dijo— me lo tomaré todo así que no te contengas.
Por primera vez esa noche experimenté lo que se conoce como una garganta profunda, la succión que me daba se hacía cada vez más placentera a medida que pasaban los segundos. No sabría calificar mi aguante, no estoy seguro de cuánto tiempo pasó realmente, mientras ella se engolosinaba con mi pene yo solo tenía presente el consejo que un buen amigo me dio hace mucho tiempo para este tipo de situaciones. "Para durar más, piensa en cosas que no te exciten". Sin embargo, el simple hecho que tuviera su permiso para venirme en su boca hizo que ese consejo desapareciera y la tomará de la cabeza para empezar a cogerme su boca.
El ruido que ella empezó a hacer, al principio parecía de dolor, pero poco a poco me dejó seguir y no opuso más resistencia. Cuatro, siete, diez movimientos después dejé salir casi toda mi alma contenida en esa deliciosa boca suya. Pese a lo excitante de todo ello, cumplí con no abrir los ojos. Por lo que alcanzaba a oír, ella casi se atoró con mi venida, pero claramente pude escuchar como se la tragó de un solo tirón, para luego volver a chupármela con el fin de limpiar todo rastro de semen que haya quedado.
—Señorita Reina —le dije aun suspirando y alucinando por lo ocurrido— eso fue... wow...
—Date la vuelta y ponte los pantalones —me dijo con un tono más bien frío.
Obedecí y me puse rápidamente mis interiores y el pantalón. Di la vuelta de reojo y pude ver que guardaba el dildo que había usado momentos antes en una gaveta secreta y que se ponía una bata de estar. Pude ver apenas un poco de ese exquisito trasero suyo mientras se agachaba.
—Necesitaba esto mierda... —escuche que suspiraba mientras se vestía—Ya puedes voltear.
Obedecí disimulando mi giro anterior, incluso con esa bata se le veía increíblemente sexy.
—Ven mañana a esta misma hora —reanudó ella— bañado y trae unos putos condones, ¿Entendido?
—Si señorita —le dije apenado y muy sorprendido.
—Bien, mañana no haremos nada todo el día así que estarás descansado para entonces. Ahora lárgate.
No dije más nada, hice una reverencia y me fui sin hacer el menor de los ruidos. Aún no podía creer lo que había pasado y juro que pensé que se trataba de otro sueño húmedo, como muchos otros antes. Aunque era el primero con ella. Al día siguiente, me sentí renovado, aun creyendo que todo fue producto de mi mente. Sin embargo, el golpe de realidad llegaría en la tarde, cuando me crucé con ella y me hizo un gesto con su mano y su boca, simulando con discreción lo que me había hecho en la noche. Fue entonces donde espabilé en todo lo ocurrido y salí rápidamente a la farmacia más cercana en busca de los preservativos que me había pedido. Tuve suerte, quien atendía el lugar era un hombre y no pasé por la pena de pedírselo a una señora o jovencita.
Toda esa tarde estuve desconcentrado y creo que mi jefe directo lo notó, ya que, sin nada que hacer con la señorita, volví a su cargo ese día y a eso de las siete de la noche me liberó de mis responsabilidades y sugirió que mejor descansara. Por supuesto que necesitaba dormir, pero para la faena que Reina Ayram tendría preparada para mi esa noche. Juro que intenté de todo para dormir, pero las ansias eran tremendas. Veía con temor las pocas horas que iba a dormir en mi despertador, esperaba rendir y durar lo suficiente si es que todo pasaba como mi lujuriosa mente lo imaginaba. Pensaba bañarme en la propia madrugada, pero terminé tomando una ducha caliente para relajarme. A eso de las once y media de la noche, tras muchas vueltas y fantasías, pude pegar los ojos unas horas.
