Capítulo 9
Es todavía de noche, y un sonido profundo y lejano me despierta. Tardo un par de segundos en orientarme; el ruido constante de la tormenta, el crujir de la casa, y ese trueno bajo que aún retumba. Me arropo un poco más, sintiendo el eco de la pesadilla aún clavado en mi cabeza.
El sueño era confuso y fragmentado, pero la imagen de Ian persiste. Lo veía de pie, de espaldas a mí, avanzando hacia una especie de camino desconocido, su figura desdibujada bajo una luz tenue y azulada. Quería alcanzarlo, pero cada vez que daba un paso hacia él, él parecía alejarse más y más. Y luego, sin previo aviso, me encontraba rodeada de un vacío oscuro. Intentaba llamarlo, pedirle que no se fuera, que me dijera dónde estaba... pero el sueño terminaba antes de poder escuchar su voz.
Ian siempre ha sido una presencia distante, incluso cuando estábamos juntos. Sus postales, esos mensajes crípticos sin remitente, son todo lo que queda de nuestra relación directa. Cada vez que una llega, siento esa mezcla de alivio y tristeza; él está bien, pero no puedo evitar preguntarme qué lo alejó tanto de nosotros. ¿Es una forma de escaparse? ¿O de protegernos de algo que no quiere que veamos?
Me siento en el sofá, tratando de sacudir el peso de esos pensamientos. Afuera, la tormenta parece haberse calmado un poco, aunque el repiqueteo de la lluvia sigue constante. Miro hacia el rincón de la habitación donde, en una pequeña jaula improvisada, está el cuervo que encontré hace unos días en el bosque.
Lo llamo "Cuervo", como si él mismo ya supiera que no necesita otro nombre. Me acerco y veo cómo me observa con un ojo oscuro y brillante, la otra ala doblada contra su cuerpo. A veces me pregunto si sabrá que estoy aquí para ayudarlo o si piensa que soy simplemente otra amenaza. Su pata herida parece estar mejorando, aunque el camino a su recuperación aún es largo.
—Buenos días, Cuervo —murmuro en voz baja, para no asustarlo.
Él me observa sin moverse, como si estuviera evaluándome. Saco un poco de agua fresca y algunos pedacitos de comida que preparo para él, y me siento a su lado, mientras él come despacio, sin perderme de vista.
—Tú y yo estamos igual, ¿sabes? Ambos atrapados en este lugar, intentando recuperar algo —le digo, como si realmente pudiera entenderme.
El cuervo sigue picoteando la comida, pero siento que de alguna manera me entiende. Es extraño lo mucho que he llegado a apreciar su compañía en estos días. No es que me quite la soledad, pero su presencia me recuerda que no estoy tan sola en esta casa.
Pasan unos minutos en los que el sonido de la lluvia y el crujir de la casa son los únicos acompañantes de mis pensamientos. De alguna forma, el silencio de la mañana se siente diferente después de un sueño así, como si el eco de la pesadilla aún rondara en el ambiente. Me preparo un café en la cocina y me siento en la ventana, observando el bosque húmedo y oscuro bajo la luz grisácea del amanecer.
Mientras sorbo el café, me quedo pensando en Ian, en lo que significaría tenerlo aquí, en cómo sería compartir estas mañanas con él, que siempre fue más aventurero y temerario que yo. Pienso también en mis padres, en lo que habrán sentido cuando él se fue por primera vez, y en lo que sienten cada vez que llega una de esas postales, que se sienten más como mensajes de un fantasma que como palabras de alguien que realmente sigue entre nosotros.
La tormenta continúa suavemente, y decido que no puedo quedarme todo el día atrapada en la casa. Necesito aire, y, además, me gustaría encontrar un café en Lirium.
Después del viaje en coche a través del fangoso bosque y aparcar al otro lado del puente, no tardo en encontrar una cafetería con aspecto antiguo. Es toda de piedra, con una cristalera enorme que deja ver la calle y la gente que la transita. Tiene luces tenues, estanterías de libros y un olor a pastas caseras que me reconforta al instante, refugiándome en un espacio que me permite relajarme de los ecos de la tormenta y el bosque.
