Capítulo 1
Otro día más en el que me tengo que levantar a ser productiva ¿lo peor? No soy productiva.
- ¡Lexa! –me gritó mi madre desde la planta baja.
- ¡Déjame vivir mi vida mamá! –devolví el grito.
- ¡Ya estás viva! –y cuando estaba por responder volvió a gritar- ¡Y dormir no es vivir tu vida!
- ¿Ah no? –susurré para mí misma- Mierda ¿entonces que he estado haciendo desde que nací?
- ¡Mueve tu trasero y ve a comprar que no tengo sal!
De mala gana me levanté de mi cómoda y sexi cama que me seducía a volver con ella.
- No me provoques camita –le dije.
Me dirigí hacia el baño para darme una ducha rápida, más que nada para despertarme y que se me pase el calor, mi aire acondicionado se ha dañado y he sudado como persona en un desierto a pesar de tener ventilador de techo en la mayor potencia.
Una vez me terminé de duchar, me lavé los dientes y me coloqué mi ropa interior, luego un top blanco de tiras finas y un pantalón largo a cuadros de color rosa y blanco, y mis zapatillas blancas con tres líneas a sus costados de color negro.
¿Por qué todo con blanco? Primero, es mi color favorito, y segundo, es el color más sexi y elegante que cualquier otro.
En fin, cuando finalicé todos mis arreglos bajé las escaleras rápido porque si no mi madre me lanzaría un sartén por la cabeza, y quiero vivir sinceramente.
-Les iba a decir "buenos días" pero solo días, porque buena estoy yo –saludé con un beso en la sien a mi padre.
- Buenas tardes –me corrigió él quien bebía un café y veía el plano de una casa que diseñó, y si, es arquitecto.
- Sí sí –le reté importancia y seguí mi camino hacia la cocina donde estaba mi madre- Mamá.
- Al fin –me entregó el dinero- Ten, solo un paquete y de la marca de siempre.
- Ok –mojé un pan en la salsa que estaba preparando ella y me fui de ahí antes de que mi madre se diera la vuelta- Diu, cierto que no tiene sal.
Caminé hacia la puerta para salir pero se abrió antes de tomar el pomo, ingresando por ella mi hermana con mis dos sobrinos, el menor estando en brazos, Ava volvía de buscar a la más grande de la escuelita.
En la residencia Lewis vivían mis padres, la familia de mi hermana y yo. Mi cuñado ha comenzado la construcción du su casa, así que solo faltan unos meses para que quede completa y ellos se muden.
- Buenas buenas –la saludé.
- Buenas tardes, Lexa –devolvió el saludo.
Ah, parece que se despertaron chistositos hoy.
- Biinis tirdis, lixi –me burlé- Hola mocosos –les dije a mis sobrinos mientras les acariciaba el cabello a los dos.
- Mamá, la tía dijo esa palabra otra vez –se quejó Nyoko.
- Deja de hablarles en español, ellos no entienden –me regañó.
- Es mi palabra en castellano favorita, no la dejaré de decir.
Dicho esto, los atravesé para salir del portón para dirigirme hacia el negocio de la señora Tomoe, una vieja amiga de la familia.
El camino es relativamente corto, solo hay que caminar tres calles.
- Hola Tomoe-san –hablé una vez crucé la puerta.
- Buenos días, Lexa-chan –al fin alguien que saluda bien- ¿Qué es lo que buscas el día de hoy?
- Un paquete de sal, la de siempre.
Se dio vuelta para buscar entre los estantes. Este mini supermercado tiene de todo y a un buen precio, es el típico al que recurres cuando te falta algo.
- Serían 305 yenes.
Le entregué todo el dinero que traía conmigo que era el justo, me despedí y partí otra vez hacia mi hogar.
En el camino me distraje con un auto que estaba estacionado, era de un color verde esmeralda, algo excéntrico para mi gusto, pero era hermoso, no lo negaba, debía ser muy veloz también.
Seguí mi camino y estaba tan sumida en pensar en lo que sería conducir ese auto verde que no me fijé al momento de cruzar la calle hasta que escuché un claxon.
Miré rápidamente hacia donde provenía el sonido, solté la sal y me encogí en mi sitio esperando la muerte.
Oh Dios, déjame vivir, prometo no pelear más con las señoras en la verdulería que me querían quitar mis zanahorias, tampoco robaré las plantas que están plantadas en las plazas y parques solo porque me parecen lindas.
