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Capítulo 4

- ¡Y se formó la gozadera! –cantaba mientras me cambiaba de ropa- ¡Miami me lo confirmó!

Hoy tenía planeado visitar el taller de Shinichiro, tenía que entregarle el trapo que me prestó ese día de lluvia, sería maleducado no entregar algo que se te dio por un rato.

Ay no te engañes Lexa, solo es una excusa para verlo

Comentó el mini diablo de mi interior. Lo ignoré y seguí buscando la ropa que utilizaría hoy.

Elegí un short de jean azul con un cinturón con lentejuelas plateadas, asimismo para la parte superior me coloqué un top de color celeste sin mangas ni tirantes, únicamente tapando mis pechos, y para completar mis zapatillas blancas y mi tobillera que era una cadena de caracolas de diferentes tamaños, esta fue un regalo de mis sobrinos así que la llevo siempre y con orgullo.

Tomé mi pequeña mochila negra para colocar dentro mi cartera con dinero, unos pañuelos descartables, mi teléfono y la sábana del pelinegro.

Una vez lista, salí de mi casa con las llaves de mi auto en mano no sin antes avisar a mi madre que saldré, y antes de que reprochara algo cerré la puerta de entrada de un portazo.

Me subí a mi vehículo y lo encendí para emprender camino. Me sabía el recorrido desde mi casa hacia el taller puesto que cuando mi madre me fue a buscar me lo aprendí de memoria.

Mientras conducía pensaba que debía llevarle algo de tomar o comer a Shinichiro por su amabilidad por ese día, por lo que me desvié unas calles para ir hacia un mini mercado.

Cuando llegué fui directamente hacia la sección de bebidas pensando en qué podría comprar ya que no tenía ni idea de los gustos de él, así que me decidí por dos botellas personales de Coca-Cola, a más del 80% de la población le gustaba esta bebida por lo que dudaba que a él no. Luego fui hacia la parte de dulces y me decidí por dos trozos pastel, uno de manzana para mí y el otro de chocolate para el pelinegro.

Pagué mi compra y partí otra vez hacia el taller. Una vez llegué, estacioné a la vuelta de este ya que había un estacionamiento libre justó ahí; me bajé con las cosas en mis manos y caminé hacia la entrada, desde ahí pude ver solamente la espalda del pelinegro que se encontraba sentado en una pequeña banca y delante suya estaba una motocicleta.

Con mi pie empujé la puerta de cristal y sonó una campana, anunciando mi llegada, e inmediatamente varios pares de ojos se giraron en mi dirección.

- B-buenas ta-ardes –saludé como pude, estaba muerta del miedo.

Eran unos seis chicos que se ubicaban tres en cada fila, como si estuvieran protegiendo a Shinichiro. Era muy grandes y musculosos, algunos tenían tatuajes y otros cicatrices, o también ambas características, eran como te imaginarías a un matón.

Ninguno respondió y seguían viéndome, solo pude intercambiar miradas con ellos y mantenerme en mi lugar como estatua. Uno de ellos codeó al Sano para que se diera vuelta; al hacerlo me miró con una ceja levantaba por la sorpresa y luego se le cayó el cigarro de la boca, supongo que no me esperaba ahí.

- ¿Lele? –cuestionó mientras se levantaba y se limpiaba las manos con un trapo el aceite de la moto.

- Hola... Sano-san –saludé con una sonrisa tímida. Esta no era yo pero cuando tienes a muchos hombres mirándote y que son capaces de cortarte la cabeza con una solo mano supongo que ya no eres tan valiente.

- ¿Qué te trae por aquí? –preguntó sonriendo.

Cuando él se acercaba en mi dirección los chicos se abrieron paso en un pasillo, como si fuera el rey y ellos sus súbditos. Y al ver esto me dio un impulso de hablar con más confianza.

- Pues... quería agradecerle lo de ese día de lluvia –expliqué mientras levantaba las bolsas de mis manos- Pero supongo que está ocupado.

- Oh –murmuró sorprendido y con un leve sonrojo en sus mejillas- En realidad, ya terminé de reparar la motocicleta.

- ¿En serio? No quiero molestar -asintió- Entonces podemos comer lo que traje y hablar un rato, si le parece bien.

- Me parece perfecto –sonrió y miró hacia atrás, tosiendo para llamar la atención- Buenos, chicos, voy a cerrar el taller, les agradezco su presencia hoy, de verdad.

Los hombres lo miraron incrédulos para luego hacer una reverencia ante él en forma de respeto, y uno que otro intercambio de palabras. Una vez en el taller quedamos solo los dos suspiró con una sonrisa en la cara.

- Ven –me llamó- Aquí atrás tengo unos sillones y una mesa, claro si no te incomoda.

Lo seguí a través de la puerta que se encontraba al final del taller y me señaló un sillón, me senté y esperé a que él tomara asiento a mi lado, dejó la puerta abierta y en unos segundos me acompañó.

- ¿Por qué me trataste con tanta formalidad antes? –preguntó a penas se acomodó.

Comencé a sacar los trozos de pastel y las bebidas para acomodarla en la mesa ratonera.

- Pues, tus amigos me daban miedo. Sentía que si te trataba de otra manera me cortarían la cabeza ahí mismo–lo miré apenada.

- No te harán nada, no te preocupes. Solo que para ellos es raro ver a una chica en el taller.

- Parecían leones listos para atacar si se acercaban a ti, Shinichiro-kun.

Le extendí el pastel de chocolate y una botella de Coca-Cola que recibió gustoso.

