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Capítulo 4



Fingiendo ser otro


Recuerdo que pasé medio verano de mil novecientos ochenta y cinco visitando la oficina de un reconocido psiquiatra conocido por las casi obsoletas terapias de conversión o reorietacion sexual que para esos años ya muchos rechazaban, pero que el doctor Hussey aun ponía en práctica si así el paciente o su familia, en este caso papá, solicitaban.

Comenzaron las largas secciones de charlas o conversaciones donde el médico analizaba mi comportamiento y palabras. Y la ingesta de algunos medicamentos que nunca supe en que me ayudarían, pero que me dejaban cansado y soñoliento.

Al principio, creyendo fielmente que aquel médico me ayudaría a, como decía papá, modificar mi orientación sexual llevándome finalmente a la tan ansiada heterosexualidad, no tuve reparos en confiarme.

Después de algunas semanas en las cuales no percibí diferencia en mi sentir, fue algo que enseguida le confie a Hussey y a papá, comencé a preguntarme que sería lo próximo en agenda y un miedo irracional se apodero de mi cuando escuché una conversación entre mis padres y el psiquiatra donde hablaban de terapias de aversion, choques eléctricos, hipnosis, tratamientos hormonales y la castración química.

No tuve que pensarlo mucho para decidir que era tiempo de fingir. Convertirme en esa persona que ellos querían ver, el Sasuke que según el médico y mis padres yacía debajo de las flaquezas de mi carácter, rodeado de confusión y que pugnaba por liberarse.

En mi próxima cita comencé a actuar de a poco como ese Sasuke, esperando de esa manera poder ahorrarme varios procedimientos médicos y no médicos aterradores.

Más fácil de lo que pensé le di vida a ese personaje que sentía tan diferente a mi verdadero yo, pero que terminó convenciendo, quizás porque lo deseaban tanto, a mi familia y sobre todo a mi médico de que las charlas reforzadas con medicamentos habían funcionado.

Recuerdo las veces en que abrigado por la intimidad en mi habitación, me miraba frente al espejo sonriente y aliviado porque había sobrevivido un día más al teatro en que se convirtió mi vida.

―Lo estas haciendo perfecto, Sasuke ―me decía aunque segundos después la voz se me rompía y esa sonrisa de satisfacción quedaba aplastado por un mar de tristeza, impotencia y lágrimas.

―¡Hermanito, hermanito! ¡A que no esperabas que llegara tan rápido! ―Me encontraba echado sobre el colchón y rodeado de algunos útiles escolares que había intentado organizar en la mochila que llevaría cuando comenzara el nuevo curso escolar. La presencia de Ryu no me tomo por sorpresa, pues sabia que llegaría a pasar unos días con nosotros, además de que escuche su voz saludando a Suzume en cuanto entró por la puerta principal.

Alcé los ojos con pereza hasta que mi mirada dio con la suya, Ryu sonreía de oreja a oreja. Me incorpore justo cuando mi querido hermano se dejaba caer a mi lado. Lo pesque mirando alrededor con gran interés, a la misma vez que extrañeza.

Su mirada estaba clavada sobre unos afiches nuevos que había colocado en la pared frente a la cama. Entendí porque aquel detalle llamó la atención de Ryu, yo a diferencia de él no acostumbraba a decorar mi habitación con afiches o fotografías, ya fuera en las paredes o en marcos sobre los muebles.

Incluso Suzume gustaba de forrar una de las paredes de su habitación de afiches con los sonrientes y atractivos rostros de algunos de los idolos juveniles del momento mezclados con curiosas imágenes de un personaje japonés de la compañía Sanrio, una linda gata con un lazo en la cabeza.

No obstante, yo mantenía mi habitación con las cosas necesarias en donde la únicas decoraciones eran mi enorme radio casetera, la pila de cassetes y un viejo reloj que tenia en una de las mesitas al lado de la cama, y por supuesto mi vieja guitarra que había comprado en una tienda de segunda mano.

―Bonitas chicas. ―En uno de los afiches una sonriente y sexy Madonna mostrando el ombligo, con un crucifijo blanco al cuello te miraba no importa hacia donde te movieras. En el segundo afiche una hermosa e inocente Brooke Shields entornaba los ojos.

