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Capítulo 24

El muelle se extiende ante nosotros como un laberinto de sombras y acero, envuelto en una penumbra silenciosa que solo se ve rota por la ocasional luz parpadeante de una farola mal mantenida. La humedad se adhiere a mi piel, y cada paso resuena con un eco que parece demasiado fuerte en el vacío del lugar. El olor a salitre y metal oxidado llena el aire, mezclándose con el leve murmullo del agua golpeando contra los pilares.

Caminamos en silencio, nuestros pasos cautelosos sobre el suelo resbaladizo. El rugido de las motos se ha quedado atrás, reemplazado por un silencio que se siente inquietante en lugar de tranquilizador. Dante va delante, su figura alta y segura avanzando como si conociera cada rincón del lugar. Luca camina junto a mí, su mirada recorriendo cada sombra con una atención que parece casi militar. Aunque no lo diga, sé que está alerta, buscando cualquier signo de peligro.

La niebla flota baja, arrastrándose como un velo translúcido que cubre los contornos de las cosas. La humedad cala a través de mi chaqueta, pero apenas lo noto. Mi mente está fija en lo que podría estar esperándonos. Cada sonido —un crujido distante, el chapoteo del agua— hace que mi corazón se acelere.

—¿Qué crees que estamos buscando exactamente? —miro a Luca, tratando de romper el silencio. Mi voz suena más alta de lo que esperaba en este entorno, y me arrepiento al instante.

—Algo fuera de lugar —responde en un murmullo, sin mirarme—. Pero algo me dice que no tardaremos en encontrarlo.

Dante, que ha avanzado unos metros por delante, se detiene de repente. Alza una mano, indicándonos que nos detengamos también. Mi respiración se congela mientras mis ojos siguen la dirección de su mirada. Entre la neblina, iluminada por la luz tenue de una farola, veo la silueta inconfundible de un furgón negro.

Un escalofrío recorre mi columna. Es el mismo. Reconozco los detalles, las luces traseras y los contornos que vi en la autopista antes del accidente. Dante se gira hacia nosotros, y aunque no dice nada, su expresión es suficiente para que entienda lo que está pensando: lo que nos persiguió nos ha encontrado.

—¿Es...? —mi voz tiembla, pero no puedo terminar la pregunta.

—Es el mismo. —Dante confirma en voz baja, sus palabras cargadas de tensión. Sus ojos claros parecen brillar incluso en la penumbra mientras observa la furgoneta con una mezcla de ira y determinación.

Luca avanza un paso, colocándose entre el furgón y yo, como si su presencia pudiera protegerme de lo que sea que esté dentro.

—Tenemos que averiguar qué hacen aquí. —Su voz es firme, aunque sus palabras llevan una carga de cautela.

Miro el furgón y noto que el motor está apagado, pero las luces interiores proyectan sombras irregulares contra las ventanas oscuras. Alguien está dentro. Mi corazón late con fuerza, y mis manos comienzan a temblar ligeramente. Esto no es lo que esperaba cuando decidí seguir esta pista.

Dante se acerca un poco más, moviéndose con sigilo. Sus pasos son tan ligeros que apenas hacen ruido, y siento una punzada de admiración por su habilidad para manejarse en situaciones como esta. Luca me mira por encima del hombro, como para asegurarse de que sigo bien, antes de seguir a Dante.

Yo los sigo, aunque cada paso se siente como un desafío. El furgón parece más grande a medida que nos acercamos, su presencia casi opresiva en el entorno desolado del muelle. La neblina la envuelve parcialmente, dándole un aire casi espectral.

De repente, un sonido rompe el silencio: el ruido metálico de una puerta al abrirse. Los tres nos congelamos, nuestras miradas fijas en el vehículo. La tensión en el aire es palpable, y siento que mi corazón late tan fuerte que me cuesta respirar.

—Algo se mueve ahí dentro. —Dante apenas susurra las palabras, pero su voz está cargada de la urgencia suficiente para que me den ganas de retroceder.