Me acerco a la barra y pido un café y un bollo. La camarera me sonríe amablemente mientras prepara mi pedido, y me quedo observando el lugar: mesas de madera oscura, cuadros de paisajes locales en las paredes, esculturas clásicas y algunas plantas dispersas por el espacio. Es un lugar con aspecto académico.
Encuentro una mesa junto a la ventana y me siento, mirando hacia la calle. La lluvia de la noche anterior ha dejado charcos en el pavimento, y el aire huele a tierra húmeda. Me pierdo en mis pensamientos, recordando el sueño de Ian y el cuervo que dejé en casa, preguntándome si algún día lograré entender qué lo llevó tan lejos y si realmente quiere volver. En mi mente, su imagen sigue siendo un enigma, como esas postales sin respuesta.
—¿Te importaría si me siento? —La voz grave y despreocupada de Dante me saca de mis pensamientos. Levanto la vista y lo veo, con una sonrisa que mezcla picardía y confianza. Sostiene una taza de café de papel humeante en una mano, y en la otra su casco con la visera abierta.
—Oh, claro, adelante —respondo, tratando de recomponerme.
Dante se sienta frente a mí y se acomoda en la silla, como si no le importara nada en el mundo. Lleva su chaqueta de cuero, y una hebra de su cabello oscuro le cae sobre la frente, dándole un aire desenfadado.
—No pensé que te vería por aquí tan temprano —dice, apoyando un brazo sobre la mesa—. ¿La tormenta te ha dado una mala noche?
—Algo así. No estoy acostumbrada a estar sola en un sitio tan... apartado —admito, sin darle demasiadas vueltas. Él me observa con una mirada que parece ver más allá de mis palabras.
—Ya, imagino que esto es un cambio radical. Aquí las noches pueden ser... intensas, si no estás acostumbrada —comenta, y sus ojos oscuros brillan con algo que no consigo descifrar del todo.
—Bueno, intensas es una forma de decirlo —respondo, sonriendo. A su lado, me siento un poco fuera de lugar, como si todo en su presencia exigiera atención.
Dante se ríe suavemente, y ese sonido tiene un tono cómplice. Huele su café antes de darle un sorbo y dejarlo sobre la mesa.
—Sí, te acostumbrarás. Aunque a veces, ser nuevo en un sitio como este puede ser un poco más arriesgado de lo que parece.
Frunzo el ceño, tratando de captar el verdadero sentido de sus palabras. Él mantiene esa expresión despreocupada, pero hay algo en su tono que me hace pensar que no se refiere solo a lo que dice.
—¿Arriesgado? —pregunto, intentando sonar casual.
Dante se encoge de hombros, como si fuera un tema sin importancia.
—Digamos que algunos de nosotros encontramos formas creativas de entretenernos. Todo el mundo tiene su forma de escapar. Las motos son solo una de ellas. —Sus labios se curvan en una sonrisa, y esa chispa en sus ojos se intensifica.
La forma en que lo dice, con esa seguridad y ese misterio, hace que sienta una mezcla de curiosidad y cautela. Dante parece disfrutar de esa tensión, de saber algo que yo ignoro.
—Ya veo. Entonces, supongo que eres de los que encuentra la adrenalina... entretenida —comento, tratando de mantener la conversación en su tono de misterio.
Él sonríe, y esa sonrisa tiene un toque de desafío. —Algo así. Aunque a veces, la adrenalina puede llevarte más lejos de lo que imaginas.
Durante un segundo, nuestros ojos se encuentran, y siento que hay algo oscuro y profundo en su mirada, una intensidad que, por alguna razón, me resulta atractiva y a la vez peligrosa. Antes de que pueda decir algo más, Dante se recuesta en la silla y vuelve a sonreír de forma despreocupada, como si no acabara de soltar esa frase cargada de significado.
—¿Y tú? —pregunta, cambiando de tema—. ¿Qué te trae tan lejos de tu mundo? No parece que te diviertas mucho en un sitio como este.
—Supongo que necesitaba un cambio —respondo, eludiendo la verdadera respuesta—. Algo diferente.
