Punto de vista de Finn
La sensación de frío en una ciudad húmeda como Villa Rey era totalmente distinta a la que teníamos en Counterville.
Desperté temblando de frío, y aturdido al no saber dónde estaba. Todo estaba oscuro y solo veía borroso hasta que mis ojos fueron acostumbrándose. Seguía en el mismo lugar de antes. Lo confirmé cuando observé la misma constelación en el cielo, brillando como ella misma.
Una mano helada se coló por mi espalda, y lo único que me detuvo de gritar fue notar que Bee dormía de forma plácida sobre mí.
Sonreí al verla.
Pero aquello no me quitó su mano helada de la espalda.
—¿Bee? —susurré cerca de su oído. —Bee, nos quedamos dormidos —comenté. Ella emitió un pequeño quejido y acurrucó su rostro en mi pecho. Tomé su espalda para evitar su caída mientras buscaba el móvil en mi bolsillo.
Eran casi las tres de la mañana.
Observé el cielo de nuevo y suspiré. Me hubiese encantado llegar a casa luego de ese largo viaje, y contarle a mamá todo lo que había vivido. No podía evitar pensar en lo bien que se encontraba antes de todo, o al menos, eso nos hacía pensar. Repetía en mi mente lo tonto que fui al no notar que ella no se sentía feliz.
Ella tomaba sus medicaciones, su doctor comentó que después de varios años, ella se encontraba mejor.
¿Qué había cambiado? ¿Por qué nos dejó de pronto?
Eran preguntas que jamás tendrían respuesta. La depresión era sin duda un trastorno silencioso.
Pensaba en mi padre y en la basura que se había convertido. ¿Desde cuándo unas monedas eran más importantes que la familia? ¿Cómo podía preferir hacerle daño a tanta gente a cambio del cochino dinero? Me dolía. Mi padre no era el mismo que yo conocía, y lamentablemente, empezaba a creer que jamás lo conocí como tal.
La codicia había convertido a mi padre en una persona aterradora.
De pronto, el hombre que me enseñó a atarme los cordones, se había transformado en aquel monstruo de temer. Aquel que aún no sabía hasta dónde podía llegar por un pedazo de plata.
Sentía asco.
Noté que empecé a hiperventilar, tragué saliva y alcé un poco el rostro, evitando el sollozar. No iba a llorar más por él. Mi padre no merecía una más de mis lágrimas. Yo no le iba a dar ese gusto. Así estuviese a miles y miles de kilómetros lejos de mí.
Inhalé y exhalé como Bee me enseñó tantas veces antes. Ese pequeño ejercicio de respiración me había ayudado tantas veces, y aquella no fue la excepción.
Y así como la mencioné en mis pensamientos, sentí cómo de pronto me abrazó más fuerte. Su mano ya no estaba tan fría como antes, así que no me fue tan complicado seguir.
—El auto rojo chocó la montaña y la serpiente cayó —dijo ella, yo me reí al notar que habló dormida.
Yo le respondí intentando tener una respuesta, pero no sucedió. Ella siguió descansando en brazos de Morfeo, como si nada hubiese pasado.
Contemplé la situación y cómo podía proceder. Intenté despertarla un par de veces, pero Bee no parecía tener intención de levantarse.
Yo estaba sentado con la cabeza en el respaldar, mientras Bee se acostó en todo lo que quedaba de espacio del sofá. Se encontraba en posición fetal y usándome de almohada.
Muy cómoda, por cierto.
Como tenía la ventaja de tener los pies sobre el suelo, no me fue tan difícil ponerme de pie con ella en mis brazos. Bee estaba tan dormida, que lo único que hizo en todo momento, fue quejarse porque la moví del sitio. Sin embargo, no se complicó la vida y halló la forma de encontrar comodidad, apoyó su rostro sobre mi cuello y me abrazó.
—Bee, te estoy llevando a tu habitación, ¿Está bien? Nos quedamos dormidos aquí, y hace mucho frío. No podemos pescar un resfriado, tenemos muchos lugares que visitar.
—Sí —respondió ella, en medio del sueño de la serpiente y el auto rojo.
Sonreí y bajé las escaleras con ella en brazos, y justo cuando estaba por llegar a su habitación, me encontré a Alelí con cara de haber estado durmiendo. Ella bostezó un poco y entrecerró los ojos, como si estuviese enfocando bien la vista.
—Hola —me dijo—. ¿Estaban de fiesta?