A las dos de la mañana del día siguiente, mis reflejos de gato - o quizás solo la ansiedad - hizo que me levantara antes que la alarma y que pudiera apagarla justo segundos antes de que sonara. Su ruido en realidad era más bien discreto, pero al abrir los ojos y sentir el silencio sepulcral de la gran casa sentí que quizás era mejor evitar que suene. Me levanté con algo de pesadez, hice unos estiramientos previos para despertar del todo, me mojé la cara, tomé los preservativos en tiras que había conseguido y empecé una silenciosa travesía a la segunda planta.
Casi de puntillas, subí escalón por escalón. Además de la joven, en el segundo piso también se encontraba la habitación de mi jefe, así como la que solía ser de su hijo. En suma, había otras dos que se usaban para invitados y en una de ellas estaba ella esperándome. Una vez en la planta superior, seguí mi paso de tortuga y me preguntaba si debía usar la llave maestra una vez más o simplemente tocar. Sin embargo, al llegar, noté que la puerta estaba semiabierta. Asomé la cabeza y veía que la señorita Reina se encontraba con la misma bata sexy del día anterior, pero leía un libro bajo la misma luz tenue. Sus instintos estaban muy activos, ya que se percató de mi presencia apenas entre.
—Ya era hora —dijo haciendo el libro a un lado y parándose de la cama para recibirme— pasa, rápido —me hizo entrar con gestos, me hablaba en susurro a partir de este punto.
Yo por mi parte ingresé, estaba nervioso y no estaba seguro de cómo proceder. Con gestos, fui guiado a la cama y me senté. Ella se sentó a mi lado. La bata no era grande, era más bien pequeña y la cubría como si llevara una mini falda. Se sentó a mi lado, haciendo que su vestimenta se pliegue y dejara ver parte de esos senos que anhelaba apretar. No sé si ella lo notaba, pero estaba temblando y sufría mentalmente por verme controlado y tranquilo.
—Los trajiste, ¿no?
—Eh... si... —respondí, sacándolos de mi bolsillo.
—Marca barata, luego te diré cuál debes conseguir, pero por ahora me sirve. —respondió separando uno del resto. — Ahora, antes de que te hagas ilusiones, pondremos unas reglas y aclararemos unas cosas. ¿Te parece?
—Sí señorita —no era fácil ocultar mi ansiedad.
—Antes que te alucines el súper cachero, ten presente que yo te lo estoy permitiendo y si lo hago, es porque eres el único joven disponible en esta casa llena de viejos cuarentones que, estoy segura, o están casados o suelen irse de putas. En pocas palabras, eres el pajero más sano que hay aquí ¿Entendido?
—Si... —respondí algo dudoso, no lo había visto de esa forma, pero era verdad que era el único joven del lugar.
—Segundo, lo que haremos aquí será tener sexo, no haremos el amor. Por lo cual, no hablaremos ni mierda. En el sexo no se habla. No somos amantes, no me gustas, solo necesito esto y te sacaste la lotería dos noches seguidas. Si nos lastimamos de alguna manera durante el acto, un gesto basta. ¿Está claro?
—Si, lo tengo claro señorita Reina - seguí en mi rol de subordinado, hasta comenzaba a gustarme.
—Y lo más importante, dispondré de ti cada que se me pegue la gana, por ejemplo, si quiero chupártela en algún momento equis, tú ya debes estar con los pantalones abajo. Yo seré quién te diga cuándo y cómo. Durante el día, seguiremos como si nada, el gesto que te hice hoy solo fue para que reacciones y te prepararas, pero no habrá más. Lo único que debes hacer es ser un perro fiel y mantenerte sano, eso implica que no te meterás con ninguna otra mujer mientras yo esté en esta casa. Ni bien sepa que te metiste con otra, te agarraré asco y esto se acabó. ¿Claros o no?
—De acuerdo —esto ya lo dije un poco desanimado, no pretendía creerme nada por hacerlo con ella, ni tenía otra mujer en mente por lo pronto (salvo mi ex por momentos) pero suponía que al menos gustaba de mí, aunque sea un poco, esperaba una típica historia donde la rica se enamora del pobre y el amor se forjaba entre sábanas, pero, por cómo dijo todo ello, iba en serio.
