Capítulo 6
No sé qué es lo que se quiebra dentro de mí, pero algo lo hace, con un crujido silencioso. Sé que no ha sido nada grave, ni ha pasado algo objetivamente malo, pero no logro contener las lágrimas que comienzan a acumularse en mis ojos. La primera se desliza por mi mejilla, tibia y pesada; luego, otra. Y, en un instante, un torrente las sigue, nublando mi visión. Tengo que detener el coche antes de perder el control y acabar en una zanja. Dejo caer la cabeza sobre el volante y me tapo la boca con las manos, sofocando los sollozos que luchan por salir. Las imágenes se arremolinan en mi mente, como fantasmas de una vida que parece ahora lejana: mi familia, mi ciudad, las calles que solía recorrer sin pensar, las caras familiares en el restaurante de Sara, mi habitación con la luz cálida entrando por la ventana, mi escuela, mis amigos. Todo lo que había sido mi vida, para bien o para mal. Ahora estoy aquí, sola en medio del bosque, aferrada al volante del único fragmento de mi vida que aún me pertenece: este coche viejo que tiembla bajo mis manos, al borde de desmoronarse, igual que yo.
Permanezco así un buen rato, las lágrimas secándose en mis mejillas y mi respiración volviendo a un ritmo irregular. Evito mirar al retrovisor porque sé que el reflejo que encontraré me devolverá una imagen rota. Cuando finalmente las lágrimas cesan, me queda un vacío que solo se llena con la amarga realización de lo poco que valoré mi vida en la ciudad, y de lo frágil que puede ser mi calma.
Arranco el coche y conduzco de vuelta a casa. Allí me espera el pequeño cuervo, hambriento y con las plumas sucias. Lo envuelvo en una toalla y lo baño con agua tibia, hablándole en susurros, como si fuera un bebé. Le explico lo que hago, asegurándole que pronto estará limpio y cómodo. Él se calma, sus movimientos inquietos se detienen cuando mi voz acaricia el aire.
Mientras lo seco, el sonido de un motor se cuela por la ventana, rompiendo la tranquilidad. No puede ser Dante; me dijo que vendría por la noche, y el sol aún cuelga alto en el cielo. Me asomo por la ventana y veo una moto que nunca antes había visto.
Es una Ducati Streetfighter, tan negra como la noche, que se detiene frente a mi nueva casa. La figura se lleva las manos a la cabeza, se quita el casco y me sonríe cuando nuestras miradas se encuentran a través del cristal. El cabello rubio cae en ondas desordenadas, y esa sonrisa... esa sonrisa tiene el poder de derretir el iceberg más grande del planeta. Qué digo, sería capaz de derretir la puta Antártida entera, si quisiera.
Luca.
Salgo al porche y, con las manos apretadas en los bolsillos, levanto apenas la mirada antes de esbozar una sonrisa que se desvanece en el aire frío. Mis ojos se clavan en el casco extra que cuelga del manillar, y una punzada fría me recorre la espalda. ¿Lo habría usado con alguien antes de venir?
—Había pensado... —murmura, su voz suave cortando el silencio como una caricia— que quizá te gustaría dar una vuelta.
El rugido del motor de la Ducati se disipa en el aire fresco de la tarde, convirtiéndose en un murmullo constante que vibra bajo mis manos. Las montañas y los árboles pasan como pinceladas borrosas a nuestro alrededor, y a medida que avanzan, siento cómo el viento se enreda en mi cabello, despejándome la mente. Luca, con su figura firme, parece saber exáctamente adónde va, como si el bosque y sus caminos fueran una extensión de él. Estoy agarrada a sus costados, sujetándo su chaqueta de cuero e intentando invadir lo mínimo de su espacio.
El silencio entre nosotros es inevitable, pero cómodo. Apoyo las manos en su espalda, sintiendo el ritmo pausado de su respiración y cómo cada curva que tomamos es una invitación a relajarme y confiar en el momento. Finalmente, tras unos minutos, Luca toma un desvío por un sendero estrecho rodeado de árboles altos. La luz del sol se cuela entre las ramas, formando un juego de sombras que baila sobre nosotros.
La moto se detiene junto a un pequeño claro en la cima de una colina. Desde ahí, la vista se extiende hasta donde alcanza la vista, mostrando un lago que refleja los colores cálidos del atardecer y, más allá, las montañas que se dibujan en un horizonte azul suave.
—Ven, quiero enseñarte algo —dice Luca, quitándose el casco y sacudiendo su cabello rubio antes de extenderme la mano para ayudarme a bajar.
Me quito el casco y respiro hondo. El aire tiene un aroma fresco, a tierra húmeda y pino, y me recuerda po qué elegí venir a vivir al bosque. Sin embargo, también hay algo en la manera en que Luca me mira que me pone nerviosa, como si sus ojos avellana pudieran leerme con demasiada facilidad.
—Es hermoso...—murmuro, mirando el paisaje.
—Lo sé -Luca se sienta en el suelo, cruzando las piernas y señalando el espacio junto a él—. Es mi lugar favorito para desconectar. Aquí, todo parece... más fácil.
Me siento a su lado, sintiendo la calidez del suelo debajo de mí. Hay un silencio que parece flotar entre nosotros. Luca se queda mirando el horizonte por un momento, y noto que hay algo en sus ojos, algo que no había visto antes. Una mezcla de nostalgia y calma, como si en ese lugar pudiera, por fin, deshacerse de sus preocupaciones.
—¿Por qué me trajiste aquí? —pregunto, jugueteando con las puntas de la hierba.
