Prefacio
La boda
Noviembre 2018
Maricao, Puerto Rico
Esa tarde mientras el sol brillaba en lo alto y una fresca brisa mecía las hojas de los diversos árboles y naturaleza a mi alrededor, de pie frente a un antiguo árbol de grueso tronco y esplendidas ramas donde la decoradora de la boda había coloc ado, con esquisito gusto, unas cortinas de tela suave en color marfil cuyas puntas caían casi hasta rozar el suelo cubierto de pétalos de Trinitaria color lila, no pude retirar la mirada del camino de grama verde por donde desfilaría, directo a mis brazos, mi Alejandro.
No por primera vez y supe que no sería la última, me pregunté como pude ser capaz de vivir lejos de Alejandro por tantos años sin volverme loco, aunque la verdad, admito que un poco de locura y desenfreno mancho mi existencia los últimos años antes de mi reencuentro con el hombre amado.
Pronto escuché las primeras notas de la música que habíamos escogido como marcha nupcial, pues queríamos algo diferente, y especial, después de todo habíamos tenido que esperar por mucho tiempo ese momento que estaba a punto de darse, nuestra unión oficial.
Y segundos luego un abanico de emociones me atenazo el alma cuando distinguí a mi guapo novio, esa vez lucia su rostro bien afeitado dándole un aspecto juvenil, y vestido con un traje gris oscuro similar al que vestía yo, iniciar el camino que lo traería hasta mí.
Verlo desfilar del brazo de su sobrina Tricia el corto pasillo franqueado por familiares y amigos, acercándose a mi encuentro elevo mis pulsaciones e hizo mi sonrisa más brillante, si eso era posible. Sentía que no podía dejar de sonreír mientras buscaba su mirada castaña con la mía. Alejandro no me defraudo y devolviéndome la sonrisa fijo sus ojos en los míos en tanto cubría los escasos pasos hasta quedar frente a mi.
En sus hermosos ojos pude ver el reflejo de mi alegría, que era la suya, y del comienzo de aquella humedad que emulaba la mia.
―Estas hermoso...―murmuro sobre mi oreja Alejandro cuando se inclino un poco al tiempo que buscaba una de mis manos con la suya.
―No más que tú, amor ―dije mientras apretaba su mano y sin despegar mi mirada de la suya.
Todo mi ser vibraba de alegría y mientras el juez encargado de oficiar la ceremonia donde Alejandro Morell y yo legalmente uníamos nuestras vidas, mi pasado se mezclo con el presente llevándome a recorrer una vez más esos años cuando un joven Sasuke conoció a su primer y inolvidable amor.
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