—Bien, ahora que estamos claros, creo que podemos comenzar. —comenzó deslizando la bata de sus hombros, dejando ver de a pocos esos senos de pezones rosas, me empujó a la cama y se puso sobre mí.
Yo estaba embobado, ella sobre mí tomó mis muñecas, impidiéndome tocarla. Comenzó besándome el cuello, haciendo que me estremezca, sus labios eran húmedos, con sus besos buscaba encontrar mis puntos más débiles. Empecé a suspirar, de mi cuello pasó a mis oídos, delineando con su lengua. Quedamos mirándonos a mis ojos, no era un experto, pero creo que ella se comenzaba a excitar tanto o más que yo, estaba agitada y cuando menos lo pensé sus labios se posaron sobre los míos.
Era nuestro primer beso.
Había dicho desde el inicio que yo no era de su gusto, pero su forma de entrelazar nuestras bocas me daba a entender lo contrario. Era apasionado, lo reconozco. Me elevé al cielo desde el primer toque. Primero los labios, luego nuestras lenguas. Para este momento había soltado mis muñecas y tomó mi rostro desde las mejillas. Mientras nos besábamos, tuve su permiso indirecto para abrazarla y por fin tenerla en mis brazos. Nuestros cuerpos se pegaron por primera vez, la excitación me tenía en mi tope máximo y ella al notarlo empezó a moverse, esperando sentirme.
—Ansioso de miércoles —dijo en un tono seductor.
Se incorporó apoyándose en mí, deshizo el nudo de la bata y las puertas del cielo se abrieron ante mis ojos, dejándome ver las maravillas del paraíso. Juro que el paisaje que vi era hermoso, en las alturas dos montes de igual tamaño que anhelaba explorar lo más pronto posible, sobre los mismos un cielo color esmeralda que brillaba tanto como el sol mismo, pero que sabía que era por la propia lujuria. Más abajo, las curvaturas de un páramo llano y claro, nacarado, sin fallas visibles pero que en mí ya generaban más de un terremoto. Y para finalizar un pequeño bosque simétrico, en cuyo centro sabía que encontraría una laguna con el agua más dulce que mi boca probaría en mucho tiempo y con la cual podría aliviar esta sed natural de pasión en mi vida.
La muy descarada, una vez fuera la bata, empezó a mover sus caderas generando una estimulación ahí abajo para ambos. La tela del pijama era muy delgada y para acelerar las cosas, no llevaba interiores, por lo que sentí claramente los pliegues de su sexo haciendo contacto con el mío. Una ligera humedad comenzaba a sentirse, ella lo disfrutaba, el lado latino de su fisonomía se hacía presente con ese movimiento que solo había visto en bailes como la bachata, el bolero o incluso la salsa sensual. Me tenía como a su juguete del día anterior. Ya no podía más conmigo, esa mujer me tenía loco y por primera vez tomé algo de iniciativa.
Comencé tocando sus piernas hasta llegar a sus caderas, las masajeaba lentamente mientras me deleitaba con la suavidad de su piel. Notaba una ligera humedad que deduje, era por las cremas que las chicas suelen ponerse tras el baño. Destaco el delicioso aroma que tenía. No me dejó seguir por mucho tiempo, con un gesto me pidió que me incorpore y al hacerlo, me quitó la remera que tenía puesta, dejando mi pecho al descubierto. Ella se quedó viéndome y repasó mis pectorales con sus dedos. Yo era delgado, no era de hacer ejercicios por lo que podemos decir que era demasiado promedio. Ni músculos, ni mofletudo. Nos vimos a los ojos una vez más, ella guió mis manos a sus caderas y posteriormente a sus nalgas, ahí pude apretarlas a placer y no quise sacar mis manos de ahí nunca más. Nos volvimos a besar apasionadamente e hizo que me echara otra vez para recorrer de nuevo mi cuello, mi pecho y seguir bajando.
