||Trentatré||
|33|Como en los viejos tiempos
Aún recuerda la noche en la que se reencontraron...
La serena lluvia de inicio de temporada envolvía a toda la ciudad, entre la oscuridad de la noche y los suaves vientos que provocaban que las cabelleras de aquel par de hombres se movieran como si fueran las mismas olas de un mar tranquilo. Sus risas y quejas alegres se mezclaban con el chapoteo de sus pasos al pisotear entre los múltiples charcos creados por esa inesperada tormenta que los atrapo. Obligándolos a conseguir un refugio antes de terminar aun empapados.
Sentía como él lo miraba, no quería demostrarle que lo descubrió desde hace rato; quería que lo siguiera viendo. Él era el motivo de su sonrisa y del cardumen que revolvía su estómago.
Seguían corriendo por el abandonado estacionamiento en búsqueda de un refugio. Pisando los charcos que se iban creando y protegiendo cada uno sus cosas, ambos seguían riendo como niños pequeños después de hacer una travesura.
–¡Ahí! –apuntó al fondo donde se podían apreciar unas escaleras escondidas en un pequeño callejón.
Paguro asintió algo distraído y sin pensarlo aumentaron su velocidad, sin ningún miedo a caer. Siendo iluminados por las luces anaranjadas y blancas de los faroles. Al llegar, se detuvieron tratando de recuperar el aire perdido. Ya no eran tan jóvenes para correr así en plena noche. Luca se quedó parado mientras que él entre risas exhaustas se recargo en la pared. No tenía fuerzas para quedarse de pie, años dedicados a su trabajo y paternidad lo tenían acabado. Notó la mirada desconcertada de su viejo amigo, aun así la ignoro ante su cansancio. La falta del aire y lo ridículo que se veían un par de adultos corriendo entre sonrisas bajo la tormenta lo hacía todo aún más divertido.
–Y-a...no pue-do –exclamó entrecortadamente mientras sostenía la parte inferior de su vientre. Le dolía...realmente le dolía todo el cuerpo. ¿Desde cuándo se volvió tan viejo? Solo tenía veintisiete y se sentía como un anciano de setenta años.
Luca seguía mirándolo, parecía cansado, pero no tan agotado como él. Tal vez él si esta en forma, pensó mirándolo discretamente. Esa postura firme y reservada hacia que todo su esfuerzo al igual que sus logros valiera la pena. Se había convertido en un hombre ejemplar. Su corazón latía con fuerza al verlo sacar tranquilamente un cigarrillo de su marca favorita, lo coloco en sus finos labios. Hasta verlo fumar le parecía atractivo. Se sentía como un adolecente confundido al sentir esa tentación de quererlo besar y acorralar a quien alguna vez considero su mejor amigo.
Era un cobarde, siempre lo fue cuando se trataba de sus sentimientos hacia el menor de los paguros. Ya no eran jóvenes...Luca parecía cada vez más inalcanzable y él no tenía mucho que ofrecer.
–Luca –susurró.
Él solo respondió con un ruidito mientras su rostro se iluminaba con la pequeña llama del encendedor. Alberto sonrió cansado y cerró su mirada.
–Me alegra volverte a ver, amigo.
Sintió como lo miraba con confusión, él sonrió y no dijo nada al respeto. Solo se relajó ante la calma que lo envolvía estando ahí con él y el aroma de aquella marca de cigarrillos que fumaban desde jóvenes escondidos de todos.
–...También me alegra –musitó.
Rio de nuevo pero esta vez sin dolor. De nuevo se sentía como un joven enamorado.
{...}
–¡¿Alberto?!
La voz preocupada de la esposa de Ciccio hizo que sobresaltara y dejara caer el plato que lavaba al suelo, provocando que este se rompiera en múltiples piezas. Rápidamente frustrado el pecoso se hincó y comenzó a recoger los pedazos grandes mientras que ella iba por la escoba para evitar que los niños llegaran a lastimarse.
Alberto se levantó dejando las piezas sobre la mesa de la cocina mientras que Alessia reunía con la escoba los pequeños trozos.
–Lo siento –se disculpó ella una vez recogía lo sobrantes.
–No es tu culpa, estaba distraído, perdón.
–¿Pensando en Luca? –inquirió en un tono preocupado.