Él asiente, como si entendiera a la perfección lo que digo, y durante un segundo, parece que el mundo se ha quedado en silencio alrededor de nosotros, como si Dante fuera una figura que atrae todo el espacio.
—Quizá aún lo sigas necesitando.
Me esfuerzo por mantener la compostura, sin saber si lo dice como un consejo o como una advertencia. Antes de poder responder, una figura aparece junto a nuestra mesa. Levanto la vista y veo a Luca, con su calma habitual y una mirada que parece captar todo sin necesidad de preguntar.
—Vaya, ¿me he perdido algo? —pregunta Luca, mirándonos a ambos con una leve sonrisa.
—No mucho —responde Dante, aunque hay una chispa en sus ojos—. Solo charlábamos de cómo la vida puede ser interesante por aquí.
Luca asiente, y sus ojos se cruzan con los míos. Dante se despide con un gesto desenfadado, como si su presencia hubiera sido un breve desafío. Antes de marcharse, se inclina hacia mí y, en un susurro, añade:
—Te veo pronto, Lili. Cuídate. —Y su sonrisa me deja con la sensación de que esas palabras llevan un doble sentido.
Mientras lo veo alejarse, me quedo un momento en silencio, asimilando la conversación. Luca toma asiento frente a mí, su presencia tan opuesta a la de Dante, y siento que él percibe mi curiosidad sin necesidad de palabras.
Por un momento ambos permanecemos en silencio, como si cada uno estuviera dejando que el otro procesara la conversación previa.
—¿Te ha dejado alguna de sus frases enigmáticas? —pregunta Luca al cabo de un rato, y una sonrisa suave se dibuja en su rostro.
—Podríamos decir que sí —respondo, esbozando una sonrisa. Me doy cuenta de que es un alivio tener a alguien como Luca cerca. Su calma contrasta tanto con la intensidad de Dante que siento que puedo relajarme un poco más en su presencia.
Luca asiente, y me mira con esa expresión tranquila y analítica que parece capaz de leer más de lo que digo.
—Dante tiene su forma de ver el mundo. A veces, creo que disfruta de la intriga casi tanto como de la velocidad.
Me río un poco, recordando la conversación de antes, y siento cómo la tensión de la charla con Dante se disipa lentamente.
—¿Y tú? —pregunto, curiosa—. ¿Tienes la misma... afinidad por la velocidad?
Luca toma un sorbo de su café antes de responder, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras. —Me gusta la velocidad, sí. Pero no tanto como a él. Para mí, es más una forma de desconectar, de encontrar un momento de paz. No sé si tiene sentido.
Asiento, comprendiendo que Luca lo ve desde otra perspectiva, una más introspectiva. —Sí, lo entiendo. Supongo que cada uno encuentra su forma de escapar.
Luca deja su taza en la mesa y me mira directamente. Hay algo en su mirada que parece querer decirme más de lo que se atreve a pronunciar.
—Es cierto, Lili. Todos escapamos de algo, en mayor o menor medida. Aunque algunos escapan sin ni siquiera darse cuenta.
Sus palabras se quedan flotando en el aire, y siento un leve escalofrío, como si acabara de darme cuenta de que quizás eso es lo que yo misma estoy haciendo. Pero no digo nada; en cambio, me mantengo en silencio, intentando asimilar el peso de lo que acaba de decir.
Luca observa mis manos, que juegan distraídamente con el borde de la servilleta sobre la mesa. Permanece en silencio unos segundos más, como si me diera espacio para ordenar mis pensamientos. Entonces, con una mirada tranquila, se inclina hacia adelante y rompe el silencio.
—Siento que este sitio... te hace bien. —Dice las palabras despacio, como si cada una de ellas llevara consigo un significado oculto—. Te veo... diferente.
Lo miro, sorprendida, sin saber exactamente cómo responder. Su mirada no me juzga, ni trata de analizarme; simplemente observa.
—¿Diferente? ¿Cómo? —pregunto, intrigada.
Él se queda en silencio un segundo, como si sopesara las palabras antes de responder.