Tomó ella entonces los bordes del pantalón pijama y me hizo la seña para que moviera mis caderas para quitármelo. Retomó su posición y apegó su rostro a mi miembro, rozaba sus mejillas con el tronco y me pareció escuchar en susurros que dijo algo como: "¿Me extrañaste bebé?" o algo así. A diferencia de la noche anterior, empezó con estimulaciones manuales precisas. Como quien aprende a manejar bicicleta, ya tenía claros los movimientos que me gustaban y comenzó de menos a más. Ella solo miraba lo que hacía y cada tanto cruzaba miradas conmigo para ver mi reacción. Me gustó verla sonreír mientras veía la punta asomarse cada vez. Algo que no he mencionado, es que mientras hacía esto, uno de sus pechos rozaba mi cadera y había entrelazado sus piernas con las mías.
Fue entonces en que el momento de gloria de la noche anterior se repitió, se llevó todo a la boca directamente, sin besos, ni saludos, ni previos. Apoyado en su almohada solo veía la coronilla de su cabeza moverse de arriba a abajo. A diferencia del día anterior, todo fue maravilloso desde el primer segundo. Había aprendido lo que me gustaba y lo replicó a la perfección. Se tomó su tiempo para tomar aire mientras besaba todo desde la base a la punta, para volver a engullir con un ímpetu propio de alguien que ha salido del desierto y ha probado agua después de muchas horas. Sentía que me venía, pero creo que un movimiento de mi pequeño amigo hizo que ella reaccionara y se detuviera, para luego sacárselo de la boca lentamente.
—Será aburrido si todo termina aquí —alcanzó a decir mientras se incorporaba saliendo de la cama. Volvió a subirse, pero esta vez dándome la espalda y colocando su hermoso trasero a la altura de mi rostro— Te toca devolverme el favor, chico casto.
Era un 69, definitivamente lo era. Mi experiencia sexual se resumía en viejos VHS porno que mis amigos solían rotar en mis tiempos de colegio y pajas y manoseadas que nos dábamos con mi ex. Cuando tocaba su vagina en aquel entonces, recuerdo que todo lo que hiciera le parecía nuevo y excitante, tenía miedo de meterle mis dedos, alguna vez platicamos de entrar a algún hotel y experimentar algo más allá, pero nunca nos atrevimos. Todo por debajo de la ropa. Por lo que, en realidad, no estaba seguro de que hacer. Sabía que era una oportunidad de oro, por lo que comencé amasando esas carnosas y jugosas nalgas suyas, abriéndolas y cerrándolas a mi gusto. Hacía como si ambos orificios me guiñaran y me provocaran aún más de lo que ya estaba.
—Oye mañoso —dijo ella en un suspiro que no pudo disimular— lengua, ahí.
Pasó una de sus manos entre sus piernas y abrió los pliegues de sus labios vaginales, señalando con el dedo medio lo que deduje que era el clítoris. Yo estaba extasiado, alucinado totalmente con tal visión, embriagado por el olor que desprendía, era el jabón que uso para ducharse, lo sabía, pero había algo más que me atraía a más no poder. Sin mencionar que era de un color rosa pastel que jamás creí que llegaría a ver en mi vida. Hice caso a sus indicaciones y comencé a besar y lamer el punto que me había señalado, pasando cada tanto por todo aquello que lo rodeaba.
—Solo... céntrate ahí... no te... desvíes... —decía ella guiándome entre suspiros, se notaba que también buscaba sentirse bien, aunque no fuera con alguien de su agrado.
