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||Otto||

|08|Mujer ausente

Observaba su reflejo en el pequeño espejo del baño, ignorando todo ruido ajeno...podía escuchar el característico llanto de su bebé. Suspiro cansado, en unos momentos iniciaría la cena de su hermana y cuñado, y con ello volvería a encontrarse con su viejo amigo.

–Luca...–musito incrédulo que en verdad después de tantos años volvieron a reencontrarse.

Dejo la navaja en el borde del lavabo, por más que todos querían que se afeitara esa estúpida barba, él no se atrevía. Tomo la toalla y limpio su rostro dejando que el reflejo le recuerde aquel anillo de bodas adornando su mano. Dejo un momento la toalla con la navaja y miro su anillo con pesar. Lo observo con detalle y comenzó a dudar si debería o no quitárselo.

Sus demonios comenzaban a susurrarle..."Ella no volverá". Cuando estaba a punto de por fin quitárselo la voz de su hermana lo detuvo.

–¡Hey! –exclamó alegre ella adentrándose al baño con Leo en brazos–. Mira quien despertó mucho mejor de su siesta.

Leo se acurrucaba en los brazos de su tía; Leonardo es un niño demasiado tímido, de unos grandes y hermosos ojos esmeraldas, piel blanca con ligeras pecas en sus mejillas y hombros, cabello ondulado castaño ahumado. El pequeño portaba un pequeño traje que le compraron sus tíos para la ocasión mientras que Giulia vestía con un vestido hermoso color azul con detalles violetas, su larga cabellera estaba recogida en un moño alto y su rostro resaltaba con un maquillaje sencillo que la hacía verse natural, aparte que usaba un simple medallón de plata en forma de luna un viejo regalo de su padre y su amado anillo de compromiso –que era lo único que nunca se quitaba–.

Alberto sonrió.

–¿Así? –vaciló un poco, estaba realmente tranquilo de la mejoría de su pequeño.

Rápidamente coloco las cosas en su lugar y se limpió las manos para acercarse a ambos. Revolvió sus cabellos, obteniendo solo la mirada atenta de su primogénito. Leo nunca hablaba, a pesar que si podía, era un niño muy tranquilo y amante de la astronomía...como Luca, eso pensaba cada vez que le hablaban de las bolas de fuego del cielo y él prestaba atención con una sonrisa.

–¿Listo para ver a Luca? –murmuró la pelirroja mirándolo preocupada.

–Bueno, lo vi ayer, no creo que sea peor.

–Me sorprendió que tomara bien que eres un padre responsable... –murmuró con la mirada fija en el dulce rostro de su sobrino, sonrió con tristeza y miro con orgullo a su hermanastro–...eres un gran padre Alberto, a pesar de que creciste sin uno o por todo lo que pasaste por culpa de ella.

Alberto se mordió el labio inferior y bajo la mirada, no habían tocado ese tema desde las primeras semanas en que nació Mina.

–No quiero hablar de Carina –dijo cortante–, hoy es día de celebrar que en menos de tres meses serás la señora Visconti –sonrió falsamente, intentando de alivianar el tenso ambiente.

Giulietta rodeo la mirada con una sonrisa.

–Oh, no, nunca permitiré que me llamen así.

–Debiste pensarlo dos veces antes de que acostaras con él...EN MI CUARTO –recalco lo último con rencor.

Ella hizo un puchero, pero no duro tanto ya que ambos hermanos terminaron riendo, ente sus tonterías. Alberto la abrazo con cariño y cuidado de no aplastar a su hijo y beso su cabellera, ganándose una queja por parte de ella por "arruinar" su peinado. A pesar de que los dos no tuvieron un buen comienzo, desde que el señor Massimo adopto legalmente a Alberto ambos se volvieron casi inseparables, como si en verdad fueran hermanos de sangre. Él estaba orgulloso de la mujer que se convirtió su hermana y aprobaba su relación, sabía que no habría hombre que respetara mejor a Giulia que Ercole; la respeto como enemiga, la cuidaba como mujer y la amaba como su futura esposa.

–¡Paguro llego! –escucharon el grito de Guido desde la sala.

Ambos se separaron y se miraron. Giulia le sonrió –algo insegura– dándole ánimo y Alberto respiro hondo, estaba nervioso y no sabía porque. Ya se había reconciliado con Luca, ¿Por qué le ponía nervioso volver a verlo?