—Quizás más en paz. Aunque no lo diría así... exactamente. —Su expresión es suave, y hay algo en su tono que me hace sentir como si me conociera mejor de lo que yo misma me conozco—. Quizás "en paz" no es la palabra... pero veo algo que no vi antes.
No estoy segura de qué decir. En un lugar tan pequeño como este, donde la tranquilidad y el silencio son los únicos compañeros, es fácil dejar que las emociones tomen el control, que cosas de las que he escapado salgan a la superficie. No me había dado cuenta hasta ahora de cómo eso afecta a la forma en que me ven los demás.
—Aquí es difícil esconderse de uno mismo —respondo finalmente, sin saber muy bien de dónde me ha salido esa respuesta.
Luca asiente, y por un momento sus ojos se vuelven más serios.
—Sí. Aquí, no hay muchos lugares a los que huir, ni siquiera de ti misma. —Sus palabras tienen una gravedad inesperada, como si supiera muy bien de qué estaba hablando.
Me quedo en silencio, dejando que sus palabras me lleguen. Algo en mí me impulsa a seguir hablando, a preguntarle más sobre esa tranquilidad que parece poseer, pero antes de que pueda abrir la boca, Luca habla de nuevo.
—A veces, lo único que podemos hacer es aceptar que todo tiene su tiempo. Incluso las respuestas —dice, con una serenidad que, por alguna razón, me hace sentir segura.
La tensión se disipa un poco, y me permito sonreír, agradecida por su sinceridad y por el hecho de que no se sienta obligado a darme respuestas claras. En este momento, su calma es lo único que necesito, y él parece saberlo.
—Gracias, Luca —digo, después de un momento en silencio—. No solo por esto, sino también por anoche. Que vinieras... me hizo sentir menos sola.
Él sonríe ligeramente, sin sorprenderse por mis palabras, como si las esperara. Se inclina hacia adelante, apoyando los brazos en la mesa, y siento su mirada fija en mí, cálida y serena.
—Sabía que estar sola en un sitio tan grande y con esa tormenta... no es fácil, ¿no? —responde, como si no le diera importancia.
—No, no lo es. Me alegra que hayas venido —repito, queriendo dejar claro cuánto significó su visita para mí. La verdad es que no tenía por qué hacerlo, y aun así, él estuvo allí.
Él baja la mirada y juega un momento con la taza vacía, como si buscara las palabras adecuadas.
—A veces, la simple presencia de alguien hace que el silencio no sea tan pesado. Y si alguna vez necesitas que vuelva a pasarme... no dudes en decírmelo —dice finalmente, levantando la vista para mirarme de nuevo. Sus ojos tienen ese brillo sereno, una mezcla de promesa y sinceridad que hace que me sienta... segura.
Lo miro en silencio, intentando que mi gratitud se refleje en mi expresión. De alguna forma, su compañía es diferente a la de los demás. No es el tipo de apoyo que exige algo a cambio; es simplemente estar ahí, sin preguntas ni expectativas.
—Es curioso —digo, casi sin pensar—. No creía que aquí encontraría a alguien con quien pudiera sentirme tan... a gusto. Es como si tuvieras esa habilidad para hacer que la gente baje la guardia sin que se dé cuenta.
Luca sonríe, un poco sorprendido, y su mirada se suaviza.
—Supongo que siempre he preferido escuchar antes que hablar. Quizás eso ayuda.
Nos quedamos en silencio unos segundos, y noto que su mirada se vuelve más profunda, como si evaluara si decir algo más. Finalmente, susurra:
—Y me alegra que hayas bajado la guardia conmigo.
Hay algo en su tono, algo tan sincero y cercano que siento un leve rubor en las mejillas. El silencio que sigue no se siente incómodo; es cálido y tranquilizador, como si nuestras palabras hubieran alcanzado una comprensión más profunda sin necesidad de más explicaciones.
Luca se incorpora lentamente y me dedica una última mirada, con esa calma que me hace sentir que podría decirlo todo sin pronunciar una sola palabra.
—Nos veremos pronto, Lili. Cuídate.
Y con esa despedida, se marcha.
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