El sabor era tal cual lo describió un amigo mujeriego que tenía en el colegio, a nada en especial, pero por alguna razón, no era posible dejar de lamer, era adictivo y aunque mi lengua ya estaba tensa, seguí cuanto pude. Eso, sumado a los gemidos que ella trataba de disimular, solo hacía que me sintiera aún más motivado. Poco después que encontré el punto que ella más disfrutaba, fue que reanudó la chupada que me estaba dando, aunque con algo de torpeza ya que no estaba concentrada a diferencia de minutos antes.
—Ah... para... para... —dijo deteniéndose y poniéndose de pie, estaba agitada.
Su respiración era desigual y se tocó el pecho como recuperando el aliento. No entendía del todo lo que pasaba. Tomó nuevamente el preservativo que separó y lo abrió con la boca. Por lo poco que sabía, ponerse uno de esos consistía en colocarlo suavemente sobre la punta e ir desenrollando hasta la base con la mano. Sin embargo, ella tenía otro método. Ni bien lo sacó, lo abrió con ambas manos, con sus dedos medio e índice, estirando la abertura y cubriendo totalmente la punta con un solo movimiento. Luego, se lo metió a la boca y en una sola chupada desenrolló el resto. Era la primera vez que lo usaba, apretaba un poco, pero sentía la humedad de su boca como si no lo tuviera puesto. Se dio el gusto de chupármela un momento más como asegurándose que había hecho un buen trabajo.
Se echó a mi lado entonces y me hizo una seña para que me ponga sobre ella. No hace falta decir que le tenía ganas a morir, había llegado el momento de perder la castidad. Ella quería que lo hiciera yo mismo. Se abrió de piernas y con sus dedos me daba la bienvenida a su interior. Seguí sus silenciosas instrucciones, quería volver a lamerla ahí, pero sabía que no me iba a dejar. Me acerqué, empecé a rozar nuestros sexos, le gustaba, pero se le veía ansiosa. Traté de metérsela, lo más despacio posible, sin embargo, no entraba, se hacía a un lado. Yo estaba durísimo, pero de algún modo todo era resbaloso y se desviaba. Ella se incorporó y guió mi falo hasta las puertas de su cuerpo. No lo negaré, disfruté cada milisegundo de ese momento.
Quedé completamente lelo. Me preguntaba cómo rayos ese juguete del día anterior había entrado con tal facilidad a esta entrada que me resultaba sorprendentemente apretada. El juguete en cuestión era por lo menos tres veces más grueso y largo que yo. Luego entendí que esa maravilla de la naturaleza se adapta, tiene facilidad de expansión y que por ello puede un bebé salir de ahí en su debido momento. Di gracias al cielo evidentemente, por una primera vez poco convencional, pero placentera. Cuando entró toda, cerré mis ojos para volver al consejo y no venirme de inmediato. La sensación era divina pese a la bolsa de marciano que llevaba puesta. Húmeda, estrecha, su boca no se comparaba a esto, era muchísimo mejor. Escuché la voz de mis instintos por primera vez y me repetía una sola palabra: "Muévete, muévete..."
Y así lo hice, lento primero para acostumbrarme y fui aumentando la velocidad. Pese a los pocos intercambios de palabras que tuvimos en lo que iba del acto, desde este punto no dijimos nada. Lo único que se alcanzaba a oír eran mis suspiros agitados a medida que la penetraba cada vez con más fuerza y sus gemidos que intentaba ahogar con una de sus manos. Era lo que se conoce como un misionero. Entre mis movimientos, llegaban instantes en que se salía solo, pero ya conocía el camino y se la volvía a meter como todo un experto.
Aproveché la posición para finalmente comerme sus senos, apretarlos, chuparlos, masajearlos. Eran del tamaño perfecto, ni muy grandes, ni muy pequeños, apenas superaban el volumen de mis manos, tenía ella unos hermosos pezones rosas que suplicaban entrar a mi boca desde el momento en que la bata cayó. La aureola que los rodeaba eran del mismo color y parecían degradarse con el blanquecino tono de su piel en sus bordes. Era como comer algodón de azúcar, solo que sin ningún sabor dulce en particular. Me hice igualmente adicto a ellos.