Desvió la mirada y suspiro. No necesitaba preguntarse el cómo lo sabía Alessia aparte de ser psicóloga lo conocía desde la universidad, él fue el quien se la presentó a Ciccio. No mintió en decir que ella era como su mejor amiga.
–...sí.
–¿Qué es lo que pasa, Beto? –preguntó realmente preocupada con todo lo que pasa con él–. En verdad me preocupas, cariño.
Ella acaricio maternalmente su mejilla.
–Ale, no sé qué hacer...–cerró su mirada y se derrumbó en la mano ajena– siento que lo mejor es que lo deje en paz, pero no quiero hacerlo.
–Cariño, tú lo amas, pero sigues atascado en tus inseguridades. Carina no te hace ningún bien, ella te manipula fácilmente; ella cree que aún puede tenerte solo utilizando a tus hijos como un anzuelo, ella tiene mucha dependencia hacia ti.
Abrió sus ojos y bajo la mirada ya había hablado del tema con ella, era la que más confianza le tenía.
–Por otro lado, Luca...–susurró– por lo que me contabas él te ayudaba a mejorar, dándote incluso tu propio espacio cuando lo necesitabas. No tienes que temer a una relación que te hace bien y te ayuda a salir adelante –rio suavemente–, ¿Sabes lo que pienso de las relaciones homosexuales?
Alberto rio levemente en lo que quitaba su rostro de la mano de la mujer.
–Aun no entiendo, ¿por qué eres tan dulce con Guido? a pesar que él te confeso llorando que estaba enamorado de Ciccio el mismo día de tu boda.
–Porque sé que él nunca haría nada en contra de la felicidad de Ciccio –musitó con una pequeña sonrisa.
No la miro, ella era una mujer grandiosa, que si no se hubiera ido tras Carina tal vez se hubiera fijado en ella. Era una gran madre y compañera; nunca tuvo rencor o asco hacia Guido por tal acto. Incluso ella le deja ser cariñoso con su esposo. Ciccio jamás se interesó de eso o de los sentimientos que tenía su mejor amigo hacia él. Todos prometieron guardar el secreto.
–Por eso estoy segura que tú haces lo mismo, que prefieres verlo feliz con otro porque no te crees lo suficiente para Luca –Alberto iba a bajar la mirada, pero ella se interpuso tomando sus mejillas para obligarlo a verla–, pero Beto, cariño, Luca te corresponde tanto como tú a él.
No contesto, ella decepcionada soltó su rostro y suspiro.
–Carina, te dará el divorcio y la custodia este miércoles, pero tienes que hacer algo con Luca antes de perderlo para siempre.
–¿Crees que deba?
–¿Tu lo quieres devuelta? ¿No?
Asintió algo avergonzado.
–Hay tropezones en toda relación y persona, tu siguieras mejorando a tu ritmo, cariño, Luca lo entiende con lo poco que he hablado con él se nota que le importas –lo abrazó dejando notar la enorme diferencia de altura–. No todo será fácil...a veces hay que rendirse como Guido y otras ocasiones hay que luchar, no por el amor, sino por la paz de uno mismo.
En silencio él correspondió a su abrazo con todo su cariño, haciéndola reír. Alberto parecía a veces un pequeño niño perdido. Ambos se tenían mucho aprecio a pesar de la gran distancia que los separa o las pocas veces que se hablan. Aun así sabían que podían confiar en el otro.
–Tengo miedo... –susurró adolorido y humillado.
–Lo sé, cariño, y está bien aceptarlo.
[...]
Una sutil risa salió de sus labios al momento de salir de la casa y aun escuchar los regaños de su madre hacia su abuela. Negó con la cabeza, hace mucho que no las escuchaba discutir así.
Hace mucho que no estado allí...
Miro frente suyo encontrándose con el enorme campo verde de su familia, donde las luciérnagas salían a la par que los grillos cantaban. El cielo estaba nublado con claras señas que llovería dentro de poco. Aun así era una noche tranquila y hermosa, camino por la pequeña fachada de piedra hasta apoyarse en el borde de esta. No había cambiado mucho su casa, ni siquiera su vieja habitación, la única diferencia era que la de Antony estaba frente suyo y al levantar siempre lo recibía con una sonrisa que correspondía sin pensarlo.
