Capítulo 9
En mi memoria
Cuando terminó el segundo periodo no busqué enseguida el aula donde tomaría la tercera clase, álgebra. Entré al primer cuarto de baño que vi y allí estuve de frente a uno de los espejos varios minutos, escuché el segundo timbre amortiguado.
De pronto, quería salir corriendo e irme a casa. No era que hubiese tenido un problema, aunque no pude dejar de notar las miradas curiosas de mis compañeros de clases, pero no era la primera vez.
Esa vez no solo era el estudiante nuevo que había comenzado clases a destiempo, ósea atrasado, sino que resaltaba debido a mi raza, aquello último siempre me hacía sobresalir y aún no me acostumbraba. Aunque nunca me plantee la pregunta de si mis hermanos también se sentían así.
A las miradas curiosas se le unían los murmullos, pero a pesar de todo eso sentí que podía encajar, después de todo solo serian unos meses. Abandoné el baño atrasado para la tercera clase y perdí preciados minutos tratando de localizar el aula.
No me paso por la mente que seria justo al entrar al salón que me daría de bruces, no literalmente, con Alejandro franqueado por su rubia novia y su mejor amiga, Rosario.
De entrada, mi mirada cayó sobre él y mi corazón parecio elevarse para caer de picada al vacío de mi estómago. Apreté la mano que tenia sobre una de las correas de mi mochila, mientras que con la otra cerraba la puerta.
El bullicioso ambiente cambio a uno de repentino silencio casi total, pero solo por algunos instantes, pues fue seguido de risas y expresiones de asombro, acompañadas de, otra vez, miradas curiosas de mis compañeros de estudios. Entre esas últimas estaba la de Alejandro, y me pareció que mi llegada había logrado captar toda su atención.
Pronto la experiencia comenzó a ser algo apabullante, los estudiantes, todos sentados, no dejaban de hablar, reír, soltar pequeños gritos en respuesta a algún comentario fuera de lugar, entre ellos uno muy desafortunado que se escuchó alto y claro por todo el aula.
«Estos chinos nos están invadiendo poco a poco» al que la maestra, Miss Clark reacciono enojadísima.
Después de varios intentos la maestra logró que los alborotosos estudiantes guardaran silencio y pasó a presentarme, a petición mía, como Jack. Dio oficialmente la bienvenida con una cálida sonrisa y me invito a sentarme. En todo momento fui consciente de la mirada de Alejandro sobre mi aunque yo evitaba coincidir con ella.
Pedir que me llamaran Jack en lugar de mi nombre japonés era algo que siempre hacía.
Muchos asiáticos lo hacían, quizás para evitar confusiones o tal vez para comenzar a sentirse familiarizado con el entorno, pues la mayoría, contrario a mi que había nacido en América, eran personas recién llegados. Lo cierto fue que no lo pensé mucho antes de hacer la petición.
Tomé asiento en unos de los pupitres cerca del escritorio de la maestra dándole la espalda al resto de la clase.
En el periodo de almuerzo me reuní con Suzume, la cafetería estaba repleta de estudiantes, personal administrativo y docente, de un rápido vistazo localicé la mesa donde se encontraba Alejandro con su grupo, hasta ese momento no me había dado cuenta lo fácil que se me hacía descubrir su presencia.
Mientras picoteaba un sándwich de mantequilla de maní con jalea de uva, de vez en cuando, era inevitable, mis ojos, que parecían tener voluntad propia, viajaban la distancia que me separaba del chico que estaba acompañado por su novia, dos de los chicos que también estaban en la clase de álgebra y la chica de cabellos largos y oscuros a quien Suzume habia llamado Rosario.
Pronto me di cuenta de las miraditas de uno de los compañeros de mesa de Alejandro, también de que parecía compartir con su compañero algunos comentarios que estuve seguro gracias a su evidente actitud que hablaban de nosotros.