Sin embargo, no retrocedo. Aprieto los puños, obligándome a mantenerme firme. Si Ian está en peligro, no puedo permitirme tener miedo. Aunque mi cuerpo esté temblando, mi mente se concentra en el objetivo: descubrir la verdad.

Luca se agacha, haciéndonos señas para que lo sigamos detrás de un contenedor cercano. Nos movemos rápido y en silencio, y cuando llegamos a la cobertura del contenedor, el furgón está a unos metros de distancia. Puedo escuchar el leve murmullo de voces que provienen de su interior, aunque no consigo distinguir palabras.

—No podemos quedarnos aquí. Tenemos que acercarnos más. —La voz de Dante es apenas un murmullo, pero está llena de convicción.

Asiento, aunque el miedo me hace dudar por un momento. Esto es real. Esto está pasando.

El murmullo se hace más claro a medida que nos acercamos, aunque todavía no consigo distinguir palabras. Nos movemos con cautela, manteniéndonos siempre a cubierto. El furgón parece inmóvil, pero las luces interiores proyectan sombras que se mueven en su interior y a través de las ventanas de un edificio cercano.

Luca nos guía hasta un grupo de contenedores más grandes, apilados como un muro improvisado. Desde ahí, podemos observar mejor la escena sin ser vistos. Me agacho junto a ellos, mi respiración contenida mientras intento calmar el temblor de mis manos.

Entonces lo escucho.

—¿Sabes lo que pasa cuando alguien como tú comete errores? —La voz masculina es grave y autoritaria, cargada de amenaza.

El impacto de esas palabras hace que me tense. Reconozco la voz que responde, aunque al principio no quiero creerlo.

—No... No hice nada para que me encuentren. —Es Ian. Su tono es bajo, casi temeroso, pero es él.

Un escalofrío recorre mi columna. Mis rodillas comienzan a temblar, y el aire parece quedarse atrapado en mis pulmones.

—Los rumores no son nada, pero prefiero no correr riesgos. —El hombre con la voz autoritaria sigue hablando—. ¿Sabes lo que pasa cuando alguien empieza a llamar la atención? La libertad se termina.

Las palabras caen como un martillo en mi mente. Se están refiriendo a Ian, y el significado es claro: piensan retenerlo. Algo dentro de mí se quiebra al escuchar el miedo en la voz de mi hermano.

—No tenéis por qué hacer esto. —Ian intenta sonar firme, pero la inseguridad se filtra en su voz—. No he hablado con nadie, no he hecho nada.

—Eso es lo que todos dicen. —La respuesta viene acompañada del ruido de pasos acercándose. Entonces, otra voz interviene, una que no reconozco.

—Llévalo al furgón. Es más seguro si lo trasladamos de inmediato.

El pánico me golpea como una ola. Van a llevárselo. Mis manos se aferran al borde del contenedor, y estoy a punto de levantarme, pero Luca me detiene, colocando una mano firme en mi hombro.

—No podemos movernos ahora. —Susurra, sus ojos clavados en los míos. La seriedad en su expresión me recuerda que cualquier error podría ser fatal.

Pero yo ya no pienso con claridad. Es Ian. Mi hermano. Mi sangre. No puedo quedarme aquí mientras se lo llevan.

—Tenemos que hacer algo. —Mis palabras son apenas un susurro, pero mi voz tiembla con una urgencia que no puedo contener.

Dante, que ha estado en silencio hasta ahora, asiente con la cabeza.

—Esperemos un segundo. Si salimos ahora, nos pillarán de lleno. Pero no vamos a dejarlos irse con él. —Sus palabras, aunque tranquilizadoras, no hacen nada para aliviar la presión que siento en el pecho.

La conversación entre los hombres continúa.

—¿Qué pasa si alguien lo ha reconocido? —dice la primera voz, con un tono que suena casi despreocupado, como si estuvieran hablando de un simple objeto, no de una persona.

—No es un riesgo que podamos permitirnos. A partir de ahora, se acabaron las escapadas. Este tipo no puede volver a moverse por su cuenta.