Sonrió con ternura al ver al viejo Giuseppe dormido extendido en el pasto del frente. Él siempre dormía a fuera, al contrario de los otros perros de la misma raza que tenían y dormían cómodos en el cuarto de su abuela.
Cerró su mirada dejando que la húmeda y fresca brisa de la noche chocara contra su rostro. Estaba en su hogar donde nació y creció...estaba en el mismo lugar donde vivió múltiples aventuras con Alberto y Giulia. Una sonrisa melancólica apareció en sus labios al momento de abrir lentamente su vista.
Como volver a esos tiempos. Donde solo disfrutaba de los pequeños roces nada inocentes con Alberto o salía a correr con él una vez que salían de la escuela para hacer la tarea juntos. Quería volver a esos momentos donde no se preocupaba por el futuro y solo lo disfrutaba con su mejor amigo siempre esperando ansiosos a que Giulia apareciera en verano. Quería volver a pasar las tardes nadando hasta que las arrugas de su mano aparecieran. Quería esas noches de desvelos mirando las estrellas en la vieja torre abandonada.
Quería volver a ser feliz
Su mirada se abrió con sorpresa cuando una botella de cerveza oscura se posó en frente de él. Miro la mano del quien se la ofrecía, encontrándose con la media sonrisa de Antony.
–Grazie –susurró al tomarla.
Él asintió y se colocó a su lado, recargado de espalda en el bajo muro, bebió de su propia botella de forma despreocupada. Luca imito su acción dándole un corto trago a su bebida fría.
–Es la primera vez desde que llegaste que terminando de cenar sales y no te encierras en tu vieja habitación a leer o trabajar –murmuró pensativo, sin mirarlo y rascando su barbilla. Era obvio para el menor que no quería que lo viera preocupado.
–Perdona por ser responsable –trato de bromear, pero sonó más un lamento.
El rubio dejo salir una risa ahogada y miro al menor con preocupación para decir en voz baja:
–En verdad te extrañe mucho, piccolo.
–¿No puedes vivir sin mi o qué? –se burló mirándolo con la ceja arqueada.
Ahora una carcajada salió del mayor, al parar se acercó a él.
–Claro que no puedo vivir sin molestar a mi hermanito –lo abrazó de los hombros y revolvió su cabello, haciéndolo reír por lo idiota que se comportaba.
Fastidiado lo empujo y acomodo su cabello, logrando sacarle una sonrisa al contrario.
–Tú, mamá y la abuela cuando me visitan lo único que hacen es humillarme con mis amigos. Papá solo tiene piedad de mí. Así que estoy feliz estando lo más alejado de ti.
–Pero es humillación con amor –exclamó haciendo un "corazón" con sus manos, pero con la cerveza aun en mano.
Luca rodeo la mirada, para después volver a mirar al frente ignorando la presencia de su hermano mayor. Le molestaba que siempre este al pendiente de él y lo tratase como un niño pequeño.
Antony legalmente si era su hermano, adoptado por sus padres cuando solo tenía veinte años y Luca dieciocho. Fue algo que a ambos le alegro un inicio, realmente tenían un cariño fraternal que a veces olvidaban que no compartían la misma sangre. Pueda que eso sea por el gran deseo que tenían ambos por un hermano que no les importo que este llegara ya cuando eran adultos. Además hablaban cuándo podían de cosas que pasaban entre Génova y Portorosso; uno pertenecía a la ciudad y el otro atendía la granja. Normalmente nunca hablan de la adopción por lo "humillante" que podía ser para Antony ser adoptado a tal edad, pero siempre lo llamaban hijo, nieto o hermano en público y en casa. Aparte que la vida personal de Luca es un misterio para todos lo que lo conocen en Génova. Solo sus amigos cercanos sabían de su familia, pero con eso, no más allá de sus nombres y oficios. Luca siempre había sido reservado con su vida privada.
–Hablando en serio; ¿cuándo le dirás a mamá?
–¿Qué cosa? –lo miro extrañado.
–Sobre tu enamoramiento con el hijo del pescador.
–No tiene caso, Alberto y yo terminamos y parece que volverá con su esposa –respondió melancólico mirando la cerveza que sostenía en sus manos.