- ¿Por qué se comportan así? –levantó una ceja confundido- Así como guardaespaldas.

- Oh. Siempre han sido de esa manera, como no se pelear ellos me protegen –sonrió a la vez que comía.

- ¿Por qué deberías saber pelear? ¿Acaso eres un mafioso o algo así? –reí burlona.

- Algo parecido, era un pandillero –respondió evitando mi mirada.

En estos momentos parecía un pez de tanto abrir y cerrar la boca sin soltar una palabra.

- ¿Pandillero? –murmuré una vez procesé la información- ¿Algo así como en las películas que llevan chaquetas con sus logos, van en motos con caras de malos y también cargan con ellos palos de madera o fierros para golpear a otros?

- Exactamente, solo hasta la parte de llevar armas –soltó aliviado de que no mostrara signos de negatividad- Era el líder de los Black Dragons, una pandilla que cree en mi adolescencia.

- Wow, debe haber sido muy peligroso para alguien de quince años.

- En realidad era difícil porque era débil y nadie me tomaba en serio –se encogió de hombros- Aun que me gustaba pelear con otros.

Reí y negué con la cabeza de manera divertida.

La tarde nos la pasamos hablando de su pandilla y de cómo lograron dominar Japón en su era de oro, que fue cuando él los lideraba y sus dos siguientes generaciones. Pero cuando comenzó a hablar a las que reinaban en la actualidad se lo escuchaba desanimado pero lo disimulaba bien.

Por mi parte le hablé sobre que practicaba automovilismo. También comentamos sobre los miembros de nuestra familia, él me contó que tiene tres hermanos y un abuelo.

No hablamos sobre cosas personales ya que no teníamos confianza, sin embargo los temas que tocamos fueron cosas que todo el mundo podría saber sin problema.

- Oh, Shinichiro-kun, no te pregunté si te gustó el pastel que compré –dije de la nada.

- Puedes llamarme simplemente por mi nombre –aclaró- Y si, estuvo muy rico ¿tú lo hiciste?

- Claro –sonreí inocentemente- Lo preparé antes de venir.

- Wow, asombroso –murmuró y luego me miró burlón con sus cejas levantadas- No sabía que le colocabas código de barra a tus pasteles, y más si es un regalo.

- ¡N-no es lo que crees! -podía jurar que mi cara era un tomate por la vergüenza.

Comenzó a reírse a carcajadas por mi rostro y yo solo quería huir de ahí, mentí tan descaradamente que no me fijé en los detalles.

- Lo siento, Lele –se limpió una lágrima.

Hice un puchero y evité su mirada mirando hacia mi mochila, que mágicamente comenzó a sonar.

- ¿Podrías darme un minuto? –pregunté mientras tomaba mi teléfono.

Asintió y me levanté para alejarme unos metros de distancia para coger la llamada.

- ¿Dónde estás? –era la voz de mi madre- Tu entrenamiento era hace una hora y todavía no llegas.

Mierda, lo olvidé por completo, el tiempo se me fue de las manos. Ahora ¡rápido, debo pensar en una excusa!

- Casi choco cuando iba hacia el autódromo –intenté sonar lo más convincente y calmada posible- Tuve una fuerte discusión con el otro conductor y no me dejó ir hasta que llegara la policía, al final todo se resolvió. Ya estoy por ir hacia allá.

- ¿Me puedes explicar cómo un piloto profesional de automovilismo casi choca? –maldije por lo bajo.

- Se cruzó un gato –dije rápidamente.

Mi madre no contestó por unos segundos, como si estuviese intentando calmarse, hasta que tomó la palabra nuevamente.

- Te quiero aquí en menos de veinte minutos, y más te vale que hagas todas las curvas a la perfección –y cortó.

Suspiré y miré al Sano que me veía expectante.

- De verdad lo siento, debo ir a la práctica –me rasqué la nuca- Se me pasó el tiempo.

Asintió sonriendo, me dejó en claro que no había problema alguno y me acompaño hasta la salida, no sin antes entregarle el pañuelo que me prestó.

Me despedí con una señal de mano y caminé, pero antes de dar la vuelta a la esquina él me tomó del brazo.

- Lele –parecía nervioso- ¿P-podemos salir otro día?

Me sorprendió la pregunta y no evité sonrojarme. Era la primera vez que me invitaban a salir, toda mi adolescencia evité hacer amigos por los consejos de mi mamá, por lo que no tenía a nadie, ni una mejor amiga o mejor amigo, solo era mi familia, y que Shinichiro lo preguntara me alegraba.

- Claro –sonreí y le entregué mi teléfono- Anota tu número así hablamos para acordar el día.

Él se quedó de piedra y alternaba su vista desde mi celular.

- ¿E-es en serio? ¿aceptas?

- Si ¿por qué? –pregunté confundida y luego mi expresión decayó a una triste- ¿Acaso ya no quieres?

- ¡N-no! –se apresuró a decir- Es solo que nunca llegué tan lejos.

No sabía qué quiso decir con el comentario que dijo anteriormente, pero aun así suspiré aliviada de que no cambiara de opinión.

- Nos veremos luego, Shinichiro –me despedí luego de que anotó su número.

- Adiós, rulos –sonrió.

Me di la vuelta y caminé hasta mi auto para emprender camino rápidamente hacia el autódromo, donde un duro entrenamiento me esperaba acompañado por el regaño de mi madre, aunque no me afectaría en nada ya que pasé una agradable tarde.

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