Ian no responde. Lo imagino intentando procesar lo que está ocurriendo, quizás calculando una manera de escapar, aunque eso parezca imposible.

Escucho el ruido de más pasos y un portazo que hace eco en la estructura metálica del muelle. El sonido me hace estremecerme, pero también me obliga a enfocarme. Esto no puede terminar así. No voy a dejar que se lo lleven sin luchar.

Dante me mira, sus ojos claros buscando los míos en la penumbra.

—Cuando tengamos la oportunidad, actuaremos. Pero tiene que ser rápido. —Dice en un susurro, su voz firme pero cargada de una tensión contenida.

Luca asiente, y aunque no dice nada, su presencia a mi lado me da una chispa de valor.

Los pasos se acercan al furgón, y la tensión en el aire se vuelve casi insoportable. Ian está a punto de ser llevado. Mi corazón late con fuerza, y siento que cada segundo que pasa podría ser el último para actuar.

El ruido de pasos apresurados resuena en el aire, y mis nervios están al límite. La puerta metálica del edificio donde se encuentra el furgón se abre de golpe, y dos figuras emergen rápidamente. Uno de ellos grita algo que no logro entender, pero su tono es claro: alarma.

—¡Intrusos! —ruge una voz que hace eco en el muelle vacío.

Dante y Luca reaccionan antes de que yo pueda procesarlo. Cada uno se coloca en un lado, formando una barrera instintiva entre mí y los dos hombres que se aproximan. La tensión en sus cuerpos es palpable, como si estuvieran esperando este momento.

—Lili, no te muevas. —Luca me lanza una mirada rápida antes de volverse hacia los hombres que se acercan. Su voz es firme, pero hay una sombra de preocupación en sus ojos.

—Lo siento, encanto. —Dante gira la cabeza hacia mí con una sonrisa traviesa, como si lo que estuviera por suceder fuera un juego más que una amenaza—. Prometo que esto no durará mucho.

Los dos hombres se acercan, pero no parecen ser más que los "esbirros" de alguien más. Están armados solo con puños y actitud, lo cual, en comparación con Dante y Luca, no es mucho.

El primero de ellos se lanza hacia Dante con un grito de batalla, pero Dante lo esquiva con facilidad, su cuerpo moviéndose con la gracia y precisión de un boxeador profesional. Su primer golpe es limpio y certero: un gancho directo al estómago que hace que el hombre se doble de inmediato.

—¿Eso es todo lo que tienes? —murmura Dante mientras esquiva un segundo ataque con un paso lateral, su cuerpo relajado pero alerta.

Luca, mientras tanto, adopta un enfoque completamente diferente. Cuando el segundo hombre se lanza hacia él, Luca no se molesta en esquivar. En lugar de eso, agarra al hombre por la chaqueta y lo empuja contra un contenedor cercano con un impacto que hace que la estructura metálica retumbe.

—Elige un dios y rézale. —Su voz es baja, casi un susurro amenazante, mientras lo mantiene inmovilizado con un brazo presionando su cuello.

El primer hombre intenta recuperarse, pero Dante ya está sobre él. Con una serie de golpes rápidos, lo desarma por completo, dejándolo tambaleándose hacia atrás. Hay algo hipnótico en la forma en que se mueve: cada golpe está medido, cada movimiento fluido. Es como ver una danza mortal en acción.

—¿Vas a jugar limpio? —bromea Luca, mientras esquiva un golpe dirigido a su rostro y responde con un puñetazo directo al mentón del segundo hombre. Su estilo, más crudo y agresivo, contrasta con la precisión de Dante, pero es igual de efectivo.

—Claro. Es útil para no ensuciarse las manos demasiado. —Dante le lanza una sonrisa sarcástica antes de esquivar un golpe que roza su mejilla.

El hombre que Luca había inmovilizado intenta contraatacar, pero Luca le aplica un golpe bajo al estómago, seguido de un codazo en la mandíbula. El hombre cae de rodillas, incapaz de levantarse.