Luego de un rato cambiamos de posición, ella se puso en cuatro, dejando a mi vista nuevamente el conjunto precioso de sus nalgas, su vagina y su culito expuesto, no me resistí y decidí hacerle un oral adicional antes de penetrarla nuevamente.
Lo que tenía claro es que en esta posición lo usual es moverse como un perro salvaje en celo. Sin embargo, ella volvió a sorprenderme. Me pidió indirectamente que no me moviera y comenzó ella nuevamente con esos movimientos de cadera con los que me provocó al inicio. La dejé seguir tanto como pude resistir. No pude más y me apoyé sobre su espalda, quedando echado sobre ella interrumpiendo su deleite, solo con el fin de llegar a su boca y besarla, con el temor de torcerle el cuello en esa posición. Ella entendió mis intenciones y nos volvimos a besar. Concedido mi capricho, dejé ser a mi lado salvaje y comencé a darle. La tenía atrapada de las caderas, a mi merced, sometida, a una chica rica que apenas minutos antes me decía que disponía de mí, más que yo de ella. El morbo que esa situación me hacía sentir era inexplicablemente excitante. Le abría las nalgas a placer, quería entrar más en ella pese a lo limitado de mis proporciones. Para Reina parecía ser suficiente o es que fingía demasiado bien. No estaba seguro en ese momento. Pero seguimos hasta el punto que nuestros cuerpos comenzaron a brillar por el rocío de nuestros sudores.
Y llegó entonces el último cambio de posición. Con un piquito de intermedio. Nuevamente yo echado y ella sobre mí, como vaquera sobre caballo. Mirándome a los ojos. Sometiéndome. Recordándome así que ella estaba por encima de mí, ella era la reina, mientras que yo, un mero plebeyo. Ella misma se acomodó y comenzó a moverse de forma circular. De haber sido otras las circunstancias, estoy seguro que habría saltado sobre mí y los aplausos hubieran comenzado en la habitación. Pero entendí su propósito, ya habíamos hecho algo de ruido con la posición anterior y no quería llegar al punto de despertar a toda la mansión. El movimiento era tal cual el nombre de la posición, movimientos circulares pero fuertes. Con ligeras elevaciones. Luego se percató que echándose sobre mí tendría mayor libertad para sentir la penetración y así lo hizo. Lo que nos dió chance a besarnos nuevamente, mientras ella se movía ya sin ningún tipo de reparo y sin hacer el menor ruido salvo por la propia cama. Sus gemidos se ahogaban en mi boca, quería darle a entender que ya estaba a punto de venirme y su expresión me dijo que eso era precisamente lo que quería. Siguió dándole y dándole. No podía más, era lo más rico que había sentido en mi vida. Ni las pajas propias ni las de mi ex. Nada podía compararse a eso. Los movimientos de una licuadora preparando el desayuno matutino al que solo faltaba añadirle algo de leche. Reina Ayram sabía perfectamente lo que hacía y cuando sintió el pálpito de mi miembro, se incorporó rápidamente para dar esos saltos que se había contenido de hacer para recibirlo todo en su interior.
Entonces se detuvo, hizo unos cuantos movimientos más como asegurándose de que no quede ni una sola gota en mí. Se incorporó y se echó a mi costado, estábamos agotados. El ejercicio que no hicimos en toda una vida se resumió en una noche. Quizás solo fue el calor del momento, pero ella optó por abrazarme en lo que recuperaba el aliento y entrelazar su pierna con las mías.
—Esto... —intenté hablarle, tenía muchas cosas que preguntar.
—En el sexo no se habla, creo que te dije —me interrumpió secamente, aún sobre mi pecho.
—Creo que ya acabamos de hacerlo... —dije con una confianza que no sabía de dónde había salido.
—Qué insolente eres, pero tienes razón. ¿Te dejarás el condón todo chorreado puesto?