―Son bellas. Pienso decorar toda la habitación con los afiches de las chicas más hermosas y sexys que encuentre ―dije y me asegure de escucharme emocionado.

Quería escucharme como Kenzo cuando hablaba en plan excitado de cualquier chica, o como el mismo Ryu. Los afiches de chicas eran parte de mi plan para mantenerme lejos del psiquiatra y sus métodos invasivos.

Eran los nuevos gustos del nuevo Sasuke.

No quise mirar a mi hermano de frente y me limité a hacer gestos con las manos abarcando la pared. Pensé en añadir que unos cuantos de chicas rubias en bikini me encantarían, pero me pareció que se oiría demasiado forzado, o excesivo, por lo menos de frente a Ryu.

―Papá me dijo que las cosas van mejorando, que el doctor Hussey ha hecho un buen trabajo y que has respondido al tratamiento ―comentó él y sentí que trataba de comportarse y sobre todo comunicarse con cuidado, tanteando.

Sin mirarlo directamente a los ojos me dedique a afirmar con la cabeza siempre poniendo la medida justa de entusiasmo.

―¿Cómo te sientes?

―Han sido semanas duras, pero ya voy viendo mi futuro más claro ―dije sin despegar la mirada del frente.

―Me alegro escuchar eso, Sasuke...

Algo en su tono de voz me dio a entender que Ryu no sería tan fácil de engañar como mis padres y Hussey. Sospeché que dudaba de los dichos de papá, de mi confirmación y hasta de mis nuevos gustos, pero también sentí que me seguiría el juego.

Después de todo Ryu se iría en unos días, volvería a su rutina en la universidad, y siempre pensé que para conservar su tranquilidad le convenía fingir que no ponía en duda mis palabras. Desde esa tarde hasta que lo vi despedirse con un gesto a bordo del auto de papá con destino a la estación de autobuses cercano, traté de mantenerme lejos de mi hermano y sus inquisitivas miraditas.

Confiaba en poder mantener la nueva pose de chico heterosexual y lejos de la consulta de los médicos. Seguramente lo habría logrado sino hubiese sido por la llegada de Justin a mi vida meses después.

Conocí a Justin el año en que cumpliría diecisiete años y llevaba casi dos comportándome como un adolescente promedio, asistiendo a clases con regularidad, manteniendo un buen promedio aunque nunca sobresaliente, practicando deportes y socializando con mis compañeros. También tenia varios amigos, aunque ninguno cercano, y supuestamente me encandilaba una compañera de aula llamada Katherine.

Mis padres se mostraban conformes con los cambios en mi joven vida y hasta Ryu parecio dejar de mirarme con dudas. El futuro inmediato de la familia Takahashi se mostraba prometedor, tanto que papá decidió que era momento de hacer unos arreglos a la estructura de la casa, en especial la adición de una terraza en madera y cemento que le hacia mucha ilusión a mamá.

La atracción que sentí por el joven empleado se dio de manera gradual, aunque me llamo mucho la atención su altura y marcada musculatura, junto a él, aunque era alto, yo parecía un enclenque jincho y lampiño.

Recuerdo que solía mirarlo desde una de las ventanas de mi habitación, madrugaba para verlo llegar con sus otros compañeros de labor. Eran los trabajadores de una compañía que papá había contratado para hacerse cargo de los arreglos y la nueva terraza de la casa.

Me fascinaba ver su ir y venir, y mi parte favorita del día era cuando se despojaba de la camiseta y quedaba con el torso desnudo bajo el candente sol veraniego. Mirarlo trabajar, la manera en que se tensaban y relajaban sus músculos me embelesaba.

No fue solo una vez que salía de la casa solicito ofreciéndole a los trabajadores agua o soda para mitigar el calor del ambiente, a veces me acompañaba Suzume, pero eran más las ocasiones que lo hacia por mi cuenta. Y estaba conciente de que muchas veces se me hacia difícil disimular lo llamativo que era para mi la presencia del joven de cabellos oscuros. Sin embargo, al principio no aprecie reciprocridad de su parte.

Mi comportamiento comenzó a ser descuidado y aunque puedo decir a la segura que mis padres no se dieron cuenta del efecto que Justin tuvo en mi, no fue así con él, y pronto comencé a darme cuenta de sus prolongadas  miradas y coquetas sonrisas.



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