Yo me reí bajito y negué con la cabeza.
—Nos quedamos dormidos allá arriba. Me acabo de despertar, y la señorita aquí en mis brazos no quería despertar. ¿Me echas una mano? Necesito que me abras la puerta, por favor —pedí.
—¡Ah! ¡Sí, claro! —contestó.
Alelí no dudó un segundo en acercarse y caminó dentro para acomodar las sábanas de la cama. Luego se dirigió a la puerta, y yo terminé por tapar a Bee con las miles de colchas que los Robles nos habían dejado en cada cama. No mentía cuando decía que hacía mucho frío. Mi favorita era una en específico, que picaba, pero tenía el dibujo de un tigre.
Jadeé un poco del cansancio y suspiré cuando al fin terminé mi misión.
Bee se volvió a acurrucar en la cama, pero antes palpó la almohada en busca de algo.
Alguien carraspeó la garganta y yo giré a ver. Alelí estaba recostada sobre el marco de la puerta y yo sonreí caminando hacia la salida. Cerré con cuidado de hacer ruido, pero Alelí palmeó mi brazo y me asusté.
—Entonces... ¿Me explicas qué relación tienen? Pensé que eran amigos, luego pensé que eran novios, luego volví a pensar que eran novios y en algún momento pensé que hasta estaban casadísimos —comentó caminando por el pasillo. Su conversación siguió, y eso hizo que yo fuera con ella por las escaleras hasta la cocina.
—Es complicado, supongo. Somos amigos, estoy enamorado de ella, ella está confundida y ambos tenemos problemas familiares que probablemente jamás nos dejen estar juntos, pero quién cuenta con ello, ¿No? —me reí recibiendo el vaso con jugo que ella me ofreció.
Alelí bebió lento mirándome a los ojos y suspiré.
—Es complicado —repitió asintiendo.
—Correcto.
—Estás enamorado de ella —comentó bebiendo otro trago de agua. Yo fruncí un poco los labios y asentí mirando un punto fijo.
—Bastante, la verdad. Llega a doler un poco a veces.
—¿Por qué duele, Finn?
Titubeé un poco antes de contestar. Sabía la respuesta, pero no quería decirlo en voz alta. Jugué un poco con mis dedos mientras buscaba aquellas palabras correctas para no hacerlo sonar tan mal como parecía: —Uhm, ¿Es correspondido a veces? Digo, hace unos días lo confesé sin pensar mucho en lo que vendría luego. Lo único que quería era desahogarme y contarle cómo me sentía, no esperaba una respuesta afirmativa, en realidad, ni siquiera esperaba una respuesta, ¿Sabes?
Alelí solo asintió, respondiéndome con un: —Ujum —animándome a continuar.
—No lo sé, Alelí. En la actualidad cada uno tiene sus propios problemas, y lamentablemente algunos se entrelazan. También está este tema de no ser correspondido al cien por ciento. Pero luego están esos pensamientos en mi cabeza que me dicen que tal vez me correspondió de alguna manera porque yo le dije lo que sentía.
—Si puedo intervenir, a mí me parece que no es así. Yo los observo mucho, y ambos se miran de la misma forma, ¿Sabes?
—No lo creo. Y claro que no la culpo, al fin y al cabo nadie puede obligar a alguien a sentir amor por ti, ¿No? Lo único que quiero ahora mismo, es verla feliz. Pero no solo feliz. Quiero verla a salvo y en paz. Me gustaría alejarla de cualquier peligro y de toda tristeza. ¿Por qué es eso tan complicado?
—Pienso que te está haciendo daño asumir varias cosas, ¿No consideraste preguntarle qué es lo que ella siente? —cuestionó Alelí mirándome. Yo bebí un poco de agua y negué.
—No lo hablamos mucho porque Bee da muy buenas frases motivacionales, créeme. Aquello me dejó sin palabras.
—¿Cómo que frases motivacionales? —preguntó Alelí mirándome confundida. Yo olvidé todo lo que había dicho antes y me eché a reír. ¿Cómo le explicaba eso? —¿De qué te ríes? ¡No entiendo! —se quejó, y aquello me hizo reír más. —¡No hagas bulla! ¡¡Te va a escuchar mi mamá!!
—¡Perdón! —le dije.
Me tomó algunos segundos recomponerme, pero lo logré. Aquel momento me ayudó a dejar aquellos pensamientos a un lado, pero fue Alelí, sin intención, quien los trajo de nuevo.