—Ah... no... solo...
—Quítatelo y amárralo, cuando te vayas échalo en el váter.
Le hice caso, me lo quité y lo amarré, lo hice a un lado por lo pronto. Aún quería estar a su lado un momento más. Seguía alucinado por todo lo que había pasado.
—Entiendo que no habrá segunda ronda...
—Al fin dices algo inteligente —respondió con sarcasmo, pero aún desganada por el cansancio— descansa un rato y vete. Seguiremos según lo acordado. Mucho nos hemos arriesgado ya solo hoy.
—Lo entiendo, pero... quería preguntarle dos cosas señorita, si me lo permite.
—Estoy de buenas chico confianzudo. Adelante.
—Pues... aun no entiendo qué pasó ayer... cuando subí, fue por un ruido, mi habitación está debajo de la suya y no pude evitar percatarme.
—Ah... por eso subiste... qué roche de verdad.
—¿Qué ocurrió?
—Pues aquí Doña huevona hizo un mal movimiento mientras se metía el juguete y terminé resbalando y cayendo con todo y silla. Creí que toda la casa había escuchado y me eché a dormir. Dejé pasar un rato y como nadie venía, aun adolorida decidí seguir.
—Vaya, no imaginaba que fuera algo así.
—Luego apareciste tú, justo a tiempo para quitarme parte de las ganas que tenía ayer.
—Eso era lo otro que quería preguntarle, ayer después de... eso...
—Dilo nomás que ahora hemos hecho más que eso. Después de que te la chupé.
—Bueno, luego de la chupada, escuché que dijo que necesitaba esto. ¿A qué se refería? Me dio la impresión que no solo se trataba del sexo, si no, lo habríamos hecho ayer.
—Eres un chismoso, debería echarte a patadas de aquí.
—Lo siento.
—Pero ya que te portaste bien, te lo diré, pero prométeme por lo más sagrado que tengas que tu actitud en esta casa no va a cambiar y que nuestro acuerdo seguirá. ¿Entendido?
—Por todo lo sagrado de esta tierra señorita Ayram.
—De acuerdo —dicho esto se separó de mi lado para empezar a ponerse la bata, con señas me dio a entender que también debía vestirme, nuestro tiempo de "calidad" se terminaba. — Ven siéntate —me dijo dando palmadas a su costado, en la propia cama. Le hice caso tras ponerme la remera y el pantalón.
—Dígame —le dije al sentarme. Estaba preocupado, su expresión había cambiado.
—¿Qué tanto aprecias al viejo Felipe?
—¿" Viejo"? —respondí sorprendido y algo molesto— No debería expresarse así de su padrino. Le está dando cobijo en esta casa tras lo ocurrido. Lo cual, por cierto, creo que nunca le di el pésame por ello.
—A estas alturas da igual, te haré una pregunta ¿Crees que estoy aquí por pura bondad del viejo Michaelson? ¿Que tras lo ocurrido solo quiso ser buen amigo con Oliver y cuidar a la hija que quedó en la orfandad, pese a que ella misma ya es mayor de edad?
—De lo que conozco a Don Felipe, creo que es así. Que usa su propia casa para cuidarle de los criminales que asaltaron la suya. Se lo bien que se llevaba con Don Oliver, he venido muchas veces a esta casa y desde que tengo memoria siempre han sido buenos amigos. Por ello el compadrazgo.
—Ya veo que te tiene atado por el cuello, como buen perro fiel. Pues, ¿Qué pensarías si te digo que ese viejo y yo venimos cogiendo desde el primer día que pisé esta casa?
Aquí no supe qué responder, la sola pregunta se me hacía totalmente impensable. Más allá de la diferencia de edad, estábamos hablando de la hija de su mejor amigo. Se me hizo algo repulsivo solo pensarlo y no veía a Don Felipe capaz de una atrocidad como aprovecharse de una tragedia así para un placer carnal.