—¿Eso fue sucio? —pregunta Luca con una sonrisa torcida, mirando de reojo a Dante.

—Eficiente, pero no te daría puntos en el ring. —Dante responde mientras da el golpe final al otro hombre, un cruzado que lo deja inconsciente.

El silencio regresa al muelle, solo roto por el ruido de las olas rompiendo contra los pilares de madera. Los dos hombres yacen en el suelo, inertes pero vivos, mientras Dante y Luca se vuelven hacia mí al unísono.

—¿Estás bien? —pregunta Dante, su voz un poco más seria de lo habitual.

Asiento, aunque mi corazón sigue latiendo a toda velocidad.

—¿E Ian? —susurro, sintiendo cómo la desesperación vuelve a inundarme.

Los tres giramos hacia el edificio, pero ya no hay señales de vida. E furgón, que estaba aparcado frente a la entrada, ya no está. Todo lo que queda es el eco de la pelea y la incertidumbre.

Dante aprieta los puños, una expresión de frustración cruzando su rostro.

—Se han ido. —gruñe, pateando ligeramente uno de los contenedores.

Luca suspira, pasándose una mano por el cabello. Su mirada se endurece mientras analiza el entorno, como si buscara alguna pista que se nos hubiera pasado por alto.

—Tenemos que irnos. —dice finalmente, su tono frío pero decidido—. Antes de que lleguen refuerzos.

Asiento de nuevo, incapaz de hablar. Mi mirada se fija en los dos hombres en el suelo, sus respiraciones entrecortadas rompiendo el silencio. La realidad de lo que acaba de pasar me golpea de lleno, pero no tengo tiempo para procesarlo.

Dante se acerca a mí, su mano rozando suavemente mi brazo.

—Te prometo que esto no ha terminado. —susurra, su voz cargada de una determinación que logra calmar parte del caos en mi mente.

Luca asiente, y sin más palabras, comenzamos a caminar de vuelta hacia las motos. A pesar de la adrenalina que aún corre por mis venas, siento un peso en el pecho que no puedo ignorar. Ian sigue ahí fuera, y ahora más que nunca sé que el tiempo no está de nuestro lado.

Caminamos en silencio hacia las motos, el sonido de nuestras pisadas apenas audible sobre el asfalto desgastado del muelle. El aire frío se cuela por los bordes de mi chaqueta, pero no es solo el frío lo que me hace estremecerme.

Luca se detiene junto a su Ducati, pasando una mano por el asiento mientras sus ojos se pierden en algún lugar lejano. Dante, por su parte, se inclina sobre su moto, ajustando un par de detalles con movimientos que parecen más automáticos que necesarios. Ambos están tan inmersos en sus propios pensamientos que siento que el momento se estira, casi como si el tiempo hubiera decidido darnos un respiro.

Luca finalmente rompe el silencio, sacando su casco y tendiéndomelo con un gesto firme.

—Póntelo.

Tomo el casco, agradeciendo en silencio su insistencia. Mientras me lo coloco, noto cómo Luca me ajusta las correas con precisión, con manos firmes pero cuidadosas. Es un pequeño gesto, pero tiene algo de reconfortante en medio del caos que nos rodea.

Dante se acerca, con su casco ya puesto, y se apoya ligeramente en su moto.

—¿Listos? —pregunta, su tono más ligero de lo que esperaba.

Asiento, aunque el peso en mi pecho sigue ahí. Subo detrás de Luca, sintiendo cómo su cuerpo se tensa ligeramente al rodearlo con mis brazos. El calor que emana a través de su chaqueta es un contraste marcado con el frío de la noche, y por un momento, dejo que esa sensación me ancle a la realidad.

Las motos rugen al unísono cuando arrancan, y el sonido es como un grito de libertad en medio de la quietud opresiva del muelle. Nos adentramos en la carretera, el paisaje oscuro extendiéndose ante nosotros como un lienzo vacío.

