Ejercicio 36
Ese pensamiento oscuro y pecaminoso volvía a visitarlo una y otra vez. Lo carcomía, se le insinuaba de manera voraz, le lamía la punta de su oreja con aquel susurro penetrante.
Acariciaba su pecho, mojaba su entrepiernas, se perdía en sus sábanas. Y él, cediendo a esa insistentente danza iniciática, le abrió las puertas.
Conquistas, caricias, orgasmos...
Miedos, culpas, silencios...
Coraje, decisión, entrega.
Aquel pensamiento era su verdugo pero él disfrutaba pagando su condena.
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