Salieron del baño juntos y mientras recorrían el pasillo hacia la sala, pero antes de llegar fueron detenidos por un cansado Ercole; quien se rindió con su sobrina. Mina no paraba de llorar, revolviéndose entre la delgada sabana rosada, por más que la cargue otra persona ella lloraba con todas sus fuerzas hasta que Alberto la cargue y ella se calme por arte de magia.

–Toma a tu bestia, no logre que parara –dijo en un tono irritado.

Sujeto a su hija con cuidado logrando que el llanto se volviera en sollozo. Ercole gruño al verla calmarse, con Leo tenía una buena relación de tío y sobrino, pero nadie lograba caerle bien a Mina. Giulia sonriente se acercó a su prometido y beso su mejilla, él solo resoplo molesto.

Traaaanquilo, ella simplemente te odia, como a todos –comentó en un tono divertido.

Alberto rio suavemente ante el comentario, acomodo bien a la bebé en sus brazos meciéndola un poco para que se calmara y no molestara a los demás. Aun no lograba entender por qué con Luca no lloro. Prefirió no indagar más, tal vez solo era por el olor de los cigarrillos; solo él y Luca fumaban de la misma marca.

Al momento de llegar a la sala, se sorprendieron al ver a Luca terminando de darle un abrazo amistoso al señor Marcovaldo; quien le dio unas palmaditas en la espalda. Se veía realmente contento de volver a verlo, ya que aparte de verlo crecer, era amigo de sus padres y abuela. Luca venía bien arreglado con unos pantalones de vestir grises con un chaleco del mis color que resaltaba su camisa blanca que se encontraba arremangada hasta los codos. No venia solo, lo acompaño un hombre más alto que él de apariencia asiática vestido con un traje completamente negro, él cargaba una botella de vino añejo y una canasta con múltiples postres. Giulia lo reconoció rápidamente del restaurante, además que Luca le aviso que lo acompañaría un amigo.

Paguro al notar la presencia de los otros sonrió de lado.

–¡Creí que no vendrías, bambino! –exclamó alegre acercándose a él con el niño; quien miraba curioso.

–Sí no venía, me iban a secuestrar y dejar en la puerta del lugar –comentó irritado para después mirar de reojo a su amigo.

–¡Creí que ya nos hemos disculpado por eso varias veces! –aclaró Hiro con una sonrisa burlona, siendo que en serio iban hacer eso si se reusaba.

–Tú y Mirabel sí, pero los idi...–no logro terminar al ver la carita de Leo mirándolo atentamente.

Luca también se le quedó viéndolo atentamente, tanto el niño como el adulto tenían curiosidad del otro. No podía negar que tanto como Mina y él tenían unos ojos como un par de piedras preciosas. Tiene los mismos ojos de su padre, pensó.

–¿Él es Leo? –susurró curioso volteando a ver a Alberto.

Él sonrió levemente y asintió. Luca no espero más volteo a ver a Hiro y él saco de la canasta de postres una pequeña caja metálica azul oscuro con diseño de estrellas. Se lo paso a su amigo y él se agacho un poco para esta a la altura del niño.

–Hola, Leo, me llamo Luca –se presentó con una voz suave y gentil–, soy amigo de tu padre y del doctor Miguel –de la pequeña caja saco una de las galletas de avena y miel en forma de estrella y se la extendió al infante–, él me dijo que fuiste un niño muy valiente y te manda estas galletas, las hizo para ti, porque tú le dijiste que te gustaban mucho las estrellas.

Los ojitos de Leo brillaron por la emoción, rápidamente volteo su carita hacia su padre buscando su aprobación. Alberto rio levemente y asintió. El niño felizmente tomó la galleta y le sonrió dulcemente a Luca, él respondió el gesto y acaricio con cariño su mejilla. Todos miraron con ternura como Leo degustaba su postre, pero Alberto no pudo evitar mirar aquella dulce sonrisa en los finos labios de Luca. Era como si él disfrutara ver feliz al niño que apenas conoce.

–Bueno, ya es hora de la cena –anuncio Lilian dando un fuerte aplauso para que todos se arrimaran a la mesa.

[...]

La cena era exquisita; los señores Marcovaldo a pesar de su divorcio ambos era un gran equipo a la hora de preparar delicias. Luca agradecía internamente que Hiro lo acompaño, si no hubiera sido demasiado incómodo para él. Fue bueno traer a alguien que actualmente lo conocía bien –a nivel emocional–. Ya no era el mismo joven de hace diez años y sabía que sus amigos al igual que enemigos de su infancia habían cambiado.