—No sé el contexto en general, Finn. Sé por lo que veo que tú y Bee sienten algo por el otro. Lo puedo ver en la forma que se miran, cómo se refieren al otro, y también cómo se cuidan. Pero también comprendo tus sentimientos, y según mi extensa experiencia en el amor, que solo se basa en la confusión que me genera ese italiano que duerme de forma plácida allá arriba. —Señaló las escaleras—. Pienso que sería bueno hablar con ella. No ahora mismo, ni mañana. Pero hazlo. No para presionarla, ni para confundirte más. Para aclarar las cosas. Cada palabras que pasa por tu mente, y asumes que es de algún modo, puede ser totalmente distinta en la cabeza de otros. Y creo que eso es lo que más no hace daño. Asumir sin saber la verdad. El amor jamás te va a hacer daño, y pongo las manos al fuego ahora mismo por Bee, porque sé que ella jamás querría hacerte daño.
—Pero... Yo mismo me estoy haciendo daño al asumir cosas en lugar de buscar la verdad, ¿No? —interrumpí. Alelí unió sus labios en una línea y asintió. —Lo entiendo.
—Qué complicada es la vida cuando uno crece, ¿No? —Alelí me dio en el brazo con su codo y soltó una risilla.
—Uhm... —Asentí terminando de tomar el vaso de agua y ladeé un poco la cabeza—. Volviendo al tema del amor. ¿Me explicas cómo es eso de la confusión y el Italiano? ¿Qué tienen Luca y tú? —pregunté.
Ella giró a mirarme y resopló.
—Siéntate y déjame contarte esta historia de odio y amor. —Palmeó mi espalda y apoyó sus codos sobre la encimera.
—¿Cómo que odio y amor?
—Digamos que Luca y yo no nos llevábamos tan bien cuando él llegó a Villa Rey. Y vaya que no —Alelí se rio bajito y suspiró.
Aquella noche escuché su graciosa historia. Escuchar a Alelí siempre era una sorpresa. Uno no sabía si tendría un nuevo dato histórico, o una historia de amor bastante confusa, pero solo sabía que me cayó bien en cuestión de días.
Luego de conversar un rato más, decidí volver a dormir. Sabía que Bee me despertaría temprano al día siguiente para nuestra salida libre. La llamó de ese modo ya que solo estaríamos los dos desde que habíamos llegado al pueblo.
Me dormí en cuestión de segundos, porque no solo estaba confundido, también estaba cansado. Solo necesité llegar a la cama, y el cansancio hizo lo demás.
Al despertar, tuve solo dos opciones y tenía que elegir rápido, sin duda quería seguir viviendo en ese «cuento de hadas» que decidí tener, pero lo que Alelí me había dicho era cierto. No podía vivir de confusiones y pensamientos asumidos.
Por supuesto que elegí la opción de seguir viviendo en la ignorancia, pero con frases motivacionales en medio de ello.
Nos quedaban pocos días para volver a la ciudad, el viernes sería evento de la lluvia de estrellas, y el sábado subiríamos a la montaña de Rupaq que tanto quería visitar Bee.
No había tiempo para complicarse la vida.
—¡¡Buenos días!! —saludó Bee. Entró a mi habitación luego de tocar la puerta y abrió las ventanas sin preguntar. —¡Hoy es el día de Bee y Finn! ¿Listo para divertirte?
Yo alcé una ceja.
—¿Por qué estás tan feliz y despierta a las siete de la mañana, Bee? —cuestioné mirando mi reloj. Mi voz aún se oía ronca. Lo normal no era ver a Bee despierta tan temprano y con tanto ánimo.
—Siento que serán buenos días, ¿Tú no? —preguntó acercándose a mí con una gran sonrisa.
Pestañeé un poco. Yo vi la oportunidad y la tomé. Tomé esa oportunidad del brazo y la atraje hacia mí.
—No sé, tal vez me falta un poco de motivación —susurré mirándola.
Bee se rio bajito y me dio un beso en la mejilla.
—Ve a buscarla, Armwood —respondió en el mismo tono. Luego caminó hacia la salida, no sin antes echarme un vistazo. —¡Levántate ya, flojonazo! ¡Es hora de desayunar!
—¿Des... Desayunar? ¿Bee Tucker desayunando por su propio mérito? No me lo creo. —Crucé los brazos. —¡Me la cambiaron! ¡¡Devuélvanme a mi Bee!!