No llegó ningún golpe y solo se escuchó una gran frenada en seco.
Saqué mi cabeza de mi refugio improvisado y dirigí mi vista hacia la moto, la iba conduciendo un chico pelinegro y de tez blanca.
- ¡¿Estás bien?! –preguntó alterado mientras se bajaba.
- Define "bien" –respondí con la respiración agitada.
- ¿Ah? –dijo confundido- Emm, pues... bien es cuando... emm
- Solo bromeo –interrumpí riendo un poco más calmada- Me encuentro bien, gracias ¿y tú?
- También –comentó riendo.
Callamos nuestras risas y nos quedamos en nuestro lugar mientras nos veíamos.
Ok, esto se volvió incómodo, lo peor es que no me quiero ir porque sé que es mi culpa este pequeño incidente, además de que sería maleducado.
Mis manos sudaban y no sabía qué hacer, mierda, nadie te prepara para esto en la vida. Lo único que hice fue mirar hacia el suelo, buscando el paquete de sal que compré.
- ¡Nooo! –me quejé de pronto a la vez que me arrodillé de manera dramática.
La sal fue aplastada por la rueda delantera de la moto ¿ahora qué haré?
- ¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien? ¿Estás herida?
- No... pero mi salecita se murió.
- ¿Tu... salecita?
- Si –señalé el sitio donde se encontraba.
- Uy... de verdad lo siento, es que apareciste de repente y no me daba tiempo a esquivar.
- No pasa nada... -me levanté de mi lugar y lo miré entrecerrando mis ojos- Pero ahora deberás pagar uno nuevo, no quiero morir cuando llegue a casa.
- De acuerdo, pero ¿por qué morirías?
- ¿Acaso sabes lo que es que tu madre te encargue algo y lo pierdas? Se convierten en monstruos, y más cuando implica dinero de por medio.
- Bueno, mi abuelo es igual, así que si lo entiendo.
Nos reímos y emprendimos viaje caminando, él iba con su motocicleta a un costado.
- ¿Eres extranjera? –preguntó.
- Bueno, nací en los Estados Unidos por lo que creo que sí, aunque viví prácticamente toda mi vida aquí en Japón –respondí mientras lo veía, tiene un perfil lindo- ¿por qué?
- Es que bueno... eres la primera chica que veo que tiene rulos –dijo apenado mientras se rascaba la nuca.
Oh, olvidé decirles, tengo muchos rulos, soy como la princesa Mérida de la película Valiente y Moana de Moana (daa) solo que mi cabello es azul. Cortesía de los genes de mi padre.
- En Japón la mayoría de las mujeres tienen el pelo lacio, es muy pero muy raro ver a alguien con otro tipo de cabello.
- Pues tu eres el primer chico que me lo dice, gracias por notarlo, supongo.
Entramos al negocio otra vez y le expliqué la situación vergonzosa a la señora Tomoe, ella solo soltó risas y me entregó otro paquete, mientras el pelinegro pagaba el producto. Nuevamente salimos.
- Muchas gracias, lamento el incidente –le hablé e hice una reverencia- Adiós.
- ¡Oh! No te preocupes, también fue mi culpa, iba muy rápido. Y por favor... déjame acompañarte, no quiero que te atropellen.
Lo miré con el ceño fruncido de manera indignada, no soy tan idiota como para que me pase algo dos veces en el mismo día.
Bueno, una vez me pasó, pero no por idiota.
Accedí y volvimos a caminar juntos, otra vez en silencio hasta que hablé.
- Debes haber manejado mucho una motocicleta para frenar con esa precisión.
- Se podría decir que sí, la manejo desde hace más de siete años.
- Asombroso –lo alagué.
- Lo sé –comentó con una sonrisa orgullosa.
Nos detuvimos en la entrada de mi casa y lo miré.
- Muchas gracias por acompañarme... -y dejé de hablar porque me di cuenta de que nunca nos dijimos nuestros nombres- ¿Cómo te llamas?
- Cierto, no nos presentamos. Sano Shinichiro ¿tú?
- Lewis Lexa.
Nos reímos por nuestra estupidez y me despedí de él. Fue un momento agradable a pesar de no conocernos para nada.
Pero todo se arruinó cuando pisé el comedor de mi casa ya que mi madre me estaba esperando con un testamento de regaños por la tardanza y todo eso.
Y ahora que lo pienso mejor, ese Shinichiro ahora sabe mi dirección, podría robarme cuando quisiese.
Bueno, de algo hay que morir.
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