El viaje comienza con un ritmo constante, las luces de la autopista proyectando sombras alargadas que parpadean a nuestro alrededor. La música suave en el intercomunicador de Luca filtra un pulso rítmico en mi casco, mezclándose con el rugido del motor bajo nosotros. Cada vibración de la Ducati se siente como un recordatorio de que estamos vivos, de que seguimos adelante.

El aire frío golpea mi rostro, pero no lo siento como algo desagradable. Es refrescante, casi purificador, como si cada kilómetro que dejamos atrás lavara un poco del peso que llevo en el pecho. Mis manos permanecen firmes en la cintura de Luca, y cada tanto noto cómo su respiración parece acompasarse con el ritmo del motor.

A nuestro lado, Dante mantiene el ritmo, su moto rugiendo como una bestia indomable. Cada tanto se adelanta ligeramente, girando la cabeza para mirarnos como si quisiera asegurarse de que seguimos allí. Incluso a través del casco, puedo sentir su energía: una mezcla de desafío y cuidado que siempre parece rodearlo. Pero no dice nada por el intercomunicador.

El paisaje cambia gradualmente, las luces de la ciudad desapareciendo en el horizonte mientras nos acercamos a la costa. La carretera se convierte en un sinuoso sendero que bordea el mar, y puedo escuchar el lejano rugido de las olas mezclándose con los sonidos de nuestras motos.

Cuando finalmente nos detenemos, la playa se extiende ante nosotros, iluminada solo por la luz pálida de la luna. La arena brilla como plata bajo el cielo estrellado, y el aire salado llena mis pulmones mientras bajo de la moto con cuidado.

Dante es el primero en quitarse el casco, sacudiendo ligeramente su cabello mientras me lanza una sonrisa que parece más tranquila que de costumbre.

—Nada como el mar para despejar la cabeza. —Dice, caminando hacia la orilla con las manos en los bolsillos.

Luca se queda atrás por un momento, su mirada fija en el horizonte antes de girarse hacia mí.

—Ven. —Su voz es suave, casi un susurro, pero hay algo en ella que me impulsa a seguirlo.

Caminamos hacia la orilla, el sonido de las olas rompiendo contra la arena llenando el silencio entre nosotros. Cuando llegamos, me siento en el suelo, dejando que la frescura de la arena se filtre a través de mi ropa. Dante se sienta a mi izquierda, mientras Luca toma un lugar a mi derecha.

Por un momento, ninguno de nosotros dice nada. Es como si el mar hubiera robado nuestras palabras, dejándonos con solo nuestras respiraciones y el sonido constante de las olas.

Finalmente, Luca rompe el silencio con un murmullo.

—Lili, lo que pasó hoy... no tienes que cargar con todo esto tú sola.

Miro hacia él, sorprendida por la vulnerabilidad en su tono. Sus ojos miel están fijos en los míos, y por un momento, siento que puede ver más de lo que quiero mostrar.

—No estoy sola. Os tengo a vosotros. —Mi voz suena más fuerte de lo que esperaba, pero la verdad detrás de mis palabras me da fuerza.

Dante asiente, una pequeña sonrisa curvando sus labios.

—Y siempre nos tendrás.

El viento sopla, llevando consigo el aroma salado del mar. Me abrazo las rodillas, dejando que sus palabras se asienten en mi mente. Sé que tienen razón, pero aceptar ayuda nunca ha sido fácil para mí.

—Vamos a encontrarlo. —Luca habla de nuevo, su tono lleno de determinación—. El líder de las apuestas es nuestra próxima parada. Si alguien sabe dónde está Ian, es él.

Miro a ambos, sintiendo una oleada de gratitud que amenaza con desbordarme. A pesar del caos, de la incertidumbre, sé que no estoy sola en esto. Y eso, más que cualquier otra cosa, me da la fuerza para seguir adelante.

La noche avanza lentamente, el sonido del mar envolviéndonos mientras planificamos nuestro próximo movimiento. Y por primera vez en mucho tiempo, siento que hay esperanza al final del camino.

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