–Piccolo, no digas eso. Tú mismo me lo dijiste él te ama, pero prefiere la seguridad de sus hijos –exclamó mirándolo con seriedad–. Creo que deberías por lo menos hablar con él y decirle todo lo que sientes antes que sea tarde...de nuevo.
No contesto ni lo miro. Antony se maldijo en voz baja, cuantas ganas tenia de darle un zape a su hermano, pero entendía que era nuevo eso de tener una relación seria como sana.
–Escucha, siempre voy a cuidar de ti y por todas las llamadas que hacías a la casa o las cartas que me enviabas, sé que estas realmente feliz con él...me sorprendido que me admitieras NERVIOSO –recalco como si fuera algo único; a pesar que si lo era–, porque tú nunca estas nervioso que estás enamorado de un hombre. Eres mi hermanito, si la familia no te apoya, yo lo hare, pero él tiene que venir a pedirme permiso.
La dulce risa del menor de los Paguro se escuchó, eso hizo sonreír al rubio.
–¿Cuántos años crees que tengo? –ironizó.
–No me hables así, soy mayor que tú y debes tenerme respeto –respondió con autoridad.
–Por un año y medio.
–Pero soy mayor y necesito hablar seriamente con él si quiere tener el trasero de mi hermanito.
Molesto y levemente sonrojado lo volvió a empujar para después mirar su botella y suspirar pesadamente. La dejó sobre el borde del muro, ya no tenía ganas de beber. Se enderezo y encamino hacia las pequeñas escaleras para salir al fresco aire de la noche.
–Giuseppe –llamo a su perro, quien a pesar de su edad se levantó rápidamente para abalanzarse hacia su dueño.
Luca con una sonrisa acaricio la cara de su perro, que a pesar de los años seguía reconociéndolo al igual que Mona Lisa.
–¿A dónde iras? –inquirió el mayor ahora recargado en el muro donde estaba.
–Saldré a caminar por el campo, en verdad necesito pensar que le diré a Alberto. No lo quiero perderlo, Antony, en verdad lo amo.
El rubio sonrió levemente y asintió, el castaño observó como él dejaba su cerveza junta a la suya para después adentrarse rápidamente a la casa para salir con un paraguas trasparente. Rápidamente bajo de la casa y se la entrego.
–Por si te tardas. Te diría que te acompaño, pero sé que estarás a salvo con Giuseppe.
Luca lo tomo agradeciéndole, se abrazaron y cada uno fue por su camino.
[...]
Miro al cielo nocturno al sentir las primeras gotas caer sobre él, aun así no abrió el paraguas y solo siguió caminando al lado de su perro; quien corría por todo el campo intentado comerse a las luciérnagas. Luca rio levemente, hasta que se percató que inconscientemente llego a la misma pequeña colina donde conoció a Alberto cuando estaba pastoreando a las ovejas. Sin pensarlo corrió hacia la cima de este siendo seguido por Giuseppe que emocionado seguía a su dueño. A llegar a la cima miro el sendero del otro lado de cerca para después girar su vista hacia su izquierda donde parte del mar se observaba. Seguía tan hermoso como siempre.
De nuevo varios recuerdos aparecieron en su mente, se sentía intimidado como asustado de volver a cometer el mismo error de su niñez. La lluvia seguía cayendo suavemente y parte del prado de ilumino no le tomo importancia, ya que lo más seguro se trataba del carro de sus vecinos o alguien pasando.
Seguía perdido en el movimiento de las olas chocando contra la costa si no fuera porque Giuseppe comenzó a ladrar con furia hacia alguien. Desconcertado volteo para calmar a su perro, pero se quedó quieto al encontrarse con esos ojos color esmeralda. El perro seguía ladrándole casi queriendo morderlo, pero Alberto no le importo, además que tenía suerte que la cerca lo separara.
Ambos se miraron con incredulidad, la vieja camioneta de Massimo seguí iluminando la zona y la lluvia poco a poco comenzaba a empeorar. Aun así ellos seguían perdidos en la mirada del otro mientras que una sonrisa nerviosa adornaba ambos rostros ligeramente sonrojados.
De nuevo sus corazones comenzaron a latir con tal fuerza como en los viejos tiempos...
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