Capítulo 7
Nuestro primer encuentro
Octubre
―¿Quién es esa chica? es la misma que según tu hermana te ha llamado varias veces por teléfono. Ya te vas esforzando, hoy te ha traído hasta la casa. ―Escuché la voz de papá con un retintín de reclamo, lo ubicaba caminando hacia la sala desde la cocina, mientras yo me encontraba frente a una de las ventanas del comedor, atisbado hacia afuera en tanto comía una manzana. Pronto se me había convertido en una costumbre echar miraditas rápidas y puntuales hacia la casa vecina, lo admito, buscaba volver a ver al chico que sabia vivía allí.
No obstante, solo en contadas ocasiones había logrado mi cometido, y luego, irremediablemente me llenaba de enojo reclamándome mi debilidad. ¿Es qué acaso solo me bastaba ver a un chico atractivo para despertar mi interés?
―Si tuviese un carro, o quizás esa motora que tanto quiero no tuviera la necesidad de molestar a mis compañeros de clases para volver de la universidad ―mencionó Ryu, eché un vistazo y lo vi caminar siguiendo papá.
Cruzaron la estancia, papá continuo hacia las escaleras llevando su maletín de trabajo, mi hermano se detuvo con las manos en la cintura y alzó la vista ―Ella solo es mi compañera de clases...
―No te involucres más allá de eso, Ryu. Tu compromiso y futuro está con Akiko, hijo, no lo olvides. ―No era la primera vez que escuchaba ese consejo, y sabía lo pesado que era para Ryu.
¿Por qué entonces continuaba atado a un compromiso sin sentido?
―Lo sé padre...¿cómo olvidarlo?
Sin embargo, fue en ese momento en que pude percibir por primera vez el tono de resignada tristeza en la voz de Ryu. Nuestro padre siguió su camino y Ryu permaneció unos segundos de pie dándome la espalda, noté sus hombros algo caídos, pero enseguida corrigió su postura y lo escuche soltar un sonoro suspiro.
En esos momentos Suzume bajaba corriendo la escalera.
Ryu fue consciente de mi presencia en el comedor, aunque yo permanecí lo más callado posible, mi hermana, no supe hacia donde se dirigía, lo siguió, ambos se unieron a mi frente a la ventana que tenia las cortinas echadas a un lado.
―Ya fuiste a decirle a papá sobre las llamadas de Kim ―le reclamó Ryu a Suzume, ella se encogió de hombros luciendo su mejor cara de inocencia― . ¿Qué haces aquí, Sasuke? ¿Qué hay de interesante afuera?―Esa vez me miró, yo le di un buen mordisco a la manzana y hice una mueca con la boca, restándole importancia al hecho. En esos momentos no había nada que ver.
Jamás le comentaría a Ryu y menos frente a mi hermana, que al parecer todo lo hablaba, sobre porqué estaba allí.
Octubre había hecho su entrada ese año con días ventosos, y las pocas hojas en las ramas de los árboles se rendían a la brisa iniciando su baile hacia el suelo lleno de ellas. Quizás deberíamos de coger un rastrillo y ocupar el tiempo limpiando el frente de la casa.
Iba a comentarlo cuando Suzume de un entusiasmado salto casi se pegó al vidrio de la ventana cerrada, su mirada fija en el exterior mientras señalaba y lucia una pequeña sonrisa.
―¡Miren!, ella es Rosario, el otro día se presento conmigo y me ofreció ayuda en lo que necesitara...y ella es Brenda Lee Morell, va a dos de mis clases...
Ryu achico los ojos con su atención puesta en las personas afuera, cuando me toco el turno de mirar, mi corazón parecio pegar un brinco al divisar al chico de cabellos rizos y castaños que se unió a las otras chicas en la acera.
Estuve a punto de preguntarle a mi hermana por él, pero me mordí la lengua.
―Él es el hermano de Brenda...pero no recuerdo su nombre. ―aquello fue bastante decepcionante para mi. Me esforcé para quitar mi mirada del chico, a nadie le diría cuanto me costó, y aproveche la llegada de mamá, que bajaba la escalera seguramente para ir hacia la cocina, para ir con ella.
―Ven a ayudarnos con la cena, Suzume ―dije, pero mi hermana no se retiro de la ventana, fue Ryu el que volvió a la sala y de allí subió a su cuarto.
No fue sino hasta minutos luego que mi hermana se reunió con nosotros para encargarnos de la preparación de la cena, por lo general era mamá la que se encargaba, pero últimamente, debido a su fatiga, éramos Suzume y yo los ocupados.
Y mientras me ocupaba de lavar algunos vegetales usando más agua de la necesitada, mi mente no paró de pensar en cuál sería su nombre.
Después de esa tarde no volví a ver al chico y aunque siempre echaba un rápido vistazo afuera, en dirección a la casa vecina, por un lado agradecí no volverlo a ver. Aunque admito que su ausencia no evito que continuara pensando en posibles nombres, sabia por papá que la familia era hispana así que el abanico de nombres era bastante extenso. Nombres como José, Antonio, Rafael o Miguel pasaron por mi mente, y hasta los llegue a escribir en una de las hojas de una de las libretas que mamá compro para mí, en unos días volvería a la escuela, la misma que luego se convirtió en una especie de diario que conserve por muchos años.
Sin embargo, el nombre de Alejandro jamás pasó por mis pensamientos.
Recuerdo la noche en que se dio mi primer encuentro con él, y por mucho tiempo la memoria lograba provocarme una mezcla de nostalgia y felicidad.
Había estado toda la tarde con mamá de compras, pues yo necesitaba varios cambios de ropa entre otras cosas. La semana entrante comenzaría clases, y la perspectiva me tenia ansioso, incapaz de dejar de pensar en la posibilidad de que el chico de al lado fuera mi compañero de clases, entre otras preocupaciones.
Subí al ático cargando algunas bolsas de plástico que acomodé en una esquina. Planeaba echarme una ducha antes de ir a la cama, pero por alguna razón, sin pensarlo mucho lo que hice fue apagar la luz del techo, encender la lámpara, y acercar la silla que tenía y que usaba a veces como tendedero de ropa sucia, a la ventana.
Estaba distraído, todavía no encuentro mejor explicación para no notar inmediatamente la presencia del vecino sentado sobre el techo de su casa. No olvido el sentimiento de sorpresa que aleteo en mi corazón cuando fui consciente de su presencia, la emoción que no supe manejar y oculté bajo una capa de enojo, tampoco lo antipático que fui, y sobre todo, su expresión culpable ante mis injustas acusaciones.
Recuerdo cuando Alejandro se puso de pie manifestando su propio enojo y perdió por unos segundos el equilibrio, provocándome un susto que me costo disimular. Aun me rio, a veces solo, cuando rememoro su orgulloso retiro y el saludo militar que me dio antes de entrar por una de las ventanas de su casa.
Ese encuentro me mantuvo insomne casi toda la noche y los días siguientes apenas podía sacarme de mi mente al atrevido chico.
―Alejandro...se llama Alejandro. ―Las palabras de mi hermana me tomaron desprevenido, pero ella no me hablaba a mi, murmuraba para si misma mientras parecía tener la mente en otra parte, muy lejos de los apuntes escolares que tenia frente a si.
Suzume me echo un rápido vistazo, me pareció que justo salía de su ensueño y se había dado cuenta de mi presencia, yo, no pude sacarme de encima la incómoda sensación de que mi hermana también encontraba atractivo e interesante al chico de cabellos rizados. Y eso no me gustó.
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