Aquella casa, la casa grande de sus sueños y recuerdos debía venderse. La ya cruda situación económica se agudizaba más y era imposible sostener los gastos de mantenimiento que generaba.
Pero ella no quería deshacerse de la casa, al menos no tan de repente. Por eso acordó con su abogado venderla por partes y reservar para ella, mientras conseguía otro sitio, el pequeño sector donde estaba su alcoba.
Primero se concretó la venta del gran patio trasero con la alberca y sus árboles de naranja, mango, nísperos y pomarosa. Luego el pasillo interno, el comedor y la amplia cocina. Al tiempo la sala, las habitaciones de abajo y la espaciosa biblioteca.
Ella permanecía en la parte de arriba donde estaba su habitación. Ya que el resto no le pertenecía, prefería estar en su habitación que era amplia, con baño interno, vestier y un pequeño desván.
La presión del comprador por finalizar la venta no se hizo esperar y ella firmó la documentación.
Tenía tres días para abandonar la casa. Empacó y salió.
La casa permaneció muchos años cerrada porque el nuevo dueño murió, de forma trágica y repentina, poco después de comprarla.
Pero en las noches durante todos esos años se vio una luz tenue en la pequeña ventanilla del desván...