El joven regresaba a casa. Era medianoche. La luna en lo alto resplandecía. Los perros ladraban repetidamente. Apuró el paso por la calle solitaria.
Al desembocar a una intersección su corazón se paralizó, sus ojos desorbitados no daban crédito a lo que veían, pero lo estaba viendo. Sintió que la sangre se le helaba en sus venas.
Corrió, corrió, tanto como pudo, tanto como sus piernas se lo permitieron, hasta llegar a su casa. Ahora sentía el frío en todo su cuerpo, tanto frío sentía que le dolía.
Temblorosamente sus manos introdujeron la llave en el cerrojo. Sin proferir palabras saltó a su cama y se cobijó. Allí estuvo tres días con fiebre alta y delirios incomprensibles para su angustiada madre.
-La sábana blanca, la sábana blanca, inmensa, flotaba sin que nadie la sostuviera...me quiere cubrir, me quiere atrapar- repetía sin cesar.
Pero su madre seguía sin entender.
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