—Tu Bee está aquí de pie junto a mí. ¿A qué hora te vas a levantar? —cuestionó Alelí, uniéndose a nosotros.
Me quejé y coloqué la almohada en mi cara.
—Tengo mucho sueño. Bee no me dejó dormir —dije. Alelí alzó las cejas y giró a su derecha con el mismo gesto.
—Qué habrán hecho —comentó.
—Yo dormí bastante cómoda, la verdad —habló Bee. —En realidad, ahora que lo pienso... No sé cómo llegué a mi cama.
—Oh, yo sé cómo. Ven y hablemos del tema. Te aseguro que Finn se apresurará en estar listo. Sígueme, por favor.
Alelí se llevó a Bee y mis ojos se abrieron en grande. No sabía qué le iba a decir, pero de pronto temía dejarlas solas. Me duché a la velocidad de la luz, y me cambié para bajar a desayunar. Bee y Alelí conversaban divertidas en la mesa mientras sus hermanos terminaban de alistar la mesa. Doña Dolores y Don Rafael se encontraban en la cocina preparando todo.
Los demás huéspedes se unieron a nosotros poco después de sentarnos a desayunar. Cada comida con los Robles era distinta por el tema de conversación, pero resultaba más gracioso cuando los demás estaban también, ya que debían alternar entre hablar inglés y español.
Lo que no era chistoso, era ver las miradas que Bee y Alelí se echaban de vez en cuando. Y menos cuando las tenía en frente.
La tortura llamada desayuno terminó. Miré mi reloj. Eran casi las ocho de la mañana cuando nos levantamos de la mesa y agradecimos que nos alimentaran de forma gratuita y sin ningún interés de por medio.
Yo comenté que terminaría de alistarme para salir, y Bee hizo lo mismo. Yo terminé antes que ella, así que como se estaba haciendo costumbre, fui a buscarla. Toqué la puerta y ella abrió mientras se colocaba el labial.
—Estoy casi lista, ayúdame a elegir. Chaqueta blanca o negra —pidió señalando su ropa.
—Uhm, creo que la chaqueta blanca.
Bee estuvo de acuerdo conmigo, y me felicitó por elegir la respuesta correcta. No sabía que estaba en un examen, pero al parecer aprobé.
Una vez estuvimos listos para salir, Luca nos llevó al centro del pueblo. Nos dijo que nos buscaría en cuanto avisáramos, así que de pronto éramos solo ella y yo, y muchos lugares que visitar.
Bee tenía una lista de museos que quería ver, pero nos dimos con las sorpresa de que muchos de ellos habían cerrado por falta de apoyo del gobierno. Estaban presentes, pero tenían meses sin abrir. Bee había estado ilusionada con visitarlos, así que no nos quedó otra opción que buscarnos la vida.
—¡Mira! ¿Qué es ese lugar amarillo? —preguntó Bee. La casa grande en cuestión, según nos explicaron, solía ser el auditorio en donde los vecinos exponían sus ideas para mejorar el pueblo. Y no fue hasta que tuvieron a su primer alcalde, y se creó el municipio, que dejó de funcionar.
Lo dejaron como una especie de museo por haber servido a la comunidad por tantos años. Pagamos la entrada, en el interior había una pequeña sala con fotos de pobladores y sus más grandes logros. Personas que habían nacido allí e hicieron una diferencia en el país. El vigilante nos comentó que la misma lista de personas tenían un mural cerca del centro. Sus rostros se veían reflejados en ilustraciones que más tarde visitaríamos.
El auditorio en cuestión era más o menos grande, caminamos por el lugar, y al hablar, notamos que había eco.
—¡Tengo una idea! —dijo Bee tomando un papel en sus manos. Miré alrededor y ella corrió hacia el estrado. La tarima estaba cubierta con una alfombra roja bastante usada. —¡Buenos días, queridos compatriotas! Es un honor para mí estar antes ustedes. No tengo un discurso preparado —comenzó a decir, y yo me tapé la cara. Bee no lo había visto, pero el vigilante estaba justo detrás de ella. Había salido de aquella puerta, y la escuchaba expectante.
—Uhm, Bee...
—¡No interrumpas mi discurso a la asamblea!
—No quiero interrumpir, pero tienes más de un invitado al discurso —comenté intentando señalar al guardia con los ojos.