–¿Y en dónde está Ciccio? –preguntó al no ver al rubio en ningún lado.

–Está en Venecia con su familia –respondió relajada Giulia mientras movía levemente su copa de vino tinto de su mano–, por su trabajo no pudo venir, pero te manda saludos.

Luca asintió compresivo antes de darle un trago a su copa.

–Él asistirá en la boda, creo que es el que más cambio entre todos –dijo Ercole de manera neutra.

Oh, il mio grassone, tiene que estar sí o sí –dramatizó Guido desde el otro lado y haciendo una pose dolida.

Luca miro de reojo a su amigo, Hiro trataba de no reírse ante las idioteces de Guido, pero no podía evitar ver al otro padre de sus hijos reflejado en él. Sonrió levemente, conocía bien a la pareja, que hasta sabe que siempre terminan recordando al otro en cualquier lugar. Algo envidiable.

–Y dime Luca, ¿estas casado y con hijos? –preguntó sonriente Lilian– Porque no me creo que un hombre tan apuesto e inteligente como tú, siga soltero.

Hiro casi escupe su vino ante la pregunta, lo miro mal, aunque por dentro sabía por qué reacciono así, hay un enorme historial de citas fallidas en su expediente. No había ninguna mujer que lo llegase a convencer, llegando al punto que le fastidiaba y se negaba a intentarlo al menos hasta que una mujer logre llamarle la atención.

–No, señora Marcovaldo –respondió cortésmente–, por el momento solo me dedico a mi trabajo como profesor y estoy cómodo así. Realizo proyectos de investigación en la universidad, salgo a veces con mis amigos o cuido de mis sobrinos, no veo la necesidad de tener una relación ahora.

–Es una lástima, no hay muchos hombres ahora que se comportan tan bien con los niños como tú.

–Luca tiene un imán para los niños, siempre que conoce a uno él pequeño se termina encariñando con él, mis hijos lo adoran –alardeo Hiro con burla–, pero es el terror de los universitarios y adultos.

–Cállate –lo calló molesto–. No es mi culpa que no presten atención y luego ande rogando por puntos extras o que lo malditos de profesores de enfermería no tienen nada mejor que hacer que crear chismes.

Irritado apretó con fuerza su tenedor, con los años termino teniéndole un odio puro a los profesores de enfermería y sus alumnos competentes que por más que les das la mano ellos te dan el pie, ya recibió varios reporte por eso alumnos que si no fuera que la directora lo conocía a la perfección; lo serio y dedicado que era en su trabajo, lo hubieran despedido hace mucho. Molesto siguió comiendo de su lasaña, hasta que sintió como alguien jalaba la tela de su chaleco, extrañado bajo la mirada encontrándose con Leo; él extendía sus bracitos para que lo cargara y con sus mejillas llenas de migajas de las galletas que le trajo. Suspiro tratando de calmar su enojo y lo alzo para sentarlo en su regazo.

Leo lo miro, él le sonrió un poco antes de levantar la mirada y buscar su plato de comida.

–Pásame su plato –le pidió de manera calmada a Guido; quien no dudo en obedecer.

Luca tomo el plato de espagueti y verdura cocida. Con el tenedor enrolló un poco de pasta y se lo acerco como si fuera un avión a la boquita del menor; quien no dudo en abrir su boca y comerlo tranquilamente. Todos los adultos se quedaron sorprendidos al ver al pequeño comer obedientemente.

–¿Qué pasa? –pregunto indiferente al sentir la mirada de todos sobre él.

–Es la primera vez que come bien desde que llego, no se queja ni lo rechaza –susurró Giulietta sorprendida–. Intentamos de todo, pero siempre se quejaba o lo rechazaba.

–Tal vez signifique que está mejorando –musitó mientras agarraba una servilleta y limpiaba la mejilla del pequeño con una pequeña sonrisa calmada.

–Luca, ¿no quieres ser la nueva mamá de los niños? –insistió burlón y pícaro Guido al mismo tiempo que recargaba medio cuerpo sobre la mesa–. Eres mucho mejor que su verdadera madre.