—Es... imposible... —dije sin salir del asombro.
—Es la verdad muchacho —respondió con una sonrisa— ¿Te doy asco ahora?
—Ya lo hicimos, ¿No? Y lo disfruté... No puedo evitar verle como la primera mujer con la que compartí esta experiencia y asco jamás.
—Menudo honor. Pero tranquilo, el viejo verde es un precoz de mierda que ni cosquillas me hace. No pasa de los cinco minutos una vez me tiene consigo y siempre se pone condón ya que no quiere más hijos a su vejez. Tú al menos hiciste un tiempo decente, mira. —Cuando dijo esto vi el reloj que señalaba, era cierto, había pasado aproximadamente media hora desde que ingresé a la habitación— Cuando llegué a esta casa acordamos algunas cosas, la principal es que yo podía disponer de su dinero para mis caprichos siempre y cuando no me exceda de cierta cantidad mensual, además de que no estudie, ni trabaje, ni busque novios y tengamos sexo cuando él quisiera. Denunciarlo no es una opción, porque tiene a los altos cargos compradísimos y ni hablar de los medios, siendo él la cara pública de la familia. Así que, soy prisionera en este lugar.
—Wow... de verdad... no sabía nada de esto. El señor Michaelson... él amaba a su esposa.
—Ya te digo, ese viejo me echó el ojo desde que cumplí la mayoría de edad. Que su esposa se haya muerto seguro fue un alivio para él. Y pues... —continuó mientras se estiraba— siendo tan aburrido y precoz como es, me deja siempre con ganas. Al menos me concedió el capricho del juguetito, reconoció su vergüenza.
Todo lo explicado tenía sentido, pero no por ello dejaba de ser decepcionante. Pese a lo dicho, ese hombre había sido un excelente jefe que le dio muchas oportunidades a mi papá, un sueldo apropiado con el que toda la vida vivimos bien y muchas alegrías a nuestras vidas. Fue en ese momento donde comencé a sentirme algo culpable, ya que no solo estaba haciendo desacato a la única orden que me dio, sino que había ido más allá al cogerme a su concubina. Caí en la desesperación y Reina lo notó, causándole algo de gracia.
—Tranquilo —comenzó a decir ella dándome palmaditas en la espalda— por eso te decía que si quieres continuar con esto solo debes hacerme caso en todo lo que te diga. El lugar y la hora, siempre lo definiré yo, pero desde ya te confirmo que esta es la primera y única vez que nos reuniremos en esta habitación a estas horas. No pude hacer mucho de lo que quería a gusto.
—¿Eh? ¿Usted... quería hacer más?
—¿Acaso tu no? —esto lo dijo en un tono más bien coqueto, como insinuando que se quitaría la bata de nuevo, la culpa se fue de repente con ese gesto.
—Si... si quiero... —ese era mi pene hablando a través de mi boca.
—Eso creí. Si no hay más que decir, es mejor que te vayas. No te olvides del condón, me quedaré con los demás para futuras ocasiones. Mañana actúa normal, si encuentro alguna otra oportunidad para repetir esto te avisaré.
—Como ordene señorita Reina —me encaminé a la puerta, retomando mi papel de mayordomo aprendiz a su servicio— Que tenga buenas noches y gracias.
—Solo una cosa más antes de que te vayas, Nilton.
—Dígame.
Ella se acercó nuevamente con aire seductor, me tomó del cuello de la remera y acercó mi rostro al suyo, creí que quería besarme, estábamos lo suficientemente cerca para ello, pero solo miró mis ojos y mis labios. Al hablar, usó un tono que hizo que me volviera a erectar.
—Cuando estemos entre sábanas y me tengas frente a ti, así, completamente calatita, me tratarás con respeto, pero me tratarás de tú. ¿Me entiendes?
—Si... así será... Reina. —me tenía loco la hija de puta.
—Buen chico. Así me gusta.
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