El muchacho, recordé que se llamaba Peter, no dejaba de reírse. Yo conocía a los de su clase y con algo de pesar me pregunté si Alejandro Morell seria igual que su amigo, aunque segundos después quise confiar en mi percepción que me decía que no.
Tomé un sorbo de jugo de manzana, y simulando estar distraído, llevé nuevamente mi atención a la mesa de mis compañeros de clases, justo para ver a la rubia novia de mi vecino acariciar su mejilla antes de recostar su cabeza sobre el hombro del chico. Antes de desviar la mirada nuevamente me pareció ver un gesto de incomodidad en las facciones de él, y me pregunté que estaría pensando.
Deposité el vaso sobre la mesa y me moví inquieto, quizás de manera un poco brusca. Cuando volví a alzar la mirada con intenciones de pasearla de manera tal que abarcara hasta donde Alejandro estaba, me llevé una sorpresa cuando su mirada se topo con la mia, me la sostuvo y para mi inquietud, lo miré enarbolar una sonrisita que me pasmo, retirando la mirada algo azorado.
Desde ese momento me esforcé en mantener la mirada sobre la mesa y mi atención en mi hermana, lo menos que deseaba era ser víctima de malos entendidos. No quería que si se sentía observado mi vecino se sintiera acosado y una cosa llevara a otra menos agradable.
Tampoco quería comenzar a dar de que hablar por algo más que ser el asiático nuevo, y no era paranoia, era que ya en una ocasión fui señalado por mucho tiempo por ser el rarito de la escuela. Nadie en ese lugar debía de darse cuenta de las diferencias que existían entre la mayoría de los varones y yo.
Faltaban pocos minutos para que finalizara el receso y me entretuve mirando el papel amarillo que me dio registraduría con el itinerario a seguir. Suzume, quien se tardaba muchísimo en terminar de comer, se levantó para llevar su bandeja y la mia al área donde se encargaban de los desperdicios.
De pronto, escuche algunas voces subidas de tono, unas risas estruendosas que sobresalían y lo que me parecio que eran golpes sobre una superficie. Mi atención como la de casi todos fue sobre la mesa donde se encontraba Alejandro que justo en ese momento se puso de pie de un brusco movimiento para señalar con un dedo al tal Peter antes de girar y salir de la cafetería. Me pareció que lucía enojado.
La bulla no se hizo esperar entre los que quedaron atrás, en especial Peter y el otro chico, mientras que Rosario emulaba a su amigo y salía también con la chica rubia pisándole los talones.
La curiosidad por saber que había pasado me acompañó todo el tiempo que estuve en la clase que siguió al almuerzo, donde no coincidí con ninguno de los estudiantes que conocía.
Al final del día terminé compartiendo tres de mis cinco clases con Alejandro, y en el último periodo, educación física, noté que sin duda seguía de muy mal humor.
Más tarde volví a ver a Alejandro frente a su casa en compañía de Rosario, justo en el momento en que papá manejaba el carro lentamente para virar y entrar al área donde estacionaba, vi como la chica se lanzaba efusivamente a los brazos de mi vecino y se abrazaban.
Aparté la mirada rápidamente en contra de lo que realmente deseaba y de mi estúpido corazón que como siempre, se emocionaba con solo sentir la presencia del otro.
Esa noche, mientras sacaba algunas notas con la guitarra, no podía dejar de pensar en mi vecino. En su rostro de espontánea y amable sonrisa, recordar su aterciopelada voz, y el brillo de sus ojos castaños. Recordé su cabello, los rizos que llevaba más largos en la coronilla y que en ocasiones caían sobre su frente casi obstruyéndole la visión. Esos rizos que imaginaba manejables y suaves al tacto. Y pronto me vi repasando su altura, el ancho de sus hombros y el tostado de su piel.
No obstante, fue la memoria de su boca de labios algo gruesos que me provocaba besar, la imagen que más me costó desterrar de mis recuerdos.
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