Bee giró de inmediato, y así fue como su rostro se puso rojo en un segundo. Bee echó una risilla nerviosa y se disculpó varias veces mientras el guardia aplaudía.
Lejos de estar enojado, él le dijo que apostaba que sería un gran discurso. Eso hizo a reír a Bee, pero no la detuvo de querer irse del lugar. Tomó mi mano y me sacó de ahí de inmediato.
Ambos nos reíamos, uno más que el otro, pero la situación fue muy chistosa, y no podía parar.
—¡Te odio! ¡Deja de reírte! —me dijo entre risas.
—¡Debiste ver su cara, Bee! ¡¡Debiste ver tu cara!! —La señalé. Bee presionó mi mano más fuerte y me quejé de dolor. No había notado que seguíamos tomados de la mano.
Miré hacia abajo y solo atiné a entrelazar sus dedos con los míos. Nunca había visto unas manos encajar tan bien. O tal vez solo era yo y el amor que me hacía ver todo de forma bonita.
Bee me miró y sonrió.
—Correcto. No fue un discurso completo, ni estuve en la ONU, pero me parece que lo cumplí. A la lista —comentó, pero no entendí. —Vamos al mural, tonto.
No me dio tiempo a preguntar a qué se refería, pero tampoco pude hacerlo. Bee estaba ocupada llevándome al lugar que quería conocer. A cinco minutos del auditorio se encontraba un largo mural con, como nos había indicado el vigilante antes, una lista de personas que habían sobresalido de algún modo. Cantantes, poetas, escritores, deportistas, etc.
—¿Te imaginas hacer algo tan increíble como para estar en un mural así? Una realidad para muchos, un sueño para otros como yo —reí.
—¿Por qué lo dices, Finn?
Giré a verla. No era un comentario que hubiese pensado desarrollar, pero eso me llevó a pensar de verdad. ¿Qué cosa increíble había hecho en mi vida para ganarme un lugar ahí?
—Nada importante, supongo. No creo haber hecho nada increíble —respondí. ¿Cómo hacía para huir de aquella conversación? No quería que aquello se volviese profundo.
—Nada de eso. Apuesto que puedo dar muchas razones para verte en ese mural. Hablemos de lo increíble que resultaste ser bailando. Escribes precioso, sé que Peter no es tu abuelo, pero sin duda heredaste su sabiduría y su forma de escribir. Jamás envías un mensaje sin dejar un signo de puntuación incorrecto. ¡Otra cosa! Helados increíbles. Nadie, con el perdón de Don Rafael, hace mejores helados que tú. ¿Me puedo casar con tus helados? —cuestionó acercándose a mí. Aquello me hizo reír. —Y esa risa, puedo pintar un mural entero con un ensayo sobre las razones por las cuales escuchar tu risa es lo mejor que le puede pasar a alguien. Añadiría un artículo especial sobre las frases motivacionales, ¿Qué te parece?
—Hablando de ello, creo que estoy un poco desanimado, ¿Qué te parece un poco de motivación?
—Sigue intentándolo, Armwood. Algún día lograrás tenerla —dijo bajito.
—Ojalá, se me agota la energía —comenté, haciéndome la víctima.
Ella se rio y negó con la cabeza.
La tarde se fue en ello, visitas a lugares, algún que otro comentario gracioso y hambre, mucha hambre. Llegamos a casa de los Robles dispuestos a comernos un caballo entero. Y como siempre, Doña Lola nos esperaba con los brazos abiertos y un gran plato de comida caliente para nosotros. Me recordaba mucho a mi madre cuando era pequeño.
Doña Lola nos recibía cada día como si no nos hubiese visto un año entero.
—¿Y? ¿Qué tal estaba mi estofado? Cuéntenme —comentó expectante. Bee y yo halagamos tanto su comida que no nos quedaban palabras cuando preguntó, pero intentamos resumirlo de nuevo, y ella quedó encantada. —Amo que amen mi comida, ¿Quién quiere postre? Le preparé un pastel de chocolate a Alejandrito porque estaba un poco decaído. Y como dice el dicho, barriga llena, corazón contento.
—Yo estoy satisfecha, pero muchas gracias, Doña Lola. Si desea puedo llevarle el pastel a Alejandro. La veo cansada, por favor siéntese un momento —pidió Bee mirándola. La mujer no quería hacerlo, pero ante la insistencia terminó aceptando. Bee subió las escaleras y desapareció de nuestra radio visual.
