Ejercicio 38
...Y hoy, después de mucho pensarlo decidió confesarse con quién había provocado su caída al fuego del infierno.
Llegó hasta el confesionario y se hincó de rodillas, sintió el calor de su aliento y el olor a santidad que emanaba por las rejillas de madera. Clavó sus ojos en en aquella tan cercana ventana divisoria para tratar de verlo. Iba decidida a susurrarle su pecado, a soltar su angustioso martirio.
Pero de pronto la voz del sacerdote la detuvo:
- Mujer no digas lo que se que estás pensando. Sella tu labios.
- Padre, podría ahogar mis palabras, alejar mis pensamientos pero no puedo silenciar mi corazón. Y mi corazón grita que lo...
- Entonces déjame hablar a mí. Yo pronunciaré este sacrilegio. Qué no se manchen tus labios. Déjame a mí cargar con esta cruz de amor que me pesa menos que la condena a este claustro. Déjame a mi condenarme en nombre de un nosotros.
La ventanilla del confesionario se cerró al tiempo que se oía el tañir de las campanas.
El olor a santidad iba desapareciendo de aquel recinto...
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