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Capítulo 8

De vuelta a clases



De pronto, sin buscarlo, así de la nada, llegaba a mis pensamientos el sonido de la amigable voz de Alejandro, que a mis oídos tenia un tono aterciopelado y dulce. No obstante, jamás me hubiese atrevido a decirle mi sentir a nadie, había aprendido a guardarme mis emociones, a disimular, a darle a los demás mi mejor cara de desinteresado y hasta pedante, pues estaba convencido de que así me iría mejor, de otra manera cualquiera podría aprovecharse y usar mis sentimientos y emociones en mi contra.

Recordar que mi ingenua confesión sobre mis sentimientos a papá años atrás me llevó directo a la oficina de un psiquiatra y me vi sometido a agotadoras secciones de terapia y medicamentos que no me ayudaron, aceleraba los latidos de mi corazón, y aun después del paso del tiempo sentía pavor al pensar en aquellos días y sobre lo que siguió.

La amarga época en la que vivía en tensión, fingiendo un cambio que nunca existió. Los meses en que representé un papel que no me correspondía.

La fría nariz de Dragón sobre el dorso de una de mis manos me trajo de vuelta. Suzume y yo nos encontrábamos en la sala, ella hojeaba algunas revistas, yo miraba sin ver la comedia que pasaban en el televisor, con el travieso cachorro de Golden Retreiver entre nosotros. El perro, regalo de un amigo de Ryu, paso a estar a mi cargo, pues él casi no paraba en la casa y se le hacía difícil encargarse del animal.

Lo cierto era que la tarea se había dividido entre Suzume y yo, aunque a mi hermana le gustaba decir que Dragón era mi responsabilidad.

―¿Por qué no puedes quedarte quieto, Dragón? ―Con la misma mano llena de babas acaricie su pelaje color marrón dorado por encima de su cabeza, el enorme cachorro mostró más entusiasmo si eso era posible, restregando su cuerpo sobre mi sin dejar de sacudir la peluda cola.

―Seguro quiere salir ―comentó Suzume sin intenciones de ser la que lo llevara a pasear. Ella se quejaba constantemente de lo fuerte que era el perro y lo cuán difícil era controlarlo una vez estaban en el exterior. El cachorro lleno de brío quería liderar el camino arrastrando a quien estuviese al otro extremo de la correa.

Me puse de pie con Dragón agitando la esponjosa cola mientras me miraba con sus pequeños ojitos.

―Vuelvo ahora. Déjame buscar la correa al cuarto y algo para echarme encima. ―Todavía no anochecía, pero ya afuera había refrescado. Papá había salido a buscar a Ryu que estaba en una práctica.

Subí corriendo la escalera y no me detuve hasta que estuve dentro del ático, con un solo vistazo localice la correa de Dragón tirada sobre el suelo en una de las esquinas del cuarto, la agarré y tomá una camisa cualquiera para ponerme encima de la camisilla que llevaba.

Después de colocarme la camiseta en vez de dar media vuelta y volver abajo caminé los pasos que me separaban de la ventana, sin motivo o razón quise acercarme y echar un vistazo afuera, en mi mente puse de pretexto querer saber, antes de salir de la casa, si no había nadie en los alrededores, aunque realmente si lo pensaba era un sin sentido.

La ventana no estaba cerrada, y por ella se colaba una agradable brisita.

Lo primero que noté fue la llegada de papá, vi su carro pasar, aunque desde mi posición no podía verlo entrar a la entrada donde estacionaba. Escuché cuando apago el motor y las puertas abrirse.

Casi al mismo tiempo mi mirada viajo hacia la entrada de la casa vecina, no logro recordar si me llamo la atención un movimiento o si simplemente fue algo involuntario y casual. Justo allí se encontraba Alejandro mirando entre los arbustos que separaban las casas hacia la mia, quizás curioso al escuchar la llegada de mi familia.

Solo pasaron unos segundos antes de que su atención estuviera sobre mi, su castaña mirada sobre la mia mientras mi corazón pegaba un salto hacia mi garganta.

El chico tenia un libro en la mano que casi fue a dar al piso cuando él retrocedió y fue a dar con uno de sus talones con el primer escalón de la pequeña escalera que llevaba al balcón de su casa, aunque se recompuso y logró mantener el equilibrio. Lo miré dar un rápido vistazo atrás y cuando volvió a centrar su atención sobre mi, mantuve una expresión neutra. No sonreí o hice algún gesto de reconocimiento, como un saludo.

En esos momentos un carro, el carro del vecino, fue a detenerse en la entrada vehicular de la casa, entonces decidí que era tiempo de ir a sacar a Dragón y cerré la ventana con algo de fuerza excesiva sobre el marco.

Mientras me apartaba una sonrisita distendio mis labios.


*****


Mientras caminaba, tratando de liderar al buenazo de Dragón, con la noche casi sobre mi y acariciado por una suave brisa que por momentos parecía tener la intención de arreciar, me sentía ridícula y absurdamente complacido.

Pronto casi trotaba al lado del perro en tanto una sensación de alegría me recorría el cuerpo al recordar la extraña reacción del vecino ante mi presencia. Y lancé a un rincón de mi mente el conocimiento, cortesia de los comentarios de Suzume, de que Alejandro tenia novia, una chica hermosa, y que claramente ese detalle lo colocaba fuera de mi liga.

Al regreso me fui directo al cuarto después de darle comida y agua a Dragón, y cómodo sobre el colchón que tenia a ras del suelo me dedique a escribir detallando mi reciente encuentro con Alejandro, esa noche fue la primera de muchas, muchísimas, en que a diario tomaba de mi tiempo para plasmar en palabras mis sentimientos, y emociones, aquellas que con el paso del tiempo se me hacia tan difícil exteriorizar.

El lunes era mi primer día de clases, luego de tres semanas de atraso. Papá se encargó de llevarnos en la mañana, y en la tarde nos tocaba caminar de regreso como hacían muchos estudiantes.

Esa mañana me esmere en mi arreglo personal, lucia uno de los cambios de ropa que había comprado, vestía un jean azul deslavado, una t shirt simple color negra y una chaqueta oscura. Como casi todos los chicos en aquella época llevaba tenis altos. El cabello lo recogí con una liga.

******

La novia de Alejandro era una chica hermosa, rubia y de ojos claros. Casi de inmediato, los divise en el ajetreado pasillo escolar, pues sobresalían no solo por ser una pareja, a mi entender, llamativa, sino por el alboroto que los rodeaba producto, según pude ver, del regalo que él le entrego a su chica.

Algunas chicas, amigas de la rubia, supuse, no dejaban de lanzar exclamaciones de sorpresa y agrado ante el gesto de Alejandro, quien se veía todo menos emocionado. Justo cuando Suzume y yo los rebasamos, la chica rubia se lanzó a sus brazos para darle un corto beso en los labios, segundos después, antes de desviar la mirada, la suya se encontró con la mía en un rápido movimiento de reojo.

Recuerdo que pasé las primeras clases distraído siempre a la expectativa de volver a ver al vecino, aunque a la misma vez rogaba por no volver a coincidir con él.



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