—Así que... —Doña Lola llamó mi atención. Tragué saliva, estaba utilizando el mismo tono que su hija la madrugada anterior. —¿Tú y Bee son novios? —preguntó.
Por supuesto. De tal palo, tal astilla.
—No, somos amigos.
—Uhm, pero te gusta —afirmó. No preguntó. —Conozco esa mirada, Finn. Eso significa que la quieres mucho, ¿Verdad? —Yo no respondí con palabras, pero sonreí, y eso fue lo único que necesitó para confirmarlo. —Si tu amor es sincero, sigue adelante. Bee se ve como una niña muy linda, y alguien que vale la pena. Además se ven muy bonitos juntos. Son como dos muñequitos —comentó enternecida. —Ah, aquellas épocas de la juventud. Mi Rafa era bastante tímido cuando nos conocimos, así que tomé el toro por las astas y yo me declaré. A veces, si uno quiere algo, debe ir por ello, ¿No? —La mujer suspiró y apoyó su rostro sobre una mano. —Ay, el amor.
Sonreí y suspiré también.
—A veces las cosas son más complicadas de lo que parecen, Doña Lola. Pero sí, lucharé por ello, porque Bee lo vale. Lo prometo.
—No me tienes que prometer nada, Finn. Hazlo por ustedes, si ella quiere. —La mujer guiñó el ojo y volvió a la cocina.
Al parecer su descanso había terminado.
Bee bajó pocos segundos después de ello, pero se veía rara. Su rostro no se veía como siempre, algo había cambiado cuando subió, y aquello me puso alerta.
—¿Estás bien, Bee? —pregunté. Bee me miró y titubeó un poco antes de hablar, incluso sonrió y resopló.
—¿Bien? ¡Claro! Por supuesto que bien —Bee rio nerviosa.
—¿Segura?
Ella asintió de forma enérgica y aseguró que estaba bien.
No parecía. Algo había sucedido allá arriba.
Pasaron algunos minutos después de ello. Doña Lola estaba preparando comida porque el vecindario había organizado un evento para recaudar fondos para la veterinaria del pueblo. Nos contaba de las muchas actividades que solían hacer cada semana para ayudar a sus propios vecinos, y me pareció un gran gesto.
Alejandro bajó poco después, pero al vernos, o al ver a Bee —no lo tenía tan seguro—, retrocedió y quiso huir del lugar. Lamentable para él, fue que su madre lo vio antes de su gran escape.
—¡Alejandrito! Necesito que me hagas un favor. Nico tiene que ir a la escuela hoy en la tarde para el ensayo por el aniversario del colegio, ¿Puedes llevarlo? Tengo que llevar la comida al evento de Maria Teresa. —Tomó a su hijo de los hombros para que no se vaya.
—Sí —respondió Alejandro, y le echó un ojo a Bee. Ella estaba mirando lo increíble que era su dedo pulgar, porque no hacía más que mirar hacia allí, ignorando la existencia del muchacho.
—¡Te amo! —Doña Lola le dio un beso en la mejilla y lo soltó.
Alejandro corrió escaleras arriba para buscar a su hermanito, y desapareció de nuestra vista.
—¿Segura que estás bien? —cuestioné, sacándola del ensimismamiento en el que estaba metida.
—Todo en orden. —Bee aclaró la garganta y se puso de pie. —Necesito que me acompañes a mi habitación, debo mostrarte algo —dijo Bee, fuerte y claro.
—Yo estoy aquí, preparando comida. Yo no sé nada, yo no escucho nada. Ustedes vayan a hacer lo que tengan que hacer, y siempre con cuidado.
Doña Lola se dio la vuelta y fruncí un poco el ceño, tratando de descifrar a qué se refería.
—¿Qué? —pregunté bajito. Luego entendí. —Oh... —dije, sin emitir algún sonido.
Bee tomó mi mano y haló de mí para que la siguiese de inmediato. Ella quería salir de ahí con urgencia.
Caminamos escaleras arriba. Bee miró en el pasillo antes de cerrar la puerta y reposó todo su cuerpo sobre aquella vieja madera antes de hablar. Estaba agitada y algo nerviosa.
—Finn...
—¿Estás bien? —pregunté.
¿Por qué estaba tan nerviosa?
jaja holi
qué loco, no nos leemos desde el año pasado LITERALMENTE
en fin, aquí el capítulo
buenas noches
tkm
feliz cumpleaños
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