Luca suelta una pequeña risa, que parece entrecortada, como si las palabras que estuviera a punto de decir le costaran más de lo que quiere admitir.
—A veces... uno necesita recordar que hay lugares en el mundo donde no todo es tan complicado —Se gira para mirarme a los ojos—. Y pensé que quizá te gustaría tener un lugar así. Para encontrar un poco de paz.
Siento calidez en el pecho, algo que no había sentido en mucho tiempo. Aquí, en este claro, el mundo parece un poco más sencillo.
—Gracias por compartirlo conmigo —Le devuelvo la mirada. Hay algo en él, en su manera de ser tan sereno, que me hace sentir segura.
Luca sonríe, pero su expresión cambia, volviéndose más seria.
—Antes —dice, mirando el lago—, solía pensar que todo lo que necesitaba era velocidad y emoción. Era fácil perderse en esa sensación, ¿sabes? Pero después... me di cuenta de que la velocidad a veces no es la respuesta. Que hay momentos en los que uno necesita detenerse, como ahora, y respirar.
Asiento.
—Creí que Dante y tú...
Luca suelta una carcajada suave.
—Dante y yo somos diferentes en muchas cosas. Él necesita esa adrenalina, ese riesgo. Yo... ya no.
Percibo una sombra de dolor en su voz.
—Supongo que hay un equilibrio en todo, ¿no? —digo, mirando el reflejo del sol en el agua.
—Exactamente —Luca se relaja un poco— Y a veces, ese equilibrio está en los lugares más inesperados... o en las personas más inesperadas.
Nuestras miradas se cruzan y, por un momento, el mundo se detiene.
—Ven, sígueme —dice, pasados unos segundos.
Nos levantamos y paseamos junto al lago. El sol comienza a descender, tiñendo el paisaje con tonos dorados. El aire fresco nos envuelve y, a nuestro alrededor, el murmullo de la naturaleza se mezcla con el silencio que parece ofrecernos refugio.
—Entonces, ¿qué te trae realmente aquí? —pregunta Luca, rompiendo la calma. Su voz es suave y profunda, y sus ojos se posan en el agua, como si buscara respuestas en su reflejo.
Siento cómo mis pensamientos vagan entre el pasado y el presente. La imagen de mis padres aparece, clara y dolorosa.
-Supongo que necesitaba un cambio. Mis padres... -mi voz se quiebra ligeramente, y una punzada de tristeza me atraviesa-. Los extraño. Siempre estaban ahí, y ahora... siento que los dejé atrás. Todo lo que conocía, mi rutina, el trabajo... incluso a mi jefa. Era un lugar seguro.
Luca asiente lentamente, y su mirada profunda parece comprenderme.
—Debió ser duro. A veces, los lugares seguros pueden ser más una prisión que un refugio. La ciudad tiene su propio ritmo, su propio caos. ¿Pero no sientes que aquí, en medio del bosque, puedes respirar mejor?
Sonrío débilmente, mirando hacia el horizonte, donde el sol acaricia el agua.
—Sí, hay algo en este lugar. Es como si el tiempo se detuviera, aunque a veces me asusto de esa calma. En la ciudad, siempre había ruido... y en el fondo, me gustaba.
—El ruido puede ser una distracción, pero también una forma de huir —responde Luca, dejando que sus palabras floten en el aire—. Aquí, el silencio te obliga a enfrentarte a ti misma. A veces, es necesario.
Sintiéndome vulnerable, decido abrirme un poco más.
—Hay días en que siento que estoy persiguiendo un sueño que nunca fue mío. Quiero decir, a veces anhelo mi cama, mi habitación, la luz entrando por la ventana... incluso el ruido de la ciudad.
Luca se gira para mirarme a los ojos, una sonrisa suave en su rostro.
—Es normal. Los cambios pueden ser abrumadores. Pero a veces, es en esos momentos de confusión donde encontramos nuestra verdadera esencia.
—No sé si algún día dejaré de sentir que todo lo que dejé atrás me pesa. Pero aquí... me siento un poco más ligera.
—Eso es un buen comienzo —dice—. A veces, el primer paso hacia adelante es simplemente aceptar lo que hemos dejado atrás. Y tal vez, encontrar un lugar donde podamos recordar. Y también soltar. Dante una vez me dijo que este lugar puede ser solitario, pero también un refugio.
—¿Y tú? ¿Qué te trajo a este lugar?
A medida que seguimos caminando, el sol se oculta un poco más. Hay algo reconfortante en la presencia de Luca, que mira al frente, perdido en sus pensamientos.
—Busco la libertad que se siente aquí. —Una sombra de nostalgia atraviesa su rostro y me detengo a su lado—. La velocidad, el viento... todo eso me hace sentir vivo. Pero, como tú, también estoy buscando un equilibrio.
Contemplamos el lago, totalmente dorado por el reflejo del atardecer.
-Deberíamos volver antes de que se haga de noche -dice, al cabo de unos minutos. Pero no se mueve.
Asiento y me doy la vuelta para volver por donde habíamos venido.
Me imita y empezamos nuestro camino de vuelta, despacio, mientras el cielo se tiñe de colores cálidos y las sombras comienzan a alargarse a nuestro alrededor.
Mientras él arranca la moto, el rugido del motor resuena en el aire tranquilo, como una promesa de aventura. Nos subimos y, mientras avanzamos por el sendero que nos lleva de vuelta a la cabaña, el viento acaricia mi rostro, llevándose con él la sensación de soledad que a veces me acecha.
Al llegar a la cabaña, me despido de Luca con una sonrisa. Él se aleja, y la puerta se cierra detrás de mí.
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