Ercole quien estaba a su lado le dio un zape, Luca y Alberto se sonrojaron levemente, no pudieron evitar mirarse entre ellos; cosa que provoco un sonrojo aún más fuerte y desviaran su mirada con vergüenza ante la idea.

–¡Cállate!, quedamos en no sacar el tema de ella frente a Alberto –exclamó entre dientes Ercole mientras se pellizcaba la fuente de su nariz.

–¡NO! Ya estoy harto de que siempre tengamos que fingir que todo está bien, cuando no es así.

–¡GUIDO CALLATE! –gritó Giulia– ¡Lo que hizo ella no tiene perdón! Alberto esta mejor sin ella.

–¡Giulia estoy cansado de ver a mi amigo caer en el mismo trauma que tuvo en su niñez! ¡Él merece a alguien mejor!

–¡Ella no va volver quieran o no! –grito Ercole molesto de tener que aguantar tanto aquel tema.

Iban a seguir alegando y peleando si no fuera que el ruido de la silla arrastrándose los callo a los tres, Alberto se levantó de su lugar con sus ojos apagados y vacíos miro a todos, y sin decir ninguna palabra abandono el comedor. Luca se levantó rápidamente, acomodando a Leo entre sus brazos para seguirlo. No tenía idea que pasaba, pero algo le decía que la historia se repitió y él mejor que nadie conocía el trauma de Alberto.

Mientras se alejaba podía escuchar los gritos de los demás, al parecer se habían aguantado tanto aquellos sentimientos con respeto a la mujer ausente. ¿Así que ella los abandonó?, pensó, sin llegar a creer que una madre abandonara a dos niños tan pequeños. Miro con pesar a Leo que no entendía nada de lo que pasaba o porque sus tíos peleaban, él solo lo miraba curioso mientras se acurrucaba en su pecho, Luca sonrió débilmente, acaricio su cabellera y dejo un pequeño beso allí. ¿Cómo alguien no podría querer a un angelito tan tranquilo?

Lentamente se acercó a la habitación donde se quedaba Alberto y sus hijos, la puerta blanca estaba entre abierta y la habitación solo estaba iluminada por la luz de la luna que se adentraba por la ventana, iluminando también la figura de Alberto. Él miraba de forma perdida la cuna blanca donde dormía pacíficamente Mina. Luca suspiro, abrió la puerta, él no lo miro, solo dijo de manera cortante:

–Vas a decirme una frase inspiradora o una tontería de esas.

–No, nunca fui bueno para eso –susurró con una sonrisa diminuta–, lo comprobamos aquella noche en la torre. Lo máximo que puedo hacer es saltar de un lugar alto sin miedo a morir.

Alberto no pudo evitar reírse suavemente al recordar esa noche que le confesó lo sucedido con su padre. Rápidamente su sonrisa se borró, suspiro pesado y tomo asiento en el borde de la cama. Luca en verdad no sabía que decir, era terrible consolando a la gente. Aun así se sentó a su lado acomodando a Leo en su regazo y pecho, sonriendo levemente al ver al niño tallar sus ojitos con su puño.

–Tienes unos hijos adorables –susurró mientras acariciaba el dulce rostro del infante.

Alberto no contesto, lo miro de reojo a lo que él solo cerró su mirada calmadamente mientras seguía sonriendo.

–Hay un parque infantil cerca de mi edificio, llevo de vez en cuando a mis sobrinos allí, no vendría mal que fuera Leo a distraerse y luego comer algo...ya sabes los cuatro –propuso mientras abría su mirada para ver su respuesta.

–¿No vas a sacar el tema?

–¿Cuál tema? Solo estoy invitando a un viejo amigo a disfrutar un día con sus hijos.

Sonrió levemente y Luca le correspondió para después acomodar cuidadosamente en la cama al infante que se quedaba dormido. Volvió a acariciar su mejilla con cariño para después levantar la mirada a su viejo amigo y sonreírle.

–Sera mejor que me vaya antes que maten a Guido en frente de mi amigo–dijo para luego levantarse y ocultar sus manos en sus bolsillos–. El lunes te doy más detalles por mensaje.

Comenzó a caminar hacia la salida, pero...

–Luca –lo detuvo.

Él paró sus pasos e hizo un ruidito de que lo escucha.

–Gracias...–escucho.

Volteo su mirada hacia él y le sonrío mostrando sus dientes.

–No es nada.

Sin saberlo ambos comenzaban a sentir una calidez en su pecho que no habían sentido después de tantos años. 

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