Ejercicio 44
Hundí mis ojos en la taza de café que ya empezaba a enfriarse y dejé que se alejara. No quería atesorar entre mis recuerdos la imagen de su partida. Sabía bien que caminaba despacio pero también sabía a dónde lo llevaban esos pasos.
No miré. Aunque quería hacerlo no miré.
Bebí a sorbos pequeños mi café frío y saqué de mi bolso una libreta. La luna empezaba a asomar su plateada sonrisa y yo por vez primera sentía que podía corresponderle.
Pedí al mesero otro café y escribí el título de mi primer libro de micro relatos.
Entre Lunas y Cafés estos Relatos Peregrinos.
El mesero me trajo una humeante taza que esta vez no dejé que se enfriara. La luna seguía sonriéndome.
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